ISSN : 2992-7099

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Revista Tlatelolco, PUEDJS, UNAM
Vol. 1. Núm. 2, enero-junio 2023

DESPUÉS DEL COVID-19, ¿ESTÁ REALMENTE AGOTADO EL ENFOQUE NEOLIBERAL SOBRE LA DEMOCRACIA?

AFTER COVID 19, IS NEOLIBERAL APPROACH TO DEMOCRACY REALLY EXHAUSTED?

Margarita Favela*

RECIBIDO: 30 de agosto de 2022 | APROBADO: 06 de diciembre de 2022

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* Doctora en Ciencia Política por la Universidad de Tulane; Investigadora titular “B” de tiempo completo en el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM, del cual fue secretaria académica; es profesora del Posgrado en Estudios Latinoamericanos y ha sido docente en instituciones de educación superior públicas y privadas en México y Colombia, donde ha dirigido una docena de tesis de grado y participado en más de 50 jurados. Ha obtenido becas de instituciones mexicanas y extranjeras para hacer investigación, y sido integrante de diversos Comités de Evaluación académica. Participa en varios comités editoriales y en la cartera de árbitros de más de una decena de publicaciones periódicas, de la UNAM, el país y el extranjero. Sus publicaciones incluyen tres libros, una veintena de capítulos en libros y otros tantos artículos en revistas mexicanas y latinoamericanas. Sus principales líneas de investigación incluyen la relación entre acción colectiva y estructuras políticas; dominación y resistencia, y epistemología de las ciencias sociales e investigación interdisciplinaria.

Resumen

Este ensayo pretende mostrar que la acepción neoliberal de la democracia, a pesar de sus limitaciones y contradicciones inherentes, está lejos de haber pasado a la historia. No obstante, la disputa por impartir un sentido más integral y profundo a la noción de democracia continua más viva que nunca. En este sentido, se desarrollan algunos planteamientos sobre el contenido del enfoque neoliberal sobre la democracia, a la vez que se ofrecen algunos trazos para continuar con la reflexión sobre un modelo de democracia que supere el enfoque neoliberal.

Palabras clave:

democracia liberalneoliberalismodemocracia sustantivapensamiento único,

Abstract

This essay aims to show that neoliberal understanding of democracy, despite its inherent limitations and contradictions, is far from being history. Nevertheless, the battle to impart a more comprehensive and profound meaning to the notion of democracy continues to be more alive than ever. In this sense, we expose some characteristics of the neo-liberal approach to democracy, while offering some outlines for further reflection on a model of democracy that goes beyond the neo-liberal approach.

Keywords:

liberal democracyneoliberalismsubstantive democracyend of history,

Sumario:

1. Introducción

Como se ha mencionado en muchas otras ocasiones, la pandemia de COVID-19 per se no significó ninguna ruptura del orden social, ni mucho menos el nacimiento de una nueva era, como algunos anunciaron y muchos temieron. Lo que sí causó la pandemia fue la revelación de que los niveles de pobreza y marginación y de desintegración de los servicios de salud pública en muchos países, causadas en buena medida por el neoliberalismo, cobraron vidas humanas a una velocidad ingente (Martínez-Gómez y Parraguez-Camus, 2021). Ese costo humano, sin embargo, no alcanzó para colocar al neoliberalismo en el basurero de la historia, pues la narrativa predominante en los medios masivos de comunicación no se orientó a subrayar la relación estructural entre esas muertes, la acentuación de la desigualdad social, la pauperización y los malos manejos de la salud pública y el modelo privatizador y excluyente que impuso el capitalismo neoliberal desde hace más de tres décadas.

Por el contrario, la narrativa mediática enfatizó la ineficiencia gubernamental para proteger a la población de la muerte y exaltó la eficacia de las empresas privadas en el desarrollo de vacunas, que dicho sea de paso les ha generado ganancias exorbitantes (su valor en bolsa creció más de 227 mil millones de dólares entre 2019 y 2021) (Carbajal, 2022). Con este discurso, propagado de manera masiva y reiterada, los beneficiarios del modelo apuntalaron su posición en el debate sobre la democracia, añadiendo puntos a su favor en desmedro de lo que denominan “gobierno ineficiente”. Y detrás de ese ataque está, como siempre, la ofensiva contra la protección de los más empobrecidos y de los derechos sociales que los acogen, aunque en esta ocasión, como en muchas otras, ha sido la acción pública la que permitió las enormes ganancias privadas, al emplear dinero público para comprar de manera masiva vacunas para aplicar a la población en general.

Ello nos revela que en el discurso público las argumentaciones de los agentes privados suelen ser contradictorias, o más directamente, engañosas, pues si por un lado vilipendian la acción gubernamental porque tergiversa las “fuerzas del mercado”, por el otro recogen en metálico los beneficios de esa acción que difaman. ¿Y qué es lo que está de por medio? Es la orientación que tiene en su conjunto la acción gubernamental: si es en favor de las mayorías, o de los llamados eufemísticamente “grupos de interés”. Se trata pues, del carácter de la democracia.

Este ensayo pretende mostrar que la acepción neoliberal de la democracia está lejos de haber pasado a la historia, pues a pesar de sus limitaciones y contradicciones inherentes y de los descalabros que ha sufrido debido a los impactos sociales que el neoliberalismo ha propiciado, su núcleo principal se mantiene bien arraigado en el discurso político dominante y en las narrativas sociales sobre la libertad y el éxito, valores centrales del mundo contemporáneo. La batalla por impartir de un sentido más integral y profundo a la democracia enfrentará todavía largas e intensas jornadas. Este trabajo quiere contribuir a esta tarea, presentando el argumento en tres secciones. La primera resume rápidamente la idea de que la buena fama de la democracia es de reciente data; la segunda sección contiene sucintamente algunos planteamientos sobre el contenido del enfoque neoliberal sobre la democracia y su supuesto agotamiento; finalmente, el tercero ofrece algunos trazos para continuar con la reflexión sobre un modelo de democracia que sea más plena, más integral, más humana.

2. La buena fama de la democracia

Como es bien sabido la democracia no ha gozado siempre de buena reputación, ni entre los teóricos, ni entre los poderosos, inclusive tampoco entre todos los integrantes de las izquierdas. Para Platón, por ejemplo, la democracia es el Estado que tiene el segundo lugar, entre los peores, mientras que para Aristóteles la democracia era la “forma desviada de la república”. Ya en la historia contemporánea, en las más famosas revoluciones burguesas, los ideólogos radicales que proponían formas de democracia popular fueron derrotados por los más “moderados”, que veían la necesidad de ponderar el orden por encima de la participación popular, con el argumento de la necesidad de mantener la “gobernabilidad”.  Y en la fase de consolidación de las repúblicas liberales, siglos XIX y XX, para la izquierda radical (anarquista y marxista), la democracia no era más que la fachada perfecta de la dominación capitalista, de modo que tampoco gozó de buen nombre entre ellos. Es solamente a partir de la confrontación entre la Unión Soviética y los Estados Unidos enraizada en la segunda posguerra, cuando el vocablo adquiere en Occidente el prestigio con el que hoy se refieren a él, poderosos, pueblos y sus respectivos ideólogos.

En la confrontación entre dos modos de organizar la sociedad, el capitalista y el denominado socialista, representados por los bloques de países encabezados por Estados Unidos y la Unión Soviética respectivamente, se estableció una competencia en todos los órdenes: económico, político, social, tecnológico, cultural y militar, que tenía por escenario el mundo.

Los avances logrados por el modelo soviético en los primeros 30 años de existencia de la URSS, en todos y cada uno de los ámbitos señalados, constituían un gran desafío para el modelo capitalista, y una gran desventaja en la lucha por la hegemonía ideológica mundial, pues desde la perspectiva de los pueblos menos desarrollados, el capitalismo no había logrado sacarlos del atraso, como si lo había hecho el modelo soviético con el pueblo ruso, que ahora era capaz de superar a las potencias europeas y disputarle el lugar de primera potencia a Estados Unidos. Aquellos avances tornaban deseable el modelo soviético para muchos líderes y poblaciones, particularmente en las naciones recién independizadas de Asia y África. Pero quizá más importante aún era el impacto que el ejemplo soviético tenía entre los trabajadores europeos, que veían en él un camino más cierto para lograr la equidad y la igualdad económica y social, que no lograban en el capitalismo.

Además, no sólo por su nivel de organización, sino por el papel central jugado por los partisanos en la derrota de nazis y fascistas, los partidos comunistas europeos (particularmente los de Gran Bretaña, Francia, Italia y Alemania) gozaban de una gran fortaleza, misma que el capitalismo tenía que dominar si quería sobrevivir.

Entonces la estrategia burguesa se centró en, por un lado, atenuar la extrema desigualdad económica, política y social prevaleciente en las sociedades europeas de entreguerras, para, mediante el incremento del gasto social característico del Estado benefactor, proveer a la clase trabajadora de los beneficios que la sociedad soviética venía otorgando desde décadas atrás (vivienda, empleo, educación y salud), para restablecer el prestigio del mercado frente al Estado, restándole apoyo a la propuesta socialista y a la opción electoral comunista. Es entonces cuando los asalariados de Occidente empiezan a recibir las bondades del capitalismo, sintetizada en la imagen del “American way of life”.

El segundo componente de esta estrategia fue la conversión de la democracia electoral en poderosa arma para contrarrestar el prestigio del modelo soviético, por un lado, calificándolo de antidemocrático por las restricciones que imponía a la libertad de expresión, de reunión y sobre todo, por la ausencia de competencia electoral, rasgo que terminó por convertirse en la insignia de la democracia; y por el otro, estableciendo la vía electoral como el único camino válido para la transformación social, encauzando a los partidos comunistas, hasta entonces arraigados en las organizaciones de trabajadores agrarios e industriales, hacia estrategias comiciales.

Así, la hasta entonces malquerida democracia se convirtió en el ariete para atacar al modelo soviético y denostar al denominado socialismo, y en el escudo más formidable para defender el capitalismo, al cual se identificó con un régimen de libertades, empezando por la de empresa y de mercado. La entronización de esta versión de la democracia como el ideal de sociedad, ofreció además a la potencia hegemónica la legitimidad para intervenir en cualquier territorio, descalificar a cualquier fuerza política y destruir a cualquier entidad a la que calificara, con o sin justificación, de antidemocrática, o “comunista”, para mayor simplificación y efectividad de la propaganda desplegada en el combate por la defensa del capitalismo que permanece hasta nuestros días.

A partir de entonces, y dado que los Estados de los países “socialistas” se autodenominaban democracias populares, al término democracia se le han puesto muchos “apellidos” para tratar de atenuar su polisemia y poder definir programas, aliados y acciones.

Dentro de la gama de versiones ensayadas por el pensamiento burgués para tornar aceptable la democracia, al tiempo que se la vuelve hasta cierto punto inocua, la de Schumpeter sintetiza muy bien las versiones que presentan una idea completamente elitista del gobierno disfrazada de democracia (Bacharach, 1967), pues no solo la reduce a un “método”, sino que además decreta que el pueblo es una “ambigüedad”, que carece de personalidad jurídica y como tal no puede gobernar, ni delegar, ni ser representado.  Por lo tanto, en esta perspectiva, el papel de la ciudadanía queda reducido a la formación de gobierno mediante el voto, filtrado por las maquinarias partidistas, las cuales además de velar por la idoneidad de los candidatos, aseguran la competencia y posibilitan la alternancia, mecanismos convertidos en cúspide de la fiscalización ciudadana sobre los gobiernos.

Así, bajo el paraguas de la Guerra Fría, se impuso esta interpretación como la hegemónica en la disputa política e ideológica y se la ha utilizado para aprobar o descalificar gobiernos y teorías. De esta manera, convertida en el ideal social, se elaboraron teorías (la de la modernización, entre otras) según las cuales el desarrollo de la sociedad humana se encamina indefectiblemente a alcanzar el arquetipo democrático occidental. De allí, el planteamiento del fin de la historia de Fukuyama y el argumento de las olas de democratización de Huntington, que dieron pie a que, tras la desaparición de la URSS y los regímenes afines, se iniciara la era del “pensamiento único” y el “consenso de Washington”, como esencia de la dominación ideológica del capitalismo globalizado (Borón, 1999).

A pesar de esa pretensión y del gran auge que ha tenido a lo largo de las cuatro últimas décadas, la disputa por el sentido de la democracia no cesó. Entre otras razones porque la expansión territorial de la democracia liberal no trajo consigo los niveles de bienestar social con los que se la asociaba. Por ello se ha tratado de evaluar su calidad y definir las causas de sus debilidades, desgaste e incluso agotamiento (Landman et al., 2009; Vollenwider y Ester 2018).

Y es que es innegable que la definición del término democracia, no es solo un asunto de exquisitez académica, sino una arena de lucha política, porque la precisión de los principios y metas que se le atribuyen, y su consecuente defensa o ataque, son el espacio prioritario de disputa en el terreno práctico, en donde los actores políticos definen el curso de la historia y el futuro de las sociedades en las que actúan. En este sentido es que seguir discutiendo sobre cómo transcurre la democracia y cómo debe hacerlo mejor, nos ocupa y seguirá ocupando a ciudadanos, políticos y académicos.

Así, reconociendo que la pandemia generó dinámicas económicas y sociales muy negativas, que revelaron los costos del modelo neoliberal y su estrecha definición de democracia, debemos poner en cuestión la idea del “agotamiento del enfoque neoliberal de la democracia”.

3. El enfoque neoliberal sobre la democracia ¿agotado?

Como se apuntó en la introducción, hubo posturas que apostaron a que la crisis causada por la pandemia arrasaría con el enfoque neoliberal de la democracia, y aunque muchas personas quisieran que así hubiera sucedido, la observación de la realidad sugiere otra cosa. En los siguientes párrafos se buscará explicar mediante algunos puntos las razones de este escepticismo, al tiempo que se proponen algunos caminos que podrían ser significativos para este debate.

Primero. Si por agotamiento entendiéramos que el neoliberalismo ya no da para más, es decir, si asumiéramos que ya no se puede mantener vigente el discurso y los modos que lo concretan, estaríamos minimizando, errónea y peligrosamente, la fuerza que estas ideas y sus prácticas aún poseen, dejando un flanco político-ideológico débil, que puede ser muy peligroso, porque aunque erróneas, gozan aún de gran apoyo y necesitamos reconocer y desmontar todas y cada una de sus expresiones, para poder combatirlas adecuada y permanentemente. Porque, aunque explícitamente el enfoque neoliberal de la democracia se enfoca solo en lo electoral, en realidad entrelaza y normaliza muchas ideas e instituciones de toda índole, que convierten en hábitos y “normas de vida” valores que afianzan el neoliberalismo y que debemos desmontar para poder combatir a fondo sus fundamentos ético-políticos.

Segundo. Si reconocemos que el modelo neoliberal se funda en la idea de una democracia electoral, orientada a fomentar el individualismo y la competencia, la libertad empresarial y la limitación de la intervención estatal, y si miramos las propuestas de la mayoría de las fuerzas y actores políticos, es bastante evidente que la vigencia de dicho modelo está lejos de vivir sus últimas horas, ya sea como conjunto de ideas, o cada una de ellas por separado.

Lo dice claramente el historiador Niklas Olsen:

El consumidor soberano siempre ha servido como una figura clave en la legitimación del proyecto neoliberal. Virtualmente, todos los defensores de la ideología neoliberal, de Ludwig von Mises a Milton Friedman, describieron la libre elección del consumidor como la característica definitoria de la economía de mercado deseable, y al consumidor soberano como un agente que es capaz de prescribir la producción económica y conducir la actividad política.

Al hacer un paralelo directo entre la elección en el mercado y en el cuarto de votación, los neoliberales no solo retrataron a los consumidores soberanos como los principales impulsores del capitalismo y la democracia liberal, sino que también describieron la elección diaria en el mercado como el auténtico motor de la representación y la participación individual en la sociedad. La elección entre «productos» disponibles se convirtió en el enfoque central para la actividad política. (Zamora, 2019)

En otras palabras, el neoliberalismo se convirtió en la ideología política dominante de nuestra era, de la mano del “consumidor soberano”, que lo mismo compra un artículo o servicio, que un prospecto político, ejerciendo su libertad. El hecho de que los lideres, a lo largo y ancho del espectro político, propongan como tarea principal del Estado la de recrear como base del orden social, la economía de mercado y la libertad individual, revela que vivimos en una era neoliberal sin neoliberales, como lo asienta Olsen (2018, p. 227).

Tercero. Y ello no es solamente porque la derecha, en sus variadas expresiones, tiene una significativa fuerza electoral. Cabe recordar que ya es gobierno en las democracias liberales de reciente data, es minoritaria pero creciente en las democracias más prestigiadas, y en la región latinoamericana intenta regresar por sus fueros, a pesar de que su discurso es más pobre pero con prácticas más desesperadas, ilegales y violentas, como hemos visto en Honduras, Brasil, Bolivia, Perú, Ecuador, México y Argentina, entre otros.

Es de subrayarse que, aún sin atentar contra el orden legal, con la presencia electoral estas fuerzas propagan ideas con las que logran incidir en las coordenadas del debate político, influyen en las agendas de gobierno y bloquean la labor legislativa y judicial que está en favor de los derechos de las mayorías, en buena medida porque siguen muy bien posicionadas tanto en la academia como en los medios masivos y tienen un respaldo económico inagotable, mientras haya capitalismo.

Cuarto. Un asunto que me parece de la mayor importancia es reconocer que algunas de las ideas del proyecto (neo)liberal, reverberan también en otros proyectos políticos, incluso en los que se colocan en el lado extremo de la izquierda, ahí donde se despliegan muchas iniciativas centradas en la autonomía y la autogestión, que, aunque en su esencia libertaria son diametralmente opuestas al neoliberalismo, muy bien pueden ser utilizadas por aquellas fuerzas, en la medida en que miran al poder del Estado como el principal enemigo a vencer.

Y no es que se postule, por ejemplo, la “estadolatría”, pero considero crucial tener presente que esa coincidencia en la crítica al poder social concentrado en el aparato estatal debe ser abordada en el debate, pues la intervención estatal no puede ser despreciada o rechazada por las fuerzas populares, sino repensada y orientada en beneficio de la mayoría, en la búsqueda de la equidad social.  Es por esto que conviene hilar muy fino en la crítica del proyecto neoliberal, porque al hacerlo echamos claridad sobre las mejores maneras de practicar la gestión gubernamental, y al mismo tiempo, podemos aclarar el terreno de las alianzas políticas y ampliar el horizonte de la reflexión académica.

Quinto. La noción de eficiencia que el neoliberalismo ha logrado imponer para evaluar la gestión gubernamental es la muy limitada versión empresarial en donde todo se mide en términos de costo/beneficio. Desde esta perspectiva, la gestión pública de empresas productivas (energéticas y de recursos naturales, principalmente), servicios sociales e incluso recursos financieros es percibida y publicitada como derroche, dispendio, malversación, en fin, como un gasto oneroso, inútil y, por lo tanto, prescindible para la sociedad. Esta idea, prevalece en la sociedad, en buena medida porque la corrupción, de la que se ha beneficiado grandemente las empresas privadas, es presentada como inherente y exclusiva de la administración pública, ocultándose a los grandes beneficiarios privados de la misma.

Sexto. Concurrentemente, continúa estando muy extendida la idea neoliberal de que la mejor manera de hacer eficiente el gasto público es dedicarlo al fomento empresarial, dado que hacerlo en programas sociales no solo es un despilfarro sino altamente contraproducente, pues la distribución de recursos entre la población de menores ingresos, fomenta la desidia, la flojera y la apatía de quienes reciben esa ayuda, y los desincentiva a desarrollar su iniciativa, su talento y su pericia para procurarse el sustento y progresar. Esta idea, estrechamente asociada con ideas racistas y clasistas sobre las identidades étnicas y las diferencias de clases, que suponen que hay diferentes “naturalezas” humanas (las de los pobres/indígenas/afro/mujeres, por un lado, y la de los ricos/blancos/occidentales/hombres, por otro) es la que ha estado en la base de los golpes de Estado en Bolivia (contra Evo Morales), Perú (contra Pedro Castillo) y los ataques de los partidos y organizaciones de derecha contra los presidentes de México (Andrés Manuel López) y Venezuela (Nicolás Maduro), las vicepresidentas de Argentina (Cristina Fernández) y de Colombia (Francia Márquez)

4. Hacia una democracia con apellidos

Sin pretender que el listado de temas presentados sea exhaustivo, creo que en conjunto ofrece un núcleo de la idea neoliberal de la democracia con el cual trabajar. Si como hecho mencionado, este debate es político–ideológico, entonces, para combatir el éxito ideológico logrado por la perspectiva neoliberal, que se engarza con el histórico arraigo del liberalismo político a secas, es necesario desmenuzar sus elementos nodales, develando sus incoherencias, limitaciones y errores, poniéndole el calificativo neoliberal tal cual (o procedimental, electoral o directamente elitista), para deslegitimar su pretensión de universalidad, y comenzar a reponerle los apellidos de sustantiva, radical o popular a aquella versión de la democracia que en verdad propugna el bienestar de las mayoría, el poder de la ciudadanía y que persigue el ideal de la igualdad y la justicia sociales.

Con relación a la noción de “eficiencia gubernamental”, es muy necesario desmontar la versión neoliberal, no para aupar la negligencia burocrática o la corrupción, sino para centrar la evaluación en el contenido social y no en el empresarial de la acción gubernativa. Es decir, para que los principales criterios de evaluación no sean la ganancia o el menor costo monetario de las obras, sino el del mejor aprovechamiento de los recursos y el mayor impacto social que dichas obras tengan.  Mantenernos en la tesitura de las evaluaciones que priorizan los “bajos costos”, la rapidez para canalizar las demandas ciudadanas, el fomento al crecimiento económico medido solo en términos de inversión y ganancia privadas, y, sobre todo, el fomento del “emprendedurismo”, en no pocas ocasiones confundido o emparejado con la autogestión, nos encierra en el universo del neoliberalismo.

Otra faceta de la crítica a la concepción neoliberal de la democracia tendría que abordar la urgencia de redefinir el orden de prioridad de los problemas sociales: es decir, dejar de anteponer a la pobreza, la desigualdad, el abuso y la exclusión social, el bajo crecimiento económico, la falta de eficiencia, o la falta de oportunidades para la inversión.

Dado que el propósito explícito del neoliberalismo es la supresión de la intervención estatal en la economía, para que no interfiera con el funcionamiento “natural” del mercado y permita la fluidez de las inversiones que “garantizan” el crecimiento económico, obviamente la satisfacción de necesidades de las personas pasan a un plano muy secundario, pues son los requerimientos de la empresas, en concreto, de la acumulación del capital, lo que rige los objetivos de la empresas y las decisiones de política. Solamente si logramos proponer una nueva jerarquización de los problemas, poniendo en el centro la necesidad de alcanzar un desarrollo social más equitativo y la eliminación de aquellos cuyo impacto negativo afecta a la gran mayoría de la población, podremos impulsar la reorientación de la acción gubernamental, pero, sobre todo, podremos incidir en el cambio de percepción ciudadana sobre la democracia, contribuyendo a desmontar el ideario neoliberal, que lo tiene reducido a la “fantasmal” libertad del consumidor.

En el mismo sentido, más que enunciar y describir los acuciantes problemas sociales, quizá es más necesario poner el foco en el examen de sus causas, porque explicar de dónde provienen esos problemas nos permite también ir desbancando la concepción de que la solución es más mercado y menos gobierno, más individualismo y menos comunidad, más consumo y menos protección. Ir a la raíz de los problemas nos va colocando en la posibilidad de entender que la gestión democrática no se trata solo de la “correcta asignación de recursos”, sino de la modificación de relaciones de poder, de la supresión de prácticas de exclusión, de la eliminación de instituciones que encubren la inequidad y la reproducen.

Por ello, es pertinente volver a colocarle “apellidos” a la democracia, porque en buena medida parte del éxito de la narrativa neoliberal fue la de vendernos la idea de la “democracia sin adjetivos”, como si se tratara de una sola posibilidad. Precisamente difundir la idea de que la democracia es una sola, fue el mecanismo a través del cual se impuso el “pensamiento único”, el “fin de la historia”, el triunfo final del capitalismo frente a cualquier otra alternativa de organización social. La democracia a secas fue un artilugio para descalificar no solo a las autodenominadas “democracias populares”, perteneciente al ex bloque soviético, sino a cualquier otro reclamo hecho desde la sociedad que señale la necesidad de satisfacer carencias de orden material y derechos más allá de los electorales.

Entonces, volver a “adjetivar” la democracia nos permite especificar que además del sufragio universal, los ciudadanos tenemos derechos de diversa índole, todos los cuales han resultado de cruentas luchas a lo largo de la historia. Y nos implica reconocer que los derechos son irrenunciables, pero no son irreversibles, como hemos constatado en las últimas décadas, y que su existencia depende, en muy buena medida, de la enjundia con la que la propia ciudadanía los ejerza y los defienda. Y que es la ciudadanía organizada y movilizada la mejor garantía para su resguardo y continua ampliación.

Entonces, como parte del combate al enfoque neoliberal de la democracia tenemos la necesidad de volver a plantear las preguntas sobre ¿democracia para qué?, ¿qué tipo de democracia? Y al responderlas contrastar los modelos en términos de las metas, los medios y los principios que cada uno de ellos coloca, analizando de manera comparada, sus consecuencias. En este sentido, es necesario contraponer los principios neoliberales de libertad irrestricta, individualismo y competencia, a los principios humanistas de la solidaridad, la justicia y la equidad, subrayando sus impactos específicos en términos de dinámicas sociales y costos humanos. Igualmente, es pertinente enfatizar que el principio esencial de la democracia es el del poder popular y no el del recambio ordenado de gobernantes; que la legalidad jurídico-política tiene como finalidad hacer asequible la justicia y la equidad social, no el respeto a la institucionalidad; y que los mecanismos de participación ciudadana son para tomar parte en las decisiones de gobierno, no para dar apariencia de democracia.

Así pues, para remarcar la incoherencia del modelo neoliberal, hay que cambiar los criterios de evaluación de la calidad de la democracia, pasando de los formales, que son necesarios, fundamentales, e irrenunciables, pero absolutamente insuficientes, a los sustantivos que se han detallado también en términos formales, pero sobre los que se requiere ampliar la visión para que recojan criterios que permitan incluir medición de los niveles de equidad, inclusión y bienestar social.

De ese modo, en lugar de evaluar a la democracia solamente a través del desempeño electoral y de la existencia de un determinado orden jurídico-político, hay que hacerlo a partir del grado de avance en la equidad social, en la satisfacción de las necesidades de las mayorías, en el grado y modos en que se plasma la participación ciudadana. Urge salirnos del esquema neoliberal de la “Democracia sin adjetivos”, de la idea de que la democracia es un entramado institucional y recuperar la visión de que se trata de un “sistema social” que debe generar bienestar para la mayoría de la población, a la cual le garantiza el ejercicio de su condición de mandante.

Es igualmente imprescindible combatir las ideas de que el “Estado mínimo” es el mejor, oponiendo la de la certeza de que el mercado crea desigualdad; contestar la noción de que la competencia es el único modo de impulsar la iniciativa y la innovación con el hecho de que la solidaridad es una fuente de creatividad y florecimiento colectivo; oponer a la concepción de que el orden social solo es posible si hay jerarquías, la de que la horizontalidad crea relaciones más fuertes y estables; y finalmente, desligar la imagen de la libertad de la existencia de variedad de opciones en el mercado, regresándola a la concepción sobre la autonomía, emancipación y libre albedrío del ser humano.

5. A modo de conclusión

Si bien sobre el tema es mucho lo que hay a debate, confío en haber puesto de relieve algunos puntos que es necesario seguir discutiendo, siempre teniendo presente que el proyecto ideológico-político del (neo)liberalismo no es un enemigo fácil, y aunque ha salido mermado en su fuerza en esta escaramuza ―al evidenciarse con la pérdida de millones de vidas humanas a causa de la pandemia de COVID 19, los costos de su aplicación en las últimas cuatro décadas― no está vencido, ni lo estará en la siguiente fase de la confrontación. Hay que señalar, que las batallas serán cada vez más álgidas, no sólo en términos discursivos, sino muy claramente en términos prácticos, pues nuevamente, el empoderamiento de los pueblos, que se evidencia en nuestra región con el acceso de fuerzas “progresistas” al gobierno, también propulsa la respuesta calculada y potente de las fuerzas socialmente dominantes, que aunque sean minoritarias, mantienen una capacidad abrumadora para imponer la narrativas que a fin de cuentas son un arma principal para mantener la dominación y su posición privilegiada en ella.

Por eso es preciso no olvidar que la claridad teórica es un elemento central de la lucidez ideológica y política y que en el despliegue de esta tarea hay que poner en tela de juicio todos los criterios y opiniones que, implícita o explícitamente, denuesten o desprecien la capacidad y/o la potestad del ciudadano común y corriente a participar en la toma de decisiones para defender y ampliar los derechos sociales y políticos de la mayoría y, en particular, de los grupos sociales subalternizados (trabajadoras rurales y urbanos, desempleados, mujeres, discapacitados, indígenas, ancianos, jóvenes, etc.).

Reivindicar la importancia de la equidad, la solidaridad, la colectividad y la justicia e igualdad por encima de la libertad de empresa y de comercio, y por sobre criterios como la ganancia, la inversión y la reducción de costos, forma parte del proceso mediante el cual podemos ir remplazando la interpretación neoliberal de la democracia, que coloca en la cima de todo la competencia electoral, y junto con ello, la invencibilidad del capitalismo y de la sociedad de clases, que naturaliza la desigualdad, el racismo, la exclusión étnica, de género y edad.

De este modo, contrarrestar el relato que desdeña, o incluso vitupera como autoritaria, la reivindicación de los derechos colectivos de los grupos subalternizados, es una tarea urgente e impostergable. Es necesario reconocer que a medida que los relatos alternativos se posicionen en el escenario, el combate ideológico-político se irá intensificando, y que abarcará todos los medios, formatos y ámbitos posibles.

Y al calor del ascenso de la confrontación, tendremos que aguzar la intuición y la inteligencia, para generar más y mejores argumentos, a través de nuevos y más penetrantes relatos, a través de todos los medios disponibles, con los cuales contrarrestar el relato neoliberal, para construir una más íntegra y plena democracia.

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