Facultad de Filosofía y Letras
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Después de tus poemas el mundo comenzó a ser mi extensión y empecé a nombrar a los miembros de mi familia con sustantivos. Mis hermanos cantaban y se llamaban ahora sol, árbol y piedra. Fui entonces testigo y presencia: me miraba con mis ojos que eran también mi espejo y distinguía el izquierdo del derecho sólo por su posición sobre mi rostro y su reflejo. El mundo estaba lleno de ruido y parecía que sonaba para abrumarme. Tenía necesidad de palabras y morir me daba miedo. De pronto, pequeñas parábolas comenzaron a fragmentar la escisión que marcaba de mi piel hacia afuera: el mundo guardaba silencio y yo me apropiaba de él, el mundo me subsumía y me educaba. Yo era el mundo. Y escuché, por fin, lo que siempre creí que era ruido: ¡estaba tocando su música! El mundo tocaba su música para mí. Y entonces me aprendió a tocarla, y a dejarme tocar por ella. El mundo dejó de tener sentido porque ahora lo sentía. El mundo entero guardó silencio porque no tenía sentido. Y aquel callar del mundo borró la última huella de luchas interiores.
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