En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
Camila Moncayo / Escuela Nacional Preparatoria Plantel 9
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Vania Loreta Espejel Olvera

Escuela Nacional de Ciencias de la Tierra (ENCiT)

La pequeña premonición del desastre total

Número 8 / ENERO - MARZO 2023

Sigo preguntándome si la consciencia colectiva reaccionará antes del tan cercano punto de no retorno

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Vania Loreta Espejel Olvera

Escuela Nacional de Ciencias de la Tierra (ENCiT)

En pleno año 2022, hay personas que siguen creyendo que el cambio climático es mentira, que la sobrepoblación no existe o que si los recursos realmente estuvieran agotándose no se vería tanta variedad de alimentos en los mercados. Al parecer vivir en el engaño es un privilegio de países desarrollados o gente de buena posición, aunque en realidad esas ideas se llegan a extender para cualquiera. Decidimos vivir en esa ignorancia. Aquí es donde pienso en mi profesión, la geología, que para muchos tiene menos valor que la medicina, por ejemplo. ¿Será cosa de salvar o no vidas ? En realidad es la función de ambas profesiones, o intentar al menos, salvar vidas.

En la preparatoria mi maestra de geografía nos habló de los primeros globos meteorológicos que desde los años 60 registraban aumentos de temperaturas y dióxido de carbono en la atmósfera; durante mis clases de biología entendí la escasez de agua en zonas superpobladas y marginadas, al igual que la muerte de ganado por contaminación de detergentes en los ríos, o la cosecha de lechugas con aguas negras provenientes de la ciudad. Hablamos también de recursos tan explotados que llevaron a olvidar tanto las energías sustentables (que pueden generarse antes de terminar de consumirse) como las energías sostenibles (se refiere al uso de recursos que no afectará a generaciones futuras); realmente día a día se viven situaciones donde nuestra sostenibilidad parece un mal chiste.

Terminar con los recursos disponibles para todo un año en los primeros cuatro o tres meses del mismo no es alentador. Los aumentos de las temperaturas, las subsidencias en ciudades importantes, pérdidas de casquetes polares, la mancha urbana cada vez más en contacto con la naturaleza, la acidificación de los mares, son evidencias notorias de la catástrofe, y aún así a nuestro alrededor las potencias económicas y políticas niegan la existencia de este hecho, que aunque naturalmente debe ocurrir, la forma y rapidez con que ocurre no es normal. Por otro lado, pensar que abandonar nuestro planeta es una opción (como se ha comenzado a decir) es descabellado.

He notado mucho la falta de conocimiento que hay sobre este campo problemático. Cuando las personas me preguntan qué estudio, suele ocurrir que la respuesta “Ciencias de la tierra” entra por sus oídos, dibuja extrañeza en su rostro, y de vuelta obtengo un “¿Qué es eso?”. Sus ideas al respecto es que me interesa salvar especies en peligro de extinción y le relacionan más con acciones altruistas que con una carrera en sí.

Quiero salvar especies pero no sólo por creer que merecen ser salvadas sino también porque entiendo la importancia de todo un ecosistema para nuestra vida; si rompemos con cadenas tróficas o comenzamos a consumir especies enfermas, ¿qué pasará con las frutas y verduras?, ¿cuánto alimento es dejado atrás para estas especies herbívoras?, y, ¿ cuándo no tengan que comer y mueran qué pasará? Tengo toda una lista donde se acumulan pequeñas premoniciones conjuntas acercándonos al desenlace fatídico y poco, muy poco tentador.

Me gustaría que comencemos a entender la gran importancia de esto. Si la comunidad de esta revista tiene oportunidades de estudiar, conocer y entender todo lo que implican estas cuestiones, ¿cuánta población joven sigue viviendo con ideas erróneas del tema en que se ven ajeno a los daños del planeta? Culpar a alguien sería sencillo: al tipo de gobierno con ideales que se inclinan más a crear refinadoras para un combustible no renovable y contaminante, a la crianza desde casa (que lleva tradiciones insanas como hacer arrancones clandestinos o arrojar basura por la carretera), a influencers en Instagram que llenan sus closets de fast fashion o el repelús de las personas por comprar ropa usada, a querer cambiar de celulares cada tres años, a la obsolescencia programada de cualquier gran empresa de aparatos eléctricos, etcétera. Podemos culpar a casi cualquier cosa.

Años y años de generaciones llevamos arrastrando estos problemas, eso es un hecho, pero también creo que hubo personas en el pasado que no obtuvieron reconocimiento cuando quisieron prevenir de estos problemas. Nadie recuerda a un ingeniero de los noventa que creó un carro hidráulico y desapareció; o como en los años treinta del siglo pasado había transportes eléctricos, mismos que fueron olvidados con la llegada de la gasolina. Y así vamos arrastrando este juego de jalar la cuerda donde siempre ganan intereses personales, monetarios o políticos.

El cambio aún no se ha terminado porque no solo nos han heredado este gran desastre, sino que también se nos sigue inculcando estilos de vida donde no podemos buscar una solución unidxs. A mí incluso me bromean diciéndome que si estudio Ciencias ambientales debo cuidar mi espalda, por ejemplo. Aún nos queda mucho por entender: un gran edificio de metal no se vuelve alimento, las albercas privadas no tienen agua potables, los billetes en la cartera no se van a convertir en aire puro. ¿Por qué seguimos buscando las soluciones en laboratorios en vez de arreglar el desastre que nosotrxs mismxs creamos?

Yo sigo preguntándome si la consciencia colectiva reaccionará antes del tan cercano punto de no retorno. Debemos entender que el planeta seguirá existiendo sin nuestra especie, pero nosotrxs no sobreviviremos a los cambios que está sufriendo.

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