ISSN : 2992-7099

Inteligencia divina: apuntes sobre la relación entre Alí Chumacero y lo mítico

Didier Armas

Didier Armas

Didier Armas nació en San Luis Potosí, México, en 1988. Ha participado en distintos talleres de creación literaria en la Casa del poeta Ramón López Velarde, Casa del poeta Manuel José Othón, Centro de las Artes de San Luis Potosí, taller itinerante con el poeta Ricardo Yáñez, y De-lirio. Obtuvo mención honorífica en el concurso Punto de partida No.46 UNAM. Ha participado en distintos encuentros literarios como exponente poético, en FES-Acatlán, UNAM 2016, BUAP 2016, UAEM 2017, UASLP 2017. Becario (Poesía) en el Festival Cultural Interfaz ISSSTE-Cultura: Los signos en rotación 2017 en Pachuca, Hidalgo. Ha publicado en distintas revistas literarias como Punto en línea, Monolito, La Jornada de San Luis, Morbífica, Pájaro Azul, De-lirio, etc. Estudió Lengua y literatura hispánicas en la FES-Acatlán, UNAM.

24 septiembre, 2021

Como si fuésemos discípulos del Misterio en aquella noche de Jerusalén en la que lenguas de fuego se encendieron o si una lengua luminosa y enigmática hablara desde nuestro cuerpo y en cada sílaba pulida –limpia– se magnificara y paladeara incesantemente terreno poético; así, como esa lengua y ese fuego, es la poesía de Alí Chumacero, nacido en Acaponeta, Nayarit en 1918.

Chumacero dejó el sustento para el lector que envejece lentamente habitado por la tragedia, alimentándole con Páramo de sueños, Imágenes desterradas Palabras en reposo; pues el goteo de la conciencia, la soledad, el sueño, el amor y la muerte, son la sustancia donde se derrama el pensamiento lírico del autor. Palabra en marisma, mezcla de la sabia interiorización expuesta en el papel y el silencio elocuente.

Unos cuantos elegidos, como Chumacero, van más allá de las actitudes del lenguaje coloquial y se enfrentan directamente ante lo imponderable, es decir, que sortean al olvido y crean inolvidables duelos de ceniza entre efluvios de rosa. Sus temas recurrentes: la lucha del hombre con su entorno, la batalla diaria del hombre consigo mismo, el amor funesto, y el estremecimiento ante la inmediatez del ser y de los otros. Sobresale entre estas tendencias o maneras de enfocar la poesía, su actitud ante el paisaje, el que asimila y devuelve transformado en elemento metafísico, de esa búsqueda destila las consecuencias del silencio, en vez de negarlo irresponsablemente, como en la última estrofa de “Pureza en el tiempo”“Si nada me consuela, a solas oigo/ la premura de ser flor la mirada/ y el corazón desdicha. Porque nadie/ buscando la pureza ha sonreído.

Los poemas son trazas de fuerza nostálgica y vehemente que se rehúsan a reconocer en los límites de este mundo los del lenguaje, una apuesta siempre a ampliar el sentido en la aparición de una huella inesperada. Cada poema, por ello, es un asedio, un poco del fuego del camino.

Una de las principales fuentes poéticas de Chumacero es la tradición bíblica judeocristiana.  Esto constituye, al menos desde el punto de vista cultural, un acierto estratégico, puesto que es en las páginas de la Biblia y en las de aquellos autores de la antigüedad, en donde se encuentra la clave hermenéutica de buena parte de los textos y obras de arte que ha producido Occidente durante más de dos milenios. El poeta afirma: “Yo me he formado mucho en las páginas de la Biblia, en particular en las del Antiguo Testamento. O más concretamente, todos los libros del Antiguo y momentos del Nuevo. Ha sido esencial como afición de lectura y como oficio de escritura.”

Por su parte, Northrop Frye apunta “lo que ha hecho de la Biblia un texto tan disponible y tan apto para ser recreado por autores posteriores: es que es un universo compuesto de imágenes correspondientes, de imágenes además cargadas de contenido, de eficacia literaria y que se presta fácilmente a la recreación.” La naturaleza profundamente polisémica de la Biblia es la veta que sigue Alí en muchos de sus versos, pues la capacidad de resonancia de sus pasajes y versículos contiene un resultado universal.

El sistema de Chumacero es extraer el código bíblico a su esfera discursiva para posteriormente apropiarlo a su poética con su característica subjetividad. Por ejemplo, parte del proverbio que dice: “Y caiga la techumbre y nos sepulte”, que convierte en el verso final de “Consejos del perezoso”: “Y luego caiga el techo y nos sepulte”; o el que abre la segunda sección de “El responso del peregrino”: “Aunque a cuchillo caigan nuestros hijos…”, que al seguir su rastro al proverbio: “No escatimes la disciplina del hijo, aunque lo castigues con vara, no morirá”, se denota su referencia aunque no tácita.

Predecesores importantes han aprovechado los recursos bíblicos, ya sea Dante, Milton, Blake, o –uno de los más admirados por nuestro poeta– Rilke, para el cual la influencia más importante que se puede observar en El libro de horas es la de la Biblia, y así lo confirma el mismo Rilke en una obra contemporánea en su creación a las Oraciones: “De todos mis libros sólo me son imprescindibles unos pocos, y hay dos que están siempre entre mis cosas donde quiera que esté: la Biblia y los libros del gran escritor danés Jens Meter Jacobsen”.

Algunos más cercanos que influyeron al autor, como José Gorostiza, donde en “Muerte sin fin” encontramos una tradición filosófica mucho más profunda en las metáforas bíblicas y en los dos hilos conductores del poema: la inteligencia divina y la inteligencia humana; otro, Luis Cernuda, también retoma la biblia como fuente de inspiración, he ahí su poema “Lázaro” o “La visita de Dios”; uno más, Vicente Aleixandre, posee ecos interesantes e incluso evidentes de la Sagrada Escritura en “Sombra del paraíso”.

No pretendo hacer un cálculo exacto de influencias; dicho de otro modo, dejamos para otra ocasión la determinación exacta de la medida en que la recepción de la literatura bíblica por parte de Alí Chumacero está mediatizada por la recepción simultánea, de esos otros autores que también leyeron a fondo la Sagrada Escritura. Lo que interesa es la forma y el sentido que toma lo bíblico en las manos de Chumacero, y no tanto las múltiples vías por las que llega a sus manos, puesto que son numerosas y vastas.

Northrop Frye analiza comparativamente a deudores literarios de la Biblia; que encarnan tres posibilidades poéticas fundamentales, respectivamente: la centrífuga —el poeta se proyecta hacia el exterior creando nuevos universos cada uno de los cuales goza de cierta autonomía—, la centrípeta —el poeta atrae todo lo exterior hacia la esfera de su propia subjetividad— y la mitológica —el poeta, trascendiendo centros, circunferencias y toda geometría, disuelve todos los límites situándose en un universo mítico. En este sentido nos hallamos con Alí, ante el imperio absoluto de la inspiración, de la imaginación, donde se le calificaría como un deudor centrípeto de la Biblia, ya que su imaginario recrea, trasciende el centro cultural judeocristiano e instala su universo mítico de propia creación, por ejemplo, en su soneto “Recuerda”, donde instala el epígrafe del Antiguo Testamento: “Todo va a un lugar: todo es hecho de polvo,/ y todo se tornará en el mismo polvo” del Libro de Eclesiastés, III, 20, durante la realización lírica del soneto trastoca el nihilismo original del epígrafe en la última estrofa: “o mudo espejo del aliento herido,/ clama su transparencia: “El ser es nada”,/ mas el ser es polvo adormecido”, despoja el estado intermedio que sugiere el Antiguo Testamento: la carne, donde el proceso sería “polvo, carne, polvo”; se reformula en “polvo-polvo”, el “adormecido-polvo”.

Se advierte una fuerza constante: una progresiva emancipación –por parte de Chumacero– respecto a la autoridad epistemológica de la Sagrada Escritura, y junto a ella, la inalterable capacidad de atracción estética de que goza esta fuente.

Todo ello nos habla, en definitiva, del profundo aprecio de Alí Chumacero por el Libro sagrado como texto literario y como universo de representaciones. Pero es importante hacer notar, por otra parte, que su trato con la Biblia fue tan asiduo como escéptico. Es bien conocido, en efecto, el ateísmo de nuestro autor, aunque tiene matices muy personales, tal y como se puede apreciar en cierta declaración como la que se transcribe a continuación: “Pese a ser (ateo). Yo leo la Biblia de manera constante; la leo ahora para temas que me interesan mucho. En la Biblia siempre encuentro algo vigente y actual. Es un libro ineludible para cristianos y occidentales, pero muy pocos la leen.” Queda claro, pues, la notable afinidad que sintió Chumacero hacia la Sagrada Escritura; y queda claro que esto fue estrictamente estético, cultural. En palabras de Borges “La Biblia más que un libro, es una literatura”, sentencia que aceptaría nuestro autor. Lo que Chumacero descubre en las Sagradas Escrituras no sólo es un libro, no sólo una suma de libros, sino todo un mundo histórico y literario anacrónico, con leyes y costumbres, pero sobre todo ideales que trascienden el destino del hombre. ¿Sería la Biblia para Alí la canalización poética hacia la perfectibilidad?

Él mismo lo declara: “He aprovechado –me he fusilado- muchas frases de la Biblia, y las he disfrazado de tal manera que parecen y aparecen en mis poemas como mías. Estas frases reflejan mucho de lo que pienso de la estancia del hombre en la tierra y del destino del hombre, de la significación del mundo, del paso del tiempo y del más allá. Temas no de lo diario sino de lo imperecedero.” La mayor contribución de las Escrituras al Chumacero poeta se verifica en la forma de ciertos conceptos literarios y modos expresivos que ha “secularizado” y convertido en los paradigmas imaginativos que conforman sus libros, como en la tercera parte, primera estrofa de Responso del peregrino: “Ruega por mí y mi impía estirpe, ruega/ a la hora solemne de la hora/ el día de estupor en Josafat,/ cuando el juicio de Dios levante su dominio/ sobre el gélido valle y lo ilumine/ de soledad y mármoles aullantes.” La anáfora nos remite inmediatamente a la oración de la Virgen María, a manera de préstamo rítmico.

Lo que más impresiona de Chumacero en su recreación de las Escrituras es la visión tradicional del escritor no como creador, sino como amanuense; no como inventor, sino como transmisor de algo que viene de fuera de él, de más allá. La teoría de la inspiración verbal quita importancia a la idea del texto que emana espontáneamente del autor (originalidad) y que está fundamentalmente enraizado en su yo (subjetividad).

La interpretación predominante de las Escrituras proporciona a Alí un antecedente para su literatura que llevada hasta sus últimas consecuencias resulta en un crisol a la vez clásico y moderno. Continuando con la segunda parte de la estrofa: “cuando el juicio de Dios levante su dominio/ sobre el gélido valle y lo ilumine/ de soledad y mármoles aullantes.” Clara referencia al “Cocito” o noveno círculo dantesco, que, si bien es una incorporación tardía a la cultura bíblica, Alí la utiliza como red de ecos, atemporal y anónima: el poeta entendió desde muy pronto que “todo texto se construye como mosaico de citas”, como escribiría Julia Kristeva. Sin totalizar la obra poética de Alí podríamos decir que parte de ella obedece a versiones, inversiones y reversiones de textos de la Sagrada Escritura.

La afección a los clásicos para Chumacero comparte una visión holística de la literatura, que valora la igualdad y la unidad frente a la diferencia y la individualidad; y esa visión se refleja con el ánimo de quien(es) reunió(eron) los diversos libros sagrados en un solo volumen; la Biblia, cuyo título mismo es plural, como su nombre lo indica, Ha-Sefarim→ Biblia→ Los libros.

La Biblia, a pesar de su multiplicidad, se considera una obra unitaria porque, a fin de cuentas, tiene simbólicamente un solo autor: el Espíritu Santo. Desde este punto, Alí opta por una literatura orientada a la unidad: unidad de los temas eternos que legó el pasado. Lo anterior se puede representar en la siguiente estrofa de “Responso del Peregrino”: “Elegida entre todas las mujeres,/ al ángelus te anuncias pastora de esplendores/ y la alondra Heráclito se agosta/, cuando a tu piel acerca su denuedo.”

Pues bien, el carácter divino, sagrado, de la Biblia implica carácter absoluto: texto cuyo autor es la divinidad y no puede ser relativo, contingente, casual; en el texto escrito por el Espíritu Santo nada puede ser azaroso, nada, ni una sola letra, puede carecer de sentido; el texto omnisciente reclama un orden perfecto y un significado infinito.

¿Es ésta quizá una idea que fascinó a Alí Chumacero y en la que se recreó en más de una ocasión? Es indiscutible el cuidado que posee el poeta en numerosas cuestiones: encabalgamiento, eufonía, imágenes poéticas, etc., acaso por esa continua búsqueda de escribir más que un texto admirable, el absoluto. Sin embargo, y citando de nueva cuenta a Borges: “No hay textos absolutos; en todo caso los textos humanos no lo son. En la prosa se atiende más al sentido de las palabras; en el verso al sonido. En un texto redactado por una inteligencia infinita, en un texto redactado por el Espíritu Santo, ¿cómo suponer un desfallecimiento, una grieta? Todo tiene que ser fatal”. Empero, Alí no concebía al creador absoluto, por así decirlo, más sí un texto construido con sumo cuidado: ejemplar.

Por lo anterior se puede comprender que Chumacero es uno de los grandes poetas contemporáneos más pertinentes como objeto de los estudios referentes a la recepción y el uso literario de la mística bíblica.

La evolución del código bíblico podría representarse con dos líneas sobre un plano: una más o menos horizontal, por lo tanto constante, que es la de la fascinación estética que suscita el Libro en donde encontraríamos a Dante, Milton, Blake, Rilke (entre otros); y otra diagonal y descendente, que es la de su autoridad epistemológica, perteneciente a poetas como Gorostiza, Cernuda, Aleixandre (hablando únicamente de autores que influyeron en Chumacero).

Nos resulta evidente el modo en que Alí concibe la obra y la tarea del escritor: consideración de la literatura como un gran texto universal, pero que conserva perspectiva personal y psicologismo.

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