Facultad de Filosofía y Letras
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Cuando pensamos en temas relacionados con drogas, es inevitable relacionarlo con uno de los problemas sociales que más invade a México en épocas recientes y no tan recientes: el “narco”. Sí, entre comillas. Porque “narco” es el protagonista favorito del debate público, pues se trata del enemigo al que se le pueden echar todas las culpas de seguridad y justicia. ¿Por qué hablar de trasiego de drogas? ¿Para qué mencionar la preocupante venta ilegal de armas que azota al país desde Estados Unidos? Es más sencillo decir que son problemas relacionados con el “narco” o su alias, “el crimen organizado”. ¿A quién le echamos la culpa de las decenas de miles de desapariciones que van sólo en este sexenio? ¿Quién es el responsable de que, hace algunos meses, explotara un coche bomba en el corazón de Celaya? Opinólogos, gobierno y parte de la sociedad civil apuntan con su índice al mismo sujeto: “Fue el narco”, dicen, mientras otra tragedia ocupa las primeras planas de los periódicos.
Tal vez, habría que desmenuzar a este enemigo en común y darnos cuenta de que es más complejo de lo que pensamos. Hay muchos problemas que rodean al “narco” y no son considerados con suficiente seriedad por los medios de comunicación masivos. Sólo por mencionar algunos: la criminalización de los consumidores, la xenofobia y el racismo con la que se trata a la población latina en Estados Unidos, el gran alcance que tienen los “cárteles” a nivel nacional e internacional, las redes complejas de criminalidad, etcétera. En otra oportunidad, publiqué con la colaboración de dos buenos amigos un artículo sobre estos “mitos” del narcotráfico, mismo que dio pie a la siguiente reflexión sobre uno de los principales pensamientos acerca del “narco”: la figura del “capo”. Si se captura al “líder” de los “cárteles”, ¿de verdad acabaremos con el problema? Dejemos que la historia nos responda, aunque sea de manera superficial, esta pregunta.
En los primeros días de 2016, México despertó con la noticia de la captura de Joaquín Guzmán Loera. “El Chapo” había sido detenido en Los Mochis, Sinaloa. El hasta entonces líder del “Cártel” de Sinaloa, fue extraditado a Estados Unidos, donde cumple sentencia perpetua desde julio de 2019. Esto fue mediatizado como una victoria para el gobierno mexicano y estadounidense y se habló de la desarticulación de la organización. ¿Y qué pasó con el cártel que lideraba? Según los últimos informes de la DEA, su fuerza política, económica y social ha permanecido. De hecho, según investigaciones recientes, el Cártel de Sinaloa tiene presencia en, por lo menos, ocho Estados de la República Mexicana.
Cuatro años después, a comienzos de agosto de 2020, elementos del Ejército Mexicano capturaron a José Antonio Yépez Ortiz “El Marro”, ex “líder” del “Cártel” de Santa Rosa de Lima, en un operativo desarrollado en el Estado de Guanajuato. Nuevamente, hubo reconocimientos, felicitaciones y demás mensajes alentadores que prometían una considerable reducción de violencia en el Bajío mexicano. ¿Qué ha pasado desde entonces? En el primer semestre de 2023, Guanajuato ocupó el primer lugar en homicidios dolosos con 1380 y el segundo lugar en “noticias sobre atrocidades”, según los datos y la metodología de Causa en Común A.C.
Ejemplos hay y muchos. La captura de los “líderes” de grupos criminales no los erradica, todo lo contrario. Este mecanismo de seguridad lleva por nombre Kingpin Strategy y llegó a México, de acuerdo con el investigador Carlos Péres-Ricart, en 1997 (obviamente) proveniente de Estados Unidos y su Drug Enforcement Administration (DEA). Desde ese momento, fue utilizada como la principal estrategia para la lucha contra el “narco”, sobre todo durante el sexenio de Felipe Calderón y ha provocado más violencia y una terrible guerra en el país.
¿Por qué no ha funcionado la Kingpin Strategy? Particularmente, me parece que por dos motivos principales:
Entonces, si la Kingpin Strategy no parece ser la solución para los conflictos de seguridad y justicia en México, ¿qué otras estrategias se pueden adoptar? Como no es el objetivo de este artículo ahondar en ellas, prefiero apuntar dos que, lejos de poner fin a la discusión, buscan alimentarla:
El “narco” no es un problema tangible. Lo que sí es tangible son las desapariciones, los secuestros, los homicidios y las matanzas. Como universitarios dedicados a las humanidades, estos temas nos atañen y nos comprometen. Es nuestra labor decir algo nuevo frente a las problemáticas que vivimos día con día.
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