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Revista Tlatelolco, PUEDJS, UNAM
 Vol. 3. Núm. 1, julio-diciembre 2024

La dificultad epistémica en el estudio de los movimientos sociales

The epistemic difficulty in the study of social movements

Diego Ernesto Soto Pereira

Recibido: 15 de febrero de 2024 | Aprobado: 01 de abril de 2024

Licenciado en Sociología por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM; maestro y doctorante en Estudios Latinoamericanos por la misma universidad. Especializado en temas de Sociología Política con especial interés en procesos de construcción del Estado nacional, análisis del poder político, formas de dominación y surgimiento de los movimientos sociales en América Latina. Ha publicado diversos artículos sobre política y neoliberalismo. ORCID: https://orcid.org/0009-0001-7963-7199. Correo electrónico: diego.soto.p91@gmail.com

Resumen

A lo largo de los siglos XX y lo que va del XXI, el concepto de “movimientos sociales” ha sufrido múltiples transformaciones. Sus postulados se han actualizado y repensado de acuerdo a las modificaciones en las formas de organización, de acción, objetivos y actores, pero también, de acuerdo a la posición geográfica y teórica de los propios investigadores. El presente artículo tiene como intención realizar un breve recorrido describiendo algunos de estos cambios, tratando de mostrar cómo los paradigmas dominantes, provenientes de Europa y Estados Unidos, deben seguir siendo repensados para dar cuenta de las realidades latinoamericanas actuales, lo cual supone un problema epistemológico. 

Palabras clave:

Movimientos sociales, estallido social, problema epistemológico, desarrollo teórico.

Abstract

Throughout the 20th centuries and so far in the 21st, the concept of “social movements” has undergone multiple transformations. Its postulates have been updated and rethought according to the modifications in its forms of organization, action, objectives and actors, but also according to the geographical and theoretical position of the researchers themselves. The purpose of this article is to take a brief tour describing some of these changes, trying to show how the dominant paradigms, coming from Europe and the United States, they must continue to be rethought to account for current Latin American realities, which represents an epistemological problem.

Keywords:

Social movements, social outbreak, epistemological problem, theoretical development.

Sumario:

1. Introducción

A lo largo de los años y en distintas latitudes, las situaciones de lucha e insurrección social han sido fenómenos que han despertado el interés de múltiples intelectuales, buscando explicar los procesos de transformación social y de disputa por el poder. Así, a estos fenómenos se les ha denominado como “movimientos sociales”, concepto que se ha insertado de manera profunda en el léxico de las ciencias sociales. La manera en la que surgió y se desarrolló dicho concepto es algo que puede ser rastreado y analizado históricamente, mostrando reformulaciones y agregados que revelan diversos enfoques y cuestionamientos sobre dichos movimientos.

El desarrollo teórico de este concepto supone, a mi parecer, un gran problema de fondo, pues su formulación responde a situaciones precisas en lugares y tiempos determinados. Es decir, se trata de un concepto basado en reflexiones cuyo origen se da en Europa occidental para explicar situaciones propias de sus sociedades, y que tiempo después se trasladó a Estados Unidos buscando hacer lo mismo. Se trata entonces de un concepto formulado y repensado principalmente en las llamadas “sociedades avanzadas” (industrializadas, vaya) para explicar sus propios procesos y conflictos.

 Al reflexionar y construir este concepto de dicha manera, se le adjudican características bastante particulares como la presencia de ciertos actores, los objetivos perseguidos o ciertas formas de manifestación y lucha que, de no ser encontradas o vislumbradas en nuestros análisis, negarían la existencia (o posibilidad de existencia) de un movimiento social en cualquier otra sociedad. Esto puede ser observado en los dos paradigmas que fueron dominantes durante largo tiempo: el de la movilización de recursos y el de los nuevos movimientos sociales.  

El primero, desarrollado en principio por McCarthy y Zald, caracteriza al movimiento social como un conjunto de opiniones y creencias que representan preferencias para cambiar elementos de la estructura social o de la distribución de recompensas en una sociedad. Posteriormente, Tarrow, McAdam y Tilly lo complementarán incorporando variables del contexto político para explicar su surgimiento en una conjunción de factores internos (recursos, organización, dinero, tiempo) y externos (como lo son las oportunidades dadas por el contexto político en que se desarrolla la acción). Se centra entonces la atención en los factores estructurales e institucionales del sistema político, planteando que los individuos se suman a los movimientos sociales como respuesta a las oportunidades políticas que “se abren”, creando nuevas posibilidades a través de la acción colectiva. Empero, el problema aquí es que se establece una suerte de relación mecánica entre la presencia de recursos y oportunidades políticas y la acción colectiva; no obstante, su sola presencia no basta para impulsar el surgimiento de un movimiento social.

El otro enfoque, desarrollado principalmente por Touraine, plantea que los movimientos sociales contemporáneos se alejan de la defensa de las condiciones laborales y salariales (característica de lo que él llama “movimientos clásicos”) para centrarse en el reconocimiento y defensa de los derechos culturales, de la igualdad cultural (Touraine, 2001). Para el autor, los problemas de tipo económico han perdido relevancia, mientras que 

[...] la formación de nuevos actores, y por consiguiente el renacimiento de la vida pública, pasa por la reivindicación de una serie de derechos culturales, y ese género de luchas, más que los movimientos directamente opuestos a la lógica liberal, es el que merece el nombre de movimientos sociales […]. Para que se originen esos movimientos no basta con que se opongan a determinada forma de dominación; es necesario, por el contrario, que reivindiquen también determinados atributos positivos. (Touraine, 2001, p.3) 

Aquí podemos centrar nuestra crítica en que, si bien la defensa de los derechos culturales ha probado ser de suma importancia, no por eso quedan de lado las luchas por mejoras en el ámbito económico, ni que, por este tipo de reivindicaciones, dejan de ser considerados movimientos sociales. En suma, no todos buscan reivindicar atributos positivos, ya que hoy, más que nunca, presenciamos el surgimiento de movimientos conservadores y fascistas.    

El problema se vuelve más complejo cuando reflexionamos sobre el uso del concepto de movimiento social en América Latina. En nuestra región, parece haber una adopción plena de dicho concepto, lo cual supone un acatamiento fiel de las principales líneas teóricas que lo desarrollaron para explicar procesos de lucha social y popular en el ámbito local (idea que será desarrollada más adelante). Pero la realidad latinoamericana no es la misma que la de las sociedades primermundistas europeas y estadounidenses, ni responde a los mismos procesos, cuestión que ha sido reconocida especialmente en el último par de décadas por varios pensadores latinoamericanos que aquí retomo. 

Las críticas hechas a estos dos paradigmas dominantes cobran mayor relevancia al situarnos en nuestra región, donde el desarrollo capitalista subordinado ha creado condiciones y situaciones específicas a las cuales responden los movimientos sociales, tales como los problemas de desigualdad y marginalidad crecientes y generalizados. De esta manera, nuestro objetivo se vuelve teórico y epistemológico. ¿Cómo analizar, explicar y caracterizar este tipo de fenómenos en y desde América Latina?

De lo que se trata entonces, es de hacer una revisión crítica de dicho concepto, alejándonos de una idea de categoría universal o de teoría general aplicable en todo momento, para centrarnos, tanto en las especificidades de los lugares en los que surgen estos fenómenos (su historia, su cultura, su composición social y económica, la ideología dominante, etc.) como en las influencias externas, pues ambos elementos dan forma particular a cada sociedad. A partir de ahí se puede explicar el surgimiento, la composición, la acción y los alcances de los estallidos y movimientos sociales latinoamericanos, en relación permanente con su lugar de origen y su contexto, lo cual le dará su particularidad. No se trata de negar la posibilidad de existencia de movimientos sociales, como afirma Touraine, sino de comprender que estos poseen dinámicas, procesos, alcances y objetivos propios de su surgimiento en nuestra región. Para ello, en un primer momento me dedicaré a mostrar cómo las posiciones geográfica y teórica inciden en la manera de observar y caracterizar los procesos de conflicto y acción social, para después cuestionar la posibilidad de una “teoría general de los movimientos sociales” y, finalmente, tratar de dar pistas para su estudio y conceptualización desde América Latina.

2. Realidades cambiantes, observaciones distintas

El primer problema a señalar en la construcción del concepto de “movimiento social” es, sin duda, el lugar del que parte quien realiza la observación y la reflexión. Como todo concepto, se trata de una abstracción de la realidad que busca explicarla, por lo cual, necesariamente (o idealmente) va respondiendo a las características y a las necesidades que plantea el momento histórico específico; pero también a los intereses del observador, quien busca dar razón de dichos momentos, o que se interesa por cierto problema y trata de resolverlo. Esto lo podemos notar desde que se inicia la reflexión sobre los procesos de insurrección y lucha social en Europa. En este punto podemos mencionar a autores como Marx y Engels, quienes nos darán uno de los primeros acercamientos y reflexiones sobre el fenómeno en cuestión, sin categorizarlo aún como “movimiento social”, aunque sí volviéndose parte integral de su desarrollo teórico. En un contexto de formación y consolidación del capitalismo europeo, estos autores comenzaron a plantearse problemas referentes a lo que ellos identificaron como la conformación de actores colectivos (que después denominarán clases sociales) y a las acciones que llevan a cabo en conjunto (sobre todo sus luchas). Su principal interés no era solo entender el proceso de conformación de las clases sociales y las relaciones que establecen entre ellas, también buscaban comprender la manera de superar las injusticias y desigualdades, creando una sociedad más justa e igualitaria (la comunista) por medio de un proceso revolucionario (es decir, por medio de la lucha armada).

Dicha reflexión no surge por la genialidad de los autores, o no del todo al menos, más bien parte, en un primer momento, de la observación y reconocimiento de múltiples situaciones de conflicto en que diversos sectores de la sociedad (algunos de reciente formación) comenzaron a rebelarse contra sus gobernantes, desplegando una serie de acciones para hacer efectiva su lucha. El principal referente para su desarrollo teórico y conceptual fue la Revolución Francesa. Lo que Marx y Engels reconocen es el surgimiento de nuevos actores sociales que entran en relación entre ellos dentro de sociedades que están experimentando fuertes cambios en distintos ámbitos (económico, social, político) y cuyos gobernantes, junto con sus formas de gobernar, ya no son ni reconocidos ni aceptados. Es esta primera observación y reflexión la que sentará las bases para reflexionar y plantear problemas referentes a la acción colectiva, sus procederes y objetivos, poniendo sobre la mesa otros temas como la dominación, el conflicto y la lucha de clases.

El desarrollo teórico del concepto de movimiento social se mantendrá en Europa durante largos años y será retomado por distintos pensadores (dentro de los cuales destaca el francés Alain Touraine como uno de los principales) que le darán nuevos giros de acuerdo con nuevas situaciones, condiciones e intereses, pero, sobre todo, a las condiciones de la posguerra del año 1945. Sin embargo, las expresiones de descontento y lucha comenzarán a ser reconocidas en otras latitudes, despertando interés y llevando a nuevas reflexiones que cambiarán la visión que se tiene sobre la acción colectiva expresada como movimiento social y lo que esta supone para la búsqueda de un cambio.

Durante los sesentas, el concepto de movimiento social se inserta en otro tipo de sociedad con diferentes particularidades y necesidades: la estadounidense. De los sesentas y hasta los ochentas, se tendrá uno de sus mayores desarrollos teóricos bajo los planteamientos de autores como Tilly, Tarrow o McAdam. Estos pensadores comenzaron a darle a la concepción de los movimientos sociales un nuevo giro de tuerca, influidos por sucesos tan importantes para la sociedad estadounidense como lo fueron la lucha por los derechos civiles, la revuelta generacional que aportó la idea de la contracultura, las primeras luchas feministas, la oposición a la guerra de Vietnam o el caso Watergate y el afianzamiento de la derecha en la presidencia de Reagan. 

Dichos sucesos dinamizaron los movimientos de protesta, oposición y lucha, presentando nuevos actores, con nuevas reivindicaciones y formas de visibilizarse que motivaron el interés académico. Se exaltaron los aspectos políticos, sobre todo, la relación con las instituciones, al tiempo que se sumaban algunos otros que ya habían sido considerados por teóricos europeos como los de la cultura y la identidad, siendo sintetizados en abstracciones teóricas que buscaban dar cuenta de la realidad específica de las sociedades de Estados Unidos. Con el tiempo, estas nuevas perspectivas teóricas se fortalecieron y aumentaron su rango de influencia hasta terminar por conformar el paradigma dominante.

Hoy en día, el estudio de los movimientos sociales para y desde América Latina vuelve a plantearnos una serie de elementos e interrogantes a considerar, y es que, en nuestra región, hubo una mayoritaria recepción de los postulados europeos y estadounidenses, adoptados bajo una idea de que su aplicación “al pie de la letra” implicaba estar a la vanguardia del pensamiento científico y teórico. Poco tenía que ver la realidad que se observaba, los elementos que la componían y las diferencias y especificidades encontradas, lo importante era aplicar el modelo, los postulados, casi a manera de calca; empero, estos se daban de bruces frente a la realidad cambiante, contradictoria, abigarrada de América Latina.

 Será ya hasta esta última década, que estos elementos tan particulares de nuestra realidad comenzarán a ser tomados en cuenta al momento de analizar los procesos de acción colectiva, con autores como Raúl Zibechi, Maristella Svampa, Álvaro García Linera, entre otros. Estos comenzarán a dar mayor prioridad a la historia de la región y de cada país, y a sus elementos propios por encima de los modelos dominantes, reconociendo la larga tradición de lucha y la importancia de actores como los indígenas y campesinos, lo cual implica, necesariamente repensar los postulados dominantes para explicar y entender de mejor manera nuestra propia realidad.

En cuanto a aportes concretos desarrollados por estos autores, podemos mencionar algunos brevemente para dar cuenta de los cambios señalados, comenzando por Raúl Zibechi, quien reconoce la existencia de movimientos sociales cuya acción no puede ser controlada por medio de las instituciones del Estado y que, en su opinión, no poseen un centro director ni surgen por medio de una convocatoria realizada por alguna organización particular para promover la acción social, sino que se sustentan por medio de redes de relaciones sociales de la vida cotidiana (Cruz, 2019). 

A las redes que se desarrollan, a los vínculos y acciones, las denomina comunidades y sociedades en movimiento, como actores colectivos capaces de crear otros mundos, poderes no estatales y formas de producción no capitalistas (Cruz, 2019). Con ello, Zibechi busca poner el acento en la posibilidad de una autonomía de los movimientos sociales frente al Estado u otro tipo de organizaciones insertas en las dinámicas burocrático-estatales, sin embargo, también cae en una visión idealizada de la comunidad al tiempo que reduce al Estado a un simple aparato burocrático jerárquico (Cruz, 2019).

Por su parte, Svampa nos habla de la importancia de retomar críticamente las teorías existentes y no abandonarlas por completo, recurriendo a sus nociones y conceptos, pero pensándolos para poder dar cuenta de la heterogeneidad y complejidad de los estallidos y movimientos sociales en los países de América Latina. También considera necesario analizar su influencia, no solo en el ámbito político, sino también en otros como el cultural o el ideológico, lo que la llevará a desarrollar una concepción de los movimientos sociales bajo una perspectiva interdisciplinaria que le permitirá explorar la conformación y acción de los movimientos sociales, reconociendo tanto las luchas que se dan en el marco del sistema hegemónico con las luchas de alcance alter y antisistémicas.

Por último, Álvaro García Linera, pensando sobre todo en la situación de Bolivia y tratando de combinar las corrientes marxistas e indianistas con miras a ubicar a un sujeto que sea capaz de movilizar las potencialidades emancipatorias, identifica en la forma “comunidad” a la fuerza principal para lograr cambios sociales (Torres y Luzio, 2017). De este modo, desarrolla una visión sobre los movimientos sociales que, en términos generales, representaría “un tipo de acción colectiva que intencionalmente busca modificar los sistemas sociales establecidos o defender algún interés material, organizándose y cooperando para desplegar acciones públicas en función de sus metas” (Torres y Luzio, 2017).           

Después de este repaso, surgen preguntas y cuestionamientos que giran en torno a la discusión sobre los enfoques analíticos, su rigurosidad y pertinencia, así como sobre el rol político y social de los intelectuales y analistas que los estudian.

3. De la observación a la teoría: ¿buscando generalidades o generalizando un modelo?

Habiendo hecho este pequeño recorrido que nos permitió dar cuenta de la manera en la que las distintas realidades fueron definiendo los elementos a considerar en el estudio de los movimientos sociales, es momento de profundizar un poco más en tales elementos, y así, poder mejorar la visión general sobre el tema. Y es que los elementos y/o preguntas que fueron guiando las reflexiones, al igual que las realidades de las cuales se desprenden, han sido cambiantes, pasando del quiénes, al cómo, cuándo y por qué. Esto refleja una preocupación central sobre el momento, como aspecto al que se trató de dar respuesta para ampliar la comprensión de este fenómeno sociopolítico y así entender mejor su acción, alcances y limitaciones.

El principal problema parece residir en cómo formar la unidad de análisis que siente las bases para decir cuándo estamos ante un movimiento social y cuándo no, y con base en qué. De esta manera, se fueron definiendo ciertos aspectos básicos que caracterizarían a un movimiento social y su acción, centrando la atención en los aspectos más recurrentes como los actores, los repertorios de acción y protesta o las demandas y reivindicaciones planteadas, construyendo distintos postulados como el de la necesidad de un “sujeto histórico del cambio” (que por mucho tiempo se encontró en la clase obrera), la consecución de la victoria por medio de un proceso revolucionario (asalto y toma del poder), la priorización de problemas de tipo político o cultural, la acción y visibilización en el espacio público o a través de las instituciones del Estado y el proceso electoral, entre otros. Todo ello con miras a crear una teoría o modelo general del movimiento social que pudiera explicar siempre su surgimiento, procederes y resultados como parte de un proceso lógico, etapista y lineal.

 De no contar con la presencia de tales elementos, no se trataría de un movimiento social como tal, por lo que se recurrió a la formulación de otros conceptos como el de protesta social, levantamiento popular, estallido social, lucha popular, etc., cuya diferenciación entre ellos resulta muy poco clara, debido a su uso indiscriminado y cambiante para señalar procesos similares, mostrando la profundidad y complejidad del fenómeno que busca ser estudiado (la acción social).

Sin embargo, como ya lo señalamos en el apartado anterior, las realidades son cambiantes, por lo que los conceptos que buscan explicarla también deben de serlo. Aquí hay que precisar que esta adaptabilidad y mutabilidad de la teoría y los conceptos no los alejan del rigor científico y metodológico, por el contrario, analizar y reflexionar poniendo mayor atención a las diferencias y especificidades, y no solo a las generalidades, permite dar cuenta de lo particular de cada proceso, posibilitando comprender de mejor manera la originalidad de cada situación de lucha e insurrección social. 

Tampoco se trata de obviar las generalidades o las teorías anteriores y foráneas, ya que éstas nos sirven de guía para hacer ese balance entre lo recurrente y lo novedoso, encontrar los nudos problemáticos y desenredarlos. Pero, pese a ello, no pienso que la implementación de un modelo único y aplicable para todos los casos sea la respuesta para desentrañar toda la complejidad que envuelve a los movimientos sociales.

Ejemplo de ello, es la idea de la necesaria presencia de un “sujeto histórico del cambio”. Dicho sujeto fue encontrado por Marx en la clase obrera, la cual, por medio de su dirección y concientización, podría encaminar al resto de los sectores sociales hacia el comunismo, sentando las bases para la teoría de la lucha de clases como motor de la historia. Empero, la preeminencia de este sujeto reflejaba una realidad específica, la europea, en la que esta clase social era homogénea y poseía un alto grado de desarrollo y posibilidades de toma de consciencia por sus condiciones objetivas de existencia, por lo que estaba en posibilidades de impulsar un cambio social mediante su acción. Pero, ¿qué pasa en otras regiones, como América Latina, donde esta clase no posee tal grado de desarrollo?, ¿se pierde toda posibilidad de cambio hasta que la clase se consolide?, ¿o puede otra tomar su lugar para conformar y dirigir un movimiento social?

Este tipo de preguntas llevaron a los pensadores de nuestra región a buscar su propio sujeto de cambio, encontrándolo en las clases populares. Pero, aquí ya podemos empezar a notar las diferencias, al señalar múltiples sujetos, estratos o clases sociales que se aglutinan en la noción de “lo popular”, en la idea del “pueblo”, y que se contraponen a la dirección o acción de una única clase como lo era la clase obrera.

 Esta falta de referente único deja entrever ya la complejidad del surgimiento y acción de los movimientos sociales en América Latina, al encontrar situaciones de inconformidad, manifestación y protesta que emanan desde distintos sectores e involucran múltiples actores y formas de manifestarse y luchar, que no habían sido observadas (debido a que no estaban presentes o no de forma recurrente como para integrarlas a la teoría como modelo) en los movimientos sociales de los países centrales. Lo popular refiere entonces, en América Latina, al “conglomerado de mundos heterogéneos -indígenas, campesinos, trabajadores informales, clase obrera urbana- (Svampa, 2009) presentes en sus sociedades, resaltando la diferencia y especificidad de la conformación social entre Latinoamérica, Estados Unidos y Europa.

Podemos encontrar otros ejemplos de lo anteriormente expuesto en las formas de manifestarse y protestar, así como con la manera de “medir” o de interpretar el triunfo de un movimiento social. En distintos momentos se ha tratado de distinguir a los movimientos sociales por lo que se conoce como su “repertorio de acción”, lo cual los distinguiría de otros sucesos de descontento y hartazgo social. Eso quiere decir que, para poder hablar de la presencia de un movimiento social se deben ubicar formas específicas de visibilización y, sobre todo, de lucha, en aras de alcanzar el (supuesto) objetivo final: el cambio social. En un inicio, cuando la reflexión giraba en torno a la acción de la clase obrera en Europa y bajo la premisa de la lucha de clases como motor de la historia, se pensaba que el movimiento social era aquel que llevaba la inconformidad hasta la lucha directa, armada, con el objetivo de remover por la fuerza a aquellos que detentan el poder. 

Posteriormente, en Estados Unidos, la acción del movimiento social se pensó más dentro de un diálogo o relación con el Estado y sus instituciones (como lo podemos ver con Tarrow, McAdam o en las primeras reflexiones de Tilly) reflejando el contexto nacional de una sociedad en la que se fortalecía y cimentaba la idea de la democracia representativa y el respeto a sus reglas e instituciones. Ya en épocas más recientes, y especialmente al reflexionar desde América Latina, los análisis se han enfocado más en aquellos movimientos que protestan en el espacio público (por medio de performances, marchas, mítines, etc.), ya sea que se lo apropien o no, al tiempo que van desarrollando una organización propia y se alejan del ámbito estatal-institucional, expresando la enorme desconfianza que se tiene en las instituciones y sus funcionarios debido a los altos índices de corrupción en la región. 

En cuanto a los objetivos que debe perseguir la movilización social, también tenemos visiones cambiantes. Ciertamente pareciera haber un consenso acerca de que el “objetivo final”, buscado por los movimientos sociales es el cambio social. Pero ¿qué significa o qué implica este cambio social y cómo se logra? Para algunos, se trata de un cambio en la forma de dominar, que se volvería más justa para las clases marginadas, gracias a la apropiación y uso del aparato estatal por parte de estas mismas clases. El cambio de funcionarios, así como una reforma a las instituciones del Estado supondría entonces, casi en automático, una mejora y un orden social más justo. Sin embargo, tiempo después, el éxito se medirá por medio de la eficacia en cuanto a la interpelación al Estado. Me refiero a que el éxito devendrá de la capacidad que tenga el o los movimientos para transmitir sus necesidades y problemas, pero, sobre todo, de la respuesta y posible solución que se dé desde la institucionalidad estatal, por medio de la implementación o derogación de nuevas leyes, políticas públicas o de un proceso electoral, provocando el cambio social en conjunto con la acción estatal.

Para terminar este apartado, quisiera poner sobre la mesa un último ejemplo, esta vez, de la concepción misma que se tiene sobre los movimientos sociales como agentes progresistas de cambio. Y es que parece haber un consenso casi generalizado sobre la idea de que los movimientos sociales siempre provienen de lo popular, de las clases o sectores que se rebelan contra las injusticias y la tiranía de los gobernantes y que, mediante su acción, pero sobre todo, que su triunfo creará una sociedad más justa y equitativa. Se plantea así al movimiento social como algo inherente y automáticamente bueno, justo, y que con su sola presencia ya produciría un cambio positivo. 

Empero, en años recientes, hemos podido observar en diferentes latitudes, el descontento de un cierto sector de la élite, ya sea con el resto de la élite misma, pero especialmente con los sectores dominados que han obtenido ciertas concesiones y “victorias” a través de la movilización social. Esto los ha llevado a expresar su malestar recurriendo a las estrategias y repertorios de los movimientos sociales, visibilizándose en el espacio público, especialmente por medio de manifestaciones y mítines. Asimismo, se han realizado eventos como conciertos y conferencias que reúnen a las fuerzas más conservadoras de la sociedad e incluso de varios países. 

Con los ejemplos anteriores, trato de mostrar las variaciones que se presentan en cuanto a su construcción teórica y conceptual, que es influida por los tiempos y lugares en los que se ha reflexionado sobre ellos, así como por los autores y sus intereses, lo cual supone un claro problema epistemológico, es decir, de construcción del conocimiento. La complejidad de la acción y movilización social, a mi parecer, no da para ser estudiada por medio de un modelo o teoría general ya que esto nos aleja de sus particularidades y solo viene a reforzar una idea de rigurosidad científica basada en el positivismo europeo y estadounidense. Por el contrario, si nos centramos en las historias, actores y elementos particulares y característicos de cada situación, podremos caracterizar de mejor manera y situar en una justa dimensión los alcances y resultados obtenidos, por medio de un balance entre lo recurrente y lo novedoso, y así seguir desarrollando ideas y teorías acerca de este fenómeno social.

4. ¿Cómo pensar a los movimientos sociales hoy en día?

Sobre la pregunta de este apartado, no puedo aportar una respuesta definitiva, pero sí puedo decir que comparto múltiples ideas con la autora argentina Svampa, quien me parece, hasta ahora, la más lúcida en esta reflexión, ya que justamente se aleja de la idea de una teoría general para desarrollar lo que ella llama un “paradigma comprensivo” (2009). Al igual que Svampa, soy de la idea de que un fenómeno tan complejo como es el de los movimientos sociales, que involucra a distintos ámbitos y actores, requiere de una perspectiva multidimensional (para justamente observar de mejor manera la relación entre esta multiplicidad de ámbitos y actores), así como interdisciplinaria (para ampliar las herramientas y el nivel de análisis). 

La idea es poder formar una serie de “puentes teóricos” (Svampa, 2009) entre distintas visiones, que permitan realizar un análisis profundo de sus múltiples aspectos, objetivos y niveles de acción, ya sean políticos, culturales, ideológicos, subjetivos, etc. Así, por ejemplo, la autora argentina nos dice que realiza su análisis combinando elementos de la perspectiva del llamado paradigma de la identidad, con algunas herramientas de análisis provenientes del modelo político y la teoría de la movilización de recursos (Svampa, 2009), para entender mejor las diferentes transformaciones de las clases populares, las características del sistema político y de poder, y sus cambios y readaptaciones en situaciones de conflicto.

Esto permite ampliar la perspectiva analítica y plantear una serie de cuestionamientos no sólo sobre el carácter heterogéneo que muestran los movimientos sociales hoy en día, sino también sobre la unificación o articulación de ciertos actores y sus luchas vista en situaciones recientes (casos de Ecuador, Chile o Colombia durante el 2019 por ejemplo); sobre la relación entre movimientos sociales y gobiernos, y las posibilidades y límites políticos de los propios movimientos sociales; sobre el alcance de los actuales repertorios de acción y las diferentes visiones sobre la democracia; sobre los límites de la institucionalización y la autonomía; sobre las formas y características de la organización de las fuerzas en lucha; sobre el rol de las diversas tradiciones político-ideológicas y sus posibilidades de articulación política, entre otras cuestiones (Svampa, 2009). 

De lo que trata esta “perspectiva comprensiva” es entonces de incorporar al análisis preguntas de carácter social, político, cultural, económico, histórico, etc., que provengan y pongan en duda elementos particulares de una realidad específica. Pero también, preguntas de carácter epistemológico, que cuestionen los elementos y alcances de las teorías pasadas y vigentes, para centrarnos en lo concreto de la realidad y a partir de ahí buscar explicaciones; es decir, para comprender una situación específica en un contexto específico, con elementos y formas de articularse propias. Hay que encontrar lo particular y no solo centrarnos en lo general y recurrente, elementos no siempre presentes que nos pueden alejar del estudio de un fenómeno bajo la perspectiva de movimiento social, y así poder dar cuenta de los aspectos novedosos de cada proceso de movilización social.

Asimismo, otro elemento que quisiera retomar en este texto es el de la temporalidad en el estudio de los movimientos sociales, el cual se relaciona también con su origen o surgimiento. Se ha tendido a identificar el origen y el punto de inicio en el momento en el que se da la primera manifestación de descontento, especialmente por medio de la visibilización en el espacio público, ya sea con marchas, mítines u otras formas de insubordinación social. Esto ha llevado a concebir al fenómeno, la mayoría de las veces, como un suceso espontáneo que responde a una situación o hecho coyuntural, o incluso como un suceso anormal y transgresor para la normalidad social, producto del malestar y la oposición a un hecho o situación específica. 

Pero, en años recientes, la potencia (o incluso hasta violencia) y capacidad movilizadora (entendida como integración y articulación de demandas y actores diversos) que han mostrado los sucesos de protesta social, hace que sea muy complicado explicarlos a través de un solo hecho, pese a que este haya podido ser, efectivamente, el detonante. Aquí es donde a mi parecer cobra vital importancia recurrir al análisis histórico de larga data, centrado en las particularidades de cada país o región en el que se desarrolla la movilización social, lo cual nos permitirá tener una mejor noción de las condiciones sociales, políticas, económicas, culturales e ideológicas, de su evolución y hasta degradación, así como de los actores más y menos favorecidos por estas condiciones y las formas en las que entran en relación y disputa. 

Podríamos resumir esto con la pregunta siguiente: ¿cómo se expresa la relación entre los distintos actores y qué es lo que está verdaderamente en disputa? Se trata de ubicar el proceso de gestación del movimiento social hasta llegar a su momento de explosión, movilización y visibilización, teniendo como marco las particularidades propias de su contexto histórico, con lo cual podremos entender y dimensionar mejor sus demandas, procesos y resultados. Esto también es reconocido por Svampa, quien habla de la necesidad de comprender a los movimientos sociales dentro de una “historia mayor”, ya que se conforman de “diferentes momentos y etapas, desde los orígenes, ascenso, apogeo, crisis y reconfiguración, en sus diferentes alineamientos y vertientes político-ideológicas” (2009, p. 8).

Esta perspectiva comprensiva trata justamente de eso, de analizar y comprender las historias específicas con sus elementos particulares, para dar cuenta de las diferentes transformaciones de las clases sociales en momentos diversos, pero también de las características del sistema político y de poder, sus cambios y readaptaciones frente a la dinámica del conflicto (Svampa, 2009), develando el carácter asimétrico y antagónico de las relaciones sociales y de poder, así como las formas de dominación. De esta manera, se llega a una concepción de los movimientos sociales “en tanto actores colectivos plurales, abiertos, impuros, dinámicos, que inscriben su acción en diferentes niveles, siempre en un campo multiorganizacional y, por ende, de articulaciones difíciles y complejas” (Svampa, 2009, p.8) dentro de una situación de conflicto o crisis. Y nuestro trabajo como investigadores sociales se debe centrar en encontrar qué actores, con qué discursos y dinámicas, hacia qué objetivo orientan su acción y cómo entran en relación con otros actores, sean aliados o adversarios, para entender su organización y su acción. 

Empero, en este punto, quisiera precisar la importancia que tiene para mí el uso del concepto de movimiento social y que se relaciona justamente con la idea de la “sociedad en movimiento”, desarrollada por Zibechi. Y es que, a título personal, he decidido recurrir a dos conceptos para llevar a cabo mis análisis de la acción social colectiva: el de estallido social y el de movimiento social. Se trata de una decisión que, a mi parecer, es útil para referirme a dos momentos distintos de los procesos de lucha social, pero igual de importantes. Primero, el concepto de estallido social me parece el más adecuado para referirnos a este primer momento, aparentemente espontáneo y coyuntural, que marca el inicio de la visibilización de la protesta. La imagen del estallido se adecúa perfectamente porque implica una acumulación y condensación de elementos y situaciones “por lo bajo”, es decir, no siempre visibles o tenidas en cuenta como causas detonantes de la situación de protesta y conflicto, pero cuya suma y perdurabilidad en el tiempo hacen insostenible una situación hasta que, con la llegada de otro problema, se desborda y estalla. 

Por ello es que pienso que su consideración y, sobre todo, observación, arrojan luz sobre las causas más profundas que llevan a la movilización social. Son estas causas estructurales e históricas, las que han acrecentado la marginalidad, pobreza y desigualdad, las que se han ido acumulando y que explican el malestar creciente y cada vez más generalizado de los distintos estratos sociales, llevando a su explosión (es decir a su irrupción de manera violenta, situación que también ilustra nuestra metáfora) y desbordamiento en las calles. 

En cuanto al concepto de movimiento social, me parece fundamental relacionarlo con la noción de la sociedad en movimiento, como ya mencioné. No sólo hace referencia a una acción física representada en la movilización y manifestación de individuos a través de acciones como pueden ser las marchas o performances, o incluso los enfrentamientos directos con las fuerzas del orden (todos, momentos en los que se pone y dispone del cuerpo para expresar el malestar, la oposición y el descontento), sino que, también, refiere a un movimiento en cuanto a las ideas, los valores, e incluso hasta en el sentido común, movimiento en el imaginario que llega a visualizar la posibilidad de construir una “otra sociedad”, más justa e igualitaria (aunque no necesariamente, ya que la transformación puede ir en sentido inverso) por medio de la participación e involucramiento directo de las masas. 

Así, se da un paso hacia un horizonte que plantea que las cosas no siempre deben ser así, que puede haber un cambio, y que para lograrlo ciertos aspectos de la sociedad deben cambiar o erradicarse, al tiempo que surgen nuevos por medio de la acción social. De esta manera, pese a que no haya un cambio del tipo “capitalismo hacia comunismo”, sí hay un cambio un poco más paulatino o progresivo en la sociedad como totalidad, expresado en esos quiebres que logran los movimientos sociales, en las fisuras hechas a la hegemonía dominante, mostrando asimismo el dinamismo constante de nuestras sociedades actuales y la siempre presente posibilidad de cambio a través de la organización y el conflicto entre fuerzas y actores sociales.

5. Bibliografía y fuentes consultadas

Cruz, E. (2019). Pensar los movimientos sociales en y desde América Latina. Una mirada crítica a la contribución de Raúl Zibechi. Estudios Políticos, 56, 175-197. DOI: 10.17533/udea.espo. n56a08

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