En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
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El alma de la rosa, 1908, John William Waterhouse
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Blanca Amely Martínez Godina

Facultad de Ciencias

Soy Amely, estudiante de Actuaría en la Facultad de Ciencias. Como mujer y además en el campo de la ciencia, me gustaría abordar y desarrollar ideas desde esta perspectiva. Actualmente disfruto mucho escuchar podcasts sobre educación sexual o temas relacionados con mujeres y el movimiento feminista.

Influencias del Romanticismo en nuestra experiencia del amor

Número 17 / ABRIL - JUNIO 2025

¿Acaso seguimos atrapados en una búsqueda idealizada del amor?

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Blanca Amely Martínez Godina

Facultad de Ciencias

El Romanticismo es un movimiento artístico que surgió hace siglos y cambió la manera en que nos relacionamos con el amor, haciéndolo más apasionado, intenso y sí, muchas veces contradictorio. Antes, el amor tenía un aire más racional y estructurado, algo así como un contrato con sus términos y condiciones claros. Pero el Romanticismo llegó a decir que el amor es todo lo contrario, es una emoción desbordante, una búsqueda eterna de algo que no podemos alcanzar.

Los románticos veían el amor como una experiencia sublime, esencial y multifacética. ¿Qué significa esto? Básicamente, que el amor era algo tan fuerte que podía llevarte más allá de la realidad, más allá de lo terrenal, como si tocases lo divino. Para ellos, el amor no era sólo amar a una persona, era amar una idea, una especie de perfección que buscaban con desesperación. ¿Te suena? Es como esa idea que a veces tenemos de que la persona que amamos es perfecta, aunque en el fondo sabemos que nadie lo es.

Lo interesante es que para los románticos, amar no era solo un sentimiento bonito, ¡era un acto de rebelión! Era desafiar lo que la sociedad, la religión o la moral de la época decían que debía ser. Para ellos, el amor era libertad, era hacer lo que sentías, sin importar las reglas, en este sentido, se convertía en un grito de independencia frente a un mundo cada vez más racional y reglamentado. El problema es que cuando tratas de alcanzar lo infinito (porque eso querían ellos), te topas con la frustración, puesto que por definición, es inalcanzable. Amar era una forma de intentar entender lo eterno, algo que nunca alcanzamos del todo.

Un punto clave es que los románticos no sólo veían el amor como algo hacia otra persona, sino también como un reflejo de uno mismo. En este contexto, el amor no es sólo una conexión con el otro, sino también un medio de autodescubrimiento, una forma de reflejar nuestras aspiraciones y limitaciones más profundas. Nos miramos en el otro como en un espejo y nos encontramos con partes de nosotros que, de otra manera, quedarían ocultas. Ahí está la verdadera revolución del Romanticismo.

Algunos expertos como Henri Peyre, quien en su ensayo ¿Qué es verdaderamente el Romanticismo? desentraña las características esenciales de dicho movimiento, sostiene que el Romanticismo no es sólo una exaltación de la emoción, sino una manifestación más profunda del espíritu humano.

Peyre introduce el concepto de “romanticismo eterno”, refiriéndose a una inclinación natural del espíritu humano hacia ciertos valores y emociones que han existido mucho antes de que el Romanticismo histórico se consolidase como un movimiento.

En la Antigüedad se encuentran trazas del romanticismo eterno en figuras como Sófocles y Platón, ellos exploraron temas trascendentales como la belleza ideal y el conflicto entre el individuo y el destino. Sófocles, a través de sus tragedias, mostró la lucha del ser humano frente a fuerzas superiores, mientras que Platón, con su Teoría de las Ideas planteó la búsqueda de una verdad superior y eterna. Durante la Edad Media la poesía trovadoresca y las canciones de gesta exaltaban la pasión amorosa y la espiritualidad; y en el Renacimiento obras como Hamlet de Shakespeare muestran introspección y melancolía, rasgos característicamente románticos.

El romanticismo eterno es una manifestación recurrente del espíritu humano, presente en todos aquellos que han buscado lo absoluto, pero puede resultar demasiado amplia y vaga. Si cualquier obra que explore la emoción o lo sublime puede clasificarse como romántica, ¿qué diferencia al Romanticismo de otros movimientos artísticos? Peyre escribe que “es una actitud del espíritu humano que renace periódicamente, como una protesta contra los excesos de la razón y la lógica”.

En contraste, también analiza el “romanticismo histórico” como un movimiento específico que surgió a finales del siglo XVIII y principios del XIX, ese que realmente cambió las reglas del juego. Argumenta que el Romanticismo histórico es una manifestación cultural de una época que buscó restaurar el papel de la emoción, la subjetividad y la imaginación en un mundo que se estaba volviendo cada vez más racionalista e industrializado. Y los románticos dijeron no, el corazón también importa, y mucho. Advierte que no debemos confundir ambos conceptos: el primero es una constante del espíritu humano, mientras que el segundo tiene un marco cultural e histórico definido.

 

Pero, en primer lugar, ¿de donde surge el término romance? 

El término romance o del francés “roman” se originó en obras en verso de la literatura francesa que llevaban el título de “roman”, pero con el tiempo, en la literatura medieval eran las historias de caballería. Estos relatos se consideraban “románticos” en el sentido de irreales o fantásticos, en contraste con la sobriedad de los textos históricos o filosóficos. En esta etapa, el término tenía un matiz peyorativo, ya que decir que algo era “romántico” implicaba que era exagerado, irreal o incluso absurdo.

En el siglo XVII, el término tenía connotaciones relacionadas con la novela caballeresca y lo fantástico. En esta época, “romántico” se vinculaba con lo pintoresco, lo exótico y lo imaginativo, pero iba muriendo lo caballeresco. Hacia el siglo XVIII, el término comenzó a adquirir nuevos significados. Ya no se refería sólo a lo fantástico o lo pintoresco, sino que empezó a connotar emociones intensas, subjetividad y una conexión más profunda con la naturaleza. En ambos contextos, el término conservó su conexión con lo imaginativo, lo subjetivo y lo emocional: “El Romanticismo literario no es sino la culminación de un proceso largo en el que lo romántico dejó de ser un adjetivo de lo pintoresco para convertirse en el signo de un movimiento espiritual”, según Peyre.

 

El estilo y la crítica de Peyre hacia los románticos franceses

Peyre observa que los románticos franceses, como Victor Hugo y Lamartine, priorizaron la elocuencia en su escritura. Para ellos, la fuerza del lenguaje y la habilidad para conmover al lector eran fundamentales. Sin embargo, también critica que esta elocuencia a menudo derivaba en un exceso de retórica que saturaba el texto: “La elocuencia era para los románticos franceses tanto un arma literaria como un fin en sí misma, pero al entregarse a ella con demasiada devoción, muchos de ellos cayeron en el artificio”.

Otro pilar del Romanticismo francés fue la imaginación, entendida como la capacidad de trascender la realidad inmediata y explorar lo sublime, lo fantástico y lo espiritual. Esta cualidad definió la innovación de los románticos, pero también advierte que, en algunos casos, se excedieron en su búsqueda de lo grandioso.

Aunque su estilo elocuente era impresionante, a menudo sacrificaban la autenticidad emocional y la simplicidad en favor de una búsqueda de lo grandilocuente: “En su afán por impactar al lector, los románticos franceses se entregaron a una retórica que, aunque a veces sublime, podía resultar vacía”.

Tras explorar la idea del Romanticismo desde una perspectiva más amplia, Peyre se detiene a analizar de forma más concreta la evolución del concepto “romántico”, desde su origen en la literatura caballeresca hasta su consolidación como un movimiento literario en el siglo XIX.  En su obra, identifica aspectos destacados del estilo de los románticos franceses, pero también señala sus limitaciones. Observa que autores como Victor Hugo y Lamartine priorizaron la elocuencia en su escritura, con el objetivo de conmover al lector. Sin embargo, Peyre critica que esta elocuencia a menudo derivaba en un exceso de retórica que satura y supera la autenticidad emocional del texto.

No se limita a describir el Romanticismo, busca reivindicarlo como una parte esencial del espíritu humano. Su análisis combina rigor académico con una profunda admiración por la riqueza del movimiento.

Al final del día, todo este análisis nos lleva de nuevo a la pregunta más importante: ¿qué es, en realidad, el verdadero amor? ¿Será que buscamos lo que no existe? ¿Somos culpables de que aquello que amamos no exista? A menudo, se ama más la imagen idealizada que uno crea en su mente que el objeto real al que dirigimos ese amor. Pero también nos deja con la duda: ¿acaso el amor no es más que una quimera, una mentira o una aspiración que nos define como humanos? ¿Y cómo influye todo lo que consumimos culturalmente –música, películas, redes sociales– en la manera en que percibimos el amor hoy? ¿Acaso seguimos atrapados en la misma búsqueda idealizada, moldeada por siglos de cultura romántica?

Al igual que el Romanticismo, que nace de la tensión entre el ideal y lo real, el amor también se mueve en esa zona gris entre la aspiración y la imposibilidad. La búsqueda de lo absoluto, sea en el arte o en el corazón humano, siempre estará marcada por un deseo que trasciende los límites de la experiencia, pero que al mismo tiempo refleja nuestra esencia más auténtica. Al final, tal vez no sea tanto el alcanzar el ideal, sino la búsqueda en sí misma lo que nos define.

El amor debería poder expresarse libremente, pero, lamentablemente, tanto el pensamiento como los sentimientos dependen de las palabras. A lo largo de la historia, incluso los sentimientos más profundos —la conexión con la naturaleza, el amor, la muerte o el impulso hacia lo oscuro— han existido en los corazones de las personas, pero a menudo no se les ha permitido ser compartidos por falta de un lenguaje adecuado o la libertad cultural para hacerlo. Paradójicamente, a veces lo que permanece en silencio revela más de nuestra alma que aquello que expresamos con fuerza excesiva.

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