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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Andre/Pexels
Jesús Gael Martínez Garduño

Jesús Gael Martínez Garduño

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9 Soy un chico que le gusta escribir acerca de lo que ve e imagina, que ama el lugar de donde viene y quiere narrar más cosas de lo que se muestran, que principalmente es violencia. Me gusta la historia, la música, los videojuegos, el cine, la arquitectura, los cuentos, la cochinita pibil y mi novia.

Cuando muere el sol

Número 4 / ENERO - MARZO 2022

Aquellos ojos cafés y aquel instante se detuvieron en el tiempo…

Jesús Gael Martínez Garduño

Jesús Gael Martínez Garduño

Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9

Bajo los cielos grises de la inmortal Ciudad de México, Guillermo salía del trabajo a las seis de la tarde en punto. Caminaba unos cuantos metros hasta llegar a la estación más cercana del metro, esa lata que compactaba a todos los ciudadanos como sardinas, hasta transportarlos a algún gris y cuadrado edificio, donde terminan de matar el día con ocio para olvidarse de la existencia del trabajo por el que sobreviven.

Guillermo era uno más de aquellos peatones que no cruzan miradas, que al verlos por un momento su cara se queda plasmada en la pupila, para segundos después olvidarse entre los cientos de rostros que vemos a diario. Él regresaba solo, como la mayoría de personas que veía en el vagón.

Llegaba a su frío apartamento para ver morir al sol detrás de él y ver a la luna resucitar. Se acostaba deseando que algo al día siguiente pasara. Siempre fue un trabajador honesto, un buen hermano y un buen hijo, pero a pesar de haber seguido al pie de la letra todo lo que le aseguraría éxito, su alma estaba rota, su corazón frío y su cuerpo y mente se inundaban en la oscuridad de las solitarias noches donde las estrellas eran testigos de su agonía.

Un día en un vagón del metro donde él era el único pasajero, entró una pareja.

Era una chica alta, con sudadera y capucha que hacían que su cara estuviera en la oscuridad; Guillermo ni prestó atención a la persona que la acompañaba, porque algo dentro de esa misteriosa mujer sin rostro lo había enganchado.

Entre risas, platicas y abrazos, el metro iba llegando a San Lázaro, y fue ahí donde esa pareja se bajó. Guillermo debía bajar en esa estación también, pero en su obsesión por ver el rostro de aquella mujer, no pudo bajarse y la gente comenzó de nuevo a inundar el vagón.

Pero un pequeño rayo de luz reflejó en la ventana exterior del vagón unos ojos cafés, unos dientes del color de las nubes al ser iluminadas por el sol y unos labios color rubí.

Aquellos ojos cafés y aquel instante se detuvieron en el tiempo, Guillermo trataba de tocarlos para ver si tal belleza existía o si era producto de una fantasía.

A punto de tocar la ventana, dónde se quedaron grabados esos ojos y ese rostro, las puertas del metro se cerraron y entre la multitud que se acomodaba, Guillermo fue empujado, perdiendo ese cuadro de su vista.

Guillermo se bajó en la siguiente estación, se subió lo más pronto que pudo de nuevo a algún vagón, esperanzado de encontrar aquellos ojos.

Se sentó a un lado de la puerta, recargaba su espalda mientras se permitía ver esos últimos rayos del día, cuando al bajar su cabeza por el cansancio y la frustración de no poder encontrar de nuevo ese reflejo, su pupila percibió a su derecha, reflejado en los cristales de la puerta, unos ojos que se asomaban vigilándolo sigilosamente.

Sus miradas se cruzaron de nuevo y al parpadear, la dueña de esos ojos se escondió.

Guillermo no lo creía, un reflejo parpadeó.

Se bajó en San Lázaro, estaba perplejo y llegó lo más rápido que pudo, mientras que aquel reflejo disimuladamente lo seguían entre ventanas y espejos. Guillermo llegó a su apartamento y se echó agua en la cara para confirmar que estaba despierto, cuando levantó su mirada al espejo del baño estaba ella saludándolo.

–Hola, ¿cómo estás?, perdona por asustarte, no se supone que me debías descubrir, pero aquí estamos– Mencionó en un tono alegre, algo temerosa.

–Y sí, soy real –. El reflejo terminó de decir eso y Guillermo inmediatamente le preguntó:

–¿Qué haces aquí?, ¿tienes algún nombre?–

–Me llamo Isabel, bueno así se llamaba la persona de quien soy reflejo, pero bueno llámame Paty–

–¿Por qué me seguiste?– Preguntó Guillermo

– Te he visto antes, tal vez tu no a mí, es normal, es el metro, hay mucha gente, rostros que no importan y la mayoría va distraído, pero todos tienen un brillo en sus ojos, muestran alguna emoción, pero tu no muestras nada, ni una mueca, ni una sonrisa, y la oscuridad de tus ojos te ahoga cuando se te ve bruscamente. – Cuando Paty terminó de decir eso Guillermo se calmó y empezaron a hablar de forma más cómoda y fluida.

–Quería solo saber, ¿por qué estabas así?–. Paty dijo eso y Guillermo le respondió cómo se sentía cada día, y por fin un gesto de alegría se dibujaba en su cara.

Se quedaron hablando toda la noche, él hablaba como si nunca lo hubiera hecho en siglos y ella hablaba, algo que nunca había hecho, en su calidad de reflejo.

La noche se fue y el día llegó, Paty y Guillermo habían llegado a un trato, hablarían cada vez que él llegara del trabajo, cuando muere el sol, ella aceptó y entonces se fue.

Guillermo terminó el trabajo lo más pronto que pudo y cuanto más se acercaba a su apartamento, el mundo se iluminaba.

Llegó y tenía miedo de que Paty no volviera, tal vez no le había agradado, tal vez no existió, tal vez solo fue un sueño raro, todo eso lo sugestionaba, sin embargo, hizo su aparición en el espejo de su cuarto. Hablaron acerca de música, de su hermano, de como era casi siempre su vida y acerca de comidas.

Así pasaban los días, él cada vez llegaba más temprano del trabajo, a veces sin terminarlo y esto hacía que lo acompañaran toneladas de llamadas perdidas de su jefe en su celular; no le importaba, pues había algo que le daba sentido a su vida.

Incluso su vecina notaba algo extraño en él, pues cada día al regresar del trabajo, notaba que hablaba con una desconocida.

– ¿Por qué no renuncias?, digo no te gusta tu trabajo, te estresa y bueno quieres pasar tiempo conmigo–.  Preguntó un día Paty.

– Pero de hacerlo sino no tendré dinero y terminaré en la calle–. Respondió Guillermo.

– Vaya, si es complicado, entonces eres como yo, haces lo que otros te dicen, no lo que quieres, como un reflejo, haces lo que otros quieren que hagas, no lo que tú quieres-.

–Bueno si lo dices así tenemos algo en común–. Respondió sarcásticamente Guillermo.

– Pues sí, pero yo estoy entre estas cuatro paredes, en una copia, tú estás en el mundo real, puedes hacer lo que quieras–. Dijo con entusiasmo Paty.

Esa noche Guillermo se acostaba y en su mente llegaba al hartazgo la idea de ser el reflejo de más personas, quería escapar del espejo.

Al día siguiente, por fin renunció.

Regresó a su apartamento en la mañana y preparó la comida favorita de Paty, puso la mesa en medio del apartamento, puso velas, y acercó el espejo a la silla frente a él.

– ¿Qué se celebra hoy? –. Preguntó riendo Paty.

– Se celebra que soy libre, se celebra que ya no hay trabajo, ya no hay más soledad y que hace algunos meses, tu y yo nos conocimos–. Respondió con alegría Guillermo.

–Somos al fin libres, dos reflejos que rompieron el espejo–. Dijo Paty.

Cenaron, rieron, festejaron, cantaron y gritaron hasta no poder más.

En esa cita tan extraña y liberadora, Guillermo tomó el espejo abrazándolo y se acostaron en la cama, mirando las estrellas y las luces de la ciudad, mientras ambos tocaban las yemas de sus dedos en el espejo, veían el brillo de sus ojos, y acercaba sus labios. Esa barrera que los separaba se rompía con la imaginación y daba una sensación que se sentía real y ambos durmieron iluminados por las estrellas.

A la mañana siguiente, su hermano estaba frente a él, lo encontró junto al espejo y le dijo que tenían que hablar.

Le contó que estaba echando toda su vida a la basura, que no tenía trabajo, que ni siquiera hablaba con nadie más, y le contó que la vecina lo había visto hablando con un espejo.

Guillermo sabía que nadie le creería, pero intentó convencer a su hermano, le contó acerca de Paty y justo cuando le iba a decir que apareciera, su hermano rompió el espejo y le dijo:

–Tu vida era perfecta, ¿Por qué terminaste así?–

Guillermo estaba enojado, su hermano no sabía nada de su vida anterior, ni de su nueva felicidad.

Aceptó que lo encerraran en un psiquiatra, más por miedo a su hermano que porque quisiera, volvió a ser un reflejo a sus órdenes.

Su cuarto tenía una orden específica, ventanas que no reflejaran y sin espejos, por que decían que eso le afectaba.

Veía de a ratos a Paty, reflejada en el agua, pero aún así se desvanecía su voz conforme el agua se le caía de sus manos.

Guillermo estaba roto de nuevo, pero también demostraría que Paty era real, al siguiente día su hermano llegará de visita y era una oportunidad de convencerlo.

Cuando entró su hermano, hablaron. Con el tiempo, alguien le llamó y él contestó, entonces, Guillermo rápidamente le quitó su celular, colgó la llamada y corrió lejos de él para mostrar la pantalla de su teléfono en la que se podía reflejar Paty.

–¿La ves?– Preguntó Guillermo.

Entonces su hermano respondió….

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