ISSN : 2992-7099

Elecciones europeas: el momento de la ultraderecha

Óscar García Agustín

Óscar García Agustín

Catedrático en Democracia y Cambio Social en el departamento de Cultura y Aprendizaje de la Universidad de Aalborg (Dinamarca). Es director del grupo de investigación DEMOS (Democracia, Migración y Sociedad). Es autor de diversos libros y artículos sobre migración, populismo y movimientos de solidaridad. En la actualidad está ultimando, junto con Paolo Cossarini, la antología The Internacionalization of Populism, que se publicará a finales de este año.

26 junio, 2024

Introducción

Las elecciones europeas que tuvieron lugar entre el 6 y el 9 de junio están marcadas por un posible giro radical en la agenda política. El proyecto de la Unión Europea ha sido hasta la fecha liderado por la “gran coalición” entre conservadores y socialdemócratas, sin embargo, el considerable aumento de escaños de la ultraderecha, junto con el retroceso electoral de los socialdemócratas, abre la interrogante de si se iniciará un nuevo espacio político (marcado por la colaboración entre el centro y la ultraderecha) capaz de cambiar el rumbo político de la Unión en grandes temas como la economía, el cambio climático y la migración. 

La ultraderecha (a)salta a Europa 

¿Es éste el momento de la ultraderecha en la Unión Europea? En noviembre de 2023 el candidato Geert Wilders del Partido por la Libertad (PVV) ganó las elecciones en los países bajos con su discurso anti-islamista y euroescéptico. Meses más tarde, Wilders logró un acuerdo de gobierno con tres partidos de centroderecha con la promesa de endurecer el régimen de asilo y migración y solicitar permiso a la Comisión Europea para no participar en la política de asilo y migración. 

Anteriormente, la ultraderecha había ganado las elecciones en Italia gracias a una coalición política liderada por Hermanos de Italia y su líder, Giorgia Meloni, que combinaba conservadores, pos-fascistas y populistas. A partir de entonces, Meloni se ha convertido en el paradigma de la normalización de la ultraderecha, manteniendo una línea continuista en materia económica y en política exterior (como el apoyo a Ucrania), y ha ensalzado su perfil más ultraderechista en políticas migratorias (aunque muy lejos de su promesa de terminar con la inmigración irregular) y en las batallas culturales (dificultando, por ejemplo, las adopciones por parejas LGTBI). 

En este contexto, hay que recordar que Viktor Orban obtuvo en Hungría su cuarta victoria electoral consecutiva. Orban, mayor “aliado” de la Rusia de Putin, ha desarrollado su estilo ‘demócrata antiliberal’ con continuos desencuentros con la Unión Europea. Además de las discrepancias sobre la invasión rusa de Ucrania, su gobierno ha sido criticado por violar el estado de derecho y se ha caracterizado por aplicar una dura política anti migratoria.

A partir de esto, se puede considerar que la ultraderecha se encuentra en los gobiernos de importantes países europeos, mientras que en otros, son la segunda o tercera fuerza más votada. Las coaliciones gubernamentales entre la centroderecha y la ultraderecha son ya una realidad. Queda la incertidumbre sobre las elecciones europeas que, al fin y al cabo, funcionan como la suma de elecciones nacionales, lo cual conlleva a la reproducción de dicho modelo. El dilema está claro: ¿Cordón sanitario o pacto con la ultraderecha (y su normalización)? La derecha parece ya admitir el fin del cordón sanitario, la socialdemocracia intenta mantenerlo en plena caída y la izquierda y los verdes (ecologistas) carecen de peso real para ofrecer una alternativa. El hecho es que la Europa de la “vuelta a las naciones”, tras el Brexit, favorece claramente a la ultraderecha. No obstante, ante todo, no deja de sorprender en qué momento y por qué la ultraderecha se ha convertido en el eje central para entender las elecciones europeas.

La normalización de la ultraderecha

El parlamento europeo ha estado dominado por dos grupos políticos: el Partido Popular Europeo (EPP) y la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas (S&D). El ascenso de la ultraderecha puede terminar con dicho dominio y hacer virar a la Unión Europea hacia la derecha, normalizando al mismo tiempo a la ultraderecha. ¿Está toda la ultraderecha sujeta a la ‘normalización’? ¿Qué ultraderecha están dispuestos a normalizar los dirigentes europeos? Hay dos grupos parlamentarios que aglutinan a las múltiples sensibilidades políticas y geográficas de la ultraderecha: Identidad y Democracia (ID) y el grupo de Conservadores y Reformistas Europeos (ECR). A pesar de la heterogeneidad de estos grupos, dos mujeres los lideran: Giorgia Meloni a ECR y Marine Le Pen a ID.

Meloni encarna el nuevo papel asumido por la ultraderecha europea: por un lado, la creciente normalización de su figura en el ámbito europeo y, por otro, la lectura en clave nacional de las elecciones europeas, como si se tratara de un referéndum sobre su liderazgo. Por su parte, la presidenta en ejercicio de la Comisión Europea y candidata del PPE, Ursula von der Leyen, escenificó en el debate de los candidatos a presidir la Comisión Europea el 23 de mayo, la voluntad de llegar a un acuerdo con los Hermanos de Italia. Por su parte, Von der Leyen aprovechó para hacer explícitos los tres criterios necesarios para colaborar con futuros socios: ser proeuropeo, ser contrario a Vladimir Putin y partidario del Estado de derecho. 

De esta manera, la centroderecha establece un marco amplio para ‘normalizar’ a la ultraderecha que no dice mucho sobre las implicaciones de ser pro-europeo o respetar el Estado de derecho, y deja, además, amplios espacios para el ‘desacuerdo’ sobre el cambio climático, la migración y los derechos de la comunidad LGTBIQ+. Hasta aquí, hay que destacar que el PPE es el único partido mayoritario que no ha querido firmar un acuerdo de no cooperación con la ultraderecha. Con este gesto, la idea de formar un cordón sanitario para aislar parlamentariamente a la ultraderecha también pierde su vigor.

Por su parte, podemos considerar que Meloni consiguió extrapolar el contexto italiano a Europa, ya que las elecciones consistirían en un referéndum sobre el modelo italiano que ha reconstruido la centroderecha. Se trataría pues, de dos visiones enfrentadas: la ideológica, la centralista y la tecnocrática. Reprodujo también su discurso anti-izquierdista en términos ideológicos y soberanistas, opuestos a la tecnocracia e ineficacia de la Unión Europea y sus imposiciones con respecto a la sostenibilidad medioambiental y el control fronterizo. 

En el otro grupo político de la ultraderecha sobresale la figura de Marine Le Pen, líder de El Reagrupamiento Nacional (RN), un partido igualmente nacionalista y populista de Francia. Todos los sondeos apuntaron a que Le Pen ganaría las elecciones frente al partido del presidente Emmanuel Macron, y aumentaría sus opciones de cara a las elecciones presidenciales en aquel país. Cabe señalar que Le Pen comparte las estrategias de normalización y nacionalización empleadas por Meloni, confirma el auge de los partidos ‘nacionales’, pero niega que su objetivo sea destruir Europa, sino, más bien, construir una alianza europea de naciones capaz de afrontar los retos tecnológicos, medioambientales y migratorios que “amenazan” a la región. La retórica antieuropea está siendo sustituida por un discurso nacionalista que empieza a ser hegemónico en la región. Con esta estrategia, la ultraderecha intenta escapar de la etiqueta de antieuropea o euroescéptica, aunque en el fondo, aboga por una colaboración entre naciones como contrapeso a la integración europea. 

En suma, Meloni no es la única candidata que se presenta como moderada. Le Pen, quien ya ha tratado de eliminar el lado más “ultra” y de ‘normalizar’ su partido, ha emplazado a Meloni a unir fuerzas en un ‘supergrupo’ en el parlamento europeo. El objetivo no sería que los dos grupos de ultraderecha se disputaran la tercera plaza en el parlamento, sino que los grupos se juntaran para convertirse en la segunda fuerza política más grande, adelantando así a los socialdemócratas. En este contexto, ID ha intentando reforzar su imagen de partido ‘normal’ al expulsar del grupo a Alternativa por Alemania (AfD), ya que su candidato, Maximilian Krah, afirmó que no todos los miembros de las fuerzas paramilitares del Partido Nazi, las SS, fueron criminales. El grupo ID marcó de esta forma una línea roja con respecto al nazismo para favorecer su normalización y evitar, a su vez, ser percibido como un grupo antidemocrático y extremista. 

Hasta aquí se puede afirmar que la derecha liberal no estaba exenta de contradicciones y estrategias de “pragmatismo” en este proceso de normalización de la ultraderecha. Por ejemplo, pese a oponerse a negociar con la ultraderecha, el grupo liberal Renovar Europa (RE) incluyó en sus listas al partido neerlandés de ultraderecha PVV, entre otras medidas de la misma índole.

Internacionalización de la ultraderecha

Uno de los avances más significativos de la ultraderecha ha sido su capacidad para organizarse internacionalmente. Aunque suene paradójico, la ultraderecha ha averiguado que puede defender mejor sus intereses nacionales mediante el fortalecimiento de los vínculos internacionales. Quizá podamos percibir que la ultraderecha, en principio, carece de una unidad ideológica, pues está definida por las dinámicas nacionales y tiene diversas ramificaciones. En Europa, son fundamentalmente dos los grupos de ultraderecha (ECR e ID) en este estatus. Además, el gobierno de coalición está formado por tres partidos y cada uno de ellos pertenece a un grupo político distinto: Meloni (de Hermanos de Italia) a ECR, Matteo Salvini a ID y Antonio Tajani al centroderechista PPE. 

Aquí destaca cómo AfD ha sido expulsado de ID, mientras que Fidesz, el partido húngaro de Orban, podría unirse al ECR en lugar de optar por formar parte de los eurodiputados no inscritos a ningún grupo parlamentario. A pesar de estas divisiones y contradicciones, la ultraderecha ha conseguido encontrar un enemigo común: el cosmopolitismo, el socialismo y la ideología woke. Y es que, como las élites que tratan de imponer estas ideologías son globales, la única respuesta posible para proteger a las naciones (sus pueblos y sus valores) según la ultraderecha, es organizarse internacionalmente.

En este sentido, el partido español Vox organizó en Madrid el encuentro internacional Viva 24 (anteriormente se habían celebrado Viva 21 y Viva 22), que congregó a destacados representantes de la ultraderecha. El acto sirvió para iniciar la precampaña electoral con dos particularidades: que participaron políticos que no formaban parte del ECR (el grupo europeo de Vox), y que también participaron políticos no europeos, en concreto latinoamericanos. Resulta importante destacar que este tipo de encuentro fortalece una conexión entre la ultraderecha, más allá de la lógica parlamentaria y de la lógica regional. Se crea, en otras palabras, la imagen de una ultraderecha global que avanza en una agenda (o más bien, anti-agenda) común. 

Las tres figuras más prominentes de la ultraderecha europea estuvieron presentes, en persona o telemáticamente: Meloni (ECR), Le Pen (ID) y Orban (no inscrito a ningún grupo). Por su parte, Latinoamericana estuvo representada por el líder del Partido Republicano chileno, José Antonio Kast, y el presidente de Argentina, Javier Milei. La presencia ibérica fue completada con la participación de André Ventura, presidente del partido ultraderechista portugués Chega. Finalmente, cabe señalar que la invitación al ministro de Asuntos de la Diáspora de Israel y Combate Contra el Antisemitismo, Amichai Chikli, mandó una clara señal sobre la posición de la ultraderecha en materia de política exterior.

Ante este panorama, podemos considerar que el caso ibérico es un ejemplo claro de lo arbitrario de la formación de grupos parlamentarios europeos. Vox ha apostado por Meloni, quien no sólo goza de aceptación entre la centroderecha europea, sino que, además, cuenta con la versatilidad de llevar a la ultraderecha al gobierno. Chega, a pesar de sus iniciales –y en cierto sentido lógica aproximación a Vox–, ha desarrollado mayores vínculos de cooperación con la Liga de Salvini y el partido de Le Pen; por ello, Chega se adhirió a ID, aunque Ventura ha reconocido que Chega no se siente tan próximo a algunos de los partidos integrantes de ID.

Como sea, encuentros internacionales como Viva 24 refuerzan la sensación de unidad de la ultraderecha a pesar de las divisiones políticas existentes entre sus grupos y partidos políticos constitutivos. Aunque Meloni y Le Pen, representantes del intento más claro de normalización de la ultraderecha, son las principales protagonistas de ésta, el público mostró mayor fervor hacia el presidente argentino Milei, quien al parecer ha rehuido a cualquier síntoma de normalización, reafirmando así su lucha contra los ‘zurdos’. Milei llegó a afirmar que “abrir la puerta al socialismo es invitar a la muerte” y reclamó defender los valores que hicieron grande a Occidente: la vida, la libertad y la propiedad. Hasta aquí, la combinación de ultraconservadurismo y neoliberalismo contra la ‘amenaza’ de la izquierda, nos permite resaltar la importancia que la ‘lucha cultural’ global adquiere para la ultraderecha, ya sea desde el gobierno o desde la oposición, desde Europa o Latinoamérica. La ultraderecha internacional se hace de esta forma más fuerte por encima de sus múltiples contradicciones. 

Socialdemocracia sin referentes

El 4 de mayo de 2024, los líderes europeos socialdemócratas se reunieron y firmaron la ‘Declaración de Berlín’ con el objetivo de frenar a la ultraderecha. Los líderes que se adhirieron a esta declaración, se negaron a la normalización, cooperación o cualquier tipo de alianza con la ultraderecha. Hay que destacar que la idea de formar cortafuegos ante la ultraderecha también reforzó la visión del ‘cordón sanitario’ por parte de la centroizquierda. Por su parte, los socialdemócratas se distanciaron de la ambivalencia adoptada por la centroderecha, que ya ha llegado a acuerdos con la ultraderecha en gobiernos nacionales; sin embargo, no todos los partidos socialdemócratas firmaron la declaración. 

Por ejemplo, el partido socialdemócrata danés no se sumó a la declaración, ya que consideró que en Dinamarca, lo que determina la política es el contenido de las propuestas y no con quién se negocian. Este desencuentro va más allá de las diferentes estrategias y contextos nacionales de los partidos socialdemócratas. Lo cierto es que la socialdemocracia europea parece carecer de un liderazgo claro ante, en algunos casos, la falta de identidad política y, en otros, ante su retroceso electoral. 

Por otra parte, en Italia, el Partido Democrático (PD) logró la segunda posición ante la victoria de la ultraderecha de Meloni, logrando desplazar a la izquierda del Movimiento 5 Estrellas (M5E). En Alemania y en Francia, en cambio, la socialdemocracia quedó relegada a un tercer puesto, mientras que la centroderecha y la ultraderecha se convirtieron en los dos partidos más votados. En Portugal, el gobierno socialdemócrata liderado por Antonio Costa –que gobernó en coalición durante su primer mandato junto a los partidos de izquierda: Bloque de Izquierda y el Partido Comunista–, perdió contra el centro y la ultraderecha en 2024. Con esta derrota, se perdía uno de los principales referentes del progresismo en Europa. Frente a esto, podemos ver que los gobiernos liderados por partidos socialdemócratas son pues, escasos y con orientación muy dispar. Aquí, los casos de Dinamarca y España sirven para ilustrar la falta de una identidad política socialdemócrata común.

El partido socialdemócrata danés volvió a ganar las elecciones tras gobernar con el apoyo de la izquierda y los ‘verdes’. Para su segundo mandato, Mette Frederiksen, primer ministro y líder del partido socialdemócrata, decidió formar un gobierno de coalición con dos partidos de centroderecha. Frederiksen no sólo apostó por desplazarse ideológicamente hacia la derecha, sino que continuó haciendo suyos los discursos y las propuestas de la ultraderecha sobre migración. Ante esto, no hay que olvidar que otra manera de normalizar a la ultraderecha ha consistido en asumir parte de sus postulados, algo que puede aplicarse no sólo a la centro derecha, sino también, en algunas ocasiones, a la centroizquierda. 

Pedro Sánchez, en cambio, lideró una coalición progresista que, para mantenerse en el poder, requirió del apoyo de partidos nacionalistas. Se puede considerar que el gobierno español, tanto en el ámbito económico y laboral, como en el de las relaciones internacionales, está desarrollando políticas progresistas. Sánchez consiguió evitar un posible gobierno de coalición entre el centro y la ultraderecha, pero está enfrentando serias dificultades para mantenerse en el poder ante los ataques constantes de la oposición política y los medios de comunicación conservadores. En este marco, y como parte de la estrategia de los ataques, la mujer de Sánchez, Begoña Gómez, ha sido llamada a declarar, acusada de participar en una trama por presunto tráfico de influencias. Este hecho ha provocado la indignación de Sánchez, quien ha escrito ya dos misivas a la ciudadanía para denunciar la ofensiva de la ultraderecha contra él y su mujer. Las elecciones europeas adquieren, en este contexto, un tono de referéndum, no tanto en torno al gobierno de izquierdas, como en torno a su persona. 

En suma, la socialdemocracia permanece más o menos firme en su oposición a la ultraderecha, pero está lejos de proponer una identidad política definida y de recuperar una posición electoral fuerte. Por ello, a pesar de las políticas de izquierda, como en el caso de Sánchez, no queda claro cuál es el espacio que la socialdemocracia quiere ocupar en Europa.   

La izquierda dividida

Los grupos políticos a la izquierda de la socialdemocracia (así como los verdes), afrontan dificultades de distinto tipo. Los verdes pierden apoyo electoral y se han posicionado claramente contra el fascismo y en favor de la democracia; sin embargo, el partido se encuentra ante el dilema de ¿cómo apoyar el desarrollo de la agenda verde en Europa? Esto aunque la presidenta de la Comisión Europea, von der Leyen ha sido la principal aliada y promotora del Pacto Verde Europeo, aprobado en 2020, y destinado a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. 

En la coyuntura actual, con el auge de la ultraderecha y su agenda crítica sobre las políticas medioambientales, los verdes tienen frente de sí el dilema de apoyar la agenda de von der Leyen, que paradójicamente se ha mostrado abierta al diálogo con Meloni, o bien, tratar de radicalizar las políticas verdes. De optar por la primera opción, los verdes renunciarán a promover políticas transformadoras que respondan a la emergencia climática. Aquí cabe señalar que, como ya ha ocurrido en los ámbitos nacionales, la institucionalización de los partidos verdes ha hecho que los movimientos sociales no se reconozcan en sus políticas ambientalistas; además, su grupo político ha carecido tradicionalmente de apoyo electoral en los ‘nuevos Estados miembros’. Esta situación indudablemente provoca preocupación sobre la agenda climática a nivel europeo.

La misma preocupación es extensible al futuro desarrollo de una agenda social y de alternativas a la Europa neoliberal; por su parte, la izquierda llegó en una situación de división interna en Europa y en el ámbito nacional. Así, quedan lejos las expectativas despertadas por la llegada al poder de Syriza en Grecia o por la inclusión del Bloque de Izquierdas y el Partido Comunista en el gobierno de coalición portugués. La oposición contra la Europa de la austeridad, que cogió fuerza tras la eclosión de los movimientos sociales de indignados en 2011, abrió la posibilidad de un cambio hacia la izquierda en Grecia y diversos países (como España y Francia); sin embargo, Syriza adoptó posiciones centristas, abandonando la agenda de una izquierda radical y transformadora, mientras que otros partidos han ido perdiendo significancia electoral debido a los múltiples conflictos y divisiones internas por las que atraviesan.

Mientras tanto, en España, Podemos y Sumar compiten por el mismo espacio político y electoral. Tras lograr aglutinar a una mayoría social y política, Podemos fue perdiendo apoyo, minado por interminables disputas internas. Por su parte, Sumar, surge como consecuencia de dicha división con el objetivo de recuperar un proyecto de mayorías en un momento en que Podemos se había posicionado ideológicamente a la izquierda de la izquierda. No obstante, Sumar no está teniendo éxito en su intento de ensanchar el espacio político de la izquierda; consecuentemente, ambos partidos reflejan la creciente marginalización de la izquierda (en oposición a la normalización de la ultraderecha) y su fragmentación que no conduce a mayor apoyo electoral.

En Alemania, la situación es incluso más compleja, ya que la exlíder del partido La Izquierda, Sahra Wagenknecht, ha fundado un nuevo partido, Razón y Justicia (BSW), que exige políticas migratorias más restrictivas. La iniciativa política de Wagenknecht ha debilitado a La Izquierda, ya en crisis, y representa algo más que peleas internas dentro del partido: la posibilidad de combinar una política económica de izquierdas con el endurecimiento de las políticas migratorias. El objetivo es recuperar terreno frente a la expansión de la extrema derecha a costa de la demonización de la inmigración. La izquierda alemana se encuentra, en definitiva, dividida entre La Izquierda en proceso de recomposición y Razón y Justicia, en plena competencia con algunos temas de la agenda ultraderechista de AfD.

Lo cierto es que la izquierda ha sido incapaz de canalizar la indignación social contra el modelo económico y la clase política corrupta, aún tras las múltiples crisis, principalmente económicas sufridas desde 2008. La importancia de una Europa más social e igualitaria sigue vigente, pero apenas ocupa espacio dentro del debate público, mientras que la izquierda sigue careciendo de un apoyo electoral más masivo y se sigue fragmentando y debilitando.

¿Europa sin ultraderecha?

Finalmente, el mayor problema de las elecciones europeas de junio no es en sí el auge de la ultraderecha. El problema es que la ultraderecha está siendo capaz de definir la agenda europea, de manera que no hay grupo político, desde la centroderecha hasta la izquierda, que sea capaz de hablar de Europa sin referirse a la amenaza o a la normalización de la ultraderecha. 

Los partidos, tanto de centroizquierda como de izquierda tienen que encontrar otra manera de pensar, de hablar y de imaginar Europa, de manera que se centre en los problemas, las preocupaciones y los intereses de sus habitantes, de su sociedad. En caso contrario, la ultraderecha seguirá usando su discurso cada vez más radical para avanzar política e ideológicamente frente al electorado, también cada vez más convencido de sus posturas y propuestas, y hacia una idea de naciones en las que no hay cabida para todos –basada en la exclusión de los que son y piensan diferente–. 

De igual forma podría ser posible que, tras las elecciones, conservadores, liberales y socialdemócratas se pongan de acuerdo y el impacto institucional de la ultraderecha sea menor que el esperado. Pero la labor principal seguirá pendiente: pensar una Europa más allá de los marcos establecidos por la ultraderecha. Si esto último no se consigue en lo sucesivo, el avance de la ultraderecha hacia nuevos triunfos políticos será irreversible. 

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