Edit Content
Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creativdad.
José María Emiliano Varela López | Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Vallejo
Picture of José María Emiliano Varela López

José María Emiliano Varela López

Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Vallejo

Soy un aficionado de la cultura popular y de la escritura. Tengo mucho que aprender.

Bellas Artes

Número 7 / OCTUBRE - DICIEMBRE 2022

Mi miedo más profundo ha venido a castigarme a la tierra

Picture of José María Emiliano Varela López

José María Emiliano Varela López

Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Vallejo

The yellow jester does not play

But gently pulls the strings

And smiles as the puppets dance

In the court of the crimson king

Peter Sinfield 

Desciendo las escaleras ubicadas de mi lado izquierdo que permiten adentrarme a aquel mundo subterráneo. Al final de los escalones, entre el bullicio de la ciudad, aún es perceptible la melancólica melodía que solo los organilleros pueden tocar.  Con cierto temor por hallar que el metro haya abandonado la estación en el preciso momento en el que bajo en su totalidad los peldaños, apresuro mis pasos hasta llegar al andén. Tomo mi habitual lugar en la plataforma el cual me permitirá entrar en la cuarta puerta del sexto vagón.

Desde mi lugar, observo cómo una luz blanca emerge de entre la oscuridad del túnel. El metro ha llegado a la estación. Como si se tratara de un gusano que abandona la seguridad que encuentra en la oscuridad y los variados atajos que le proporcionan un complejo sistema de túneles para exponerse brevemente a la vista de cualquiera y volver a internarse en la oscuridad lo más pronto posible.

El metro anuncia su llegada con el sonido inconfundible de los frenos que resuena a lo largo de la estación. La primera puerta del vagón se abre. Entro y parece que nadie se percata de mi presencia.

He hecho este recorrido de principio a fin. Una y otra vez. Recuerdo el resto. Tomo mi acostumbrado asiento, pues siempre subo en una hora donde no hay gran afluencia. Por lo tanto, puedo escoger el asiento que quiera. El metro parece totalmente vacío. En el vagón hay once pasajeros.

Mientras el metro acelera y se interna nuevamente en la oscuridad del túnel, fijo mi vista en las paredes. Veo los tubos que recorren y se insertan en las paredes. A causa de la velocidad inicial con la que viaja, parece que las linternas anaranjadas que iluminan el camino en medio de la penumbra se funden brevemente en una sola estela rectilínea. Pero de manera repentina, el metro se detiene. Las luces se apagan por una fracción de segundo, pero regresan con la misma velocidad con la que se fueron. Una lámpara que ahora emite luz de manera intermitente queda como testigo de aquella falla eléctrica. El metro vuelve a cobrar impulso.

Mientras el metro avanza de manera gradual, empiezo a cuestionarme cuantas historias han tenido lugar en este vagón o cualquier otro de la ciudad. Despedidas, parejas que se encuentran por vez primera, personas con las que solamente se conversará una vez en la vida, peleas, reencuentros, asaltos, personas que no sabían que aquel sería su último viaje… He escuchado demasiadas historias: sangre que cae en las paredes, niños que son rentados a los limosneros, el Vampiro de Barranca del Muerto, la rata gigante de línea 3, Rosarito, la tamalera de Indios Verdes y gente que entra, pero nunca sale del transporte. Hay algunas otras historias que resultan cómicas. Pero las que vienen a mi mente resultan falsas en su mayoría, pero hay un grupo reducido de historias tan inverosímiles, atemorizantes y aterradoras que tienen el privilegio de hacernos suplicar por que no sean verdad. Más en un capricho de la vida y la casualidad resultan ser reales.

Repentinamente, el metro vuelve a frenar. Por segundos, el sonido del metal chirriante y el inconfundible llanto de un bebé se funden en uno solo y me sacan de mis pensamientos. Alzo la mirada y me percato que las puertas que sirven como paso entre el sexto y el quinto vagón están abiertas. Mi atención se centra en el bebé del quinto vagón que parece estar totalmente solo. Decido avanzar para acudir a ver que puedo hacer por él.

Mientras avanzo, y mi vista sigue fija en él, un pensamiento de negación me invade. No puedo asimilar que alguien lo haya dejado solo. Me agacho y con delicadeza lo tomo entre mis brazos. El pequeño empieza a llorar. Su llanto resuena en el solitario vagón. Tomo asiento para poder tomar correctamente al niño entre mis brazos. Mi plan es simple: bajar en Salto del Agua, entregar al infante a cualquier policía y explicarle las circunstancias en las que lo encontré. Pero el metro se detiene a mitad del túnel. Esta vez las luces no se apagan.

Después de meditar la situación por un par de minutos, mi plan evoluciona a hablar con el conductor. Solo hay cuatro vagones de distancia. Me levanto y me encamino hacia el cuarto vagón.

En el cuarto vagón, la piel del niño se tornó roja después de tanto llorar. Había pasado de ser un llanto ocasionado por la necesidad de atención propia de un bebé a un llanto colérico y lleno de desesperación. Sus piernas me pateaban constantemente y movía las manos enérgicamente. Su llanto resonaba aún más fuerte en todo el lugar. Abro la puerta que conecta al cuarto furgón con el tercero.

Mientras caminaba por la cuarta vagoneta , en un intento ridículo de mi parte por apaciguar el llanto del bebé, trato de hacer gestos que creo que un bebé puede comprender. Le hago gestos para que guarde silencio. Para tratar de calmarlo, le doy unas cuantas palmaditas en la espalda. Vuelvo a tomar asiento, pues a causa del paso del infante, mis brazos comienzan a cansarse. Pareciera que el niño empezó a pesar más de un momento a otro. Sigo dándole palmaditas en la espalda, pero mis esfuerzos son en vano. El niño no se calla. Vuelvo a levantarme para seguir con mi recorrido y así avanzar al segundo vagón.

Al entrar al segundo vagón, recuerdo que aquellos vagones son exclusivos para las mujeres, pero al no haber nadie presente o quién siquiera le importe que yo esté ahí, sigo mi camino. El llanto ha comenzado a desesperarme. Ya he tratado de calmar o verificar cualquier molestia que pueda irritar a un bebé de aquella manera. Supongo que solo puede ser apaciguado por los cariños y atenciones de sus propios padres. Por primera vez en todo el recorrido, la temperatura parece descender. El primer vagón parece tan cercano…

Al fin he llegado al primer vagón. Ya no me importa si la temperatura desciende, si el bebé sigue llorando o si parece que es cada vez más pesado. Al fin llegaría donde el conductor reside. Empiezo a caminar más rápido. Mi corazón se acelera a causa de la emoción de encontrar una persona con la cual pueda compartir la responsabilidad de cuidar al infante. Sin dudar ni un segundo, abro la puerta que da acceso a la cabina.

Mi corazón parece detenerse por un segundo. No hay nadie en la cabina. El peso del bebé vuelve a cansarme. Coloco mi chamarra en el suelo y encima pongo al niño. El infante sigue llorando. Volteo al lado contrario y mi mirada se centra en el tablero de control. Por un momento mi mirada y mi pensamiento quedan absortos en la oscuridad del túnel que devora cualquier rayo de luz. Un silencio se apropia de la cabina, el pequeño ha parado de llorar, pero es seguido de manera inmediata por unos sonidos extraños que captan mi atención de manera inmediata. Al principio creo que los sonidos pueden provenir de cualquier parte del túnel, pero me doy cuenta de que vienen detrás de mí. Al girar mi cabeza, veo algo que me horroriza: el bebé se puso morado. Mi instinto es tratar de revisarlo para comprobar que se pudo haber metido en la boca, pero el bebé empieza a moverse de manera violenta y esporádica. Su piel empieza a estirarse de manera violenta para adoptar una apariencia amorfa, por segundos parece que se detiene para luego seguir de manera violenta. Su rostro adopta facciones irreconocibles. Aquella visión es acompañada de sonidos ensordecedores y grotescos que me paralizan totalmente. La criatura se yergue. Deduzco que la piel estirándose de manera tan violenta es en realidad su cuerpo tratando de adaptarse al nuevo tamaño de sus huesos. El horror absoluto carcome mi mente. Aquella criatura termina de adoptar una forma. Mi miedo más profundo ha venido a castigarme a la tierra. La bestia posa su mano en mi hombro y pronuncia una solo frase:

–Todos tus amigos te esperan allí. ¿Acaso no quieres verlos?

Mi inesperado viaje hacia la corte del Rey Carmesí había concluido.

Más sobre Ventana Interior

Ordenar mi Cuarto

Ordenar mi Cuarto

Por Ilse González Morales
Dentro del desorden, siempre hay un orden

Leer
Tiempos fríos

Tiempos fríos

Por Ricardo Torres Orozco
En espera del taciturno respiro

Leer
El eterno sufrimiento de una mente con recuerdos

El eterno sufrimiento de una mente con recuerdos

Por Mel Saldívar
Una vez más el amor… o lo más cercano a ello…

Leer
Resplandor de pupilas ligeras

Resplandor de pupilas ligeras

Por Nahui Pantoja
…algún día germinarán las semillas que sembraste en mi, lo veo en tus ojos

Leer
Vestido amarillo con cuello blanco

Vestido amarillo con cuello blanco

Por Víctor Rodrigo Muñoz Ocampo
Tantas historias de amor que terminan con una tragedia…

Leer
“Utilizar el arte para visibilizar la lengua”: Josué Maychi

“Utilizar el arte para visibilizar la lengua”: Josué Maychi

Por Ethan Balanzar
¿Cuál es el futuro de las lenguas indígenas en el cine?

Leer

Deja tus comentarios sobre el artículo

Bellas Artes

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

14 + twenty =