Facultad de Estudios Superiores (FES) Acatlán
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Imagina un mundo donde la sociedad ha retrocedido siglos en términos de derechos y libertad para las mujeres. La serie El cuento de la criada nos presenta una sociedad autoritaria donde las mujeres han perdido su derecho a votar, trabajar, estudiar y sobre sus cuerpos. La libertad ha sido reemplazada por un sistema opresivo que las separa en roles estrictos: esposas, criadas, tías y ancianas. El régimen patriarcal que domina ha borrado los avances en igualdad de género, reduciendo a las mujeres a herramientas reproductivas. Pero, ¿qué tan lejos está esto de la realidad?
Con el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos se prevé un retroceso en los derechos sexuales y reproductivos, así como en la autonomía de las mujeres. Se anticipa una limitación en el acceso a métodos anticonceptivos y la reversión de varias políticas que han favorecido la igualdad de género. Además, se espera que los derechos de la comunidad LGBTTTIQ+ también enfrenten restricciones bajo su liderazgo.
Pero esto no sólo pasa en Estados Unidos. En países como Afganistán, Polonia, Irak e Irán, las mujeres enfrentan severas restricciones en el acceso al aborto, la educación y su participación política. Estos ejemplos muestran cómo en todo el mundo a las mujeres se nos siguen negando derechos básicos. Si bien no vivimos en una sociedad como la de la serie, sí hay un control sobre los cuerpos de las mujeres, como lo muestra la ficción escrita por la poeta, novelista, profesora y activista Margaret Atwood y publicada en 1985.
Deben cumplir con su deber biológico
En la serie, Gilead es una sociedad construida sobre el despojo gradual de los derechos de las mujeres, justificando su opresión bajo el pretexto de “cumplir con su deber biológico”. Las mujeres pierden el control de sus cuerpos y su valor queda limitado a su capacidad reproductiva. La maternidad se convierte en una obligación.
Como ocurre en nuestras sociedades, este proceso en Gilead no ocurre de un día para otro. Primero, las mujeres pierden derechos fundamentales como votar, trabajar y tomar decisiones sobre sus propias vidas. Luego, son clasificadas en roles que eliminan su libertad: las criadas son forzadas a procrear mediante rituales humillantes; las esposas, confinadas al hogar sin autonomía; las tías perpetúan el sistema, y las ancianas son marginadas al perder su capacidad reproductiva. Cada rol refleja la deshumanización sistemática, reduciendo a las mujeres a funciones biológicas bajo un control total, donde cualquier resistencia es castigada.
Pero lo más grave es que, en realidad, ese control no es exclusivo de la ficción. Las restricciones al aborto y a los anticonceptivos en varios países muestran cómo las mujeres siguen siendo relegadas a un rol reproductivo. Mensajes como los que ha proferido el comentarista político estadounidense Nick Fuentes exponen la misoginia latente: “tu cuerpo, mi elección”. En otro momento, el joven ultraconservador señaló: “las mantendremos debajo por siempre. Ustedes nunca controlarán sus propios cuerpos. Nunca pasará, cariño”.
Estas políticas y discursos antiderechos perpetúan la creencia de que las mujeres deben ser limitadas a su función biológica, ignorando su autonomía y decisiones. Otro ejemplo: en junio de 2022, la Corte Suprema de Estados Unidos anuló el caso Roe v. Wade, con lo que eliminó el derecho a abortar en el estado de Mississipi. Ésta y otras restricciones en diferentes países refuerzan esta ideología opresiva, similar a la que viven las criadas en esta obra, donde las mujeres son reducidas a un único propósito: parir.
Plan divino
En El cuento de la criada la religión es una herramienta de control social. La ideología religiosa se entrelaza con el poder político, dictando los valores y reglas de la sociedad. Así, las mujeres son forzadas a aceptar su rol subordinado, bajo la premisa de que su función biológica y su sujeción a los hombres forman parte de un plan divino. El control sobre sus cuerpos y decisiones está “bendecido” por una interpretación extremista de las escrituras bíblicas, que se usan para justificar la violencia y opresión. Por ejemplo, versículos como “Creced y multiplicaos” (Génesis 1:28) son manipulados para reducir a las mujeres a simples vehículos reproductivos.
Pero este tipo de control social, basado en una ideología religiosa, no está alejada de nuestra realidad actual, especialmente en ciertos sectores conservadores. Muchos de los votantes que apoyaron a Donald Trump comparten una visión de la familia tradicional, que subraya roles de género rígidos y la protección de valores religiosos. En Estados Unidos, algunos grupos se oponen ferozmente a que sus hijos e hijas reciban información sobre diversidad de género o derechos de la población LGBTQ+, argumentan que esta educación va en contra de principios “morales” y “religiosos”.
Frases como “prefiero ser deportado a que siga la ideología de género en las escuelas” ejemplifican cómo la religión, en su interpretación más conservadora, moviliza a grandes sectores de la población contra políticas que promueven la igualdad de género y los derechos de las minorías.
Pues bien, estos discursos son similares a los que se pronuncian en Gilead, donde la estructura religiosa justifica la opresión y es un obstáculo para cualquier cambio hacia la igualdad, limitando las libertades y derechos de las mujeres. Al igual que en la serie, en nuestras sociedades actuales la religión se usa como un medio para manipular las creencias y mantener un sistema favorable a una élite dominante y perpetuar la desigualdad.
Me parece también que mientras, más mujeres comienzan a identificarse con ideologías de izquierda o con los feminismos, donde se reconoce y promueve la igualdad de género y los derechos sexuales y reproductivos. En cambio, muchos hombres se están alineando más con posiciones conservadoras, tradicionales de la derecha. Esta división política refleja una lucha de poder en la que las mujeres, al defender sus derechos, se enfrentan a un sistema que intenta controlarlas a través de políticas restrictivas. Estas políticas, al igual que en la serie, buscan mantener una jerarquía basada en roles tradicionales y religiosos.
En resistencia
Aunque esta historia nos muestra una opresión al extremo, no parece exagerado pues los retrocesos en los derechos reproductivos y de género que vemos hoy en el mundo reflejan tensiones similares, como los que ya he mencionado. El empeño por controlar los cuerpos y las vidas de las mujeres persiste a nivel global, la igualdad de género sigue siendo un objetivo en disputa.
En la serie, la resistencia aparece sutilmente como un hilo conductor clave para contrarrestar el control existente. Personajes como “June” demuestran que, incluso en sistemas profundamente controladores, la autonomía y la dignidad humana pueden ser preservadas a través de pequeños actos de desobediencia. Esta oposición no siempre se manifiesta en acciones visibles, sino en formas cotidianas de subversión, como la solidaridad entre las criadas y la preservación de la memoria colectiva.
Este enfoque de rebeldía muestra que, incluso en circunstancias extremas, el poder de la esperanza para continuar la lucha es fundamental.
Al igual que en Gilead, la realidad actual enfrenta desafíos donde la lucha por los derechos de las mujeres no es un logro concluido, sino un proceso constante que requiere compromiso y vigilancia. La oposición tiene el poder de transformar las estructuras de opresión. Esto nos recuerda que en la batalla por la igualdad cada acción cuenta para crear un futuro más justo y libre, donde la autonomía y los derechos de todas las personas sean finalmente respetados. Porque cada derecho que perdemos nos duele a todas.
No podemos permitir que nos arrebaten lo que tanto nos ha costado ganar. Sigamos luchando, uniendo nuestras voces y apoyándonos unas a otras, para que la igualdad deje de ser una meta lejana y se convierta en parte de nuestra realidad. Como dirían en el cuento de la criada: “nolite te bastardes carborundorum”, que traducido al castellano quiere decir: “no dejes que los cabrones te hagan polvo”.
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2 Responses
Buen artículo ,más también la falta de empatía entre mujeres es atroz,mujeres atacando mujeres ,es otro tema muy diverso y de analizarse
La única forma que la mujer pierda derechos es que el mundo se vuelva islámico. En cuanto al aborto, no les gusta admitir a algunas mujeres que la vida humana de sus hijos en sus vientres también tienen derecho a ser protegidos. O bien, que un reinicio de la humanidad haga que se imponga la ley natural, el fuerte somete al débil. De ahí en fuera lo demás es una exageración, una oda al victimismo.