Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
Por mi culpa. Por mi culpa. Por mi gran culpa.
Es común en espacios académicos estudiosos de las ciencias sociales que la palabra deconstrucción suene como eco todo el tiempo y en cada parte de nosotros. ¿Cómo y desde dónde pensamos este proceso de deconstruirnos? Y sobre todo, ¿qué papel juega en nuestra vida como estudiantes de lo social?
Cuando comenzamos a interesarnos por temas sociales, la palabra deconstruir viene para sembrarse en nosotros, pero con ella también se siembra y echa raíces la palabra culpa.
Culpa por no tener el tiempo ni la energía para participar en todos los movimientos, manifestaciones o asambleas. O por no pasar todo el tiempo leyendo teoría, ni porque antes de entrar a la universidad no teníamos las posibilidades para entender, leer o conocer a los clásicos.
Sentir culpa porque no somos los más críticos, ni los más decoloniales, ni los más revolucionarios. O porque cometimos errores y a partir de esto se nos señaló como malas feministas o falsas feministas.
Además de todo esto, estamos solos porque pareciera que el proceso de deconstruirnos depende únicamente de nosotros como individuos. ¿Seríamos capaces de imaginar una deconstrucción colectiva? Si el sistema que intentamos modificar, desarmar y deshacer es uno del que todos somos partícipes (en mayor o menor medida), ojalá pudiéramos hacer de la deconstrucción un trabajo cooperativo que implique el diálogo y la escucha activa.
Pienso que una de las formas en las que el capitalismo y su lógica individualista encuentra la manera de seguir operando dentro de nuestros cuerpos y pensamientos es a través de individualizar los procesos que buscan desmantelar los sistemas de opresión, llevándonos a sentir una responsabilidad exclusivamente individual de lograr desarmar el patriarcado y colonialismo.
Las consecuencias de poner al individuo en el centro del proceso de deconstruirnos y no a lo colectivo (de no pensarnos en común si no solos) desembocan no solo en la culpa que es herencia judeocristiana y ya tanto he mencionado, sino que también son lógicas muy parecidas a la meritocracia en su manera de operar, puedes dependerá de cada uno en singular, de un esfuerzo individual por adquirir el mayor capital cultural posible.
Bajo esos mismos parámetros se han construído los espacios académicos en las ciencias sociales, como si estudiar los fenómenos sociales fuera un trabajo aislado o pareciera ser que la capacidad de pensamiento y análisis crítico no se construyera en colectivo; escuchando y reflexionando con las opiniones, pensamientos y palabras de nuestros compañeros en el aula. Preferimos castigar y competir antes que imaginar otra manera de ser críticos, otra manera de deconstruirnos.
La consecuencia de pensar en esto de una manera tan individual resulta en que cuando nos equivocamos somos castigados, juzgados y entonces queda prohibido disentir. Pongamos en el centro lo común para que desmantelar los sistemas de opresión sea un esfuerzo comunitario. Al utilizar nuestros saberes como un arma para señalar al otro nos quedaremos lejos de un cambio colectivo, sobretodo si seguimos normalizando que los espacios académicos se legitimen siempre sobre esta lógica, imaginemos espacios donde dejemos de actuar como policías del otro, procuremos deconstruirnos sin competencia y sin castigos.
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