Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
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Creo que Dios no está reservado a los templos ni a los milagros espectaculares.
Lo he encontrado, una y otra vez, en las flores más rosas, incluso en aquellas que crecen en el pavimento. También lo encuentro en las cosas olvidadas, esas que, al reencontrarse, nos devuelven algo de lo que fuimos.
En lo cotidiano, donde la rutina se vuelve un escenario sagrado si se observa con atención.
En las canciones de amor, porque en ellas vive y muere mi entrega.
En la esperanza, que me empuja incluso cuando no sabemos por qué seguimos.
Veo a Dios en mi perrito cuando mueve la cola, expresando alegría en mi compañía.
En la bondad discreta que se ofrece sin esperar reconocimiento.
En el abrazo de mi padre, donde me reconforta a través de su calidez.
En los objetos llenos de recuerdos que nos devuelven una parte de quienes fuimos.
En la colectividad, en la fuerza del que somos juntos.
En el cosquilleo de mis pies tocando el pasto, cuando la tierra nos recuerda que le pertenecemos.
En la sonrisa que intercambio con el extraño que, por un momento, se vuelve cercano.
En todo lo que me conmueve, porque habla desde mi alma.
Me conmueve escuchar cuando las personas dicen que “encontraron a Dios”, expresando una experiencia profunda que metamorfosea la vida.
No tiene que ser necesariamente sobrenatural, pero se convierte en algo íntimo con lo divino: puede surgir al orar, al superar una dificultad, al tener fe en algo o en medio de la resiliencia.
Pero lo que más me revela lo divino es cuando encontramos a Dios en la resignificación de lo cotidiano; ya sea desde lo místico o simplemente al adoptar otra perspectiva de la vida, embelleciendo lo simple, encontrando a Dios en todas las cosas, incluso dentro de mí.
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