ISSN : 2992-7099

Al conmemorar el centenario de Pablo González Casanova (1922) nos enfrentamos al riesgo de trastocar su postulado materialista, imponiéndole la supervivencia de una institución. Evitar esta paradoja es un principio de realismo: volver sobre la trayectoria de un maestro de la ciencia social sólo puede avalarse en la medida en que sus enseñanzas se logren disolver en la coherencia de la vida práctica. Valga decir que en el momento en que la supervivencia moral de una intervención científica nos permita, desde el punto de fuga de la actualidad, reflexionar desde la vida personal hacia la vida social en un sentido de reconstrucción crítica para el presente.

En esta orientación, el legado de Pablo González Casanova resulta, más que un túmulo intelectual, una encrucijada histórica: más que una autoridad escolástica, un campo de confluencia y dispersión de fuerzas sociales heterogéneas y dispares. Un mapa que está demarcado, sobre el trasfondo de la Guerra Fría, por las huellas de la segunda ola anticolonial, siendo la primera las independencias americanas en el siglo XIX, y entre 1945 y 1960, 36 países de Asia y África reclaman su autonomía y se declaran Estados soberanos reivindicando el derecho a la autodeterminación de los pueblos.

Los trabajos y los días de Pablo González Casanova transcurren, de esta manera, a la par que la Guerra de Liberación de Vietnam (1955-1975), la Independencia de Ghana (1957), la batalla de Argel (1957-1962), así como la independencia de las colonias francesas del Sub-Sahara (1959), mientras se sostiene la resistencia del Congo ―después del asesinato de Lumumba en 1961― y, sobre todo, muy cercanos a la Revolución Cubana (1959), que va a motivar la agitación general en América Latina: no sólo política, sino cultural en el más amplio sentido.  

Partiendo de este acontecimiento, Pablo González Casanova apuntará: “América Latina ha hecho aportaciones valiosas a la comprensión del mundo. América Latina ha cambiado al mundo” (González, 1985, p. 22). Y su quehacer consistirá, precisamente, en la reelaboración práctico-teórica de esta coyuntura, entendiendo que hay quienes:

Sin tener el papel de líderes y dirigentes revolucionarios tenemos una tarea intelectual en los procesos revolucionarios. Porque si bien hay pensamientos que ordenan conductas de masas y palabras que desencadenan acciones ordenadas de pueblos, la dificultad no está en usarlos sino en limitarse a ellos. (González, 1985, p. 45)

La acción es, por eso, tan necesaria para el cambio como el pensamiento para la acción: pero no en un sentido sucesivo, sino discontinuo. Porque el pensamiento de Pablo González no traza solo un límite negativo, que señala un territorio interno conocido; sino también, y sobre todo, un límite externo hacia un territorio por conocer. Nos empuja, por tanto, a cruzar fronteras para asumir la novedad de la transformación social: comprendida, así, tan posible como necesaria. Intervención que podemos evaluar, con su trascendencia vital para el presente, señalando algunos hitos en su andadura intelectual para el debate.

2. En política, la historia se escribe dos veces

Hay dos muertes, la física y la moral, también la historia se dirime en sentidos opuestos: hasta que los explotados escriben su propia historia, la historia oficial siempre glorifica a los explotadores. A mediados del siglo XX la línea de fractura política estaba señalada por las expectativas sobre la continuidad del capitalismo. En este contexto, las reconstrucciones liberales más reconocidas sobre la historia del capitalismo habían sido internalistas y eurocéntricas: se enfocaron en valores subjetivos como el autointerés, la competencia y el libre mercado (Smith), así como en la racionalización que valora positivamente el trabajo y la acumulación (Weber); cualidades que se encarnaban, supuestamente, en los agentes económicos del Noroeste europeo, y más tarde en el norte geopolítico, que incluía a los EE.UU.

Esta reconstrucción liberal fue criticada desde la izquierda por su apología implícita del capitalismo, velada bajo la forma de una teleología del progreso. Pero una parte de la crítica mantuvo el foco internalista y eurocéntrico, sin considerar otros casos (por ejemplo, en los debates sobre la transición: Dobb, Sweezy), mientras que otra parte solo incluyó el resto del mundo como variable no interviniente (por ejemplo, en las teorías sobre el sistema-mundo: Wallerstein, Arrighi, Chase-Dunn), o como actores pasivos (por ejemplo, en el marxismo político: Brenner, Wood).

El aporte de los intelectuales críticos latinoamericanos a este debate consistió en incluir al resto del mundo en el mapa, demostrando que el motor del capitalismo se encuentra en el intercambio desigual: bien sea en la extracción del excedente de la periferia hacia el centro (Prebisch, Furtado, y Frank) o bien sea que el excedente se extrae y aprovecha internamente (Cardoso & Faletto). 

Pronto surgieron nuevas disidencias respecto a esta perspectiva centrada en el intercambio desigual: porque al enfocarse en la relación de dependencia periferia-centro, asumía como opción política un proyecto de desarrollo nacional-popular por encima de la lucha de clases, que era la opción para el marxismo crítico. Pablo González Casanova interviene en este debate en un nivel más complejo que el teórico: cuando reintroduce la noción de explotación del trabajo aporta la clave para una síntesis teórica, si bien se inclina por la disidencia marxista, no lo hace desplazando la crítica al imperialismo, sino asumiéndola bajo una nueva concepción del colonialismo. En un primer momento, concibe el colonialismo interno para referirse a los remanentes coloniales en México y América Latina; y luego, en pleno auge del neoliberalismo, concebirá el colonialismo global desde la perspectiva del sur geopolítico.  

3. En un territorio en disputa, las fronteras son móviles

La estrategia de Pablo González Casanova consiste, por tanto, en la elaboración teórica de dos posiciones críticas para una síntesis en un nuevo nivel de complejidad. Así reivindica la crítica contra la lógica imperialista interestatal ―ínsita a la densidad histórica del concepto de colonialismo―, al mismo tiempo que, con la calificación de interno/global, impugna: por una parte, la coalición trans-estatal entre capital y clase hegemónica periférica, asignándole a esta un rol activo (en contraste con la dependencia); y por otra, delata la lógica de la acumulación intra/trans-estatal mediante la explotación, expropiación, y exclusión del trabajo para la extracción de los excedentes económicos y subordinación social y cultural bajo las diferentes formas de racismo y marginación. En esta línea argumentativa:

Ni la igualdad, ni la libertad, ni el progreso son valores que estén más allá de la explotación, sino características o propiedades de esta. En efecto, junto con la desigualdad, el poder y el desarrollo son parte de la unidad que forma la relación de explotación. (González, 2006, pp. 37-38)

El argumento elaborado en la tríada conceptual explotación-colonialismo, interno-colonialismo global sigue, de esta manera, una trayectoria dual: externalista, porque considera los márgenes, la periferia del sistema capitalista; pero internalista también, porque examina no solo el mercado, sino además las relaciones sociales, no únicamente de explotación, sino también de exclusión y marginalidad, en su diversidad de formas. 

Es por lo que, en un territorio en disputa político-intelectual, las fronteras teóricas, tanto como las geopolíticas, resultan móviles: están condicionadas por la estrategia del cambio. La teoría de la explotación de Pablo González Casanova adquiere así la ventaja de aportar explicaciones menos generalistas ―evitando el determinismo sobre los agentes, como en las teorías macrosociológicas sobre el capitalismo― y, a la vez, más abarcadoras evitando el occidentalismo focalizado en los centros de acumulación.

4. La medida de la explotación se encuentra en los medios de dominio

Desde el último cuarto del siglo XX, se afirma el poder de EE.UU. con la caída del bloque socialista y la globalización de la agenda neoliberal: se impuso así el mito del fin de la competencia imperialista. En contraste con las disputas entre las potencias europeas del siglo XIX, señaladas por Lenin y Luxemburgo, incluso sectores avanzados de la nueva izquierda suponían que el capitalismo se había transformado para operar en redes transestatales de poder (Hardt & Negri, 2000), que subsumían los antagonismos previos bajo una suerte de imperialismo informal de los EE.UU. (Panitch & Gindin, 2012)

No obstante, al admitir la tesis de la pax americana se confundía el panorama de las relaciones internacionales con la historia del Derecho internacional. El hecho fundamental, previsto por Pablo González Casanova, es que con la globalización del capital también se globalizaron la explotación y el colonialismo. Es decir, se continuaba la guerra por otros medios. Y ello es evidente tanto en las conflagraciones bélicas fuera de las fronteras del Norte geopolítico, como en la generalizada “guerra de baja intensidad que combina la destrucción física y la destrucción política y moral”. (González, 1997, p. 221)

Este examen más preciso y aguzado de la escena contemporánea es posible para Pablo González Casanova porque parte de distinguir analíticamente entre la lógica de acumulación y la lógica de dominación. Explotación y colonialismo se vinculan y refuerzan entre sí, pero son fenómenos distintos y no se subordinan uno al otro: 

La estructura colonial y el colonialismo interno se distinguen de la estructura de clase, porque no solo son una relación de dominio y explotación de los trabajadores por los propietarios de los bienes de producción y sus colaboradores, sino una relación de dominio y explotación de una población (con distintas clases, propietarios y trabajadores) por otra población que tiene distintas clases (propietarios y trabajadores). (González, 2006, p. 229)

Esta relación, diferenciada pero intrínseca, entre dominio y explotación se entiende mejor si la reubicamos en el mapa histórico y contrastamos las diferencias estructurales entre las dos olas anticolonizadoras: en la primera coyuntura de anticolonialismo, de las independencias americanas en el siglo XIX, la nación y la democracia eran metas de llegada, horizontes por alcanzar; mientras que en la segunda coyuntura, en la que se encuentra Pablo González Casanova, el nacionalismo anti-imperialista y la lucha democrática por el poder fueron, desde el principio, ejes reivindicativos y premisas para encauzar la lucha anticolonial. 

Es decir que, desde la segunda mitad del siglo XX, a la dimensión económica de la explotación que delataba la conciencia crítica se añadían la mediación a través de la comunidad nacional y los derechos democráticos, que introducían nuevas contradicciones y posibilidades para la emancipación. Por eso, aunque en la distinción entre explotación y dominio, Pablo González Casanova se encuentra próximo a otras interpretaciones dualistas del capitalismo ―como en la macrosociología histórica (Tilly), la teoría de sistemas-mundo (Arrighi), o la geografía marxista crítica (Harvey)―, su concepción adquiere un rasgo específico: al colocar al colonialismo (interno/global) en uno de los ejes constitutivos del modo de producción capitalista ―esto es, en una especie de intersección entre la competencia entre capitales y la explotación capital-trabajo―, nos permite observar históricamente la consolidación del imperialismo en el momento en que las rivalidades capitalistas son reasumidas en la dominación neocolonial. 

Así se explica por qué el neoliberalismo nunca se reduce exclusivamente a una dinámica de acumulación. De hecho, al reubicar el colonialismo en la intersección entre explotación-dominio, inaugurando lo que Pablo González Casanova denomina una historia universal de las mediaciones, se destaca la necesidad histórica para la economía de una dimensión cultural: los procesos moleculares de acumulación impulsan dinámicas de colonización informal que son identificables en fenómenos cotidianos de relegamiento del otro: 

En un breve perfil del colonialismo global lo que parece esencial es desentrañar con claridad que a las relaciones de dependencia de las clases dominantes (disciplinadas por bancos, Fondo [Monetario Internacional] y gobiernos centrales) se añaden esas inestables alianzas de clase que forman los bloques de poder de los Estados dependientes y una sociedad extremadamente desigual, en que las divisiones de clase se combinan con las de naciones y etnias, y aparece ese dualismo social resistente e invasor, con una inmensa capa de excluidos o marginados. (González, 1996a, p. 57)

5. Por los intereses se distinguen los caracteres

Con la redefinición del colonialismo global se hace necesario reexaminar de manera diferenciada los intereses de los capitalistas y los intereses de los políticos: tanto en sus convergencias, como especialmente cuando divergen. 

Esta necesidad no fue ajena al hecho de que la trayectoria de Pablo González Casanova coincide con el derrumbamiento progresivo de la máquina priísta, en que había degenerado el Estado revolucionario, para su reconversión en correa transmisora de los imperativos neoliberales desde inicios del siglo XXI. Porque este proceso revela ―quizás en México con más intensidad por las dimensiones de la hegemonía del PRI y el legado de la revolución social― las estrategias de reproducción de diferentes clases de agentes que ocupan distintos lugares en las relaciones de producción y dominación: esto es, los medios que emplean para preservar estos lugares. 

En síntesis, la conformación del bloque en el poder depende del grado de convergencia histórica entre los intereses de los capitalistas por la acumulación, y los intereses de los políticos por el poder. Un argumento similar ha sido expuesto de manera funcional anteriormente (Block, 1987; Miliband, 1983; Harman, 1991). Un punto débil es que estas formulaciones no dan cuenta de la diversidad de Estados, recaen en el mal del internalismo. 

Pablo González Casanova le da un giro al argumento cuando, enfocándose en América Latina, añade la capa analítica del colonialismo para explicar las distintas formas estatales que surgirían de diversas configuraciones de compromiso entre estos intereses:

Al acercarse a los problemas de la sociedad y el Estado en América Latina, “los conquistadores”, “las oligarquías” y “los burgueses”, o los distintos tipos de empresarios, ayudan a comprender las formas de dependencia y acumulación, mientras que la población colonial —indios o no-indios y los trabajadores coloniales discriminados y excluidos— ayuda a comprender los sistemas de control y explotación de los pueblos (González, 1996b, pp. 23-36).

Esta complementación analítica entre dependencia y acumulación, a la par que control y explotación, puede evitar los equívocos de un mal comprendido realismo, que considera a la política en función de ciertos intereses utilitarios, concibiendo a la dominación como un epifenómeno: unívoca e instrumentalmente racional. Más allá de esta corrección epistémica, de aquí se sigue una dimensión práctica, también dual, de los obstáculos para lograr la emancipación social, que implica también en sus postulados la tarea pendiente para las nuevas ciencias:

El doble poder del capitalismo, con el Estado como coerción-mediación y el mercado como dominio-negociación, no ha podido ser vencido por un doble poder del Estado democrático, moral y de la sociedad justa y soberana. La solución a tan difícil problema va mucho más allá de las nuevas ciencias; pero puede encontrar en ellas algunas líneas de reflexión-acción (González, 2004, p. 264).

6. La democracia es de todos o de nadie

La imposición del credo neoliberal ha tenido entre sus efectos materiales más evidentes la reconcentración enorme de la riqueza y el desmesurado incremento de las desigualdades en diversos ámbitos. Contra esta corriente oligárquica, Pablo González Casanova reivindicó siempre que la lucha por la democracia involucra torcer el curso de los privilegios para unos pocos y recuperar el sentido de proximidad entre las mayorías populares para instaurar una democracia de todos. 

El fenómeno de la democracia contemporánea es muy complejo: comprende dimensiones políticas, sociales y culturales además de económicas. En tal situación, una amplia proporción de la población tiende a suponer sus intereses amenazados por un mayor igualitarismo; por ejemplo, al evaluar por los costos de la transición hacia una democracia más radical. En este rechazo cabe también considerar la experiencia histórica negativa de la transición democrática en América Latina en los años 80 del siglo XX, que vino aparejada con la implantación del neoliberalismo. 

Por lo que existen condiciones materiales objetivas que pueden corroer el proyecto democrático. No se trata solo de condiciones subjetivas, como evalúan los teóricos de la elección racional ―por ejemplo, las “uvas amargas” (Elster, 1983)― ni únicamente motivaciones económicas, como suponen los utilitaristas, tanto a la derecha como a la izquierda; ni tampoco circunstancias debidas principalmente a fallas estratégicas en los programas de gobierno, que suelen pasar por alto a las clases medias. 

De ahí que, en todo caso, las perspectivas van a cambiar cuando cambien las condiciones. En esta trama política densa, el punto nodal señalado por Pablo González Casanova consiste en que “la desigualdad ayuda a ocultar la explotación” (González, 1998, p. 136). E inspirándose en los movimientos sociales contemporáneos ―en especial el neozapatismo, interpretado bajo la mirada del comandante Pablo Contreras―, Pablo González Casanova nos incita a considerar varias cuestiones para la profundización de la democracia, de las que podemos destacar tres: las tendencias a largo plazo del sistema de dominio-explotación, la relación entre reforma-revolución, la naturaleza de los obstáculos para la democracia.

La primera cuestión surge con el problema de los costos de transición: aunque la democracia de todos sea mejor, los costos de alcanzarla pueden hacer preferible el status quo. Ahora bien, ¿qué sucede si la democracia neoliberal se encamina a la descomposición social, como en la actual coyuntura de desigualdad extrema? Hay límites que, una vez superados, imprimen tal deterioro de la situación hasta el punto en que se vuelve razonable el cambio. La crítica de la democracia neoliberal se suele realizar sin dar cuenta de las condiciones de la crisis actual, con lo que las dimensiones de los límites y los cambios propuestos adquieren un tono atemporal. 

En términos de mediano plazo, la lógica de acumulación del programa neoliberal es un intento por recuperar riqueza en los centros capitalistas, en un contexto de caída de las tasas de ganancia (desde los años 70´s del siglo XX). En términos de más largo plazo, la lógica geopolítica se caracteriza por el fin del ciclo unipolar centrado en EE.UU. y la fragmentación de la hegemonía en nuevos escenarios de polaridad regional. Son dos temporalidades distintas pero conectadas, como Pablo González Casanova nos ha enseñado a ver. 

Es cierto que el sistema puede mutar y sobrevivir, a la manera de la destrucción creativa señalada por Schumpeter; pero esta capacidad es históricamente variable. Es decir que el carácter estacional o transicional de la crisis depende, no sólo, pero en gran medida, si las condiciones generales son de expansión (como en las décadas de los 50´s y 60´s del siglo XX) o contracción (como en el presente). Para entender el neoliberalismo hay que entender la caída del crecimiento de las cinco décadas precedentes, y la incapacidad de la derecha para contrarrestar esta tendencia. Por eso vivimos no una era de reforma, sino de ataque a las reformas antes alcanzadas. 

¿Esto vuelve inútiles las reformas? En ningún caso. Pablo González Casanova estuvo consciente de la necesidad de “superar las propuestas maniqueas como reforma o revolución” (González, 2004, p. 307). El hecho histórico de peso para trascender esta dualidad paralizadora del debate estratégico es que los límites impuestos al cambio por el consenso ideológico dominante son más estrechos que los impuestos por los intereses del capital. 

En tercer lugar, y estrechamente vinculado con lo anterior, cualquier movimiento igualitario desarrollará una agenda que tensione los límites del cambio. Cuando las políticas igualitarias amenacen las condiciones de reproducción sistémica, van a invocar la resistencia capitalista. 

Por eso, en el nivel de la estrategia, la dinámica del movimiento social enseña que el anticapitalismo normativo se diluye en el anticapitalismo práctico. La igualdad y el fin de la explotación sólo puede realizarse con el reemplazo del capitalismo por una economía organizada democráticamente en el socialismo como alternativa global: “El legado principal de las experiencias del siglo XX es que no es posible la lucha por el socialismo sin que esa lucha sea mundial y también por la democracia”. (González, 2001, p. 237)

7. No hay democracia sin socialismo

El aguzado sentido de la realidad de Pablo González Casanova, al mismo tiempo que le impele a seguir cuestionando el presente, también le impide asentarse en ningún idealismo. Son los días de la Guerra contra el Terror cuando se pregunta “¿cómo seguir dando prioridad a la democracia en condiciones crecientes de barbarie, asedio y miseria, y con plena conciencia de que sin democracia no habrá socialismo, y sin socialismo no habrá democracia?”. (González, 2002, p. 13)

La síntesis analítica dominio-explotación parece, en el curso de un siglo que se cierra con la debacle del bloque socialista y la reafirmación del capitalismo, convertirse en el último reducto para sostener la reafirmación, a contracorriente, de la síntesis práctica democracia-socialismo. En aquel momento, reivindicar la opción de izquierda radical era clamar en el desierto. Pero a la larga, el bagaje científico-político de Pablo González Casanova le permitía argumentar por qué, precisamente en la medida en que la resistencia al cambio se encuentra arraigada profundo en el sistema, el realismo decanta en la necesidad estratégica de una transformación sistémica, de fondo, en lugar de la contemporización con los oponentes al cambio. 

Esto se confirma en cuanto la colonización global genera “las luchas por la democracia [que] han creado una alternativa compleja que incluye las luchas por la justicia social, por la independencia y la soberanía de las naciones; por la tolerancia y la representación y participación política”. (González, 2002, p. 13). 

Entonces la dualidad colonialismo-explotación, que es contrastada con el postulado normativo de la democracia-socialista, se puede resolver en una política de alternativa compleja: que permita contrapesar, con los términos de la suma estratégica de las luchas sociales, los costos de superar el capitalismo con los costos de mantenerlo: la injusticia, la dependencia, la intolerancia, etc. 

En la historia, son las propias condiciones objetivas las que generan luchas sociales que transforman las subjetividades. Por eso, siguiendo el ejemplo práctico de Pablo González Casanova, es necesario no separar los cambios en el capitalismo de los cambios contra el capitalismo. Hay que mantener el impulso de los cambios, crearlos. Pues si se contraponen estas dimensiones, el riesgo es apartar los objetivos inmediatos de los objetivos ulteriores, y así descender al nivel del reformismo, que rápidamente es absorbido por el sistema. Al contrario, en el programa revolucionario las demandas de reforma se deben convertir en demandas transicionales.

8. Luchar y amar

Una anécdota significativa: cuando le pidieron a Pablo González Casanova que comparta “la receta para llegar a los 96 años con tal fuerza intelectual”, respondió: “luchar y amar” (González, 2018, p. 21). Más allá del significado de los términos, que puede debatirse en el cuadro de experiencias subjetivas, sería importante destacar el peso específico de la conjunción “y”. Esto es, así como para la política es importante la suma estratégica, para la vida es fundamental afirmar la capacidad de vincular acciones discordantes, incluso opuestas y a menudo enfrentadas, o al menos así supuestas bajo el principio que opone los afectos de la concordia contra los afectos de la discordia. 

Quizás aquí se encuentre la lección definitiva de un gran maestro para la democracia: la lucha social es conciliadora porque va de la mano con el amor como pasión política. “Porque somos optimistas luchamos. Porque tenemos esperanza en un destino somos críticos. Pero no aceptamos el optimismo autoritario ni la esperanza sin pensamiento crítico” (González, 2018, p. 9). Pensar así da fuerza moral para vivir cien años (más).

9. Referencias bibliográficas

Block, F. (1987). Revising State Theory. Temple University Press.

Elster, J. (1983). Sour Grapes: Studies in the Subversion of Rationality. Cambridge University Press. 

González, P. (2018). Explotación, colonialismo y lucha por la democracia en América Latina. Testimonio recogido en 100 años de lucha y amor: Pablo González Casanova. La Jornada.

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González, P. (2004). Las nuevas ciencias y la política de las alternativas. En P. González (Coord). Las nuevas ciencias y las humanidades: de la academia a la política (pp. 251-315). Anthropos-UNAM-IIS.

González, P. (2002). La dialéctica de las alternativas. Casa de las Américas, 226, 3-13.

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González, P. (1996a). El colonialismo global y la democracia. En S. Amin, y P. González (Coords.). La nueva organización capitalista mundial vista desde el Sur. Vol. II, El Estado y la política en el sur del mundo. Anthropos.

González, P. (1996b). Las etnias coloniales y el Estado multiétnico. En P. González (Coord.) Democracia y Estado multiétnico en América Latina (pp. 23-36). UNAM-CEIICH. 

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Hardt, M., y A. Negri (2000). Empire. Harvard University Press.

Harman, C. (1991). The State and Capitalism Today. International Socialism, 2(51) 3-54.

Miliband, R. (1983). State Power and Class Interests. New Left Review, 1(138) 57-68. Panitch, L., y S. Gindin (2012). The Making of Global Capitalism: The Political Economy of American Empire. Verso.

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