ISSN : 2992-7099

Los primeros hombres

Israel Jurado Zapata

Israel Jurado Zapata

Doctor en Historia y Etnohistoria por la ENAH e investigador en el PUEDJS-UNAM. Profesor de asignatura en la FCPyS. Líneas de investigación: Sociología de las culturas indígenas, historia, antropología, y etnohistoria de Mesoamérica y Los Andes.

10 junio, 2021

Para poblar el mundo la madre tierra, la dadora de la vida, crió a dos de sus primeros hijos en lo más profundo de la gran selva del mundo; la de los monos araña y los jaguares, la que es bañada por el ramal inmenso que viene de la cima del mundo, donde mora el capibara y nada la gran anaconda.

A uno lo llamó Arahuaco y al otro lo llamó Caribe; el uno era industrioso, tranquilo de carácter, filósofo de la vida y danzante alegre; el otro, era belicoso, inquieto, por todas partes andaba, por todas partes se metía, todo lo quería explorar, cualquier reto de la naturaleza quería vencer, al jaguar en su inteligencia, al caimán en su fuerza, a la guacamaya en su belleza. A Caribe le gustaba embijarse el cuerpo, le gustaba pintárselo con colores rojo y negro, le gustaba tener un aspecto feroz. A Arahuaco le gustaba observar el mundo, imaginar a su creadora y comprender el delicado equilibrio que mantiene las cosas de la vida.

Orgullosa de las cualidades de sus hijos que los hacían únicos y diferentes, la dadora de la vida, la madre tierra, decidió regalarlos con el ser más maravilloso que podía otorgarles para su compañía, un ser a su propia imagen y semejanza en cuanto al atributo de dadora de la vida; la madre criadora de todo les regaló a cada uno una mujer.

Y los dos hermanos se separaron para hacer sus vidas. Arahuaco marchó hacia tierras más benignas, hacia los valles más propicios para el desarrollo de su carácter. Caribe se quedó en las profundidades de la selva, en donde podía ejercitar todos sus impulsos de cazador y guerrero.

Pasado un tiempo, Arahuaco y Caribe concibieron en sus mujeres a su descendencia, y cada uno le enseñó a sus hijos su modo muy peculiar de concebir el mundo, de relacionarse con la naturaleza, su modo de comportarse en el mundo. Arahuaco enseñó a sus hijos a trabajar la tierra, a filosofar sobre la vida, a crear y transmitir historias cada vez más complejas, le enseñó el arte, le enseñó la música, le enseñó cómo venerar a su madre que es la tierra, cómo rendirle culto, cómo cuidarla, hicieron cemis de madera.

Caribe enseñó a su hijos el arte de la guerra, les inculcó un espíritu indómito y explorador, los impulsó a vencer a sus hermanos, las demás criaturas de la creación.

Mientras Arahuaco vivía tranquilo y pacíficamente en un bohío muy confortable, el cual cambiaba y transformaba según las necesidades de su familia, mientras cultivaba la tierra y trabajaba magníficas obras en madera y piedra, producto de su inventiva y pensamiento. Caribe y sus hijos vivían rústicamente, dedicados a la caza de animales fieros, buscando siempre derrotar a la naturaleza, mudando su vivienda constantemente, siempre en busca de presas de caza, de retos, siempre practicando la guerra, haciendo la guerra al jaguar, al caimán, a la piraña en el río.

Así, Caribe, en su carácter indomable, se tornó ambicioso y no se conformó sólo con tener una mujer, entonces decidió ir en busca de su hermano Arahuaco para robarle la suya. Organizó a sus hijos, los aderezó con los arcos y flechas que utilizaban para la cacería, les embijó de rojo el cuerpo, y de negro rostro, los armó con palos llenos de gruesas espinas de pescado, los preparó para hacer la guerra a su hermano.

Entonces, cuando Arahuaco y sus hijos andaban más desprevenidos, cuando andaban fuera de su casa, trabajando la tierra y recolectando frutos, Caribe y los suyos cayeron de improviso al bohío de Arahuaco, donde a la sazón se encontraba indefensa la mujer que a éste le había otorgado la dadora de la vida. Y tras destruir toda la morada, Caribe tomó a la mujer por la suya y regresó al interior de la selva.

Al regresar a su morada con el producto de su trabajo, Arahuaco encontró su hogar asaltado, destruido; pero lo peor de todo, encontró que su mujer había sido raptada. Entonces Arahuaco buscó a su madre, invocó a su madre para dolerse de la conducta de Caribe, pero esta no respondió; Arahuaco imploró entonces al Ipalnemohuani le devolviese a su mujer, pero este tampoco respondió.

Las fuerzas de la vida habían decidido dejar en manos de Arahuaco el encontrar la solución a la monserga que aquejaba su vida; las fuerzas de la vida, que siempre habían guiado y aconsejado a sus hijos, decidieron dar el libre albedrío a las acciones de sus hijos, pues de ello dependería la conducta que seguiría la humanidad a la postre.

Así, el espíritu de Arahuaco decidió ir al rescate de su mujer, decidió reunir toda su fortaleza de cuerpo y de espíritu para enfrentar a su hermano; y se adiestró en el uso del arco y la flecha, y en el uso de un garrote para hacer frente a las armas de su hermano.

Decidió internarse en la profundidad de la selva para recuperar a su mujer, se esforzó en su búsqueda, recorriendo manglares, cruzando ríos a nado, cuidándose de los animales cazadores, el caimán, el jaguar, la anaconda, la araña ponzoñosa y la piraña.

Habló con el mono zaraguato, preguntó al venado, llamó al tapir, y pidió consejo a la hormiga. Cuando se había corrido la voz entre todas las criaturas de la selva, de que un hombre andaba en la búsqueda de su mujer, la noticia llegó hasta oídos de cierta guacamaya que siempre visitaba a la mujer robada, que estaba encerrada en una isla, la cual, al regresar con ella le dijo que cierto hombre andaba en su búsqueda.

Al saber esto, la mujer entendió que se trataba de Arahuaco y pidió a la guacamaya le develara a aquel hombre el lugar en donde se encontraba prisionera.

Pero hasta oídos de Caribe llegó también la noticia de que su hermano andaba en busca de la mujer que él le había quitado, y determinó impedir que la encontrase. Entonces vio a la guacamaya salir apresuradamente de la isla en que tenía encerrada a la mujer de su hermano, y deduciendo el propósito que llevaba, tomó su arco y la flechó; después tomó sus plumas y elaboró un penacho para llevarlo de regalo a su cautiva.

Al recibir el penacho hecho de las plumas de su amiga la guacamaya, la mujer entendió que tendría que buscar otra forma de avisar a Arahuaco el lugar de su prisión. Entonces quemó el penacho para anunciar con humo su desventura.

Al ver a lo lejos la repentina humareda, Arahuaco sospechó por la señal y se apresuró para ir a investigar; pero Caribe también había visto la señal y estaba decidido en detener a su hermano, así es que llamó a sus hijos, y aderezados con sus atuendos de guerra y sus armas ofensivas, salieron al encuentro de Arahuaco.

Justo en el momento cuando Arahuaco cruzaba a nado la turbulenta agua que separaba a la isla de tierra firme para ir al rescate de su mujer cautiva, apareció su hermano en una canoa, desde la cual comenzó a arrojarle flechas. Pero Arahuaco pidió ayuda a un delfín para escapar del ataque de su hermano y llegar presto a la isla.

Caribe también llegó a dicha isla y saltó de su canoa junto con sus hijos para impedir el paso a su hermano. Entonces llamó al mayor de aquellos, que a la sazón era el más adiestrado en la guerra, y lo midió con Arahuaco. Pero Arahuaco, con la sabiduría de los hombres mayores, invocó a las avispas en su ayuda, y logró que el ser más frágil y pequeño venciera al guerrero más formidable, el cual nunca pudo asestar un solo golpe a su ínfimo contrincante, y terminó huyendo al río para salvarse de sus picaduras.

Enseguida Caribe llamó a otro de sus hijos, el cual, siendo el más inteligente para la cacería, ahuyentó con humo a las avispas e inició el acecho de su enemigo; entonces con la templanza de la experiencia, Arahuaco lo atrajo hacia un manglar y pidió el favor de los monos, cuyos gritos estrepitosos le hacían delatar su posición hasta que desistió del acecho, y cuando quiso disparar sus flechas Arahuaco ya no estaba a su alcance, entonces mejor se fue a cazar un tapir.

El último de los hijos de Caribe, el más chico, aún era poco experimentado en las habilidades de sus hermanos, más con ímpetu tomó su mazo y una navaja de piedra, decidido a llevarle a su padre la cabeza de su enemigo. Arahuaco entró ahora a un pozo profundo y llamó al pequeño candirú para que lo acompañara, pues su presencia atemorizaría al enemigo, el cual prefirió trepar a un árbol antes que seguir persiguiendo a nado a Arahuaco.

Finalmente el propio Caribe, iracundo, tomó sus armas para sacrificar a su hermano, le dijo que lo comería asado, pero la alharaca de las batallas anteriores habían convocado al jaguar, a la anaconda, el caimán y al gran arapaima, enemigos de Caribe, quien se vestía con sus pieles y se aderezaba con sus huesos y colmillos, por lo que tuvo que descargar en estos la totalidad de sus flechas, romper su garrote, perder su lanza, gastar sus tiros de cerbatana, y al no haber herido a ninguno, decidió dar por perdida la batalla y retirarse a la profundidad de la selva.

Las mariposas y las libélulas anunciaron el triunfo de Arahuaco, quien se llevó a su mujer de regreso a casa; pero ya estaba embarazada de Caribe. Cuando nació, a su hijo le llamaron Ciguayo.

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