Candidato a Doctor en Derechos Humanos por el Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra. Profesor invitado de la Universidad Católica de Porto, y parte del claustro académico de la Universidad de Celaya y de la Escuela Libre de Derecho del Estado de Hidalgo.
Finalmente vamos llegando al fin del proceso electoral. Un proceso que, si bien formalmente no inició sino en marzo del presente año, tiene -lo sabemos bien- mucho más tiempo. Para cualquiera que se mantenga medianamente informado -incluso en contra de su voluntad-, esta etapa es, en realidad, la última de un proceso larguísimo y extremadamente caro que inició meses atrás con la elección, primero, entre decenas de aspirantes, de quienes serán los precandidatos por cada coalición o partido político (incluso, podríamos decir, esos acuerdos para ir con otros partidos o no, son ya el comienzo de la elección en sí misma).
Esta discusión, generalmente pública sobre los mecanismos de selección al interior de los partidos; sobre las contiendas internas, que pocas veces están exentas de noticias interesantes, así como sobre los procesos de registro, la fase de precampaña y posteriormente, el uso que se le da a los periodos de reflexión intermedia, son todos y cada uno de ellos, partes del proceso electoral, y constituyen un periplo que parece interminable para la ciudadanía fuera de los partidos.
Al tomar esto en consideración, resulta complicado comprender el origen de los dichos de comentaristas y analistas políticos sobre una contienda que inicia “de cero” al momento del “inicio formalmente establecido” del proceso como “campaña”. En realidad, lo sabemos bien, para el momento de inicio de las campañas formales, que la mayoría de las personas tienen ya una opinión formada sobre las candidatas y candidatos, partidos políticos y coaliciones electorales, así como de comunicadores, canales de televisión y medios de comunicación, que son, aunque lo nieguen de manera sistemática, partes activas de este proceso y no meros informadores neutrales. Claramente, esta opinión puede ser de rechazo o por lo menos, indiferencia, lo que generará una decisión de abstención del voto.
Esto no se debe a que no haya nada que hacer enfrentando a un partido en el poder, o bien, porque las campañas realmente no sirvan de nada. Pasa, en gran medida, porque la legislación electoral de nuestro país crea una situación artificial de sobreregulación, es decir, un sistema de reglamentación que no tiene eficacia real, sino tan sólo pretendida. El que durante meses exista un periodo de campañas internas, precampañas, y silencios forzados en medio, no significa que la gente no interprete estos espacios como una campaña política, y más bien genera la sensación de que se trata de unas campañas “desangeladas” en contraste con otras anteriores que no han tenido este tipo de regulación.
Durante estas semanas, sin embargo, hemos escuchado de forma reiterada que “las encuestas se equivocan”, que “el partido gobernante siempre está sobre representado” y que, por lo tanto, no hay nada definido. Esto es normal entre los candidatos que se encuentran abajo en dichas encuestas, así como entre aquellos que le representan. Después de todo, el reconocimiento de una diferencia tan grande como se observa en los ejercicios estadísticos serios, sería poco menos que el reconocimiento anticipado de la derrota. A pesar de esto, existe también dentro de medios de comunicación, una versión suavizada de esta postura, que si bien reconoce la diferencia entre las candidatas -y el virtual desvanecimiento del candidato-, llaman a la cautela de los números trayendo, de nueva cuenta a la memoria, supuestos errores anteriores en estos ejercicios.
Resulta claro que existen infinidad de casos en donde algunas encuestas se han equivocado. Viendo la variedad existente entre las actuales, resulta lógico indicar que en las próximas elecciones, varias de ellas estarán muy lejos de los resultados finales oficiales. Esto, sin embargo, no se da porque las encuestas no sirvan. Cuando uno ve los nombres de aquellas personas que las critican de esta manera, se encuentra con personajes que, en el pasado, y bajo otros procesos, estaban profundamente convencidos de la validez total de otras encuestas. Más aún, que en muchos de los casos, insistían en la científica verdad indiscutible de los ejercicios estadísticos, en general.
Esto nos lleva entonces a generar una primera distinción: no todas las encuestas son iguales y por lo tanto, no todas pueden ser tomadas con la misma seriedad y profundidad. Las diferencias metodológicas que existen entre ellas hacen que sus resultados puedan variar de forma total. Las encuestas son ejercicios estadísticos en donde, a partir del análisis de un segmento de cierto grupo, buscamos conocer lo que este piensa. La única manera de saber esto con una certeza total es preguntarles a todos, algo impráctico, por no decir imposible. Por ello, lo que se hace es tomar un segmento de la población y preguntarles, asumiendo que ese segmento representa bien al total.
Este es un primer problema: existen encuestas -como las realizadas por teléfono a casas particulares- que no reproducen adecuadamente la realidad mexicana. Tan sólo dirán algo sobre las personas que tienen teléfono en casa y que responden el teléfono en casa (que no es exactamente lo mismo). Esa encuesta no puede tener conocimiento ninguno sobre todas aquellas personas que no cumplan con esas condiciones. Lo mismo puede decirse, por ejemplo, cuando una encuesta se realiza en un espacio geográfico específico, pero no se reproduce en otros: servirá para identificar el pensamiento de la gente de ese espacio, pero no puede traducirse a otros incluso similares.
Así, la segmentación adecuada de una encuesta buscará reproducir las condiciones de la sociedad mexicana: dividirá a los encuestados en mujeres y hombres en la misma proporción que existe en el país, por ejemplo, dividirá el territorio basándose en su población, preguntará a diferentes sectores sociales, etc. Estas segmentaciones nunca reproducirán de forma total a la sociedad completa, por lo que existe la posibilidad de que, el segmento que elijamos para preguntar, no se represente bien lo que la totalidad de la sociedad piensa.
Cuando vemos una encuesta, la información sobre esto se encuentra explicada para quien sabe leerla. Se llama “nivel de confianza” y representa básicamente la posibilidad de que el segmento elegido sí represente bien al conjunto total. Para que una encuesta sea verdaderamente confiable, el nivel de confianza debe estar por encima del 90% (aunque honestamente, menores de 95% me parecen muy arriesgadas todavía). Si se tratara de un ejercicio estadístico que tuviera una intención científica, el nivel de confianza debería ser mucho mayor pero, para un ejercicio estadístico periodístico o informativo, estos niveles bastan.
De la misma forma, aunque nosotros hayamos realizado una buena segmentación y tengamos un nivel de confianza alto, los resultados que obtenemos de ello tendrán siempre la posibilidad de estar equivocados. Imaginemos que, en una isla con 100 personas, le preguntamos a 1 sobre qué comida prefieren los habitantes. Si tenemos una respuesta, nuestra posibilidad de equivocarnos va a ser altísima, pues la muestra no es representativa de la opinión de la gente en la isla, sino tan sólo de la persona a la que se le preguntó. Por el contrario, si le preguntamos a los 100 no tendremos error: sabremos la respuesta sacando la media, la moda y otras variables.
Cuando una población es muy grande como, por ejemplo, en las elecciones nacionales, se considera que, para efectos estadísticos, es como si fuera infinita. Así, un “universo” o conjunto puede ser finito (como en la isla de 100 personas) o infinito. En los universos finitos existen fórmulas matemáticas que toman en consideración a cuántas personas debes preguntar y, como es obvio, mientras más te acercas a las 100, menos posibilidades de que te equivoques tienes. Lo mismo sucede con un universo infinito y es por ello que observar el número de personas a las que se preguntó (así como a quienes fue, dónde se hizo y qué características tenían), revela la posibilidad de que la encuesta sea seria y tenga mejores sustentos cualitativos y cuantitativos.
En este sentido, tenemos que ver que las personas, todas, tenemos algo llamado sesgos de percepción (cfr. Bourdieu, Chamboredon & Passeron, 2008, pp. 17-29), que nos hace pensar que aquello que observamos en lo inmediato es “la verdad” y que, por lo tanto, cosas que no están de acuerdo con aquello que vemos, está equivocado. Esto lleva, por ejemplo, a que, si yo creo que una candidata es la mejor y todos mis amigos creen lo mismo, y no conozco a nadie que vaya a votar por alguno de los otros candidatos, entonces no voy a creer en los resultados de una encuesta que diga que mi candidata va 23 puntos porcentuales debajo de la preferencia general del país. Como se ha mencionado antes, esto tiene que ver con la mala segmentación de mi muestra, que hace que mi conocimiento sobre “la población mexicana y su preferencia electoral” sea básicamente nula. El “universo” de mi propio conocimiento se limitará, como es el caso, a mi grupo de amigos y conocidos.
Existen otros casos más amplios de este tipo de sesgos. Cuando en el día de la elección visitamos muchas casillas alrededor de nuestra casa; cuando vamos a otras colonias y vemos los resultados de esas casillas, vamos a tender a pensar que los resultados de esas casillas son un reflejo de la realidad total del país. Si vivimos en Guanajuato, por ejemplo, donde Acción Nacional obtuvo en 2018 su votación más alta, nos parecerá que no puede ser verdad que el presidente Andrés Manuel López Obrador ganara por treinta puntos porcentuales. Después de todo, ¿cómo podría ser cierto, si en todas las casillas a donde fui, Ricardo Anaya ganó?
Algo similar pasa con algunas encuestas. Las casas encuestadoras saben que no cuentan con los recursos suficientes para llevar a cabo una encuesta con una muestra significativa de la población total del país, por lo que realizan un trabajo mucho más limitado (esto significa que reducen su “universo”). Antes puse un ejemplo muy simple: las casas encuestadoras que realizan su trabajo mediante llamadas telefónicas. Este tipo de encuestas, pueden, si son bien hechas, tener una buena representación de lo que piensan aquellas personas que cumplen con los requisitos que se ponen para ser entrevistados, pero no podrán extrapolar sus resultados a la población en general.
Como todo ejercicio de interpretación, leer una encuesta requiere de haber aprendido a leerla. Cuando este tipo de encuestas son hechas, una persona que cuenta con, al menos, esta información básica sabrá que no está viendo una encuesta general de la población mexicana, sino sobre la opinión de las personas con teléfono (o de las mujeres en Polanco, o de las personas que van centros comerciales, etc.). Uno de los problemas principales es que, con la intención de vender su propio producto -pues las encuestas son un producto que se vende y cuesta-, algunas de esas casas no dan la información sobre su proceso, o bien, lo dan de una manera muy difícil de entender para quien no tiene conocimientos sobre el tema.
Algo que ayudó mucho fue, sin duda alguna, las llamadas “poll of polls”, o “encuestas de encuestas” como se llamarían en español. Se trata de ejercicios estadísticos complejos, en que gente que conoce del tema, se dedica a observar los principales problemas metodológicos y de alcance de diferentes encuestas y, basándose en ello, les da un cierto valor que después pondera para colocar un resultado medio -pero no promediado- y acercarse a lo que la gente piensa en determinado lugar. Es decir, contra lo que algunas personas dicen para intentar desacreditar estos ejercicios, no se trata simplemente de sumar las encuestas y después hacer un promedio, sino que, a diferentes ejercicios estadísticos se les da valores de acuerdo a ciertos modelos metodológicos que proporcionan un acercamiento ponderado.
Como se presupone, la diferencia entre estadísticas y sus propios problemas (pues la muestra que cada una tomó es diferente y cada uno de esos ejercicios tiene márgenes de error, niveles de confianza y metodología distinta), no se encuentran en las posibilidades de diferencias de la opinión. Para algunas personas, especialmente quienes no desean superar sus propios sesgos, el problema es exactamente lo contrario: que las encuestas tengan razón. Si tres de cuatro personas en el país piensan que el presidente ha realizado una buena labor, si más del sesenta por ciento de quien puede votar, piensa, quizá, hacerlo por la candidata del partido oficial, Claudia Sheinbaum, y más de la mitad de ellos, jamás votaría por la candidata de la oposición, entonces, quienes están en minoría de esos grupos pueden comenzar a convencerse de que existe algún error, o bien, colocar sus esperanzas en elementos que aseguran no están siendo tomados en cuenta.
Un buen ejemplo de ello es la abstención. Es verdad, la gente no suele contestar a las encuestas. Los números de rechazo suelen ser bastante altos en todos los ejercicios estadísticos. Pero esto no es porque la gente decida no opinar antes de ir a votar, sino porque, en la mayoría de los casos, quienes hacen esto, tampoco van a votar, y si lo hicieran, muy probablemente lo harían con una distribución similar al resto de las personas que si contestan. Es decir, la mayoría votaría por la candidata que saldría en primer lugar. Cuando esto no es así, existen elementos para entender por qué la gente ha mentido en sus respuestas (inclusive diciendo que no va a votar o bien, negándose a dar una respuesta cualquiera). La primera, es el miedo: regímenes violentos que sistemáticamente atacan a quienes se le oponen, crean condiciones de desconfianza para las encuestas. De la misma forma, la amenaza sistemática de pérdidas personales desincentiva la participación política, tanto en las encuestas como en la votación. Finalmente, la diferencia demasiado grande hace que la gente no sienta la necesidad de expresar su parecer. Sea que éste se encuentre en la parte mayoritaria o minoritaria.
¿Significa esto que los resultados están ya dados? En absoluto. Significa que si el día de hoy las elecciones fueran realizadas, obtendríamos resultados muy similares a los presentados en las encuestas realizadas en el pasado inmediato. Los veintitrés puntos de ventaja en promedio de la candidata de Morena sobre el PRIANRD reflejan un momento de la carrera electoral. Un momento, además, que se encuentra mucho más cerca del final, que del supuesto inicio que parecen ver algunos opositores. Pero, como decía Marx, nadie puede saber lo que se cocinará en las marmitas del futuro (Marx, como se cita en Bensaïd, 2003, p. 59). Nuevos procesos cambiarán el resultado mañana, y si bien varios de esos procesos se encuentran ya en movimiento, los efectos sociales suelen tener dimensiones de corto, mediano y largo alcance. Quizá por ello resulta cada día más complicado que la modificación de las tendencias actuales beneficie a la candidata y el candidato que en este momento se encuentran debajo en las preferencias el día de hoy.
Ante esta explicación conviene siempre preguntar ¿quién le teme a las encuestas? Y la respuesta es simple: quien no ha hecho su trabajo. Quien presenta un proyecto que la gente rechaza y que no ha logrado alterar la dinámica política de una sociedad. Quien se convierte en una sombra de lo que sus seguidores quieren. Quien sabe, desde ahora, que siguiendo el camino que se ha trazado, va a perder. Y eso, en este momento, no es otra persona que Xóchitl Gálvez y su débil coalición. Quienes intentan engañarse con “encuestas en Twitter” donde invitan a sus amigos a responder, o preguntan en comidas de personas que piensan igual y creen que es un resultado igual de válido que una encuesta seria con una metodología adecuada. Quien se esconde detrás de su propio sesgo y quiere engañarse sobre el sentir popular llamando al otro “ignorante” o comprado y la construcción de una democracia amplia, no puede pasar por esos caminos.
Bensaïd, D. (2003). Marx intempestivo. Grandeza y miseria de una aventura crítica. Herramienta.
Bourdieu, P; Chamboredon, J. & Passeron, J. (2008), El oficio de sociólogo. Presupuestos epistemológicos. Siglo XXI.
Krazue, E. (2024). “Este arroz no se ha cocido”, Reforma, 17 de marzo de 2024, https://www.reforma.com/este-arroz-no-se-ha-cocido-2024-03-17/op267607
Ponciano Díaz, A. (2024). “Este arroz no se ha cocido”, La Jornada Morelos, 23 de marzo de 2024, https://www.lajornadamorelos.mx/opinion/este-arroz-no-se-ha-cocido/
Zuckerman, L. (2024). “Campañas presidenciales a punto de arrancar”. Tercer Grado, 28 de febrero de 2024, https://www.youtube.com/watch?v=YslnJPQJOZ4
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