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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Crédito: 'The Way' por Andrew Judd
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Alexis Boleaga

Facultad de Estudios Superiores (FES) Aragón

Estudiante de Comunicación y Periodismo. Suelo pasar mis ratos libres leyendo y escribiendo.

Confidencias de lo muerto

Número 12 / ENERO - MARZO 2024

Las posibilidades arrebatadas pesan más que una vida arrebatada…

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Alexis Boleaga

Facultad de Estudios Superiores (FES) Aragón

En la delgada línea que separa las singularidades de la vida y la muerte, las premoniciones existen como un acontecimiento que se lleva a cabo en un instante, apenas visto a través de una pequeña rendija que el tiempo voraz te permite en su misteriosa misericordia. Y creo que pude verla, empero, decidí no prestarle atención puesto que, en el sueño de un sueño, no se suelen descubrir intenciones ajenas, aunque claro, es posible presentir la fatalidad gracias a un escalofrío en la médula, es el rencor desbocado que arremete contra tu tranquilidad. Llámalo señal divina, llámalo ansiedad, nunca se sabe qué hay detrás de las cordilleras oníricas.  

Creí verlo, un segundo en la mañana, previo a dejarme arrastrar por el solaz filtrado desde la ventana, un susurro quizá, no sé nada excepto que fue culpa mía el hecho de que nadie se percatara de lo ocurrido cuando estaba agonizando en un charco de sangre que borboteaba desde mi cráneo, abierto violentamente debido a dos considerables impactos, el primero era un misterio, el segundo fue contra las rocas a cuatro metros de profundidad. Solo conocí el dolor provocado por la piel siendo desgarrada desde dentro; me convertí en vidrio humano antes de elevarme entre la bruma despedida desde mis pulmones ya inservibles.

Nadie sintió el oleaje agitado de un mar oscuro donde las premoniciones sin forma ahogaban mi corazón, tal cual ocurrió al ser abrazado por el concreto húmedo, el peso de las crueldades de las que creí haberme librado desde tiempo atrás. 

Del sueño de un sueño en mitad de la noche volví a nacer, enfebrecido una última vez por el frío, no el de las inclemencias, sino el del vapor envolviendo mis huesos. Ardí en la tiniebla absoluta, la apoteosis de los miedos llegó, la miré a los ojos y supe entonces por qué mi vida finalizó después de las incontables ironías, la sonrisa triunfante del joven verdugo era un propósito brindado, no preguntes cómo o por quién: búscalo, y que lo pague caro. Debe pagar, no solo por ti, sino por los demás que ha tomado bajo su ala de supuesta inocencia hasta arrebatarles todo. Debe pagar por vivir solo para regodearse del dolor ajeno. Pagará por ahora estar seduciendo a quien amas, lo que dejas atrás. 

Fui un eco sin forma, un espectador de los días imparables. Nadie notó mi ausencia hasta tres días después del hecho, cuando, durante el amanecer espectral del invierno que acaeció en la escuela, con sus vendavales que arrastraban aguanieve del este que al final se transformaba en el rocío ante mis pasos al vagar por la hierba, desesperado y con hambre de victoria, aparecieron los primeros anuncios: SE BUSCA. 

Esa imagen, ese hórrido adulto iniciático embrutecía mis ideas ya de por sí inconexas. Estaba en mí arrancar la paz que bordeaba la cabeza del asesino, esa candidez que tanto se esforzaba en mostrársela a todos, incluido a mi primer y único amor. Tomó la mano del susodicho, este la retiró de inmediato, debía ser así, respeto absoluto a nuestra memoria, a todos los actos de amor ahora sempiternos en el más allá.

Les relató a sus aliados lo acontecido días atrás. Esperaba que al acorralarme en el terraplén detrás de la escuela (donde un nuevo edificio esperaba satisfacer las necesidades del alumnado) de un modo u otro llegara al agujero en la tierra. No existía ninguna clase de vigilancia, por lo tanto, le resultó sencillo golpearme con un bloque en la cabeza, empujarme y después girar la palanca de la mezcladora para sepultar cualquier evidencia. Sus risas resonaron como campanas que anuncian la venida de algo grande. Y yo sería quien iba a reír al final.

Invisible, lo seguí por los pasillos durante el mes posterior a mi desaparición. Me coloqué a sus espaldas, le envolví con mi valor, apesadumbrado su sistema, no habría cobijo para él pues, enfermo de un instante a otro, caía en sueños profundos, fáciles de invadir y agitados por mi recuerdo. Pudo eliminarme de su camino, sin embargo, sabía que era mejor que él, lo seguiría siendo hasta el día de su muerte. 

Atravesé los muros del tiempo, el pasado y presente se revolvieron en siniestros incapaces de describir, pero sí de catapultarse por un grito en la realidad. Se le preguntó la razón, solo que era reacio a no revelar su crimen, entonces guardaba silencio. 

Debía insistir…

El eco de mis susurros no lo abandonaban hasta la hora de salida, aun así volvía los cinco días de la jornada universitaria. Aumenté el volumen de mi dolor, ocasionado por la ausencia del tacto de mi amado, de esas inmensas ganas de vivir a su lado y crecer; grité por la angustia de obliterar en esas sombras, convertidas con el tiempo en aliadas. 

Nadie es suficientemente fuerte para mantener un secreto, es la máxima debilidad humana junto a la poca atención prestada a las premoniciones, por ende, uno es capaz de persuadir a alguien de desenredar su lengua, a precipitar las lágrimas. No convencí a mi asesino de hacerlo, más bien lo obligué a través de mi figura inherente en mitad de un aula vacía, sonriendo con satisfacción al verle temblar en medio de una vorágine de terrores y dudas nunca vistas a tal escala en otro individuo.

—Aún estoy aquí —le dije. 

Huyó de inmediato a contárselo a todos, incluido a mi amado, expectante ante lo que el otro, pálido y bañado en sudor, confesaría:

—¡Yo lo maté! ¡Quería todo lo que él tenía! ¡Fui yo, pero por favor hagan que se vaya y no me siga! ¡Hagan que se calle!

Lo demás es historia. Ahora lo es. Puras confidencias.

Desde aquí puedo escucharlo todo, campanadas que, aun estando lejos, en un reino de silencio ubicado en el país del olvido, allanan mi hogar en penumbras. También admito que la muerte es otra de las grandes rarezas, no obstante, no es cuestión de si estoy vivo o no, sino de las posibilidades arrebatadas, y eso pesa más que el cemento.

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