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Crédito: Jaime Martínez | Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
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Megan Fabila Manzur

Facultad de Filosofía y Letras

Estudio filosofía. Estudié traducción literaria. Me gusta leer, dormir y platicar con mis amigxs.

Así vivimos el eclipse como equipo Goooya

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Una crónica de cómo miramos hacia arriba desde Ciudad Universitaria

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Megan Fabila Manzur

Facultad de Filosofía y Letras

El pasado lunes 8 de abril, desde las 10:00 hrs. de la mañana, y a propósito del eclipse solar, se llevó a cabo el “Picnic bajo la sombra” en Ciudad Universitaria, de la UNAM. Nosotras, nosotros, nosotrxs, el equipo Goooya, fuimos partícipes y testigos de los fenómenos del cielo y las actividades culturales que la universidad nos propuso. 

A eso de las 12:00 hrs. nos reunimos bajo la media sombra. Cada quien llegó como pudo, (y también, a la hora que pudo) y desde temprano saturamos el chat que tenemos entre todxs con: “¿dónde andan?”. 

Llegamos en grupos para disfrutar del eclipse con nuestros amigos, amigas, ligues, roomies, mamás, hermanos y animalitos. Ni roomie ni yo llevábamos algo con qué ver el eclipse (no se puede ver a puro ojo porque no se ve nada y porque te quedas ciega si lo intentas y aún si lo intentas no se ve nada), así que nos pusimos a buscar quien podría vendernos algo —lo que fuera— para voltear arriba sin miedo. 

Nos dejaron caer los lentes protectores en cien pesos, pero, pensándolo en conjunto, tomamos la mejor decisión porque eran cien pesos contra esperar otros veintiocho años para ver otro eclipse en la capital y, para eso, seguramente, tendríamos que comprar otros lentes. Nadie se atrevió —afortunadamente— a mirar directo al sol. O por lo menos, al pedacito que había de sol. Yo no tenía efectivo para comprar los lentes, tampoco mi roomie. Sabía que Katia — la querida amiga que nos dio ride— sí tenía, pero se tuvo que ir a estacionar hasta jurídicas porque, como era de esperarse, el estacionamiento de filos (nuestra facultad) estaba todo ocupado. Le pedimos, pues, efectivo a la mamá de Dai, —compañera escritora—  y, por fin, volteamos al cielo. 

El sol, según datos del instituto de geofísica de la UNAM, se escondió tras la luna hasta un 79% en la Ciudad de México y en el norte (Durango, Mazatlán, Torreón, Piedras Negras y compañía), se quedaron a oscuras completamente. Ese 79% duró casi cinco minutos en Ciudad Universitaria. De acuerdo con los mismos datos, el eclipse comenzó a las 10:55 hrs., alcanzó su punto máximo de visibilidad a las 12:14 hrs. y terminó a las 13:36 hrs. Los pajaritos —así como cuentan las mamás que estaban embarazadas de nosotrxs en el 91— se sacaron mucho de onda y cantaron y volaron por todos lados. 

El eclipse nos emocionó muchísimo. Katia, que era más bien escéptica de la astronomía, no podía creer lo que veía. Teníamos dos pares de lentes y una piedra negra para verlo. Todas las personas presentes compartimos nuestras experiencias, nuestras impresiones y nuestras reflexiones. A cada subjetividad le impactó distinto ver el cielo así: diferente. 

Un eclipse solar ocurre, según el instituto previamente citado, cuando la luna —vista desde la tierra— cubre parcial o totalmente al sol. Cuando se trata de un eclipse total (como fue el caso de Mazatlán), la sombra de la luna, llamada umbra, cae sobre una pequeña superficie de la tierra (por eso solo unos pocos suertudos lo pueden ver). Cuando es parcial, la sombra que cae sobre la tierra se llama penumbra, muy poético. Estos eventos son posibles debido a que —como ustedes ya saben y espero no duden—, la tierra rota alrededor del sol; y la luna a su vez, alrededor de la tierra. Cuando sus órbitas se alinean, cuando se encuentran entre ellas y se estorban, es que presenciamos un eclipse. 

Después de un rato, Mariana diseñó un dispositivo para poder ver la sombra que se proyectaba en una hoja de papel: segunda oleada de emociones. Desde la mañana notamos que el follaje de los árboles daba una sombra rara. Ahora lo confirmábamos: eso que veíamos en el cielo hacía la misma sombra en una hojita de papel. Una suerte de media luna se dibujaba en amarillo pálido. Cada minuto que pasaba, según quienes estuvieron más pendientes del cielo, la luna se apartaba más del sol. Eventualmente, la luna dejó al sol en paz y decidimos ir por un helado y cubrirnos de la potencial insolada que nos iba a dar si no buscábamos, ahora sí, sombra-sombra. Caminamos, juntxs, hacia las islas. No podíamos creer la cantidad de gente que había decidido reunirse ahí mismo para ver el eclipse y tirarse al pasto

El evento (hablando del cielo) fue un muy bonito recordatorio de que seguimos y seguiremos asombrándonos de las anomalías que nos regalan los astros y, sobre todo, de que seguiremos, en conjunto, mirando hacia arriba (con protección cuando se necesite, por supuesto).

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