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En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
MARGARITO PÉREZ RETANA / CUARTOSCURO.COM
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Luis Armando Rojo Márquez

Facultad de Psicología

Generación de cristal: ¿por qué asumir que yo tengo la razón?

Número 3 / OCTUBRE - DICIEMBRE 2021

Antes de apuntar con el dedo y cuestionar a un grupo de personas, hay que entender que existen muchas perspectivas y, por lo tanto, muchas realidades

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Luis Armando Rojo Márquez

Facultad de Psicología

Al pensar en la “Generación de Cristal” y las reacciones de las personas bajo esta etiqueta, son múltiples las preguntas que me asaltan. Ante la declaración de que “no aguantan nada y se quejan por todo”, me cuestiono: ¿sobre qué está permitido quejarse? Encuentro difícil definir de manera satisfactoria los temas sobre los cuales nos podemos quejar. Algo así depende del contexto social y cultural, como mínimo, en el que cada uno se encuentra. Un tema que para alguien puede resultar un asunto legítimo por el cual expresar su inconformidad, para otra persona puede ser un privilegio que no está dispuesta a perder, y para alguien más, una situación que no le afecta y carece de importancia. ¿Por qué asumo que soy yo quien tiene la razón? Si quiero tener elementos para defender mi opinión, antes debo analizar cada uno de los argumentos que las diferentes partes dan a favor de su postura, incluyéndome, y buscar el entendimiento del contexto del que surgen cada una de las posiciones. Es una tarea que requiere tiempo y energía, porque involucra cuestionar sinceramente mis creencias y opiniones, así como tratar de comprender a otros. ¿Cuántas veces estoy dispuesto a hacer algo cuando me encuentro con una opinión con la que no estoy de acuerdo? ¿Cuántas veces lo haces tú?

Podría decir, por otro lado, que la cuestión no está tanto en determinar sobre qué está permitido quejarnos, sino en cómo hacerlo. Esto, sin duda, recuerda a la expresión: “esas no son las formas”. ¿Cuáles son, entonces, las formas para quejarse? Es una cuestión no menos complicada que la anterior. Tal vez, para ciertos temas, en la sociedad existen caminos ya establecidos que proponen alternativas para expresar tu inconformidad y son éstos los que debemos seguir. Es una lástima que no sea así de sencillo, porque ya he escuchado suficientes historias para constatar que esas alternativas socialmente aceptadas son, en muchos casos y por expresarlo amablemente, deficientes, incluso contraproducentes. Si quiero entender por qué se presentan formas que no siguen las convenciones sociales, antes debo realizar un análisis sociocultural e histórico del lugar donde vivo. Tal vez así entienda que antes de cuestionar las formas de quejarse, debo cuestionar las convenciones sociales, y debo cuestionarme también a mí. ¿Cuántas veces me he preocupado por pensar en cómo aprendí a lidiar con mis problemas? ¿Cuántas he pensado si hay alternativas mejores? ¿Cuántas veces me he puesto a buscar esas alternativas? ¿Cuántas veces estoy dispuesto a cambiar mis formas? ¿Cuánto de esto has hecho tú?

Establecer un contexto para las preguntas que me planteo no es un mero capricho. Es ser consciente del contexto que comparto con la “Generación de Cristal”. Un entorno dominado por tecnologías que buscan, con desesperación, la inmediatez. Cada vez es más común encontrar servicios que satisfacen de manera inmediata nuestra necesidad de alimento, de vestido, desplazamiento, entretenimiento, relaciones sociales, y cualquier otra cosa que se te ocurra. En una realidad donde el lunes hay algo nuevo que el martes ya es viejo, no me sorprende que todo se quiera solucionar de un día a otro sin esfuerzos y sin perder nada. También puedo hablar de las redes sociales, donde se muestran, en su máxima expresión, los ideales de vidas perfectas, estereotipos, estándares ficticios de aceptación, la ilusión del anonimato y de las cero consecuencias, operando sin ninguna o con mínima regulación, a la sombra de un complejo algoritmo que determina tus gustos y te muestra sólo lo que quieres ver. Tal ambiente no parece llevar a otro camino que no sea el de la frustración, al descubrir que la vida ideal de las redes sociales no corresponde a la realidad fuera de ellas. También corren tiempos en los que puedes acceder a la información de casi todas las desgracias que suceden, casi en el momento en el que ocurren, casi en todas partes del mundo. Esto no sólo muestra un panorama desolador, también parece llevar a atender un problema sólo cuando está de moda, hasta que surja el siguiente problema y me olvide del anterior. Este es el contexto en el que vivimos y nadie está exento de los efectos que tiene.

No defiendo ni condeno a la “Generación de Cristal”. Caer en la simpleza de apuntar con el dedo y señalar como errores las acciones de un grupo de personas que desconozco y juzgo desde mi empañado cristal de perspectiva es, para mí, un triste error que no lleva a otro lugar que no sea el de alimentar nuestra ignorancia y el odio entre las personas. Nada conseguimos con eso. Estamos aprendiendo a vivir en un mundo que cambia con demasiada rapidez, con situaciones desconocidas en el pasado que plantean nuevos problemas que afrontar y que hacen visibles otros que poco se habían cuestionado antes. Es inevitable que se cometan errores, un sinnúmero de ellos. ¿Por qué juzgamos las acciones de cualquier generación como si ya existiera un camino a seguir a prueba de todo fallo? Si tuviéramos ya una respuesta satisfactoria para todas las perspectivas no estaríamos hablando de esto en un principio. Aunque esto no guste a la generación de la inmediatez, debemos entender que aprender a vivir en estas condiciones no es un proceso que pueda ser inmediato. Es lento, cansado y muy difícil, pues no olvidemos que aún existen problemas del pasado que siguen sin resolverse. Antes de apuntar con el dedo y señalar como errores las acciones de un grupo de personas que desconozco, debería cuestionarme: ¿tengo razón?

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