Facultad de Filosofía y Letras
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Todo se acaba en un momento,
se hace disolver entre las mareas de difuminadas olas
que los recuerdos tratan
de mantener bajo su control.
Todo muere cuando las palabras,
que se pronunciaron por veintiún años sin parar,
caen para fertilizar una tierra negra, tierra panteonera,
de la cual no hay fruto final.
Y ahora son como luces cayendo:
tus últimas sentencias,
tus múltiples decepciones, mis fulminantes caídas, nuestras viejas canciones.
Son como luces cayendo:
las viejas heridas abiertas,
lo que nunca dijimos,
esos talones llenos de manchas, los golpes y los reclamos.
Hoy que la luz se apagó,
tenue para no regresar,
las luces cayendo me dicen
que un día volverán a subir el telón.
Uno recibirá un último aplauso,
el otro esperará una inútil ovación.
Son como luces viejas cayendo:
tus añoranzas sin fe sobre el polvo,
el viejo oficio empolvado en regaños, las fuertes láminas tambaleantes
de un hogar violento, definido.
Aunque quise llevarme tabique a tabique
el hogar que un día conocí,
una bola demoledora rompió la estatua que guardé,
que inconsciente descuidé.
Una tormenta la llenó de negrura y sal mientras yo me escondí,
a esperar que pasara el huracán.
Al salir, las viejas luces cayendo
me mostraron la varilla de esa estatua,
mal formada, incorregible, insoportable.
Una estatua que cargué en mis hombros siendo pequeño, insufrible, temeroso.
Me di cuenta que aquel tabique que necio rescaté,
era arena de un reloj
que no quería voltear para correr, no por ignorante sin fin,
solo por perseguir sueños para ti.
Aunque las nubes no me dejaban verla bien, pude divisar un horizonte,
como luces cayendo,
que creí no poder alcanzar.
Hoy se cayeron los velos que la muerte a petición mía tiró.
Y tu estatua, padre mío,
ya no ocupa mi campo visual.
Puedo seguir el camino detrás del sol, volver a bailar a la luz de la luna,
sentir que amo y no debo,
conocer y permitirme errar.
Así, padre, como luces cayendo
se levanta mi independencia de ti.
Me quito los grilletes para poder seguir, me quito la marca del no saber amar
y sello una nueva vida con nuestra semilla dañada, descuidada, odiada.
Así, el día que te permitas ver
al horizonte como luces cayendo, mi barca estará en regreso
para poder escuchar una vez más
las palabras de un amanecer nuevo.
Ya no serás estatua de hierro,
ni de varilla con cemento.
Mientras tanto el olvido, la distancia,
y el mal comprendido tiempo,
nos alejan para siempre.
A mí de ti, a tu familia y a la mía, para sanar.
Mientras en mi barca con mi hijo,
veo un horizonte
de un sol de vivos rayos
que parecieran como luces cayendo.
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