ISSN : 2992-7099

El Doctor Pablo González Casanova recientemente cumplió un centenario de vida, y con ello se consagró también una trayectoria de sentimiento y entrega a la universidad pública, así como una obra multifacética que cruza varios campos del conocimiento científico y humanístico. Nació en Toluca (Estado de México) el 11 de febrero de 1922, y desde entonces se labró una vida signada por el ejercicio persistente del pensamiento crítico, el estudio del imperialismo y las relaciones de poder, y la construcción de alternativas de sociedad desde los movimientos sociales y de cara a las contradicciones del capitalismo. A ello se sumó transversalmente el estudio sistemático y la denuncia de la dominación y explotación humana en cualquiera de sus formas. La misma vida de este sociólogo mexicano no se entiende sin su tránsito por la universidad pública, al tiempo que esa organización está en deuda con la impronta dejada en el andar y pensar de Don Pablo.  

Particularmente, desde el perfeccionamiento del pensamiento crítico, González Casanova se posicionó ante la historia y las realidades contemporáneas, desplegando una aguda conciencia y compromiso social, haciendo que su vocación científica y humanística retumbara más allá de los muros de la universidad. A su vez, Don Pablo hizo de la palabra un faro que guía a las sociedades latinoamericanas en el caudaloso mar del devenir histórico y sus contradicciones. De ahí su perenne interés por estimular el compromiso social de la universidad pública y de sus académicos; lo cual logró vincular –a lo largo de las décadas– de manera magistral con el estudio de los sistemas complejos y las posibilidades que la comprensión de éstos abre en la labor de desentrañar la realidad y apostar por su transformación profunda. A la comprensión de los problemas y tendencias mundiales, sumó en el conjunto de su obra, el análisis de México y sus márgenes de maniobra para vertebrar un proyecto de desarrollo nacional en condiciones de soberanía. Al estudio de esas realidades adicionó un entretejido teórico/epistemológico que versa en torno a la evolución, desafíos y posibilidades de las ciencias sociales, particularmente de aquellas que se preocupan por la confección de una autonomía epistémica y que hacen de América Latina un epicentro de la imaginación creadora. Desentrañar con sus investigaciones –individuales o colectivas– el sentido de las crisis y la construcción de alternativas son dos de las aristas de ese pensamiento crítico cultivado por González Casanova.   

Amplias son las contribuciones académicas del Dr. González Casanova. A él se debe la emergencia de la sociología empírica en México, ligada a su inquebrantable rigor y construcción conceptual, preocupada siempre por desentrañar el comportamiento de las especificidades y contradicciones de las sociedades latinoamericanas. Aportes que lo sitúan como un pionero y un pensador clásico de la teoría social latinoamericana, al lado de Sergio Bagú, Gino Germani y Florestan Fernandes. El estatus de un clásico de las ciencias sociales latinoamericanas responde a los esfuerzos de González Casanova por definir un objeto de estudio, diseñar metodologías y por esbozar los cimientos epistemológicos fundacionales de estas disciplinas, abriendo con ello nuevas tradiciones de pensamiento que con mucho trascendieron el enriquecimiento de la tradición marxista y se fusionaron con el ejercicio creativo de la interdisciplina. A su vez, su compromiso rebasó con amplitud el ejercicio teórico e imbricó esta praxis con el perfil de creador y forjador de instituciones. González Casanova no solo definió la identidad y los vértices seminales de las ciencias sociales latinoamericanas, sino que contribuyó de manera decisiva a su maduración e institucionalización y a que este campo del conocimiento trascendiese las fronteras mismas de la universidad pública y de la región. 

Su obra titulada La democracia en México (1965) constata lo anterior en buena medida. A la par de trazar la noción de colonialismo interno, brindó a las teorías de la dependencia una de sus versiones y fundamentos más creativos y profundos. En esta obra, González Casanova amalgamó de manera creativa conceptos y categorías como explotación, colonialismo interno, democracia, desarrollo e imperialismo. Al tiempo que desplegó una praxis pedagógica en su libro, que fusionó el intenso ejercicio del pensamiento crítico desde y para lo propio con una dimensión estratégica constante orientada a la construcción de alternativas. Se trata de un texto que no solo es leído por estudiantes, académicos y especialistas, sino por tomadores de decisiones y líderes de movimientos sociales que pretenden comprender el sentido y contradicciones del sistema político mexicano y de sus diferencias con los de otros países latinoamericanos.   

Con el conjunto de su obra dotó a la teoría social crítica de orientación marxista de una vitalidad que la alejó del ostracismo y la lapidación impuestos desde la narrativa estalinista. Hizo dialogar con amplias dosis de creatividad al marxismo con el estructural/funcionalismo (la llamada sociología científica norteamericana) y con otras vanguardias sociológicas de la época. A su vez, González Casanova evidenció el carácter estratégico del marxismo, entendido como un método para acercarse a la comprensión de la realidad; al tiempo que lo fundamentó y actualizó con una epistemología nutrida a través de la observación y medición meticulosas de las realidades latinoamericanas y sus contradicciones.

Su recorrido es largo por el cultivo de las ciencias y las humanidades. Desde la seminal historia de las ideas y la sociología del conocimiento hasta el estudio sistemático de los problemas mundiales y su incidencia en la evolución de las ciencias sociales; sin dejar de lado el debate en torno al proyecto nacional y latinoamericano y el posicionamiento de los movimientos sociales. Las imbricaciones entre democracia y desarrollo, más allá de su talante de ideas consumadas, le permitieron rastrear sus manifestaciones contradictorias en México y, en general, en América Latina. Adelantándose de manera creativa a lo que hoy día se denomina epistemologías del sur. No menos importante en su vasta obra es el estudio sistemático de la interdisciplinariedad, los sistemas complejos y de las tecnociencias.

Paralelamente a ello, González Casanova se desempeñó a lo largo de su trayectoria universitaria como articulador de grupos interdisciplinarios de investigación. Su vasta obra no solo es individual, sino que, sobre todo, es colectiva y de raigambre latinoamericana. En su paso por la dirección Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Humanidades (1986-1994) y del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH) de la UNAM (1995-2000), logró congregar a infinidad de académicos provenientes de múltiples campos del conocimiento e hizo dialogar a las ciencias y a las humanidades del Norte y del Sur del mundo. A esos diálogos concurrieron trayectorias académicas como las de Immanuel Wallerstein, Samir Amin, François Houtart, Hugo Zemelman, Luis Villoro, Theotônio dos Santos, Göran Therbor, Richard E. Lee, Hugo Aréchiga, Luis de la Peña, Rolando García Boutigue, Manuel Peimbert, Pablo Rudomin, Francisco Bolívar Zapata, Germinal Cocho, Marcelino Cereijido, Enrique Leff, Marcos Roitman Rosenmann, Enrique Dussel, Víctor Flores Olea, John Saxe-Fernández, entre otras más provenientes de distintos campos del conocimiento, y que condujeron a Don Pablo a ser un cohesionador de comunidades académicas con amplia proyección editorial. 

Con sus esfuerzos, González Casanova rompió los cartabones y las fronteras convencionales de la praxis académica, al tiempo que redefinió de manera creativa la misma construcción de conceptos en las ciencias y las humanidades (véase, por ejemplo, González Casanova, 1996). La impronta de este trabajo interdisciplinario y de su mirada pedagógica se sintetiza en su recurrente frase “aprender a aprender”, entendida como una vocación permanente que redefine los conocimientos y los engarza con las posibilidades de transformación social. Más todavía: elevó la interdisciplinariedad a una praxis académica concreta e institucionalizada que no solo se sitúa en un discurso retórico –en argumentos abstractos, retóricos y en buenos deseos para la organización de la academia–, sino en un despliegue creativo, cotidiano y dinámico que tiene como fundamento la totalidad y la complejidad.

No solo es un teórico de la interdisciplina, sino que la ejerce como una praxis académica recurrente y donde la sociología es una “ciencia relacional” desde la cual se procura la conversación dialógica entre las ciencias y las humanidades. No se trata de una simple sumatoria de conocimientos y conceptos, sino de una articulación multinivel y multidimensional que combina lo histórico, lo ecológico, lo socioeconómico, lo político, lo literario, lo cívico, lo estructural, lo coyuntural, lo sistémico. Justo en esta noción de interdisciplina se fundamenta su proyecto de universidad necesaria en el siglo XXI.  

La frescura de la obra de Pablo González Casanova se extiende a la epistemología y a la necesidad de estudiar los sistemas complejos –en tanto sistemas históricos– y las tecnociencias. En su obra Las nuevas ciencias y las humanidades. De la academia a la política (2004a) comprende al conocimiento y sus resortes epistemológicos como una totalidad sistémica y desde la propia realidad y el carácter histórico de América Latina. A diferencia de las tecnociencias, que afianzan las estructuras de dominación desde la gran corporación, el complejo miliar/industrial y los centros del poder político, las ciencias interdisciplinarias de la complejidad, si se sujetan al uso público de la razón, a un compromiso social y al ejercicio del pensamiento crítico y el método dialéctico, desde la óptica de González Casanova pueden contribuir a la emancipación o liberación de la humanidad al privilegiar los sistemas complejos subalternos y alternativos. 

Esa frescura y creatividad ofrece una visión renovada del marxismo en los diálogos que González Casanova sostiene con las ciencias de la complejidad, la interdisciplina y las tecnociencias. Opuesto a la híper-especialización, Don Pablo aboga por plantear una nueva cultura general y una nueva cultura especializada, que reivindiquen al sujeto y a la intersubjetividad suprimidos por el positivismo.   

Defensor de la universidad pública y de su carácter gratuito y de alto nivel, González Casanova combinó, en tanto Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) (1970-1972), la exigencia académica, la calidad y la libertad regida por la vocación transformadora del conocimiento. La apertura del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) y del Sistema de Universidad Abierta (SUA) durante su rectorado sintetizaron su modelo de universidad y las posibilidades de ésta para cambiar y ajustarse a las transformaciones históricas. Latente en todo ello está el carácter dinámico y dialéctico que le otorga al proceso de enseñanza/aprendizaje: “El verdadero profesor es aquel que sigue estudiando y el verdadero estudiante es aquel que aprende a enseñar” (frase proclamada en su discurso de toma de posesión en abril de 1970, y recogida en González Casanova, 2014).

Es así como su pasión y convicción por la universidad pública la tradujo en la construcción de instituciones desde los cargos directivos que ejerció. De la misma manera, su autoridad intelectual le dio estatura para plantear los derroteros de la nueva universidad de cara al cambio de siglo. Reconoce que el proyecto de una nueva o necesaria universidad no contaría con un solo posicionamiento, sino que abre el desafío de conciliar las múltiples miradas y posturas. Para González Casanova, el desafío de pensar y edificar la universidad necesaria atraviesa por la equidad y la democratización. Pero reconoce que para ello es preciso tomar en cuenta un contexto histórico signado por la supeditación del Estado respecto al mercado y los poderes financieros que impulsan la privatización que ahonda la crisis de la universidad a escala mundial.

La universidad teorizada por el Dr. González Casanova se perfila con tres grandes tendencias: a) la revolución tecnocientífica acelerada en la década de los ochenta del siglo XX; b) la crisis de la socialdemocracia, del nacionalismo revolucionario y del llamado socialismo realmente existente; y c) la entronización del fundamentalismo de mercado y el capitalismo irrestricto. Se trata de una universidad sujeta a reproducir el pensamiento hegemónico y el orden social predominante. Entonces González Casanova pretende ir más allá de este capitalismo académico donde la universidad se erige en una empresa lucrativa, que hace de sus servicios y de la provisión de derechos simples mercancías.     

González Casanova logra comprender, en su obra La universidad necesaria en el siglo XXI (2001), cómo la privatización de la conciencia es directamente proporcional a los imperativos de la empresa privada y a la emergencia de una “aristocracia tecnológica” que torna intrascendentes a las universidades. Ante las desigualdades educativas, Don Pablo reivindica la libertad y la equidad con miras a trascender el falso dilema entre educación para todos y educación de calidad dotada de una cultura general. Entonces, plantea la premisa de “educar en la cultura del pensar-hacer”, donde convivan los conocimientos y tecnologías nuevos con las narrativas científicas y humanísticas emanadas del pensamiento clásico. Pero ello no se resolverá con universidades populistas y de masas, sino con la estrecha vinculación de la docencia y la investigación con las necesidades de la sociedad, sus organizaciones civiles y las necesidades económicas de la misma. Aunque no aboga por la universidad de masas, sí se muestra defensor de la universidad pública y gratuita.

El intelectual mexicano arguye que la universidad necesaria en el siglo XXI tendría que apostar a fusionar y equilibrar la cultura general con la especialización profesional, de tal manera que el profesionista sea versátil y se desenvuelva de acuerdo con el mundo contemporáneo. La articulación de la docencia con la producción de nuevos conocimientos, en condiciones de libertad de cátedra e investigación, sería fundamental para enseñar a aprender. Para ello sería prioridad que la universidad asuma una actitud de cambio constante y que desde ella se realicen diagnósticos sobre las tendencias y problemas estructurales de la educación superior en el plano mundial y nacional, sin obviar las dimensiones pedagógica, didáctica y la propia de la innovación. Si bien diverge respecto a la universidad elitista, tampoco considera en su modelo a la universidad de masas –a la cual es preciso mirar de manera crítica–, pero se pronuncia por la educación de alto nivel, incluso personalizada o en pequeños grupos, que apoye un “sistema de multi-universidades” articulado en redes de docencia e investigación y que privilegie la autonomía. De ahí la importancia de lo que Don Pablo denomina como “país-universidad”, “nación-universidad” o “ciudad-universidad”. Pero considera que esta universidad necesaria en el siglo XXI tendrá que ser dialogada, y en aras de ello, entonces romper las ataduras que impiden el ejercicio de la interdisciplinariedad y la relación entre la investigación especializada, la docencia, y el conjunto de las ciencias de la complejidad, las tecnociencias y las humanidades. De ahí la relevancia de no perder de vista la perspectiva de los sistemas complejos.

Ese “país-universidad” o “ciudad-universidad” supone, para nuestro homenajeado, una comunidad de comunidades en diálogo constante, intergeneracional e interdisciplinario. En suma, la idea que Pablo González Casanova tiene de la universidad atraviesa por labrar un modelo educativo donde se privilegie el aprender a aprender, el aprender a pensar –tras el ejercicio del pensamiento crítico y creador–, a sentir –con la lectura profunda de la poesía y la narrativa–, a razonar –a través del conocimiento de las matemáticas como lenguaje que estructura el razonamiento–, a leer, a escribir, a recordar –mediante la aproximación a las ciencias de la historia y de la sociedad–, a experimentar –vía el conocimiento de las ciencias experimentales– y a practicar –desde el pensamiento utópico, hasta los oficios manuales y los deportes. De ahí que el aprendizaje sea definido como una praxis vital que combina la cultura general y la especialidad de alto nivel (González Casanova, 2011).

La vitalidad del proyecto de universidad esbozado a lo largo de su vida por el Dr. González Casanova radica en la comprensión del subdesarrollo que se cierne sobre las sociedades latinoamericanas y las posibilidades para trascender esa condición. En dicho proyecto está presente la urgencia de superar el carácter conservador de la universidad pública y de hacer del pensamiento crítico un eje rector de esa cruzada frente al subdesarrollo. Al menos en América Latina la universidad no se entendería sin esa función de articulación respecto al proceso de desarrollo. De tal manera que la universidad pública se encuentra indisolublemente ligada al cambio social. A su vez, tanto en los hechos como en sus reflexiones públicas, subyace en González Casanova el interés por la crisis de legitimidad del Estado –en este caso del mexicano. En cierta medida, en un contexto de intensas luchas sociales posterior a 1968, recuperar a las universidades desde el Estado y encauzarlas por sus propias estrategias hasta mediatizar a los movimientos estudiantiles y a las fuerzas reformistas, fue una de las razones del ascenso de González Casanova a la Rectoría de la UNAM. A su vez, en su ejercicio como funcionario universitario alcanzó una mayor comprensión de su objeto de estudio al afirmar que “en la rectoría fui el mejor alumno de la universidad; conocí las entrañas del Estado desde mi autonomía” (González Casanova, 1995).

La universidad pública alternativa de la cual habla González Casanova (2001) no se entiende como desvinculada del conjunto de su obra académica. Ese proyecto universitario es fruto de un trabajo de investigación intenso y profundo que se combina con su ejercicio como funcionario universitario desde su dirección en la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales (1957-1965) y en el Instituto de Investigaciones Sociales (1966-1970), e incluso como Consejero de la Universidad de las Naciones Unidas (1982-1988). Su proyecto de universidad marcha a la par de la capacidad para pensar y construir otro México y otro mundo sin exclusión y con justicia. Se trata de salvar a la universidad pública de las garras del neoconservadurismo e impedir la ruina de esa organización de educación superior hasta lograr su sobrevivencia a través de la noción de democracia en todos sus niveles y entre sus múltiples actores (estudiantes en movimiento, académicos, etc.). La reforma de la universidad pública implica luchar para que la educación superior sea una prioridad nacional; al tiempo que sea respetada la diversidad de tradiciones del pensamiento científico y humanístico, y marche a contracorriente de la racionalidad tecnocrática que pretende tornar a la universidad en una organización funcional al mercado, pero que haga de las tecnociencias parte de la cultura general y que convierta al especialista en un sujeto apto para asimilar una educación científica y humanística profunda capaz de recrearse en cada territorio. El compromiso social de la universidad pública, en esa lógica, amerita repensarse a la luz de lo local, lo regional y lo nacional, sin perder de vista el carácter de la cultura universal. De ahí la importancia de las tecnologías digitales, las tutorías para organizar y procesar la información, del Sistema de Universidad Abierta, la articulación de redes de conocimiento y organizacionales, el impulso de la evaluación sin criterios de exclusión, el pluralismo teórico e ideológico, y de la formación de universidades de los pueblos y de las ciudades. Todo ello, según el mismo González Casanova, respetando las autonomías de las entidades y dependencias universitarias, de las especialidades y disciplinas, y de las tradiciones de pensamiento a partir de la construcción de consensos, y la supresión del paternalismo, el clientelismo y el autoritarismo.

En la autonomía, el mismo González Casanova (2004b), finca las posibilidades de la universidad para contener los azotes del pensamiento hegemónico y la opresión y el autoritarismo que son irradiados desde los poderes y las clases dominantes. De ahí la estrecha vinculación de la autonomía universitaria con el pensamiento crítico, el pensamiento experimental y la emancipación. Para el pensador mexicano, la autonomía universitaria se imbrica con el cuestionamiento de la racionalidad instrumental propia de la privatización, desnacionalización, la mercantilización de la vida, la conversión de la educación en mercancía, y la reducción de la oferta educativa a la demanda de empleos funcionales a la empresa privada. De ahí la función de la universidad de poner en cuestionamiento la ideología de la eficiencia económica. Se trata, entonces, de una lucha por la libertad de pensamiento en medio de los dogmas de distintos signos ideológicos que apuntalan las estructuras de poder. Pero, a su vez, ese pensamiento crítico y experimental se funda en evidencias empíricas y en razonamientos coherentes que les dan forma a las luchas por el conocimiento, más allá de lo que las élites y la racionalidad mercantil definen como verdadero, científico, útil, técnico, rentable, actualizado y políticamente correcto. El problema escala hasta el complejo militar/industrial/digital y la emergencia de un patrón tecnológico basado en la inteligencia artificial y la robotización que amenaza con mayor exclusión social; de ahí que desde la universidad sea posible recrear el pensamiento utópico y la construcción de alternativas.

Esa misma autonomía universitaria es, para González Casanova, una síntesis de unidad y diversidad, de lo universal, de lo nacional y de lo local. Su pensamiento dialógico y dialéctico le conduce a postular la necesidad de fusionar la educación a distancia con la educación presencial, a eslabonar la docencia, la investigación y la difusión en aras de configurar una sólida y multidireccional relación de la praxis con el pensar. Entonces su modelo educativo fusiona el aprendizaje y la creación con los problemas sociales fuera de la universidad, privilegiando el pensar-hacer.         

Desde su toma de posesión como Rector de la UNAM en abril de 1970 concibió que una reforma de la universidad supone transformar el concepto mismo de universidad, y por alterarlo en todas sus funciones, relaciones o características. La reforma universitaria que en aquel entonces propugnaba González Casanova era una que apostase por la innovación académica o por una reforma de métodos, conocimientos y relaciones humanas. 

La visión de Don Pablo en torno a la universidad es omnicomprensiva, pues concibe a esa organización como un factor de civilización humana fundamentado en la palabra y la reflexión. Entiende a la universidad como circunscrita en los cambios del capitalismo contemporáneo –cada vez más privatizado, mercantilizador y desnacionalizador– y expuesta a un paradigma tecnocientífico dotado de sistemas autorregulados, adaptativos y complejos, y regido por las corporaciones privadas, pero en el cual las ciencias críticas tienen la posibilidad para abrevar de esos conocimientos y atraerlos al ámbito de la cultura general en aras de estimular la emancipación. A su vez, reconoce la influencia de un patrón de acumulación intensivo en mano de obra no calificada donde el trabajador se expone a la flexibilidad laboral y a la suplantación de la mano de obra calificada y altamente calificada por sistemas de software y hardware operados por lo que denomina como “aristocracia tecnológica” y que es parte del andamiaje que hace del conocimiento un factor de poder. De ahí la importancia de acercar la noción de democracia a la misma revolución tecnocientífica, de tal manera que se extiendan sus conocimientos en las sociedades y se redistribuyan los sistemas de decisión y de producción en ámbitos como la tecnología, los bienes, los servicios y la política. Pero más allá de un discurso demagógico y autocomplaciente, Gonzalez Casanova es incisivo con la idea de que las ciencias y las humanidades necesitan estimular y revitalizar la formación de conceptos y replantear aquellos que les fueron heredados.

Este modelo de universidad entrecruza las ciencias con las humanidades, las ingenierías, las tecnologías y las artes; los conocimientos clásicos con los conocimientos de vanguardia; así como los mecanismos de educación presencial con los propios de la educación a distancia y aquellos que surgen de los centros de producción y servicios, de tal modo que se fusionen los saberes y los oficios en ámbitos como los pequeños equipos de especialistas y las redes de universidades. Y aquí aparece la noción de red de redes en la propuesta de González Casanova, donde no solo se plantea una reforma de las universidades sino del conjunto del sistema educativo, desde los niveles básicos hasta el superior, y guardando relación con las poblaciones a través del arte de enseñar a aprender y de aprender a aprender.

Entonces una reforma universitaria, que en esencia sería académica, supone integrar el pensamiento crítico y experimental, la libertad de pensamiento, la expresión oral y escrita, el vínculo de observaciones, razonamientos, experimentos, simulaciones, cálculos y teorías; pero también ejerciendo la asimilación, el análisis de tendencias y contratendencias, de sistemas autorregulados y no regulados, históricos, co-evolutivos, y dialécticos. No menos importante en esta combinación sugerida por González Casanova es la imaginación y construcción de alternativas tras fusionar lo instrumental con lo tecnocientífico y con la praxis intercomunicativa, política, ética, cívica, material y virtual. Mediado todo ello por un pensamiento estratégico donde se aprende a pensar y debatir en función de objetivos a partir de la fusión de los argumentos con los hechos. En ello no solo se relaciona la teoría con la historia, sino también las habilidades para asimilar los efectos inmediatos y diferidos, y la pericia para saber-conocer y saber-hacer en el marco más amplio de la noción de democracia, pluralismo, tolerancia y dignidad. La formación de redes de enseñanza-aprendizaje, inspiradas en la pedagogía de la liberación, y la formación de redes y empresas educativas productoras de materiales didácticos (González Casanova, 2001), sería fundamental para ello. Se trata de una reforma para el salvamento de la propia universidad pública, y si esa reforma es académica, entonces la interdisciplina adquiere una función central en la propuesta del sociólogo mexicano, pues se trata de articular la alta especialización con la cultura general y la dotación de conocimientos que faciliten a los especialistas transitar de una disciplina a otra a lo largo de su trayectoria formativa y profesional. Más que la pericia técnica, la universidad necesaria tiene que plantearse –entre sus académicos y estudiantes– el enseñar a aprender y el enseñar a investigar.            

Estas nociones de la universidad coinciden con el perfil de González Casanova como un intelectual culto y erudito que se acerca lo mismo a la matemática, la lengua, la literatura, la poesía, la música, que a la comprensión de las tecnociencias; distanciándose a su vez de la ultra-especialización y levantado sus vuelos e imaginación como un humanista clásico. De ahí su dinamismo como creador de pensamiento, y su postura de persistente disposición a escuchar, aprender y cambiar. Entonces es ahí donde se asimila de mejor forma la noción de aprender a aprender: se parte de “gestos mentales” como el cultivo y perfeccionamiento de la atención, la memoria, la comprensión, la reflexión y la imaginación, hasta vincularlos con la lengua y la matemática, la filosofía, los métodos experimentales y los métodos históricos y dialécticos, en tanto fuentes de explicaciones, generalizaciones y construcción de realidades y alternativas.

El carácter revitalizante que González Casanova le otorga a su propuesta de universidad necesaria para el siglo XXI asume a la reforma universitaria como un proceso extendido en el tiempo que privilegie la democratización del conocimiento, el vuelco del pensamiento crítico sobre la misma organización praxis de la academia y sobre la no siempre tersa relación universidad/sociedad/modelo de desarrollo. Entonces se trata más de un proceso de resignificación de la universidad pública donde se revalore el principio del compromiso social con la democracia y el abatimiento del subdesarrollo. Y en ello convergen la sociología como ciencia relacional, la interdisciplinariedad, el pensamiento crítico, el estudio de las contradicciones del capitalismo, la (re)creación de un proyecto nacional, la imaginación y la construcción de alternativas. De tal manera que su obra es un todo donde no existen cabos sueltos y donde sitúa en el centro de sus análisis y reflexiones a la realidad social y al conocimiento de esa realidad social, reconociendo el papel de la historia y del pensamiento clásico. De ahí que la obra de Pablo González Casanova –tanto la individual como la colectiva– se encuentre a la altura de la propia de los más grandes pensadores del siglo XX y principios del siglo XXI.   

El ejercicio del pensamiento crítico es una de las huellas más visibles y persistentes de Don Pablo González Casanova. No solo es capaz de colocar a las ciencias y las humanidades ante la incisiva mirada de sí mismas, sino que tendió los puentes entre la praxis académica y la praxis política, nutriendo a ésta de una mirada estratégica y rigurosa dada por esa labor de construcción conceptual desplegada desde la primera. Del mismo modo, mientras relacionó a la praxis académica con los altos estándares de creatividad y rigor metodológico, a la praxis política la vinculó con la coherencia y la dotación de principios regidos por la emancipación de los pueblos y la reivindicación de sus luchas anti-imperialistas. Una de las últimas frases públicas del Dr. González Casanova en el evento principal de homenaje a sus 100 años de vida brindado por la UNAM, sintetiza esa simbiosis del pensamiento crítico con la universidad pública: “Los universitarios heredan la lucha para resolver problemas como el dolor de los pobres”.

Según Don Pablo, llegar con bríos y salud a una edad nonagenaria, solo fue posible con “la lucha y el amor”. Y ello signa su vida pública y académica. Una mezcla de pasión, sensibilidad, auto-reflexividad, libertad, apertura, juventud eterna, creatividad y rigor científico. Sin duda, Don Pablo González Casanova es un titán del pensamiento crítico, un decano de los estudios latinoamericanos, un baluarte de la praxis interdisciplinaria, un acérrimo constructor y defensor de la universidad pública, y el rector por siempre de la UNAM.

Referencias bibliográficas 

González, P. (1965). La democracia en México. Editorial Era.

González, P. (1995). Proceso de análisis e investigación: autopercepción intelectual de un proceso histórico. Anthropos. Huellas del Conocimiento, 168, (10), 7-13.

González, P. (1996). Disciplina e interdisciplina en ciencias y humanidades. Centro de Investigación y Docencia en Humanidades del Estado de Morelos.

González, P. (2001). La universidad necesaria en el siglo XXI. Editorial Era.

González, P. (2004a). Las nuevas ciencias y las humanidades. De la academia a la política. Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM y Anthropos Editorial.

González, P. (12 de octubre de 2004b). La autonomía universitaria, hoy. La Jornada, p. 18.

González, P. (2011). Un mensaje a la juventud. Dedicado a los profesores y estudiantes del CCH. Gaceta Colegio de Ciencias y Humanidades UNAM. 36(4), 21-23.  

González, P. (2014). Los rectores de la segunda expansión (1970 – 1981): Pablo González Casanova, discurso de toma de posesión. En J. Gallegos (Editor).  Discursos y toma de posesión de los rectores de la Universidad Nacional Autónoma de México, 1910 – 2011 (pp. 215-221). Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación de la Universidad Nacional Autónoma de México.

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