Escuela Nacional Preparatoria Plantel 1
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Desde pequeños nos hablaron del amor como algo sublime, un refugio donde todo encuentra sentido, como el sol naciente que ilumina todo a su paso. Nos contaron historias de amores eternos, de caricias suaves que curan, de miradas que se entrelazan y nunca se sueltan. Nos enseñaron a ver el amor como la respuesta a todo, la salvación que da propósito y paz. Y, por un tiempo, lo creímos. Lo buscamos con el alma desnuda, esperando que nos redimiera, que nos completara. Pero entonces el amor se tornó un peso, una cadena que empezaba a tintarse y nos aprieta el cuello sin que podamos respirar.
La misma luz que nos prometieron se volvió cegadora, y el refugio se convirtió en una prisión. Nadie nos dijo que el amor también puede ser un olvido, un agujero negro que nos consume, que va borrando poco a poco lo que creíamos ser. Nos hablaron de la belleza del amor, pero nunca de lo que podemos perder al entregarnos.
Nunca nos dijeron sobre cómo la suavidad de un “te quiero” puede volverse cortante, de cómo el cariño se transforma en vacío, de cómo el corazón, que alguna vez palpitó con esperanza, se convierte en un eco lejano. Nadie nos dijo que amar es, en muchos casos, perderse en el otro, hasta desdibujarse, hasta volverse dos lo que no decimos y no creemos merecer, hasta olvidar el rostro que alguna vez fue propio.
¿Qué pasa cuando el amor nos arrastra hacia la nada? ¿Cuándo es que cada palabra, cada gesto, cada promesa se disuelven en la niebla del tiempo, dejándonos vacíos, desmoronados? ¿Qué sucede cuando dejamos de ser nosotros para ser un reflejo distante, perdido en los ojos de quien prometió sostenernos?
Dicen que no mueres por amor, pero se equivocan. Hay muertes que no llevan cadáveres, hay muertes que no se ven, pero que marcan el alma. Nos desvanecemos lentamente, sin saberlo, hasta que ya no somos nada. Los recuerdos se tornan borrosos, las promesas se hacen pedazos, y lo que alguna vez fue fuego se convierte en cenizas frías que no nos dejan olvidar, pero tampoco nos permiten seguir.
El amor no es maligno, pero es caótico. Es una tormenta que te arrastra sin previo aviso, un diluvio que no deja espacio para escapar. A veces es un refugio, otras veces es el naufragio. Puede transformarnos, pero también puede dejarnos rotos, reconstruyendo algo que ya no tiene forma, que ya no puede volver a ser lo que fue. Y, sin embargo, seguimos deseándolo. Lo deseamos más que nunca, aún sabiendo que puede ser lo que nos destruya, lo que nos arranque lo que queda de nosotros, lo que nos deje rotos.
Quizá el amor no esté hecho para ser comprendido, sino para ser vivido. Quizá, a pesar del dolor y la devastación que deja en su camino, seguimos siendo esclavos de él, como si fuera la única razón por la que seguimos respirando, la única llama que nos mantiene en pie, a pesar de todo. Pero es peligroso, porque en su búsqueda, podemos perdernos tanto que nunca volvemos. Nos arrastramos hacia él, dispuestos a todo, aún sabiendo que nos consume, aún sabiendo que nos vacía. Y, sin embargo, lo deseamos, porque sin ese deseo, ¿qué seríamos?
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Mis labios son para la poesía, no para las personas
Una respuesta
Tienes mucho talento y potencial de tomarlo como un hobbie habitual, espero que pronto puedas publicar más escritos y poder verlos en más ediciones de Goya, mucha suerte mugrosa