ISSN : 2992-7099

MANIFIESTO POR UNA POLÍTICA SOCIODIGITAL POSNEOLIBERAL

J. Ricardo Miranda

J. Ricardo Miranda

Abogado, filósofo y cat lover.

31 marzo, 2023

LAS REDES SOCIODIGITALES COMO UN NUEVO ACTOR POLÍTICO

1. En México sabemos muy bien cómo, en las elecciones presidenciales de 2012, la televisión, en conjunto con las encuestadoras más conocidas del país construyeron, a semejanza de una producción audiovisual más, la candidatura de la persona que terminaría por ser declarada, en una suerte de profecía autocumplida, Presidente de la República. Con ello quedó de manifiesto la enorme influencia de tales estructuras de poder para imponer, por encima de la voluntad popular, a una persona afín a sus intereses en el máximo cargo político de un país formalmente democrático. 

2. Actualmente, el enorme poder del que gozaban los medios de comunicación de masas tradicionales, como la televisión, ha comenzado a ser disputado por el ascenso de las redes sociodigitales y, más bien, parece que éstas han desplazado a aquellos  como el medio de comunicación, información y creación de contenidos más relevante. Incluso, lo anterior es una revolución social quizá de mayor importancia que el nacimiento de la imprenta en el siglo XV. El creciente éxito de las redes sociales está fincado en cierta democratización que han traído consigo al poner en jaque la tajante división que suponen los medios masivos tradicionales entre productores/creadores de contenido, por un lado, y consumidores/espectadores, por el otro. Sin embargo, al igual que la televisión, la radio o los periódicos, no debemos olvidar que las redes sociodigitales son, en última instancia, empresas privadas y, más aún, empresas transnacionales. Es decir, el fin que los rige no es el bien público, la defensa de la libertad de expresión, la protección de datos personales o el bienestar de las infancias sino la maximización de sus ganancias. Lo anterior –aunado al hecho de que vivimos en democracias neoliberales donde la frontera entre el Estado, supuestamente protector del bien común, y los intereses del gran capital nacional y transnacional se ha difuminado–, ha colocado a las redes sociodigitales como actores políticos con una relevancia igual o mayor a la de, por ejemplo, los partidos políticos. 

3. Basta con recordar las elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos y las investigaciones en contra de Facebook por permitir la recolección masiva de datos personales de sus usuarixs de parte de Cambridge Analytica para favorecer las campañas electorales de Ted Cruz y Donald Trump, éste último, como sabemos, terminaría llegando a la Casa Blanca a principios de 2017. Dichas investigaciones llegaron hasta el propio Mark Zuckerberg, director ejecutivo de Facebook, quien se disculpó por la recolección de datos y fue llamado a declarar ante el Congreso de los Estados Unidos. Otro ejemplo sobre la utilización de esta red sociodigital para intentar alterar la voluntad popular lo encontramos en el Reino Unido, igualmente en 2016, con el referéndum del Brexit, en el cual la opción por abandonar la Unión Europea ganó con menos del 2% de los votos. Al final del día, en ambos casos sólo se aplicaría una multa económica a Facebook, no se dio paso a alguna regulación jurídica que protegiera a las personas usuarias de la red social y, por si ello fuera poco, el mensaje de Zuckerberg ante el Congreso estadounidense de que el problema se solucionaría sólo con una mayor regulación interna –es decir, sin intervención estatal– hizo aumentar sus ganancias en las bolsas de valores. Tenemos aquí un claro ejemplo de cómo al neoliberalismo estadounidense no le interesa, en realidad, garantizar derechos sino sólo simular que los garantiza. 

4. Por otra parte, vemos cómo Elon Musk compró Twitter con el discurso de “limpiar” a la red de bots, garantizar la libertad de expresión y convertir a Twitter en “la fuente más confiable de información del mundo”. No obstante, a un año de su adquisición, lo único que ha implementado “bien” Musk es el cobro de la verificación de perfiles, servicio llamado Twitter Blue (TB). Esta estrategia –diseñada para “fondear” a la empresa pues supuestamente estaba “en ruinas”– no hizo sino, precisamente, proliferar los bots pues diversos perfiles pagaron los 8 dólares –precio de la verificación– para terminar haciéndose pasar por diversas personalidades o empresas tales como la compañía de videojuegos Nintendo, la farmacéutica Eli Lilly o la propia Tesla de Musk. Tal fue el fracaso de dicha estrategia que fue suspendida momentáneamente para ser “reorganizada”. Recientemente, Musk ha anunciado que, a partir del 15 de abril de 2023, ciertas funciones de twitter serán exclusivas para las cuentas verificadas por TB –por ejemplo: sólo estas cuentas podrán ser recomendadas a otras o sólo ellas podrán votar en las encuestas que se hagan en la red social–. Más temprano que tarde, esta nueva “reorganización” de TB también fracasará. Por lo que hace al combate a las fake news, Musk no ha implementado ninguna acción que atienda de raíz el problema. Finalmente, con el asunto de la supuesta garantía a ultranza de la libertad de expresión, tal garantía encontró pronto su límite, no se garantizará si va contra las ganancias de Musk: en diciembre de 2022, Twitter anunció que prohibía a sus usuarixs incluir en sus publicaciones enlaces a otras redes sociales pues no se podía “permitir la promoción gratuita de ciertas plataformas de redes sociales en Twitter”. Dicho anuncio fue dado después de la suspensión de poco más de media docena de cuentas que informaban sobre la compañía y el propio Musk. 

5. Tik Tok, de origen chino y la red social de moda en el continente americano, tampoco pasa la prueba de garantizar la libertad de expresión y la privacidad de datos.  Sus políticas de uso, por ejemplo, prohíben el contenido relacionado con una lista específica de líderes políticos –tales como Obama, Putin o Gandhi–, así como el contenido desfavorable al gobierno chino –como las protestas sociales en Hong Kong de 2019-2020 para echar abajo la ley de extracción a China o el movimiento independentista del Tíbet–. Como todas las redes sociodigitales en el neoliberalismo, Tik Tok recopila información de uso, direcciones IP, operador de red móvil, datos de ubicación, patrones de pulsación de teclas, entre otros datos, sin garantizar su adecuado resguardo, inclusive, desde 2020 senadores estadounidenses han solicitado a la Comisión Federal de Comercio de ese país iniciar una investigación contra Tik Tok por “acceder de manera reiterada” a datos sensibles de usuarixs estadounidenses de esta red. Hoy en día, las autoridades estadounidenses han insistido en que Tik Tok representa una “amenaza” en contra de la seguridad nacional, por lo que han prohibido la descarga de Tik Tok en dispositivo gubernamentales y buscar regularla jurídicamente e, incluso, hicieron comparecer, por más de 5 horas, a Shou Zi Chew, CEO de la red social, ante la Cámara de representantes estadounidense. 

6. En América Latina tenemos el caso reciente de las elecciones generales de octubre de 2022 en Brasil, en donde las redes sociodigitales mostraron, una vez más, su capacidad de influencia en procesos electorales. Por ejemplo, entre las publicaciones más virales de Facebook e Instagram las mentiras tuvieron más interacciones que las verdades. En whats app se registró un aumento del 238% de fake news en contra del candidato izquierdista Lula da Silva. Al final del día, el resultado se decidió con un margen del 1.8% de diferencia en segunda vuelta.

7. Por si la violación sistemática a los anteriores derechos fuera poca, otro problema acentuado por la falta de regulación de las redes sociodigitales es el fracaso en la protección de los derechos de las infancias y adolescentes. En México, por ejemplo, existen cerca de 400 mil reportes al año relacionados con el acoso y la distribución de material sobre abuso y explotación sexual en contra de niños, niñas y adolescentes que circulan todos los días por las redes sociales. El gobierno mexicano ha reconocido incluso que los “enganchadores” con fines de trata, explotación laboral o sexual se han convertido en el principal riesgo para niñas, niños y adolescentes en redes sociales, pues, en el ciberespacio “el like, las promesas de ayudar a conseguir más seguidores y los premios” han sustituido a “las prácticas tradicionales de enamoramiento usadas para atraer a víctimas de trata de personas y explotación sexual”.

LA REGULACIÓN DE LAS REDES SOCIODIGITALES: COMBATIR EL MODO DE VIDA NEOLIBERAL 

8. La regulación de las redes sociodigitales se ha convertido en un urgente asunto de salvaguarda de derechos humanos. En ese sentido, la regulación no es un capricho sino una necesidad. Dada la sistemática violación de derechos en la que incurren directamente tales redes o la que permiten por omisión, se hace apremiante discutir de manera frontal y abierta en torno a una adecuada regulación para la operación y uso de tales compañías. Así, la pregunta ya no es si regular o no las redes sociodigitales sino sobre el tipo de regulación que sería adecuada para la salvaguarda de derechos humanos. Seguir dejando al arbitrio de empresas privadas la protección de derechos en el espacio sociodigital es continuar con el modelo neoliberal que convierte al mercado transnacional en el “garante” de tales derechos. 

9. Ahora bien, pensar en una adecuada regulación de las redes sociales requiere ir más allá de poner exclusivamente el énfasis en los contenidos y las formas concretas en que las plataformas sociodigitales restringen o vulneran derechos. Hace falta prestar atención a las condicionantes o dinámicas estructurales que recaen sobre las propias redes sociales, las cuales no son otras sino las impulsadas por el neoliberalismo como modo de vida. Es necesario no caer en la trampa neoliberal de reducir a conductas individuales la violencia estructural a la que nos somete día a día el modelo de explotación, precarización y angustia existencial neoliberal, para la imaginación política del neoliberalismo la culpa sería de una cuantas manzanas podridas, “corruptas”, “sin ética”, “sin valores”, por lo que sólo haría falta cambiar esos individuos por otros “con valores”, “incorruptibles”, “que estén bien consigo y su conciencia”. Desde esos términos, la lucha política se trataría de cambiar los contenidos de conciencia “malos” por los contenidos de conciencia “buenos”, “revolucionarios”. No obstante, para luchar contra la violencia abstracta del capitalismo neoliberal hace falta algo más que “autenticidad” y “ética” personales, hace falta transformación estructural.

10. Suponer que basta cambiar unas redes sociales sociales malas por unas buenas, asumiendo que ello fuera posible, sería caer en el más prístino idealismo de derechas –creer que la conciencia (nuestras creencias) determina al ser (nuestros comportamientos)y no, como demostró Marx, que, por el contrario, es el ser el que determina la conciencia–. Hoy como nunca antes en la historia existen libros, conferencias, propaganda, círculos de estudio, series, películas, podcasts, memes, críticos de nuestro sistema político-económico a la vez que, también, hoy como nunca ha existido tanta desigualdad económica, política, social, en todo el planeta. No basta pues con la crítica de la ideología, con la crítica de las ideas. Aún colocando al más ferviente crítico del neoliberalismo y al más incorruptible defensor de derechos humanos al frente de todas las redes sociales, si no transformamos la dinámica estructural que presuponen éstas, dicha persona estaría imposibilitada de hacer una transformación radical en la forma en que operan las plataformas sociales. Toda crítica ideológica debe estar acompañada de cambios estructurales si no quiere terminar convirtiéndose en crítica que no transforma nada, en crítica conveniente para el status quo.

11. ¿Cuál es la dinámica estructural que presuponen las redes sociales? No es otra sino la del modo de vida neoliberal. Las formas en que nos comunicamos masivamente, en el contexto del neoliberalismo mundial, están a priori cooptadas por los privilegios de clase, género, raza, edad que reproduce el gran capital transnacional. Con ello, la esfera de la opinión pública en el ciberespacio ya está, sin que nos demos cuenta, condicionada por el sesgo estructural que reproducen las plataformas socio digitales en tanto que empresas privadas. Es decir, la forma concreta en que nos comunicamos a través de las redes sociales está condicionada por el imperativo de expropiar a toda persona la capacidad de hacer proliferar narrativas individuales y colectivas que no se ajusten a los parámetros del modo de vida neoliberal tales como el individualismo, la competencia, el aspiracionismo, el clasismo, la misoginia y el machismo, el echaleganismo, el racismo, el elitismo, el edadismo, el colonialismo, etc.

12. Lo anterior siempre será así mientras la viralidad, como fenómeno sociodigital, dependa de la expectativa de ganancia privada o de la capacidad de inversión económica privada o pública, tanto de gobiernos conservadores como progresistas, en aras del “desarrollo económico” –¿cuántas personas y/o gobiernos pueden comprar, invertir o crear una red social?–. Salir de esa lógica neoliberal implica pensar a las redes sociales, incluso, más allá del concepto de entidades de interés público. En este problema es necesario abandonar el esquema público/privado y avanzar hacia una idea y práctica de redes sociales comunes en dónde la proliferación de los discursos, de la comunicación, de la información, de las prácticas de sí, no esté sujeta a la lógica del mercado pero tampoco a la lógica del poder político. La regulación de las redes sociales debe permitir, necesariamente, el nacimiento de nuevas formas de pensar, de sentir el mundo, de vivir la sociedad. Cualquier intento de regulación progresista que no quiera quedarse solamente en eso, en intento, debe caminar hacia estos objetivos. Esa es nuestra utopía universal.

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