Facultad de Estudios Superiores (FES) Aragón
Facultad de Estudios Superiores (FES) Aragón
Yo ya era infeliz incluso con pareja…
Cabe mencionar que no todo el tiempo era así, sin embargo, ese es otro asunto que trataré más adelante. Lo que compete al tema principal son los hechos y la naturaleza observable de la juventud actual, sector que hoy nos brinda una nueva visión del amor romántico, el cual se expresa tendencioso a la toxicidad, a la inmediatez y, sobre todo, al consumo.
Mientras paseaba durante los simbólicos 13 y 14 de febrero en el “Tianguchi”, espacio de comercio en el que los estudiantes de la FES Aragón pueden obtener un ingreso extra, pensaba en el amor, esa fuerza idealizada que ha inspirado a una infinidad de seres, con ideas que van desde un vínculo eterno y el sacrificio, hasta un acto de paciencia y construcción mutua; narrativas que han sido hoy desplazadas por una búsqueda de satisfacción instantánea. El consumo fue evidente al ver a las parejas extasiadas entre los puestos, andando de la mano, alegres y dispuestas a gastar sus ahorros en el regalo más caro posible, cosa que no significaba que fuera el mejor. Pude notar cierta pena en varios al posar un rato la mirada en un pequeño puesto de juguetes sexuales, lo mismo que en las congregaciones alrededor de los stands de anticonceptivos.
No hemos podido escapar a la lógica del mercado: se compra, se vende, se consume y, tantas veces más, se desecha. Evidencia de ello son los múltiples grupos de amigos que se pasean en la facultad el mes de febrero. Confidentes del romance universitario, los jóvenes platican a detalle los “premios” que ha recibido el o la protagonista de su propia fantasía. No les llamo regalos sino premios, debido a una cultura de consumo, meritocracia y de aspiracionismo que ha permeado la mentalidad actual: “Busco una pareja, de preferencia de clase alta, hegemónica y capaz de darme todo lo que quiero”. Claro que una frase así no se diría, pero se piensa, y muchas veces se olvida lo que es importante: lo inmaterial, esos principios casi anticuados que incluyen la lealtad, el compromiso y el respeto.
Ahora bien, artículos como “¿Muerte al amor, viva el consumo?” de Montse Vila-Masana y “El amor romántico, ¿decadencia o metamorfosis?” de Jorge Carrión, coinciden en que la mayoría de las relaciones en el siglo XXI terminan a causa, precisamente, del consumo y la tendencia de ver las relaciones igual a productos desechables. Esto provoca que ya no exista una certeza de durabilidad, aun si hay una necesidad de una red de afecto. Misma cuestión puede ser transportada a la era digital, como se refiere en El fin del amor: amar y follar en el siglo XXI de Tamara Tenenbaum, donde la autora introduce un concepto llamado “el mercado del deseo”, que describe a la perfección la forma en la que las aplicaciones de citas y las redes sociales también han reducido a las personas a productos que se evalúan, seleccionan y descartan con base en criterios que priorizan la gratificación instantánea sobre lo auténtico; es decir, hablamos de una mercantilización donde Tinder, por ejemplo, es un catálogo paradójico, con infinitas posibilidades e insatisfacción igualmente infinita.
Otro elemento que agregar a la lista es la toxicidad: en esta época quien da el mejor premio es superior a otros, incluso a su pareja. Esta premisa genera una expectativa enorme en las personas y reafirma el hecho de que se ha perdido el significado integral de San Valentín y el de tener una relación saludable. ¿Qué se celebra en realidad? ¿La comercialización? ¿El control y la dominación económica disfrazados de pasión? La presión social por demostrar afecto con objetos costosos y declaraciones públicas demuestra, en el fondo, un hueco que se quiere llenar con tal de ocultar el hecho de que la mayoría de los vínculos afectivos actuales solo se fundamentan sobre lo material.
Yo ya era infeliz incluso con pareja. San Valentín significó, en su momento, la oportunidad ideal de demostrar mi cariño hacia esa persona con un regalo. Con lo que no contaba es que desde aquel día, me convertí en víctima de la fecha, y las malas experiencias que tuve provocaron que, en lugar de celebrar mi noviazgo, fuera un día de reproches por mi forma de ser y de dar. La idea de que no le gustó mi regalo a mi pareja me siguió de forma constante durante unos días. Esto decantó en que, posteriormente, tuve miedo de terminar la relación por nuestra falta de comunicación asertiva, por más que tratara de solucionar el problema: caer dentro de esa ola de consumismo, o ser señalado por ella como parte del problema. Además de la incertidumbre, propia de todas las relaciones, claro.
Es imposible no sentir una gran tristeza por las malas experiencias, la soledad, la poca compasión de la sociedad en fechas así, y claro, por el nuevo sentido que parece tener hoy el afecto, convertido en un producto del mercado. Con esto cierro y me pregunto: ¿qué tan dispuestas están las personas a pagar por el amor? Antes de abandonar las instalaciones de la FES Aragón, observé con nostalgia las largas filas de alumnos que buscaban contraer falsas nupcias en el convivio, ese juego que es una promesa de algo que quizá no llegue a durar.
Por: Alyson Taylor Muñoz
Tal vez sea hora de redefinir el amor desde un lugar más amable y menos idealizado
Por: Dulce Vanessa Andrade Castro
El amor también puede ser un acto político
Por: Elliot A. González
A propósito del dilema si consumimos el amor, o él nos consume