Licenciado en filosofía por la UNAM. Editor en el área de Publicaciones del PUEDJS-UNAM y Coordinador editorial de la revista literaria Campos de Plumas, donde ha publicado ensayos, poemas y traducciones. Ha escrito artículos en Tierra Baldía y El soma, así como un libro infantil: Zapote y la criatura comelona (Callis Niños, 2015).
“Nuestra Facultad es un oasis en el campo de la infiltración.
Hemos, desde hace tiempo, denunciando estas estrategias
mediante las cuales se ha pretendido desarticular el movimiento
estudiantil y las hemos estado observando con detenimiento,
sabemos su forma de actuar y les advertimos que más pronto
que tarde la justicia revolucionaria los alcanzará”.
Colectivo Revolucionario Emiliano Zapata
Se publicó recientemente el libró Los movimientos estudiantiles en México. Reflexiones sobre su potencia transformadora, del Programa Universitario de Estudios sobre Democracia, Justicia y Sociedad (PUEDJS). La edición de éste, en la cual participé, me recordó ciertos sucesos, a continuación descritos. Los primeros apartados sobre todo pintan un contexto general, después viene la experiencia narrada propiamente personal. Quizá no haya considerado eventos que otros tengan en mayor estima; pero que ello sea una invitación, entonces, para que reinicie el diálogo sobre ese movimiento que, hace ya 12 años, nos legó otra perspectiva sobre la política y su dimensión mediática en los estudiantes.
Para mayo, estaba en la carrera de filosofía, consciente de mi abulia crítica en asuntos de política, pero excusándola con el despecho: el fiasco electoral de 2006 y la hecatombe por la guerra contra el narco que me enervaron. Medio año antes, un tesista de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, llamado Sinhué Cuevas, fue acribillado cerca de su casa, en Topilejo, donde yo vivía. Asambleas y manifestaciones fueron convocadas, sobre todo en la Ciudad Universitaria de la Ciudad de México, y brotó la verborrea de aquellos personajes que se suelen asumir como cabezas de las luchas. No me interesó tomar un rol en el tablero; estaba definiendo mis afinidades literarias, teóricas, vitales… Y el bullicio afuera no lo permitía.
Probablemente, mi dolencia (o más bien, indolencia) era común: el PRI se haría casi de modo natural con el poder, lo cual nos daba otro pretexto para conceder la voz a quien pudiera, mientras, engañarse… En tanto, era mejor ser precavidos, más adultos. Cuando asesinaron a Sinhué, bloqueamos la avenida de los Insurgentes (una de las principales arterias de la Ciudad de México) y marchamos ante el edificio de Rectoría; pero esa misma rabia, luego, nos atornilló a las aulas. No salimos más; si hubo excepciones fue porque no faltan quienes marchan por las causas más inciertas, o eso creía. Caímos en la dispersión, la bilis, la circunspección… No nos costó seguir el juego del poder, que había hilado una pequeña trama de espejismos y amenazas para “preparar el crimen”.
No es secreto que Sinhué llevó un registro del acoso al que era sometido antes de su homicidio: hombres desconocidos lo seguían, lo amedrentaban por teléfono o, de plano, lo infamaban: desde 2009, el Colectivo Revolucionario Emiliano Zapata (cuyos miembros y lugares de reunión jamás se esclarecieron), ya firmaba unos volantes repartidos en la FFyL donde tildaban a Sinhué de “agente del gobierno”, de “infiltrado”: un enemigo que “sería tratado como tal”. Después, se imprimirían otros con nuevas amenazas y más fotos, prometiendo incluso “recompensas a quien lo encontrara”, al lado de más topos “muy difíciles de hallar”, idea que entonces incitaba a la risa.
Aquel supuesto colectivo no solo atacó a Sinhué; otros activistas fueron señalados como “orejas” en volantes y correos enviados a sus compañeros que formaban la Coordinadora de Movimientos Estudiantiles y Sociales Nuestra América. Al final, también esa organización se disolvió y el tema se volvió una más de las consignas en las marchas, condenada a repetirse sin calar hondo en quienes la oían o la decían. Así las cosas, hasta que el “futuro presidente” Enrique Peña Nieto (del PRI) se metió en la Universidad Iberoamericana, entonces fue “acosado por los estudiantes” (realmente fue increpado por diversos hechos como la represión de San Salvador Atenco, cuando era gobernador del Estado de México), y dio inicio el #YoSoy132, un movimiento que después, volvió a la vida el nombre de Sinhué.
Durante el evento: Buen Ciudadano Ibero, del 11 de mayo, Peña Nieto dio una conferencia en que explicó sus planes de gobierno, pero al culminar varios alumnos le increparon por su nexo con los medios (era el candidato por quien apostaba Televisa, el principal consorcio televisivo del país, ligado siempre al poder) y su papel en los abusos de 2006, en Atenco. Aquel argumentó que entonces la Suprema Corte respaldó el uso “legítimo” de la violencia (para restablecer la paz y el orden), lo que enfureció aún más a los jóvenes. El candidato cerró el diálogo y su equipo de seguridad optó por no sacarle hacia la entrada principal del recinto.
En cosa de segundos, Peña se vio inmerso en una escena bufonesca: los alumnos le asediaban, mientras era conducido por su personal hacia los baños “para protegerse” (o más bien para esconderse). Ahí contempló, sobrecogido, la repulsa de una escuela que, en el plan trazado, debió ser su aliada, “pero había salido respondona”. Compartidas en Youtube, tales imágenes lo hicieron ver pequeño cuando, hasta ahí, nunca volteó a vernos a los de abajo ni a sus contendientes políticos. Por su parte, las televisoras hegemónicas soslayaron lo ocurrido, aunque se divulgaría en las redes socio-digitales hasta provocar otra onda informativa que “atizó” el ambiente, pero Peña Nieto no daba la cara. No sabía afrontar a un grupo de escolares bien nacidos.
No faltaron los políticos que tildarían de “porros” o infiltrados de Andrés Manuel López Obrador (el candidato presidencial de la izquierda) a los quejosos.(1) En respuesta, un par de días después salió un video, también en YouTube, en el que 131 alumnos de los que se habían manifestado (credencial Ibero en mano), desmentían los dichos del candidato del PRI, quien aseguraba que sólo eran un pequeño grupo de estudiantes los que habían estado involucrados en el bochornoso hecho. Estos, pronto fueron respaldados por una ola de información en Twitter, donde recibieron esa réplica que marcaría la ruta: #SoyEl132. Ya no se hallaban solos, siempre había uno más que Televisa o TV azteca no querían contar. En México, era la primera vez que un movimiento estudiantil surgía en las redes socio-digitales con tal fuerza, así como también fue la primera en que una institución de educación privada lo iniciaba.
Como sea, en la FFyL no nos dio tiempo de rumiar envidias: discusiones y asambleas tuvieron otra vez una razón de ser; las que por lustros fueron promovidas habían sido pasto de los medios para echar tierra a la imagen de la UNAM, pero ya no nos preocupaba: los medios de comunicación masiva nunca fueron imparciales. Nuestro esfuerzo tomó forma: otro video, la marcha Anti-EPN (del 23 de ese mismo mes) y la Asamblea Interuniversitaria a fin de mes, en Ciudad Universitaria, dotaron de una identidad y consistencia al movimiento que, por fin, nos dio un encargo histórico: no observaríamos más a aquellos del 68’ o del 99’ tras un aura mítica de heroísmo; era un deber fehaciente resistir, también nosotros, a lo inevitable.
Las escuelas públicas se hermanaron con las escuelas privadas; las primeras se purgaron del escepticismo y las segundas se volvieron parte de un paisaje que, hasta entonces, las había ignorado por su historia. El Tec, la Ibero y el ITAM no patalearon mucho cuando el movimiento, ya más grande, dio otro paso al definirse como “antineoliberal”. Perdimos el pudor y nos sentimos con derecho a recordar a Sinhué y las luchas de Cherán, de Wirikuta, de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (pues nosotros mismos encarnábamos indignación acumulada en décadas). Por eso, acaso, no temimos cuando comenzó a hablarse de hacer una pequeña “ocupación simbólica” de Televisa.
Los periódicos y las televisoras “no se daban a querer”: restaban importancia al 132 y regresaban al relato de que el PRD (partido de López Obrador entonces) nos patrocinaba a los integrantes de este gran movimiento estudiantil. Otras maniobras discursivas como asemejar nuestro talante apartidista con el polo opuesto, pluripartidista, eran corrientes.(2) Pero quedó claro que éramos conscientes de estas estrategias, mas no hubo en TV Azteca o Televisa un periodista sonrojado. Se crispaba el aire y nos interrogaban con insidia: “dicen ser apartidistas, pero sí nos dicen por quién no votar… eso es hacer partido”.
No siempre sabíamos dar respuestas atinadas y, con todo, creímos que la gente nos arroparía. Era la impresión que daba el ver que habíamos provocado lo improbable: cuestionar una elección cantada, aun cuando no faltó gente que abandonara el barco por pensar que nos “arreaban” intereses mal habidos.(3) A mi turno, fui al centro de Xochimilco para “volantear” en sitios de reunión y me dirigí espontáneamente a un grupo de estudiantes de bachillerato que, tras no obtener mucha atención afuera de la Catedral de esta demarcación, entró al Mercado principal, sin saber que buena parte de los comerciantes había sido financiada, algunos años antes, por el PRI.
Lo que sucedería en el proceso no es tan fácil de excusar. Expuse a unos adolescentes al escupitajo público y no éramos los suficientes para defendernos si la atmósfera degeneraba en gritos o pendencias. Luego de encontrar un punto desde el que nos oirían los “vendedores ambulantes”, recitamos los penosos números(4) de la administración de Peña en el Estado de México, y nos “cayeron” los insultos como bayas secas, venenosas, de un arbusto ardiente, sacudido para echarnos de su sombra. Una vez más, fuimos “pequeños mangoneados”, “infiltrados de López Obrador”, “perredistas closeteros”. El bullicio incrementó y dejamos el lugar bastante atemorizados.
No toda la gente del Mercado se mostró hostil o violenta; de hecho, un par de ancianos nos llevó por un pasillo a la salida, casi protegiéndonos con su brazada. Ahí supe que me hallaba en una lucha un poco enclenque, quizá condenada. Tras las elecciones, me ubiqué en la realidad de otra manera. No servía de nada que se hablara de una “ocupación simbólica de Televisa” ante un futuro que, entreabierto, daba lugar a una catástrofe que no tenía nada simbólico. La confusión entre la realidad y el sueño es algo que termina, muy seguido, con la farsa de la politiquería, la sangre o el ridículo.
Para empezar, ¿en qué consistiría la ocupación? Únicamente, rodearíamos las instalaciones de la empresa, no entraríamos ni obstruiríamos sus señales. Se trataba de una faena más teatral que provechosa, aunque le generara exaltación al movimiento, acostumbrado a hacer marchas con éxito en lugares donde jamás se había visto una, a que en las grandes manifestaciones recibiera solo aplausos. Pero las movilizaciones pequeñas no obtenían gran atención, más lo que yo vi en Xochimilco, meses antes, nos mostraba que el ambiente no era tan propicio como lo pensábamos para seguir impulsado esta lucha en contra del fraude electoral y la imposición del “tele-candidato” a la presidencia.
En grupos reducidos o como individuos no éramos tan dignos de respeto, al parecer. Se nos tomaba como ilusos, y al parecer era algo “inherente a nuestra edad”, pues nuestras peticiones “no eran reales ni realistas”. Di un vistazo a mi familia y recordé que la materna había dado su voto a Peña; también dentro de la UNAM hubo sectores que, del modo más tranquilo, se fotografiaron con el candidato en cada uno de sus eventos políticos. A nadie le importaba “defender la democracia, la transformación profunda del Estado, ni impedir la imposición” (modestos objetivos de la ocupación de Televisa), y lo que es peor, hubo también ex-miembros del movimiento estudiantil que, tras claudicar, echaban pestes siempre que podían al propio movimiento.
Por lo regular, es más fácil y cómodo ceder, decepcionarse y ser “más crítico”, si el resultado es escalar a un punto desde el que podrá juzgarse la “memez buena onda”, bien intencionada, de los otros. No faltó quien, además, echó mano de sus contactos en política, ya sea en la FFyL u otras instancias, para no caer mal parado cuando el movimiento fuera al fin aniquilado. Por fortuna, uno de esos oportunistas políticos siempre creyó que yo era uno de tantos que, de ningún modo, podía ser una amenaza y me lo restregaba, igualmente, desde su cargo de poder (era un alumno del Consejo Técnico). Cabe señalar aquí que, a la fecha, los partidos tienen gran influencia, oculta a medias aguas, en la Facultad.
¿Por qué la Universidad Iberoamericana fue el nido del #YoSoy132? ¿Qué había en la atmósfera para que ya no fueran las escuelas públicas quienes, aquella vez, abrieran paso a los reclamos contra la putrefacción de las instituciones del país? Creo que no solo es el descrédito que sembrarían los medios en la UNAM tras el movimiento estudiantil de 1999-2000, sino la indolencia misma, traducida en dispersión entre los estudiantes. Como dije, no siempre tenían conciencia de comunidad: mirar las luchas con escepticismo trae algunos réditos a la razón en detrimento de la solidaridad. Juzgar a los futuros caídos por sus quijotadas es satisfactorio; estar “en lo correcto”, antes que al lado de otros es, para no pocos, un alivio.
Tal vez en la Ibero aún no existían complejos tales, ni derrotas previas que ampararan la autocomplacencia, menos cuando la organización del movimiento se había dado en redes, sobre todo: fue en el Facebook donde entré en contacto con los estudiantes con los que asistí al centro del pueblo y entonces delegación Xochimilco, a quienes por cierto, nunca vi antes ni volví a tratar. Y mientras tanto, las conversaciones en persona podían ser, incluso, amargas, porque no siempre nos agradó el camino que marcaban ciertos líderes (a quienes nunca les reconocimos tal estatus; los llamábamos “voceros”). Cabe señalar que varios de ellos ocuparon luego un sitio, incluso, entre los medios.
Así, decidí no estar en la dichosa ocupación de Televisa y tuve el desatino de comunicarlo a mis amigos. Nos reuníamos en el “aeropuerto” del segundo piso de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, frente al librero de “Julito y Toto” (grandes camaradas), y en las pláticas intervenían también otros sujetos que se contagiaban del ambiente. Sin embargo, uno de aquellos me abordó cuando eché bilis por mi descontento, luego de que los demás tertulianos se fueran del lugar. “Ando harto también”, me dijo, “es más, voy a contarte algo: ando chambeando en la PGR, y sé de mafias que están ahí, moviendo los hilitos de las marchas”.
Hasta entonces, el sujeto siempre fue digno de burlas entre mis amigos; no era especialmente lúcido y sonaba tosco; “un topo”, me imagino, no habla de eso a la primera de conocerte, ni siquiera con posibles socios a futuro. Lo que dijo, empero, me recordaría lo sucedido, meses antes, en el caso de Sinuhé. Tuve un “calambre” en el cerebro. Durante las marchas, era muy común que nos fotografiaran a los estudiantes desde el techo de los edificios. Era una maniobra de intimidación y lo sabíamos de algún modo; pero a aquel tipo, lo vi en un par de ocasiones entre la bola. ¿Cuánto orejón real, falso, o mitad uno y mitad lo otro, nos acompañó en aquellas manifestaciones?
Desde luego, hoy no se ejerce vigilancia tal sobre los jóvenes ni sobre quien aluda al tema. ¿Quizá estemos ahora en un país reconciliado con sus luchas sociales? Los que describí son hoy gente honorable y, de seguro, aquel imaginario “topo” solo pretendía ganarse mi respeto. Pero, entonces, al mirar el escenario (pese a que yo no pasé infortunios tan sombríos como otros durante aquel periodo), quise dar la espalda a los eventos, enconado. Antes del día de la elección, el movimiento organizó un debate alterno con los candidatos presidenciales de la contienda electoral (salvo Peña, quien se negó a participar), y fue una opción mediática frente a los potentados que redefinió, a nivel político, el manejo de la información.(5) ¡Todo ocurrió en apenas meses! Pero no supe apreciar lo que significaba.
Unas semanas antes de la ocupación de Televisa, la gran víbora se fue cerrando en nuestro cuello: aquellas élites de siempre habían salvado el barco y Peña se enfilaba a una victoria ineludible e igualmente corrupta. Así, lo que supieron nuestros maestros, nuestros padres y los padres de estos, se nos presentaba con crudeza: la esperanza, como lo diría Sor Juana Inés de la Cruz, era una enfermedad “diuturna”. Como sea, en el día de la elección quise arroparme con los otros derrotados y acudí a las afueras del entonces IFE,(6) donde ya se preparaba una acampada de manifestantes. Allí encontré a algunos amigos y esperamos los resultados de la jornada electoral.
Cabe destacar que los insultos a Valdés Zurita(7) fueron abundantes una vez que anunció a Enrique Peña Nieto como el ganador de la contienda, así no hubiera tanta lágrima en los rostros. No cambiaba nada en apariencia: el anterior gobierno “dirigido por sociópatas”, cedía su lugar al PRI “más rancio” con su horror, sus hurtos, su “verdad histórica”… No obstante, su agonía sería palpable pronto. El 132 ahora se consumía, pero allanaba el camino al movimiento que, en 2014, iba a surgir por los 43 estudiantes asesinados de Ayotzinapa (en el que marcharíamos nuevamente). En cuanto a aquellos días, hubo unas manifestaciones más para diciembre, cuando Peña asumió el cargo, pero el 2 de julio hicimos la última “de peso”, es decir, que contó con una gran convocatoria.
El clima de la madrugada fue indulgente y nos dejó recuperar fuerzas para emprender un recorrido a medio día desde la “Suavicrema”,(8) el ominoso monolito hecho por el ex presidente Felipe Calderón que, hasta ese entonces, nunca tuvo relevancia), al Monumento a la Revolución. A la mitad de nuestra ruta, las consignas nos dejaron “roncos” y empezó a llover. Los huesos tenían sed porque lo disfrutamos y, llegando al Monumento, nos pusimos a bailar con los tambores. Era nuestro cénit. Las siluetas se borraban bajo el agua y, sin embargo, la derrota parecía tener más de un sentido. Hubo un cortocircuito. Ya nunca volvimos al primer plano de los debates, pero había una nueva cuarteadura en los televisores.
1.- Por ejemplo, en varias portadas de los periódicos de la OEM, de Mario Vázquez Raña, se reportaba que Peña Nieto había tenido “éxito en la Ibero, pese a intento orquestado de boicot” o que, en el sitio, había “tomado al toro por los cuernos” y “llamado a la unidad para alcanzar acuerdos”.
2.- Inclusive se llegó a decir que había estudiantes priistas en el movimiento.
3.- Ciertas fuerzas reaccionarias intentaron capitalizar esto cuando se creó Generación MX, un supuesto cisma del #YoSoy132, surgido igualmente con un video en donde se hallaban 7 jóvenes diciendo, entre otras cosas, que dejaban nuestro movimiento pues “la izquierda no lo respetaba”, sino que lo había infiltrado y “hecho suyo”; se enorgullecían de haber estado en él porque este “había logrado que los debates presidenciales se transmitieran en los principales canales televisivos” (lo que no estaba planeado por ellos), pero afirmaban luego que era uno “de muchas discusiones y pocas acciones”. Este nuevo ¿movimiento? duró días y algunos medios informaron pronto de la conexión habida entre su líder y la Coparmex. Salvo una rueda de prensa en donde solo estuvo aquel, no tuvo apariciones públicas..
4.- Un artículo de Rodríguez y Flores (2017) es bastante puntual al respecto.
5.- Como se sabe, uno de los principales clamores del movimiento era “democratizar los medios de comunicación”. Aunque se abrió un espacio para los jóvenes en Televisa, el #YoSoy132 contribuyó, junto a otros actores políticos, a que tomaran más fuerza los canales informativos de ciertas plataformas sociodigitales, teniendo incluso su propio canal de YouTube.
6.- Instituto Federal Electoral, antecesor del INE.
7.- Presidente del Instituto Federal Electoral en ese entonces. En su comunicado aseguró que la jornada fue “ejemplar, participativa, pacífica y realmente excepcional”, y que vivíamos una democracia con absoluta normalidad y tranquilidad” (Ramírez, 2012). Sobra decir que, para el 132, se dio lo opuesto: entre la compra de votos, el robo de boletas y la incursión del narcotráfico, hubo centenas de irregularidades electorales (además de las que sucedieron en los meses de campaña).
8.- El Monumento al Bicentenario de la Independencia Nacional, también llamado Estela de Luz, ubicado en Chapultepec. La desabrida construcción costó al erario, por lo menos, 1,304 millones (Arista, 2019).
Arista, L. (22 de noviembre de 2019). “AMLO propone poner a la Estela de Luz una placa de ‘monumento a la corrupción’”. Expansión política. https://politica.expansion.mx/presidencia/2019/11/22/amlo-propone-poner-a-la-estela-de-luz-una-placa-de-monumento-a-la-corrupcion
Ramírez, É. (2 de julio de 2012). “IFE anticipa victoria al PRI”. Contralínea. https://contralinea.com.mx/politica/ife-anticipa-victoria-al-pri/
Rodríguez, S. y Flores, E. (13 de marzo de 2017). “Las cifras del Edomex alertaron hace 6 años que EPN era una mala idea para México: especialistas”. Sin embargo. https://www.sinembargo.mx/13-03-2017/3170954
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