Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Pedro Figueras
Picture of Vania Loreta Espejel Olvera

Vania Loreta Espejel Olvera

Escuela Nacional de Ciencias de la Tierra (ENCiT)

Inquilino

Número 7 / OCTUBRE - DICIEMBRE 2022

Las maldiciones que nos hereda la familia

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Vania Loreta Espejel Olvera

Escuela Nacional de Ciencias de la Tierra (ENCiT)

Los Fuentes eran una hermosa familia, dos hijos, un bebé en camino, el esposo dedicado y la esposa amorosa, la perfecta familia feliz, tratando de ser buenos padres y dar un buen ejemplo a sus hijos sobre compartir las bendiciones de la familia. Cada año recibían algún joven estudiante de intercambio, venían de todos los estados de la República, países e incluso continentes, y ese año no sería la excepción.

El nuevo estudiante se llamaba Raúl ¿Su apellido? No lo recordaban, era demasiado difícil pronunciarlo y tan acostumbrados estaban a ello que no le tomaron mucha importancia, tantos nombres extraños no eran una novedad para ellos. A modo de celebración por la llegada de su nuevo inquilino la señora Fuentes horneó un pastel con ayuda de sus hijos: Manuel e Isaías mientras que el señor Fuentes compró un helado de camino a casa para acompañar el delicioso postre de su esposa. Fue un día alegre, había un ambiente cálido en la casa.

Una linda casa de tres habitaciones, dos pisos, lindas escaleras y un bonito jardín, lleno de pequeñas flores y un lindo pirul de dónde colgaba el columpio sus hijos. Raúl era un chico muy callado, pero daba un aire de confianza, sonreía levemente sin mostrar los dientes y sus expresivos ojos demostraban su felicidad por su amena bienvenida. Los días pasaban, al principio Manuel e Isaías adoraban jugar con él, a veces era el general al mando de dos valientes soldados, otras un monstruo del que debían huir, pero con el tiempo comenzó a volverse un fantasma lleno de ojeras, mirada traslúcida y su sonrisa iba borrándose de su rostro, se volvió difusa, como su pasado, su origen o sus padres.

Habían sido felices durante uno o dos meses, y cuando más cerca se encontraban los nueve meses, las cosas extrañas iban empeorando, Isaías se quejaba del comportamiento de su hermano quien aparecía todas las noches a los pies de la cama con una mirada penetrante y fija en él que no lo dejaba dormir, en especial por su sonrisa pícara, más bien tétrica. Manuel sentía dolores intensos en sus piernas, había caído de las escaleras tantas veces que sus rodillas y muslos estaban cubiertos de moretones, pero su cuerpo morado e inflamado no le impidió perturbar cada una de las noches a su hermano.

Raúl nunca dijo mucho, hablaba de sus terrores nocturnos casi en susurros, una presencia oculta entre las ramas secas que chocaban contra su ventana parecía tocar los delgados vidrios como si pidieran permiso para entrar, había ruidos, muchos ruidos, aquella cosa observándolo le provocaba insomnio. El matrimonio tenía problemas, sentían odio, sus pesadillas eran de engaños y pérdidas, el olor era a mal augurio, parecía que sus bendiciones se tambalean bajo su casa.

Casi al borde del desastre el calendario que colgaba de la cocina marcó los nueve meses, su tan adorado hijo nacería al fin, nació un martes al mediodía -¡Es un niño, es un niño! – gritó la enfermera. Varías horas de sueño después ambos fueron a observar al recién nacido a los cuneros. Dentro de aquella habitación entre uniformes blancos estaba su pequeña criatura, sus ojos los observaba con una mirada que ellos conocían, atentamente sus pupilas dilatadas les recordaban a él.

Era hora de volver a casa, las cosas debían mejorar. Ya en la entrada una entusiasmada madre comenzó a gritar -Manuel, Isaías! Regresamos- la nula respuesta y el silencio les preocupó. Revisaron en la sala, su dormitorio y la cocina hasta encontrarlos mudos, hechos bolita al fondo de su closet, parecían haber perdido la voz, estaban tan perdidos como sus miradas ¿Y Raúl? Bueno su cuerpo yacía colgando del árbol del jardín, su rostro pálido parecía haber sido chupado por un demonio, sus labios resecos y entreabiertos guardaban aún el recuerdo de su alma perdida, todo su cuerpo ya escuálido quería ser arrastrado por el viento junto con su cabello.

La familia lloraba aterrorizada en la sala después de ver esa escena tan impactante, todos excepto el bebé quién río hasta quedarse dormido observando aquel ahorcado.

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