ISSN : 2992-7099

No hay una sola democracia, hay muchas democracias: hacia una democracia plebeya y autodeterminativa

Pablo Carlos Rojas Gómez

Pablo Carlos Rojas Gómez

Doctor en Estudios Latinoamericanos y licenciado en Ciencias Políticas por la UNAM. Es especialista en Estado, Gobierno y Democracia por CLACSO. Sus líneas de investigación giran alrededor del Estado, el poder, la democracia y los procesos políticos en México y América Latina. Ha sido docente en la Universidad Rosario Castellanos (URC), en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) y en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es integrante de RELEVO XXI.

Twitter: @‌pablocarlos_22

6 marzo, 2024

El pasado domingo 18 de febrero, durante la multitudinaria manifestación de la derecha que tuvo por nombre “Nuestra democracia no se toca”, Lorenzo Córdova, exconsejero presidente del Instituto Nacional Electoral (INE), aseguró que “la democracia en México está en riesgo” (Ramos, 2024) y que está en ciernes un intento por restaurar el régimen autoritario. Ese planteamiento se sostiene en una noción fundamentalista en la que, supuestamente solo existiría un tipo de democracia y fuera de eso, cualquiera otra cosa sería autoritarismo, retroceso y dictadura.

Sin embargo, por más que Córdova se esfuerce en imponer su noción de democracia, lo cierto es que no existe un tipo único de democracia, aplicable a cualquier geografía y a cualquier temporalidad. A pesar de que así nos han enseñado durante décadas, no hay una sola democracia para siempre y para todxs, la democracia de la que habla Córdova es tan solo una de las tantas otras posibles.

La democracia realmente es un proyecto político que está cargado de contenido ideológico y que representa concepciones de mundo de grupos específicos. El sentido, definición y contenido de un proyecto de democracia depende mucho de qué sujeto o grupo político lo abandere: es muy distinto el proyecto de democracia de los grupos dominantes (como el que sostiene Córdova) al proyecto que pueden blandir sectores indígenas, obreros, feministas, juveniles o afrodescendientes. La diversidad de la democracia tiene que ver con las diferencias entre las clases, los sectores, los grupos sociales y también entre las formaciones culturales e históricas, porque no es la misma democracia la que se desarrolla en América Latina que la de Europa, África o Asia. No existe un solo modelo que pueda ser aplicable a todas las realidades por igual.

La democracia tampoco puede ser entendida más allá de la historia, porque mucho de su contenido se vincula al momento histórico en la que es generada, es muy distinta la democracia del siglo XX a la democracia de inicios del siglo XXI. No es que ese concepto evolucione en un sentido teleológico -como se nos ha querido imponer-, no es que la democracia sea un oasis, un paraíso al cual todos los países debamos llegar por igual, es más bien un proyecto material y concreto que depende de las condiciones de su momento histórico para poder llegar a existir en un cierto sentido o en otro.

Lo anterior podría parecer una obviedad, pero no es así, pues durante años los intelectuales liberal-burgueses (como Lorenzo Córdova, José Woldenberg y otros tantos) han planteado que su concepción de democracia es la única concepción posible y también la única aspiración deseable. Es hiper-común que año con año se publiquen nuevos índices de democracia que miden qué país es más democrático y qué país es menos democrático, pero casualmente, los criterios para definir uno y otro rubro se crean sin ser sujetos a consulta. Nunca se retoman las voces de los pueblos para su elaboración, todo lo contrario, aquellos índices son definidos por unas cuantas cabezas que imponen qué noción de democracia es la más deseable y cuál es el nivel máximo posible. Los índices de democracia son lo más antidemocrático que existe y se anclan a la perspectiva de las clases dominantes.

Debido a un arduo trabajo ideológico de décadas -que sumadas ya rebasan más de un siglo-, la visión de la democracia liberal-burguesa es la que predomina en todo el mundo, siendo inculcada en universidades de generación en generación. De esa manera, se nos ha machacado con que la democracia es el régimen de gobierno en el que el ejercicio de la voluntad del pueblo se ejerce a través de procedimientos (democracia procedimental) electorales en los que lxs ciudadanxs votan por sus representantes (democracia electoral y representativa) en un ejercicio de libre competencia entre partidos políticos (que son una suerte de empresas que proveen de productos en el mercado político). Ese proyecto se impone como “la democracia” y no como “un solo tipo de democracia”, entre tantos otros, por esa razón, esa perspectiva tiene un carácter fundamentalista que anula otras opciones de democracia e impone una como la única posible.

En las últimas décadas (las primeras del siglo XXI), aquella concepción liberal-burguesa se ha convertido básicamente en un esquema en el que la democracia consiste en la libre competencia entre partidos políticos para conseguir el voto de la ciudadanía, lo que finca esa versión en una lógica mercantilista que repite los mismos dogmas que los intelectuales neoliberales han usado para definir y defender el libre mercado en el terreno de la economía, pero trasladando sus argumentos al campo de la política. A ese fenómeno es lo que se ha nombrado como “democracia neoliberal” (Favela, 2022).

Ante el carácter acotado y problemático de esa perspectiva, ciertxs intelectuales del liberalismo quisieron recurrir a un curita y apelaron a la democracia participativa para complementar su restringida democracia representativa. Ahí propusieron inaugurar nuevos mecanismos que le llamaron “participativos” como el referéndum, el plebiscito, la consulta y la revocación de mandato. No es que se les ocurrieran esos mecanismos por su buen corazón y alta creatividad, lo retomaron de las luchas populares de años atrás, solo que, en vez de crear una verdadera relación de participación, apostaron a electoralizar también esas exigencias. Ahora pareciera que la elección en las urnas es la única posibilidad de participación. La democracia participativa sigue consistiendo en ir a emitir un voto en una casilla, no hay más, esa es toda la participación máxima que podría incorporar la democracia.

A contrapelo de la visión fundamentalista hegemónica, han tenido lugar resistencias populares y movimientos sociales que optaron por elaborar sus propias conceptualizaciones, contenidos y proyectos de democracia. Algunos de los que quisiera rescatar aquí son los conceptos de democracia plebeya y democracia autodeterminativa que propusieron grupos subalternos latinoamericanos a lo largo del siglo XX y que han tenido eco en los albores del siglo XXI.

Uno de ellos se expresó a través de la voz de Arnoldo Martínez Verdugo, secretario general del Partido Comunista Mexicano (PCM), que ante la cruenta represión oligárquica del Estado priísta del siglo XX, exigía un proceso de democratización que permitiera a las y los trabajadores mexicanos tomar las riendas de su futuro. Para Martínez Verdugo,

la democracia no se limita a la libertad para elegir, conforme a determinadas reglas del juego, cada tres o cada seis años, a quienes nos han de gobernar, sino que garantiza el derecho de todos a influir en la organización del Estado y a dirigirlo. Esta democracia plebeya no puede detenerse ante ninguna institución consagrada, así sea el monopolio de la propiedad privada de los capitalistas y terratenientes (Martínez Verdugo, 2020, pág. 178).

Y añadiría:

Nosotros no luchamos sólo por una reforma democrática del sistema electoral, sino por eliminación de las leyes y prácticas que restringen el ejercicio de los derechos ciudadanos en todos los órdenes (Íbid, pág. 251).

La propuesta de democracia plebeya del dirigente del PCM rebasaba la concepción electoral y procedimental liberal-burguesa y planteaba más bien una forma de democracia en sentido económico, cultural, de derechos sociales colectivos, tal y como lo plasmó en su programa político con el que se presentaría a las elecciones presidenciales, proponiendo una reforma agraria; restituir derechos políticos a los ciudadanos del Distrito Federal; eliminar la injerencia del Estado en los sindicatos y en los partidos; garantizar el derecho a huelga y retirar las estipulaciones que lo restringen en el código penal; abolir el régimen de torturas y de aprehensiones sin orden judicial; implementar un programa económico antimonopolista y anticrisis; reglamentar estrictamente la inversion extranjera y controlar la salida de utilidades; nacionalizar la banca privada; nacionalizar industrias claves como la alimentaria o la farmacétuica; instituir una reforma fiscal para gravar progresivamente las ganancias de las empresas; revisar el régimen de excenciones, devoluciones y subsidios en favor de las empresas monopolistas nacionales y extranjeras; aumentar el gasto social; aumentar los salarios, sueldos y pensiones; reducir la pequeña propiedad a 20 hectáreas de riego; otorgar el control de los ejidos a los campesinos; rechazar la politica de austeridad del FMI; y renegociar la deuda externa, entre otros puntos (Íbid, págs. 148-150).

Por su parte, René Zavaleta, intelectual y dirigente político boliviano habría de seguir un camino similar al manifestar la existencia de un proyecto de democracia como autodeterminación de las masas.

La democracia entendida como autodeterminación de las masas viene a ser el desiderátum de este discurso. La historia de las masas es siempre una historia que se hace contra el Estado de suerte que aquí́ hablamos de estructuras de rebelión y no de formas de pertenecimiento. Todo Estado en ultimo término niega a la masa, aunque la exprese o la quiera expresar (Zavaleta, 2013, pág. 526).

Para Zavaleta, hay un momento en el que las masas pueden definir su propio camino sin la necesidad de la mediación del Estado. El momento de la rebelión abre la posibilidad a que se exprese un proyecto de democracia más allá de las elecciones y los procedimientos liberales, por eso, la democracia autodeterminativa es la búsqueda alternativa a la dominación existente del Estado pero también del capital.

La democracia liberal-burguesa que tanto difunde Lorenzo Córdova no es más que un solo tipo de democracia, la democracia de las clases dominantes. Mientras tanto, existe también un proyecto de democracia alternativa, proveniente de las luchas populares y las resistencias y adquiere la forma de democracia plebeya o democracia autodeterminativa. Es desde esos sectores que se impulsa una democracia más profunda en donde las clases oprimidas pueden incidir realmente en la dirección que sigue la sociedad. Ya basta de mentiras y telarañas ideológicas, no dejemos que nos impongan una concepción añeja de las clases dominantes, ya es hora de hablar de la democracia plebeya y autodeterminativa.

Reflexiones finales

Aunque se nos ha dicho y machacado toda la vida que existe una sola democracia posible, realmente no es así, no hay una sola democracia, hay muchas, porque no existe un único mecanismo de organización política del pueblo. Hay muchos proyectos de democracia e incluso, pueden estar contrapuestos y en disputa.

La construcción de un proyecto de democracia depende del contenido que le asignen los sujetos sociales. Para un grupo, la democracia puede significar algo, pero para otro puede significar una cosa diametralmente opuesta. Por esa razón, es absurdo que se impongan estándares absolutos de qué es democrático y qué no, de qué país es más democrático y qué país es menos democrático. Ya basta de repetir la mentira de que puede haber una “democracia sin adjetivos” (Krauze, 2016), al contrario, lo que nos urge es aclarar que puede  haber democracias con decenas y quizá cientos de adjetivos, y lejos de querer enterrarlos todos bajo una sola lógica, habría que caracterizar a fondo qué adjetivo tiene cada proyecto de democracia, a qué sujeto social responde y qué características contiene.

Las propuestas de democracia plebeya y democracia autodeterminativa de Martínez Verdugo y de Zavaleta son solo un par de ejemplos entre muchos que han surgido de los movimientos de trabajadores, indígenas, feministas, estudiantes y otros más, mismos que han plasmado una visión alternativa a la visión liberal-burguesa que, a pesar de todo, es la única que se enseña en la gran mayoría de las universidades y escuelas de teoría política. Rompamos el dogma y reformulemos la concepción de democracia.

Referencias

Favela, M. (2022). Después del COVID-19, ¿está realmente agotado el enfoque neoliberal sobre la democracia?. Revista Tlatelolco/UNAM, 1 (2), pp. 58-76.

Krauze, E. (2016). Por una democracia sin adjetivos, 1982-1996. Debate.

Martínez Verdugo, A. (2020). Movimientos y crisis del partidismo en Concheiro, E. & Guevara, A.,  Arnoldo Martínez Verdugo. Obra de un dirigente comunista. Akal.

Ramos, R. (2024). “Lorenzo Córdova advierte que la democracia está en riesgo” en El Economista. Obtenido de: https://www.eleconomista.com.mx/politica/Lorenzo-Cordova-advierte-que-la-democracia-esta-en-riesgo-20240218-0015.html

Zavaleta, R. (2013). Cuatro conceptos de la democracia. En M. Souza, René Zavaleta Mercado Ensayos 1975-1984. Plural.

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