Escuela Nacional Preparatoria plantel 6
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De la comunidad universitaria de la UNAM se puede esperar solidaridad y conciencia histórica cada vez que se refieren hechos que marcaron la vida de nuestro país. Septiembre pudo abrir la puerta para que la luz pasara a la casa y se viera este ímpetu dentro de toda la comunidad estudiantil.
A treinta minutos pasado el mediodía del jueves 26 de septiembre, se inició un paro total de actividades en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales que duraría, según, hasta las nueve de la noche del 7 de octubre. El motivo del paro de actividades fue, sin duda alguna, el no olvidar. Para que la comunidad tuviera la oportunidad de asistir a diferentes manifestaciones sin restricción alguna, los estudiantes universitarios, en un intento de rebeldía contra el sistema al que tanto reclaman empatía, se organizaron y decidieron poner en pausa casi todas las actividades de una facultad que contiene cinco carreras. La causa no ignoró —por decir obviedades— la matanza de Tlatelolco de 1968 o la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, hechos que inspiran movilizaciones los días 2 de octubre y 26 de septiembre, respectivamente.
Cuatro días antes, el Comité Estudiantil de la facultad hizo una asamblea en la que después se resolvería el paro de labores. Poca gente en la asamblea estudiantil se encontró, como es habitual. Ese lunes, sentados a lo lejos, estudiantes y trabajadores ansiosos por un descanso esperaban, un tanto desesperados, que se declarase lo que inevitablemente se iba a decretar por un grupo de estudiantes que concretaban lazos que formarían lo que de viejos llamarán una vida revolucionaria. Y así fue. La noticia corrió de inmediato en los grupos de Facebook de la facultad: ¡Paro hasta el 7! A reserva de que se juntara un grupo de treinta camaradas para cuidar la facultad. Con las expectativas en alto, la camaradería no falló, y los entusiastas por tener una historia qué contar hicieron posible la toma el jueves de esa misma semana.
Organizando contingentes con punto de reunión en la explanada baja de Polakas es como este suceso concentró a los estudiantes interesados para participar y luchar junto a sus iguales por el no olvido. Palestina, Tlatelolco, Ayotzinapa, más que lugares, cicatrices que resonaron a lo largo de la semana por el entusiasmo de una generación que sabe que en algún tiempo se tuvo nada.
Algunos profesores de la facultad no se limitaron ante la protesta estudiantil y al minuto uno de iniciado el paro de actividades ya habían comunicado a sus pupilos que su clase seguiría vía remota, recordando los tiempos de pandemia. La juventud, por tan revolucionaria que sea en lo individual, es sumisa en cuanto el límite de faltas se le pone sobre la mesa y se le pone en la garganta en forma de amenaza. Pero es necesario recalcar que fue un pequeño porcentaje el profesorado que no tomó con igual ánimo de descanso el suceso, y que esto no impidió a aquellos estudiantes con mala suerte acudir a las diferentes movilizaciones.
Quizá el problema de nuestra generación sea tan contradictorio como nuestro carácter. Y es que en cada acto de rebeldía se pide algo de lo que carecemos: unidad. Nadie lo vio venir, y para la mañana del viernes se sabía que las instalaciones de la facultad ya habían sido entregadas. Sin comunicado del Comité Estudiantil, la facultad se enteró por las personas que se habían quedado a cuidar la facultad la noche anterior. La razón de que las instalaciones no fuesen entregadas hasta el lunes fue porque había faltado gente para resguardar las instalaciones. Y así como así, la facultad publicó un comunicado que anunciaba la reanudación de actividades desde las once de la mañana.
Tan inesperado fue su principio como su fin. Desde septiembre las actividades viven con normalidad, la ciclicidad de siempre. Hasta que la causa no esté interiorizada en la mayor parte de la comunidad, estos eventos seguirán siendo débiles. ¿Cómo no lo serían?, si se cuenta con medios de difusión y organizaciones insuficientes. La mirada revolucionaria desde la que se hizo este paro de actividades no está ni por completo en la gente que hace labor de campo.
Autor: Axel Ozvaldo Castro Lotzin
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