Facultad de Estudios Superiores (FES) Acatlán
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El fin del mundo empezó hoy, cuando vi por mi ventana hacia la avenida que siempre caminaba.
Y festejé porque mi humilde deseo, pedido desde una carta al universo hace tan solo unas horas se había cumplido en tiempo récord.
El fin del mundo desde punto de vista era completamente necesario, desde que los océanos se volvieron montañas de basura y los gobiernos se declararon la guerra, el fin del mundo era cada vez más un sueño que una paranoia.
Primero se cayó un edificio, uno más bonito que seguro y con cada piedra se aplastó cada esperanza que un día un chico me dio pero que nunca cumplió.
Pero en el mundo nadie necesita a gente que explota de amor y después te cambia por alguien a quien consideran mejor.
Después cuando la marea subió, ahogó a todos y cada uno de los besos que un narcisista me dio, fue una pena que no pudiera verlo nadar, porque su ego siempre fue más pesado que el amor que juró y el planeta no podía esperar diez años más para que el decidiera que era lo que realmente sentía.
Por tercer suceso llovió fuego, que quemó el rostro de todos los hombres que alguna vez tocaron a una mujer sin su consentimiento, cualquiera que los escuchara gritar hacía oídos sordos, cómo todas las veces que la justicia ignoró a las víctimas.
Otro gran detalle fue que las rejas se abrieron, y los animales salieron, en una fila tan ordenada que por la avenida parecía haber una marcha una por sus derechos, ellos eran más ordenados que los reclusos políticos que no podían salir de su celda por todo el dinero robado que aferraban a sus manos.
Nadie se salvó, ni yo misma porque mis manos se hicieron ceniza, cómo las de todos los poetas que escribimos sin tener certezas.
El fin del mundo ya no era un mal augurio y mucho menos un trágico escenario, era una esperanza y el alivio de que destruyéndonos se crearía algo nuevo.
Porque explotamos de amor pero nunca decidimos nuestros sentimientos, cambiamos tan rápido nuestras decisiones que no vemos a quién hacemos daño, y con cada palabra que decimos, el mundo se acaba para alguien más.
El fin del mundo físico nos fue heredado por una generación que no se preocupó por lanzar globos de helio al cielo, ni porque pudiéramos tener un seguro después de un trabajo que nos costaría años desaprovechados.
Pero el fin del mundo humano comenzó hace años. Cuando dejamos de interesarnos en los otros, empezamos a ser amados pero nunca correspondimos, empezamos a dar besos pero nunca nos comprometimos, empezamos a denunciar las faltas pero nunca fuimos escuchadas, empezamos a cuidar la fauna pero nunca hicimos más que subir una foto desde las reservas a Instagram, empezamos a escribir para gritar lo que sentíamos pero sólo derramamos tinta.
El fin del mundo se convirtió en un deseo, en el que esperamos que después de un parpadeo ya no existamos en el universo, porque nos negamos a ver que los errores se saborean mejor lento.
El fin del mundo empezó hoy, y es lento, creemos que alguien mágicamente arreglará la sociedad, que llegará una generación de poetas y hablará, pero no será así, porque hacemos oídos sordos cuando vemos a alguien mendigar en la calle.
En un mundo donde nadie tiene corazón, nadie existe, y si nadie existe no hay fin del mundo, solo la limpieza de un sistema que se intoxicó por su propia cuenta.
El fin del mundo es mi sueño, desde que arrancaron mi corazón y la sociedad intoxicó mis sentimientos.
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