Facultad de Ciencias
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Uno.
Los soles entre las montañas
siempre me recordaron a ti,
como aves de alas largas
que no miran abajo,
desapareciendo en el horizonte
como estrellas diluidas.
Dos.
El eco de tu voz pintó las vivencias
a las que llegaste tarde,
era el fantasma de un momento
caminando entre los huecos de mi cabeza
obligándome a susurrar entre lágrimas de hiel:
“cuánto quisiera que estuviera aquí”.
Tres.
Tus ojos susurraban otro nombre.
Dentro de una fragua apagada pero caliente,
creí poder darte un amor mal templado,
incompleto y frágil,
flor blanca.
Cuatro. Cuatro años.
Mis venas no llegaron a tus bolardos,
y volando mi barco en las nubes se quedó.
Mi viaje acabó.
Acabó la historia de un libro
que jamás empezó a escribirse,
relato majestuoso y triste
como los soles en las montañas…
que siempre me recordaron a ti.
De la imaginación
nacen muertas las estrellas,
y del amor
otro poema.
Míralo.
¿Cuántas vidas pasan en una mirada?
En sus ojos encontró,
para su soledad, una cura,
y en su lánguida voz,
una canción de cuna.
¡Pobre diablo!
Soñando el escenario
donde bailaban ambos,
unos llamándole “amor”,
otros “lo imaginario”.
Espíritu de barro
esbozando un alma eterna,
un oasis sacro
para un cactus de piedras.
Diablo, escúlpela a tu placer.
Haz que su voz de cello
a tu corazón
le pinte un “te quiero”,
¡deja que luzca tu cincel!
Cede a que tres acordes de piano
orquesten sus encuentros sagrados,
así observando el vano
de morir soñando.
Diablo…
¿Cómo sonaba su voz?
Vamos…
Sal ya del salón.
Buscan como gusanos
el amor con sentido
atravesando los planos
de los seres cohibidos.
Concluyeron con los zapatos enlagrimados
el insólito final de todos los amores porfiados,
donde las pasiones originan vida
y con finales felices nunca terminan.
Somos cómplices del insomnio del otro.
Siento que te conozco.
¡Claro!
Fuimos estrellas de la misma constelación.
Subimos a un avión desplomándose,
nuestra única solución fue besarnos,
encontrarnos en el dolor y el gozo
de dos seres amándose.
La vida empezó a ser un sueño
al momento que pude verte despierto.
Dispuesto a aceptar una pasión
que desbordaba mi corazón.
Nos encontramos a tientas,
cegados por un amor mortífero,
enfermos, perdidos y salvados,
conociéndonos en los secretos de las venas.
El día que no pude volver
sentí mi corazón romper mis costillas,
y oí al tuyo gritar mi nombre
de la misma manera
que cuando te vi por primera vez.
En el lecho merodean tus besos,
y a mi almohada le pido consuelo.
Cenizas de cartas, cuerpos desalmados.
Supernovas consumadas, amores terminados.
No me arrepentí de sentir.
No me arrepiento de amar.
No me arrepentiré de soñar.
Por: Axel Vega Navarrete
Los dioses nunca mueren, solo se transforman.