Equipo de Base Warmis – Convergencia de las Culturas. Contacto: contacto@warmis.org
Anamaría Vargas Turriago: Antropóloga (Universidad Nacional de Colombia). Magíster en Ciencias Sociales (PUC-SP-Brasil). Contacto: anamavargastu@gmail.com
Andrea Carabantes Soto: IHumanista, programadora, formada en Bellas Artes (ARCIS – Chile). Contacto:carabantes@gmail.com
Camila Sofía Cesarino Santander: Geógrafa (USP- Brasil) y profesora de la red municipal de São Paulo. Contacto: santandercamila28@gmail.com
Corina Demarchi Villalón: Doctoranda en Comunicação e Cultura (UFRJ – Brasil). Contacto: coridemarchi@gmail.com
Jobana Moya Rodrigues: Humanista-Siloísta, graduanda en Sociología y Política (FESPSP – Brasil). Contacto: jobanamoya@gmail.com
Lida Elena Tascón Bejarano: Doctora en Historia Social (USP – Brasil) y profesora de la Universidad del Valle, Cali, Colombia. Contacto:lidaelenatascon@gmail.com
Sandra Morales Mercado: Psicóloga (UNSA- Perú), maestría en Psicología Social (UCSM- Perú), especialista en Psicoterapia analítica (UNIP- Brasil) Contacto: sandrapaolam@hotmail.com
En un contexto de creciente visibilidad de la (in)movilidad global y los desplazamientos transnacionales, la feminización de las migraciones ha tomado relevancia. Muchas veces, este fenómeno ha sido abordado de manera victimista, priorizando enfoques que colocan a las mujeres inmigrantes como víctimas. Desafiando estos análisis, las mujeres inmigrantes venimos organizándonos, reivindicando el acceso a derechos negados, ocupando el espacio público e interpretando nuestra propia experiencia.
El Equipo de Base Warmis – Convergencia de las Culturas, es un grupo de mujeres inmigrantes de diferentes nacionalidades –bolivianas, chilenas, argentinas, estadounidenses, costarricenses, peruanas, brasileñas y colombianas– que surge en 2013 en la ciudad de São Paulo (Brasil). Las “Warmis” realizamos diferentes actividades orientadas a promover la equidad y el acceso pleno a los derechos, recursos y oportunidades, al tiempo que buscamos colocar la pauta de las inmigrantes en la opinión pública. El colectivo forma parte del Organismo Internacional Convergencia de las Culturas (pertenciente al Movimiento Humanista) que tiene como misión estimular el diálogo entre las culturas, denunciar y luchar contra toda forma de discriminación y violencia a partir de la defensa de los derechos humanos, el apoyo a la integración sociocomunitaria, la promoción de la interculturalidad y la Metodología de la No Violencia Activa.
Nuestras actividades son variadas y se organizan en diferentes frentes de acción. Algunas de ellas son: actividades interculturales que buscan rescatar, estimular y visibilizar las manifestaciones artístico-culturales de las inmigrantes en el espacio público; producción de materiales educativos y de posicionamiento sociopolítico; formación de grupos de estudio; incidencia en la formulación de políticas públicas; acciones orientadas al acceso a la salud de la mujer inmigrante respetando sus prácticas interculturales, etc. Además, específicamente durante la pandemia de Covid-19, desarrollamos acciones de solidaridad como la donación de cestas básicas para mujeres inmigrantes o la campaña de Regularización Migratoria, #RegularizaçãoJá, la cual es impulsada por 25 organizaciones latinoamericanas.
En este texto nos enfocamos en el frente de acción Grupo de estudio y escritura: Género, Migraciones y Movimientos Sociales y en la construcción de (auto)narrativas de las mujeres en las migraciones, en cuanto sujetas políticas que pueden producir conocimiento, cuestionando el lugar pasivo en el que tanto investigaciones, como políticas públicas y directrices migratorias las colocan.
Dicho espacio nació en el 2018 abierto no sólo para las integrantes del colectivo, sino también para cualquier mujer migrante o hija de migrantes. A lo largo de estos años pasaron por el grupo aproximadamente veinte mujeres, a través de reuniones virtuales con una frecuencia mensual. El grupo surgió a partir de la necesidad de analizar e interpretar nuestra propia experiencia en relación a temas como: migración, género, movimientos sociales, interculturalidad, No Violencia Activa y, sobre todo, a partir de cuestionarnos sobre el lugar del feminismo (o feminismos) para nosotras. Teniendo en cuenta que venimos de lugares diferentes –no sólo de países, sino también de formaciones, activismos, razas, etnias, clases y franjas etarias diferentes– nos resultaba difícil encontrar una única definición.
Durante la trayectoria del grupo hemos reflexionado a partir de autoras como Gloria Anzaldúa (1987), Domitila Barrios de Chungara (1991), María Lugones (2008), Silvia Rivera Cusicanqui (2010), María Galindo (2015), Vandana Shiva (2020), Silvia Federici (2020), Flora Tristán (2006), Avtar Brah (2011), Lélia González (1988), Laura Rodríguez (2014), a partir de las que hemos analizado conceptos como mestizaje, identidad, subjetividad, interculturalidad, colonialidad, decolonialidad, patriarcado, capitalismo, feminismo blanco. Estos textos nos han permitido entender de qué manera somos atravesadas por categorías de raza, etnia, clase, nacionalidad, orientación sexual, género, etc.
De esta forma, fuimos comprendiendo que las incomodidades que la definición como feministas nos produce, tiene que ver con las diversas formas de ser mujer en el mundo. Si para algunas de nosotras la palabra feminismo causa rechazo, es porque vemos un movimiento ajeno, que se posiciona como el único posible, que no se preocupa por las realidades de las mujeres de estas latitudes, que nos excluye o no nos contempla. Es porque vemos un feminismo racista, clasista, elitista, académico, individualista.
Sin embargo, si por un lado, nos cuesta identificarnos con ese feminismo, por otro, nos encontramos desarrollando acciones orientadas al reconocimiento y a la autodeterminación de las mujeres inmigrantes. En ese sentido, y más allá de las posiciones individuales, entendemos que desarrollamos prácticas feministas. Estas prácticas feministas se diferencian, por una parte, de las prácticas de las ONGs con sus sesgos asistencialistas, y por otra parte, de un feminismo liberal, de empoderamiento individual. También hemos conseguido construir un consenso sobre un posicionamiento feminista no abolicionista y no biologicista y/o transfóbico.
A partir de estas inquietudes nos propusimos realizar un ejercicio de autoreflexión inspiradas en las “tecnologías de la autobiografía” de Avtar Brah, en el sentido de dispositivos de revisión interpretativa de la propia experiencia (2011, p.33). Es en estas narrativas autobiográficas, que la narradora “individual” no se revela, sino que es producida en la narración, y esta producción se construye en relación a lo colectivo (Brah, 2011, p.33). Así, partimos de las siguientes preguntas disparadoras: ¿Quién soy? ¿Cómo me descubrí/descubro? ¿Cuál es la importancia del grupo de estudio para mí?
Jobana Moya Aramayo
Soy una humanista quechua inmigrante boliviana, hace algunos años me encuentro en un proceso de descolonización a partir de mi experiencia como inmigrante y además influenciada fuertemente por el proceso de cambio en Bolivia país al que retorno todos los años para visitar a mi familia lo que me coloca en un lugar interesante para observar las dinámicas de los procesos permitiéndome, además, reflexionar sobre mi propio proceso paralelo e intrínseco al proceso de mi país de origen pero también afectado por mi proceso en mi país de residencia, en este caminar mucho he aprendido con el humanismo y nuestro colectivo.
Cuando aparece la propuesta del grupo de estudios sobre migración y género entiendo que es una necesidad de nuestro colectivo donde participamos mujeres inmigrantes de diferentes países que aunque nos reconocemos como “mujeres inmigrantes” también valorizamos nuestra diversidad y en el transcurrir de nuestras acciones quedó evidente la necesidad de profundizar nuestros saberes sobre la discusión de género desde otros lugares de habla entendiendo que nosotras queremos aportar también desde nuestra experiencia una nueva mirada sobre estos temas.
Hace algunos años nuestro colectivo lucha incansablemente para crear espacios donde poder plasmar y visibilizar nuestros posicionamientos, y este grupo de estudios creó un espacio de encuentro no sólo con mujeres de nuestro colectivo sino también con compañeras inmigrantes de otros grupos enriqueciéndonos mutuamente con nuestros intercambios propiciando respeto y valorización recíproca entre sus componentes, es importante tener espacios donde podemos hablar sin miedo a exponer nuestros puntos de vista sabiendo que hay un interés genuino de nuestras compañeras al oirnos, sabiendo que es un espacio seguro, de confianza. La importancia de que los movimientos sociales sean reconocidos como espacios de estudio, reflexión y producción de contenidos en el momento actual es muy relevante mostrando que las inmigrantes por mucho tiempo tuteladas por diversas organizaciones que hablaban por nosotras tenemos toda la capacidad de estudio crítico, lo que nos permite posicionarnos de forma autónoma en los espacios de discusión y toma de decisiones.
Otro elemento relevante de nuestro grupo de estudios es que nuestro colectivo promueve la No Violencia Activa y la No Discriminación lo que nos permite tener una mirada que propicia la convergencia de la diversidad y estimula el diálogo entre las culturas, la migración casi siempre es abordada a partir del choque entre culturas y las inmigrantes en la práctica estamos mostrando que la verdadera construcción se hace desde la interculturalidad sin intentar uniformizarnos en nuestra acción y pensamiento.
Camila Sofia Cesarino Santander
Soy Camila Sofia Cesarino Santander, 37 años, hija de padre chileno y madre brasileña, formada en Geografía por la Universidad de São Paulo, profesora de la red municipal de Educación de São Paulo hace 6 años. Soy madre de dos hijos: Alejandro Ilich, de 12 años y Tamara Sofía, de 8 años.
Cuando era chica mi papá nos llevaba a un espacio que se llamaba Club Chileno y ahí aprendíamos los bailes tradicionales de Chile como la cueca y el baile pascuense. Después ese lugar dejó de existir y ya no participamos de nada que fuera relacionado a Chile. Además, mi papá vino escapando de Pinochet, entonces, no tenía mucho amor por su patria porque decía que Chile no era más el mismo país. Entonces, como familia, nos fuimos alejando de nuestras tradiciones.
Me acuerdo de tener una conciencia de las condiciones sociales desiguales ya que en muchos momentos mi familia pasó por dificultades económicas. Entonces, a partir de la adolescencia fui tomada por la curiosidad: ¿por qué la sociedad es tan desigual? Por esa razón, decidí hacer el curso de Geografía y poco a poco fui absorbiendo la discusión de clase, en la teoría y en la práctica, ya que empecé a participar de grupos de mujeres que se organizaban en ocupaciones localizadas en el centro de la ciudad de São Paulo.
Terminé el curso y me casé con un chileno y, entonces, me percibí mujer latinoamericana. Fui a vivir en Santiago – Chile, abdiqué de mi carrera para cuidar a mi chiquitito mientras su papá trabajaba fuera. Después vinimos a Brasil e invertimos los puestos, pero ya fue difícil tantos cambios. El lugar de madre y de esposa pasó a desafiar mis pensamientos. Observaba la disparidad entre hombres y mujeres. La generosidad femenina, que siempre está dispuesta a atender a los demás, como buena matriarca, responsable en relación a los hombres, que siempre pueden ser irresponsables o más débiles.
Entonces, empecé a estudiar el asunto. Desde grupos de estudios de la historia del feminismo hasta la participación en el consejo de clases de la escuela de mis hijos fueron lugares donde busqué mi crecimiento, pero aún me faltaba entender mis raíces.
Como en Chile estuve de madre y ama de casa, no busqué otros estudios. Pero cuando volví a Brasil me di cuenta que pasé toda una vida de espaldas a mi país de descendencia, Chile. Sentía mucho orgullo de Chile y de los chilenos, y por lo tanto, de la chilenidad que había en mí. Tenía ganas de desarrollarla, compartirla como algo que vibra en las venas y debe ser puesto hacia fuera. El sentimiento de justicia y de lucha por una América Latina libre y llena de afecto tenía que florecer en mí para transbordar mis deseos e intenciones hacia el mundo. Entonces, necesitaba buscar a los míos para poder compartir memorias y así conocí a las Warmis. Primeramente por la música andina y después en el grupo de estudios y entonces, pensé: no estoy más sola, estoy entre las mías. Desde entonces he vivido una experiencia increíble de búsqueda por conocimiento y autoconocimiento que me fortalecen y me remontan.
Cuando estamos reflexionando sobre las lecturas de las autoras mujeres, siempre me quedo con un sentimiento de orgullo y satisfacción, como si las estuviera resucitando de las cenizas, como la fénix, que necesita de voz para gritar. Quiero nombrar a Flora Tristán, mujer y socialista francesa que discutió la violencia de género y la desigualdad entre hombres y mujeres aún al final del siglo XIX. Escribe en el mismo período de Karl Marx, tan leído y renombrado y a pesar de ese autor haberla citado, fue silenciada por los teóricos marxistas que aún no observaban la cuestión de género como tema central.
Lida Elena Tascón Bejarano
A continuación presentaré mis reflexiones sobre mi identidad racializada. Dichas reflexiones surgieron en un proceso de experiencia y vivencia personal, también se profundizaron o adquirieron mayor madurez en el grupo de lectura y escritura sobre género y migración. Compartir con otras mujeres de diferentes nacionalidades sobre sus propias experiencias de migración y cómo ellas resignifican sus identidades raciales, de género, etc, ha sido un intercambio muy enriquecedor.
¿Quién soy y cómo me descubro?
Llegar a Brasil me hizo preguntarme o mejor dicho, problematizar sobre mi identidad racial. En Colombia preguntarme si soy negra, mestiza o mulata nunca había sido un problema. Dependiendo de la situación podía ser cualquiera de estas categorías, mientras que en Brasil fue diferente. Al ser extranjera y verme obligada a llenar muchos formularios donde me preguntaban: ¿Cómo se autoidentifica racialmente?, no sabía qué responder, ¿qué soy?, ¿negra, mulata, mestiza?, ¿por qué es necesario autodefinirme racialmente?
Confieso que entré por algún tiempo en una crisis existencial o algo así, ¿quién era yo?, tenía que redefinir mi identidad ya no a partir de la mirada de los ”otros” colombianos y colombianas sino de los ”otros” brasileños y brasileñas. Es curioso como la identidad está tan ligada a la relación con el otro, otra u otre y cuando eres migrante lo percibes constantemente, incluso puedes tener tantas identidades como países visites o vivas.
Comparto las reflexiones de Gloria Anzaldúa (1987) sobre la migración, migrar me hizo verme desde otra perspectiva. Salir de casa, con todas las renuncias y costos emocionales que significó, hizo que me reencontrara a mí misma. Quizás el desplazamiento geográfico que implicó mi viaje de Colombia a Brasil también fue una migración interna, como dicen algunas, una migración desde adentro.
Después de vivir en Brasil por casi cinco años, de varias lecturas, reflexiones y experiencias, me autodefino racialmente como una mujer negra, lo que también me lleva a cuestionarme ¿por qué no lo había hecho antes?, ¿qué implicaciones tiene ahora la ”cuestión racial” para mi vida en contextos machistas, neocoloniales y de discriminación racial?
Creo que cómo activista, feminista y negra la invitación de Lélia Gonzalez (2011) de reflexionar sobre el racismo y el feminismo en América Latina es clave para entender las diferentes ideologías de clasificación racial y sexual que hemos heredado de la colonización ibérica (España y Portugal) y que persisten hasta nuestro días.
En este sentido, me parece sugerente la propuesta de María Lugones (2008) de analizar las violencias sistemáticas de las mujeres de color con una perspectiva interseccional entre raza, clase, género. Lugones sostiene que el término de mujeres de color (mujeres indígenas, mestizas, mulatas, negras, cherokees, puertorriqueñas, sioux, chicanas, mexicanas), no se trata solamente de un marcador racial sino de una coalición de las mujeres víctimas de la dominación racial que se juntan en un movimiento solidario horizontal contra todas las múltiples opresiones.
Anamaria Vargas Turriago
Constantemente me cuestiono sobre las cosas que habrán cambiado de mi carácter tras la experiencia migratoria. Trato de recordar si antes hablaba al mismo volumen que ahora o si me relacionaba igual al conocer a alguien nuevo. Tampoco sé a ciencia cierta si antes también era tan cortante al momento de percibir actitudes que no me gustaban porque me parecían injustas, groseras o burlonas hacía mí o hacía los demás. Seguramente antes, en el país en el que nací, Colombia, percibía que sucedían injusticias, pero no era para mí una prioridad posicionarme al respecto cada día y a cada momento.
Entonces, al reflexionar sobre estas mudanzas de carácter, me doy cuenta que me he hecho más sensible cuando percibo algún tipo de opresión. Esta sensibilidad es lo que me define ahora en Brasil, es lo que quiero que me represente. La migración ha desarrollado en mí una empatía que me parece prioritaria, es decir, con la que considero que quiero vestirme cada día y a cada momento y que es ahora la bandera que más me representa, especialmente cuando me relaciono con quienes considero mis congéneres.
Y estxs congéneres pueden ser muchxs. Congéneres ya no es algo asociado a la patria, como compatriotas. Ahora lo defino como las personas con las que me puedo comunicar, independientemente del idioma que estemos hablando, porque esta comunicación que nos permitimos es fruto de una experiencia común de “deslocamento”. Mis congéneres suelen ser otrxs migrantes, aunque provengamos de diferentes latitudes, porque al momento de dialogar tratamos de mostrarnos tanto por lo que somos como por lo que el otro trata de hacernos entender que es. Esta voluntad de entendernos, que a veces nos vulnera, es lo que nos hace semejantes. Y es aún más notorio con las mujeres migrantes, porque es increíble como las vivencias del género y la experiencia migratoria nos ponen tan en común. Aunque claro, a veces no nos parecemos tanto; hay mujeres que tienen ventajas respecto a mí o donde yo tengo privilegios respecto a otras mujeres. Ahí es donde todas tratamos de arroparnos con nuestra bandera de la sensibilidad.
Como venía diciendo, es algo asociado a la migración esta reflexión sobre mi carácter y sensibilidad. ¿Por qué antes no reflexionaba al respecto? ¿Antes era una persona diferente a la que soy ahora? Creo que ahora percibo que soy en la medida en que me posiciono, en donde dejo claro como me veo a mí misma, a qué vine y lo que creo que es justo conmigo y con las demás.
En ese sentido, al entender que el ser yo es un posicionamiento constante, entiendo que lo hago porque mi país receptor no me hace sentir en ventaja. Al contrario, a veces veo como me restan derechos, a mí y a otras. Y entonces la vida se me ha vuelto una lucha política, en la que me voy adentrando y voy avanzando, porque nunca la percibo como suficiente. Lucho al relacionarme, al comunicarme, lucho en la calle cuando lo veo necesario. Tengo a mis congéneres, que también luchan cotidianamente, en los mismos frentes o en otros, pero siempre cubriéndonos las espaldas. El grupo de estudios sobre migración y género de las Warmis es una forma de entendernos, a nosotras mismas y a las otras, ver en qué nos parecemos, en lo comunes que nos ha convertido el trayecto y en dónde queremos luchar para la consecución de mejores derechos para todas las inmigrantes. A partir de ese entendimiento y esta voluntad, el grupo nos permite seguir esta resistencia como mujeres migrantes en la ciudad de São Paulo, que, a pesar de ser de cada día y cada momento, nunca parece ser suficiente.
Corina Demarchi Villalón
Con trechos musicales y poéticos, Gloria Anzaldúa, nos introduce en su conciencia mestiza, de mitad y mitad, de contradicciones y externalizaciones. Las fronteras no sólo definen el nosotros y el ellos, sino que también producen un espacio, el espacio de la frontera, un lugar habitado por les extrañes, les rares, por les que no son ni esto ni lo otro. Como bien dice Gloria: no es un lugar cómodo, pero aún así, es el hogar (1987, p.36).
Quizás sea ese mismo lugar desconocido e incierto el que habitamos las migrantes, pero sobre todo las que no entramos las cajitas de lo esperado: las lesbianas, las activistas, las músicas, las organizadas, las madres politizadas, las que abortan, las que marchan, las que toman la palabra. Estamos empeñadas en la destrucción de esas cajitas y en eso, Gloria nos alienta a ‘desencializar’ las identidades.
Por eso, cuando me miro al espejo y pienso en quién soy yo, las respuestas se me escapan, no consigo atraparlas. Son un montón de ideas desconectadas, que emergen, se sumergen y se desplazan (también) a partir de las miradas de otres. Cuando pienso en la Corina antes de migrar y en la Corina migrante, por supuesto encuentro continuidades, pero me descubro diferente. Entiendo partes de mí misma que antes no entendía, y ese entendimiento es, para mí, un proceso colectivo. El intercambio con mis compañeras, junto a la complejidad que fue adquiriendo mi experiencia, me hicieron pasar de sentirme extranjera, (ex-traña, ex-terna) a sentirme in-migrante, es decir, alguien que está adentro, que es diferente, pero que forma parte. Al mismo tiempo, ese intercambio, me permitió reconocer que “las migrantes” somos diversas y heterogéneas. Pude reconocer, también, que mi experiencia de migración era diferente de otras, debido a diferencias de raza, nacionalidad, nivel escolar, clase –haber tenido acceso a la educación superior, ser blanca, proceder de un país considerado “europeizado”, etc–.
Estar en otro contexto, con personas de nacionalidades y culturas diferentes, como es el caso de Warmis, nos lleva a preguntarnos por nuestra propia identidad. Así, la interculturalidad aparece como posibilidad de poner en diálogo nuestras identidades y prácticas culturales, aunque tomando cuidado para no negar las contradicciones y tensiones que pueden existir entre ellas. En este sentido, surge el desafío de emprender un redescubrimiento de esas identidades a partir de las propias memorias (familiares, pero también, sociales, urbanas, lingüísticas), intentando no caer en esencialismos que acaban exotizando y estereotipando a las personas migrantes. Como dice Silvia Rivera Cusicanqui (2018), yuxtaponer y no mezclar.
Podemos utilizar las identidades nacionales estratégicamente en determinados momentos, pero sabemos que no venimos de una cultura homogénea, que estas son atravesadas por múltiples historias y desigualdades y que no podemos, ni queremos, ser tratadas como la representación del Estado nacional donde nacimos. Esto tampoco busca negar que hemos sido permeadas por esos discursos. Más contradicciones, nuevas yuxtaposiciones.
En vez de anular nuestras diversidades en torno de un proyecto unificador, buscamos ponerlas en relación, por ejemplo, a través de este grupo de estudios. A veces es un camino estimulante, a veces es doloroso, pero seguimos andando juntas y diferentes. Es incómodo, pero es nuestro nuevo hogar.
Andrea Carabantes Soto
Soy mujer, ser humano, mamá, migrante. Soy en tránsito. Retornada al “terruño” de origen, pedazo de tierra que me asfixia, me aprieta. No pertenezco, en este momento no pertenezco. Soy en tránsito.
Durante mucho tiempo sentí que no tenía raíces, vengo de un lugar colonizado hasta el fondo del corazón y los sentires, mi historia es la de casi todas aquí: somos hijas o nietas de guachos y guachas, y en esto no hay vergüenza, hay tristeza porque sabemos que venimos de la violencia y el abandono en alguna parte de nuestra historia.
Con esa incertidumbre en el corazón, la sensación de no pertenencia y esa necesidad de saber desde dónde me paro en este mundo es que migro.
Tengo muchas preguntas ¿Quién soy? ¿Cuál es mi identidad? ¿Existe ancestralidad en mi? Todas esas preguntas se van respondiendo poco a poco en la experiencia de migrar, cuando soy “otra”, cuando estoy “afuera”.
En mi primera experiencia como migrante me siento cómoda, no sufro xenofobia (o no me doy cuenta). Crezco y florezco.
Vuelvo a migrar hacia un lugar que no habla mi lengua materna y empiezo a sentir angustia, ya no soy tan aceptada, no me entienden, no hacen el esfuerzo por entenderme. Esta ciudad enorme con “coração de mãe” no tiene tiempo para parar y verme, soy invisible, me pierdo en el mar de rostros, acentos, vaivenes y colores.
Comienzo a construir un espacio junto a compañeras migrantes y la vida se ilumina ¡Ahora pertenezco! Esas mujeres me entienden y yo las entiendo, hablan mi lengua materna y mi experiencia. ¡Saben por lo que paso! ¡Soy inmigrante!
Estudiamos, discutimos, nos equivocamos, intercambiamos. Nos relacionamos con afecto. Leemos. Corremos con el aliento ofegante para compartirnos que hemos descubierto a otras mujeres que pasaron por lo mismo, que pasan por lo mismo, que escribieron y reflexionaron sobre esto que sentimos, que vivimos.
Y en ese caminar voy percibiendo, voy yendo hacía adentro mío y descubro quien soy. Soy un ser humano, cuya identidad no debe impostar, porque esa identidad mestiza, mezclada, champurriada, migrante, es lo que soy… un poquito de muchas cosas, pero principalmente una mujer con intencionalidad, lanzada al futuro.
La historia que me ha construido hasta hoy viene del pasado, sin embargo mis raíces están en el futuro.
Sandra Morales Mercado
YO SOY
Mi nombre es Sandra Morales, vivo en Sao Paulo – Brasil. Soy parte de las minorías vulnerables: soy mujer, soy inmigrante y soy indígena. Crecí en una ciudad de la sierra Sur del Perú en cuyas principales calles destaca una arquitectura religiosa y virreinal que recuerdan cada día el haber nacido en medio de lindos paisajes serranos colonizados por la corona española, de esta forma se vive siempre con una dupla identidad a la que algunos autores llaman de mestizaje.
Por esta parte del Perú vivieron los Yarabayas, los Chimbas, los Cabanas, los Collaguas, los Yanahuaras y los Chumbivilcas, después estos pueblos originarios entraron en la administración Inca y posteriormente fueron destruidos por los españoles para implantar su nuevos dogmas, su nueva ley y su nueva religión.
Los hombres blancos se esforzaron admirablemente en que las personas no sólo se olviden de sus raíces indígenas sino que las rechacen; Arequipa se volvió desde este momento patriarcal, machista, excesivamente católica y completamente conservadora; sigue siendo así y esas características arcaicas son las que me hacen sentir miedo de volver a casa, tal como lo describe en sus textos Gloria Anzaldúa (1999).
Me disloqué de mi país hace siete años sin imaginar que las diferencias raciales, sociales y de género harían de mí un individuo diferente, exótico, casi incomprendido. El reconocer ser parte de las minorías vulnerables fue un lento descubrimiento, demoré para percibir que mi forma de hablar, mi forma de vestir, mis costumbres, mi todo me confrontaban en el día a día con el racismo, la discriminación y especialmente el prejuicio. Es como si en todas las sociedades las personas inmigrantes fueran siempre “no bienvenides”, conforme vivenciaba estas situaciones me iba descubriendo como inmigrante, como extraña, como no bienvenida especialmente en algunos sectores de la sociedad. Descubrí aquel tipo de racismo que considero el más peligroso, aquel que está disfrazado de una falsa amabilidad, lleno de adornos y palabras dulces pero que encierra la negación de la existencia del otro como persona con los mismos derechos.
Sentir estas condiciones y colocarme en la comunidad de inmigrantes se convirtió en un sentimiento de propulsión que me lanzó hacia los siguientes cuestionamientos: ¿Por qué dejar las cosas así? ¿Por qué permitirle al país que nos recibe llamarnos ilegales? ¿Por qué dejar que el racismo siga aconteciendo ante nuestros ojos? Estas preguntas me dejaron pensando en cuáles serían las preguntas que ya en 1833 se hacía Flora Tristán (1843) cuando comenzó a escribir sus primeras ideas sobre el machismo, la igualdad de género y los derechos de los obreros, Flora no se quedó sólo en las preguntas, en las palabras, ella actuó.
Deseo un mundo mejor para nuestros hijos, un mundo en donde nadie les pregunte de dónde son o de dónde son sus padres, un mundo en donde no se sientan mal por su color de piel ni por sus orígenes indígenas, ni por su forma de hablar o pensar, un mundo donde la igualdad sea una realidad y no letras en leyes, en textos políticos, románticos, utópicos.
Luchar para ello va a ser duro, lo sé pero tenemos varias herramientas: la primera es que no estamos solos, lo que ya es bastante. La segunda es el lugar actual de afrodescendientes y ameríndios de resistencia contra la agresión colonial y neocolonial: el pensamiento decolonial. Y la tercera es el feminismo, un feminismo no sólo discursivo sino uno que incluya una transformación interna que genere un verdadero cambio estructural, un Pachacuti como nos dice Silvia Rivera (1949).
Grupo de estudios
Asumo la interculturalidad como algo positivo, enriquecedor, intrínsecamente humano por lo que hace un poco más de cuatro años formo parte del Equipo de Base Warmis – Convergencia de las Culturas y hace tres años hago parte del grupo de estudios sobre migración y género.
Considero que el grupo es una fuerza poderosa para el aprendizaje, el análisis y también para el desaprendizaje y la reconstrucción, cada autora estudiada en el grupo no sólo me convida a estudiarla en profundidad sino que me sacude y me estremece. En el texto anterior hago una mención casi injusta a algunas de estas autoras puesto que hablar de cada una de ellas requeriría un análisis detallado y un espacio amplio, interminable.
El grupo es además una valiosa oportunidad de hablar español, compartir nuestras vivencias como inmigrantes, como mujeres, como seres humanos.
En contraposición a los discursos homogeneizantes, estas narrativas muestran que las experiencias de las mujeres inmigrantes son diversas y heterogéneas. En algunos textos aparecen reflexiones sobre la construcción de identidades y subjetividades; otros, hacen énfasis en la lucha política o en la importancia de la interculturalidad; también podemos ver la experiencia de ser hija de inmigrantes, la experiencia de regreso al país de origen, entre otras. Además, la cuestión racial aparece como tema significativo y marcante en las trayectorias migratorias narradas, en las que frecuentemente el racismo y la xenofobia actúan juntos.
Sabemos que todas las identidades son fluidas y están en permanente negociación, pero en el caso de las migrantes las identidades son casi cotidianamente cuestionadas. En este sentido, las discusiones del grupo de estudio y escritura nos permiten reflexionar sobre ellas y resignificarlas constantemente, a partir de la convergencia de culturas, en el sentido de identificar nuestros puntos en común, pero reconociendo la diversidad que nos permite aprender las unas de las otras y construir juntas.
Finalmente, la discusión continúa abierta: ¿estamos construyendo un feminismo a partir de nuestro lugar de mujeres inmigrantes? ¿Podemos hablar de feminismo migrante, feminismo intercultural o feminismo transnacional? Más allá de posibles respuestas, afirmamos nuestro compromiso de mantener nuestras prácticas situadas y comprometidas con la diversidad de mujeres migrantes y sus propias realidades, sus geografías, sus historias y sus culturas.
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