ISSN : 2992-7099

El inicio del milenio trajo consigo la maduración de un conjunto heterogéneo de problemas que no daban lugar al optimismo capitalista (del fin de la historia, los mercados globalizados y la tercera vía en política), sino que abrían el arco de problemas hacia un horizonte de ampliación y profundización de una crisis inédita (pues ya abarcaba a los dos sistemas históricos que erigió el industrialismo); síntoma de un descalabro mayor: el del proyecto civilizatorio de la modernidad. Ese resquebrajamiento combinaba en su devenir una lógica muy compleja, pues estaban intrincadas varias efectivizaciones de la dinámica temporal; no sólo eran movilizados aspectos de los ciclos de la onda larga depresiva (que se arrastraban desde los años setenta del siglo pasado) sino que la historia nos tenía reservado un gran acontecimiento planetario cuando (en transmisiones televisivas en tiempo real) la humanidad entera presenció el desplome de las Torres Gemelas, en Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, con lo cual la apertura del siglo parecía comprometer el ciclo del aún más largo plazo, ya no solo de las ondas largas de tipo Kondratiev, ni siquiera el de los siglos seculares braudelianos, sino el que comprendía a todo el proyecto civilizatorio del capital, aquél inaugurado en el largo siglo XVI (la temporalidad de la muy larga duración, de la que hablaba Wallerstein).

En el marco de ese cambio de época tan drástico, se registró en el medio editorial mexicano la aparición de una serie de trabajos que ya efectúan (en toda su letra) una interlocución con otra serie de pensamientos que a nivel internacional, y desde hacía décadas, intentaban ocuparse de esos anuncios de problemas y registros de calamidades, desde teorizaciones novedosas: fueran las teorías de sistemas, las nociones de catástrofe o caos, así como los problemas de la incertidumbre y la complejidad. De hecho, y como una expresión local, no meramente sectorial, sino que impactaba en la médula misma del proyecto nacional, nuestro país abría el milenio con el conflicto y huelga en la Universidad Nacional Autónoma de México, y Pablo González Casanova, en su libro La universidad necesaria en el siglo XXI (2001), en una de las interpretaciones más lúcidas de esa historia inconclusa, ya propone su análisis desde ese tipo de enfoques, con base en ese repertorio de conceptos y encuadres metodológicos.

En medio de esa incierta y prolongada transición (como también le gustaba señalar a Wallerstein), que apenas comenzaba, la aparición de una serie de libros, de esos que presagian nuevos horizontes de comprensión, ya no inscribibles en una tradición disciplinaria, sino representativos de un enfoque más global, estaría mostrando ciertas sendas (que aún permanecen abiertas) de una interlocución muy creativa de enfoques, y hasta de paradigmas, reorientada hacia la producción de un pensamiento y una estrategia investigativa capaz de ocuparse de problemas tan monumentales como los que la humanidad comenzaba a conocer en ese cambio de siglo. La publicación del libro de Rolando García, El conocimiento en construcción. De las formulaciones de Jean Piaget a la teoría de sistemas complejos (2000) y, unos años después, la aparición de la obra tan esperada (llevaba más de diez años escribiéndola) de Pablo González Casanova, Las Nuevas Ciencias y las Humanidades. De la Academia a la Política (2004), y la posterior del mismo Rolando García, Sistemas Complejos. Conceptos, métodos y fundamentación epistemológica de la investigación interdisciplinaria (2006), expresaban la maduración de un diálogo a veces más implícito que explícito, ya encaminado con la formalización, de mediados de los años noventa en adelante, de la contratación de Rolando García por el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH), luego de su jubilación en el CINVESTAV, y con ello su acercamiento al Programa de investigación sobre Formación de conceptos en ciencias y humanidades, y hasta la apertura, para que él lo coordinara, de un Seminario Permanente sobre Sistemas Complejos.

De ese programa de trabajo derivaron ciertas actividades, entre ellas la que se plasmó en la intervención de ambos en la organización del evento conmemorativo del que se publicó aquel libro coordinado por García, La epistemología genética y la ciencia contemporánea. Homenaje a Jean Piaget en su centenario (1997). En esa misma tendencia, puede ser incluido el trabajo que, por aquellos mismos años escribiera Federico Álvarez, La respuesta imposible. Eclecticismo, marxismo y transmodernidad (2002) quien, en su esfuerzo por elaborar una especie de elogio del eclecticismo (al que reivindica no como un sistema filosófico al que le habría pasado por encima ya el tiempo, sino como criterio o método para ocuparse de la realidad) nos habría entregado también una erudita reflexión filosófica sobre totalidades, dinámica de sistemas, complejidad e interdisciplinariedad. Estos trabajos que he enlistado ya serían significativos por derecho propio, pero evidenciaban algo más, documentaban una tendencia en la forma de producir conocimiento, la que enfrenta los límites de las aproximaciones disciplinarias o disciplinadas y los resuelve abriéndose a nuevas alternativas epistémicas y metodológicas para ocuparse de los problemas cada vez más entrelazados e imbricados de nuestra realidad moderno/capitalista. 

Hoy, a casi dos décadas de distancia, las evidencias de la crisis son incluso más abundantes y profundas de lo que eran en la “vuelta de siglo” (Echeverría, 2006); para resumirlo: se ha desatado una guerra por el control del espacio geopolítico que puede derivar hacia un uso de las tecnociencias más avanzadas y de las tecnologías de destrucción más letales que podrían barrer con la vida humana y no humana, y con el planeta mismo. En este escenario de los conflictos más recientes e incesantes, los enfoques propuestos, en aquellas obras, para la investigación interdisciplinaria conservan toda su pertinencia, según la hondura de un desastre que se dirime en verdaderas amenazas globales

Por tales razones, nos ocuparemos en este trabajo de señalar cómo la contribución de Pablo González Casanova, en aquella obra que ya citamos más arriba, y en muchos de los proyectos que impulsó durante su gestión al frente del CEIICH, no solo conserva una gran actualidad sino que expresa un legado de lo que significa comprometerse con el pensamiento crítico, y un ejemplo de cómo se puede producir conocimiento del más alto nivel sin descuidar la toma de partido por las víctimas de este sistema social.

  1. De qué proporciones es la crisis que estamos confrontando ¿del capitalismo? ¿de la modernidad?…

Con razón muchos autores no solo hablan de una crisis del capitalismo sino de una crisis de la civilización […] La crisis está afectando en el mundo y en nuestro país a los trabajadores como a la inmensa mayoría de los seres humanos y amenaza afectar a todos los seres vivos y al mismo planeta Tierra. 

(González, 2016, pp. 21, 24)

En un par de trabajos, a los que separarían una decena de años en su elaboración, pero cada uno de ellos ya habiendo puesto en referencia la dimensión o calado a que habría llegado la crisis del capitalismo, en su episodio que la desencadenó como crisis financiera, inmobiliaria y de deudas, en 2008 y sus secuelas; dos de nuestros más importantes pensadores sociales, Pablo González Casanova y Franz Hinkelammert, ya habían llegado a percibir el significado de época que se abre con dicho suceso. Para ambos autores ya no se trata de un shock económico cualquiera o de un descalabro cíclico del neoliberalismo, es un momento de abierta amenaza a la supervivencia de la humanidad. Dichos artículos, recientemente publicados, curiosamente ambos con pie de imprenta de 2020, el año de la peste, aparecen también como reflexiones premonitorias de lo que el mundo de la ultramodernidad nos tenía reservado (pandemia y postpandemia), y aventuran líneas sobre el perfil que las alternativas asumen en el marco de la situación en que aún nos hallamos inmersos. Nos brindan un buen diagnóstico para dimensionar lo que se ha puesto en juego con el emergente capitalismo pandémico.

Con relación al ensayo de González Casanova sobresale, en primer lugar, su objetivo de ofrecer un planteamiento crítico “no sólo para quienes ya están convencidos, sino para quienes, teniendo la capacidad de decidir, no tienen la capacidad de percibir y resolver problemas que amenazan su propia vida y la de la especie humana” (González, 2019, p. 21), ejercen, pues, estas personas infundidas con poder, genuinas personificaciones del capital (como las nombraba Marx), una completa desresponsabilización por sus actos y una verdadera desproporción de sus consecuencias, tanto más porque desdibujan e invisibilizan su grado de participación, al encubrirlo como una mera función dentro de un marco institucional o un esquema organizacional que, además, elude toda punibilidad dentro de un orden jurídico, puesto que, en el mundo de hoy, los grandes complejos organizativos del capitalismo suelen llegar a tener tanto o más poder que los Estados que intentaran disciplinarlos. 

Por ello, la tesis fuerte del sociólogo mexicano es simple pero angustiosa: “las decisiones de quienes están a la cabeza del modo de dominación y acumulación capitalista conducen a una situación en que llega a ser imposible la supervivencia humana” (González, 2019, p. 21). Misma tesis que puede ser enunciada vinculando a su expresión otro orden de elementos: “es imposible la supervivencia humana de continuar dominando el capitalismo y su lógica suprema: la maximización de utilidades y la defensa de los valores e intereses de las fuerzas dominantes” (González, 2019, p. 23). Desde luego que, una tesis de tal naturaleza encontrará diversas formas en que pretenda ser descalificada por vía de razones o disconfirmada por vía de hechos. En cuanto al primer caso, en la encomienda descalificadora resulta racional para los grupos de poder agenciarse a todo un ejército de especialistas del saber experto que, por ejemplo, denieguen las tendencias del colapso climático (Oreskes & Conway, 2018). 

Por otro lado, en la estrategia por controvertir la tesis fuerte, lo que se plantea es nada menos que desconectar las causas de los efectos (dos ejemplos: la relación del consumo de transgénicos con la enfermedad del cáncer u otros padecimientos; el uso del glifosato en la agroindustria y la proliferación de males tanto para los productores como para la recuperación de los suelos y la declinación de la diversidad en los cultivos) o reducir la magnitud de las consecuencias que viene arrastrando la crisis del capitaloceno. Pero sin necesidad de recurrir a ambas artimañas negacionistas, la lógica del sistema se impone a través de su normalización y de la interiorización de sus principios en el ciudadano corriente, de ahí que suela afirmarse, como lo hizo en su momento Fredric Jameson, que resulta “más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo” (Jameson, 2003, p. 103), lo que no expresa sino la recaída en algo más fatal que un simple conformismo, el acostumbramiento o la habituación al realismo capitalista, esto es, “la idea muy difundida de que el capitalismo no solo es el único sistema económico viable, sino que es imposible incluso imaginarle una alternativa” (Fisher, 2016, p. 22). 

Lo que deseamos indicar, en segundo lugar, es lo siguiente: no debiera resultarnos sorpresivo que el hombre de empresa se doblegue ante el principio de cálculo o ante el razonamiento de costo-beneficio, no haría con ello sino imponer una lógica cuantitativa sobre una cualitativa (la de la ganancia por encima de la vida humana y no humana en la tierra); pero el efecto perverso del sistema lo que hace es transformar la metafísica del empresario en proceder cotidiano: cualquier persona en el ejercicio tácito de sus intervenciones en libertad sobre el mundo de los entes (glorificando la no intencionalidad de la acción) daría su aprobación a la reproducción del mecanismo sistémico. En este planteamiento no hay solo un paso de lo macro (el mundo competitivo del empresario y la gran corporación) a lo micro (el sujeto propietario privado que, para vivir, produce y consume), sino que ese hiato se proyecta como “una crisis de la razón instrumental o una esquizofrenia que nos están llevando a la destrucción del mundo” (González, 2019, p. 25)

Encontrarle salida a esa encrucijada parece estar comprometiendo tanto a las fuerzas macro que se encaminan a la autodestrucción como a los diversos nodos micro (o hasta los que empujan hacia una articulación de movimientos) que luchan por construir de otro modo el mundo, y creen que eso es factible. El alegato con que finaliza el artículo del sociólogo mexicano va dirigido a esos contingentes, y es un llamado a la detección del nuevo horizonte (distópico) que se ha abierto con el capitalismo desbocado que a su paso va propiciando emergentes interdefiniciones (como corresponde a todo sistema complejo) en los objetivos y las estrategias, en medio de las urgencias (entrópicas) del tiempo presente. De ahí lo que concluye: “Hoy, en las alternativas y decisiones no sólo se plantea impedir la autodestrucción de quienes en sus esfuerzos por defender al sistema están en realidad llevando a la destrucción del mundo, sino también la construcción del camino a una democracia, una liberación y un socialismo redefinidos”. (González, 2019, p. 34).

Y ahí es que damos con los planteamientos de un reciente trabajo de Franz Hinkelammert (2020) y que parece iluminarnos un ángulo igualmente pertinente. Lo drástico del asunto es que quizá no fuera suficiente con mirar de nuevos modos la dialéctica de la ilustración, con su correlato de destrucción y autodestrucción atribuibles al despliegue implacable y progresivo de la razón instrumental, o con apuntalar los esfuerzos (legítimos) por redefinir los esquemas de las luchas anteriores; tal vez sea necesario dar un paso en el horizonte mismo de la crítica, dirigirla del capitalismo a su núcleo determinativo fundante, la modernidad. Ese desplazamiento cognitivo parece poner de relieve que el trasfondo de ésta no se halla en la razón instrumental, sino en todo un complejo más inescrutable e invisibilizado, pero que puede ser asequible como capas de realidad donde se asoma la razón mítica que le anima: el verdadero fundamento de la modernidad, y que pareciera asegurar su eterno predominio. 

Para Hinkelammert, sin embargo, esgrimir una crítica genuina de ésta (de la modernidad y de su laberíntica disposición) exige cambiar los términos de la discusión, recomponer el repertorio categorial con que hasta ahora han trabajado las teorizaciones críticas, y los marcos epistémicos mismos en que esas armazones conceptuales se inscriben. Para Hinkelammert, reconstituir ese discurso ha significado una serie de desplazamientos, en primer lugar, pasar de señalar los límites de la razón instrumental a las virtudes de una racionalidad reproductiva (de la vida) para escapar del encierro neoclásico en la economía (Hinkelammert-Mora, 2001 y 2014). En segundo lugar, redirigir nuestra atención no solo al desentrañamiento de las cuestiones involucradas en los juicios medio-fin como base de la razón instrumental sino profundizar en la crítica de la razón mítica moderna (las imágenes trascendentales generadas por la modernidad), a través de la inclusión de los juicios vida-muerte como el verdadero trasfondo para una filosofía y una ética plenamente liberadora.

Solo con ese segundo desplazamiento advertimos algo relevante, la modernidad se edifica en el seguimiento consecuente de una racionalidad irracional: lo que hemos pensado como ejercicio de nuestra libertad no ha sido sino el sometimiento del otro y de lo otro, la imposición de la esclavitud, el despojo y la destrucción del medio ambiente. Hinkelammert concluye: “concebir la auto-realización del ser humano como una relación de dominación: me realizo al dominarte: Yo soy, si tú no eres. La prueba más convincente de la libertad es en consecuencia, mostrar que uno tiene un esclavo. Tengo esclavos, por tanto soy libre” (Hinkelammert, 2020 p. 37). Y es que, en efecto, hasta de manera literal, los teóricos de la tolerancia, los padres fundadores del liberalismo, eran propietarios de esclavos (Losurdo, 2007), no podían aventurarse en una crítica que fuera en dicha dirección, la de una disolución de la estructura del poder que edificó la modernidad desde su anclaje más oscuro: la colonización, el racismo, la esclavitud y el maltrato a las mujeres; idéntica relación de dominio y devastación que operaron (los nuevos señores de lo moderno-colonial-capitalista) con la insolente idea de una naturaleza barata e inagotable (Moore, 2020).

Por tal razón, para Hinkelammert, encontrarle salida al laberinto creciente de la modernidad pasa por obrar desde una genuina racionalidad liberadora, la del «Yo soy, si tú eres»: “ahora la prueba de la libertad es la prueba de haberse liberado de su esclavitud o liberado a sus esclavos. El criterio de racionalidad liberada dice yo soy, si tú eres, el criterio de racionalidad irracional dice yo soy, si te derroto” (Hinkelammert, 2020, p. 38).

Esa es otra cuestión a atender, la de los escenarios sociales guiados o gobernados por un cierto estado de ánimo, por una cierta expectativa en el sentido común, y es que, como lo argumenta González Casanova en otro trabajo reciente, la crisis por la que atravesamos es muy particular, pues no sólo rompe con las tendencias de lo que fueron elementos o causas desencadenantes en episodios anteriores, y rebasa a aquellas en amplitud y profundidad, sino que son macro sucesos activados deliberadamente “crisis provocadas, inducidas (…) para maximizar su poder, sus riquezas y utilidades, para debilitar a los trabajadores y hacer que pierdan sus derechos y bajen la fuerza de sus demandas” (González, 2016, p. 19). La crisis, menos aún la que estamos viviendo, no es una que propicie la debacle o la derrota del sistema, sino incluso se busca que desate o propicie la derrota de las fuerzas llamadas a resistir o a cambiar este sistema. De ahí que nuestro autor rematara así uno de sus argumentos, “en medio de tan grave situación se dan dos circunstancias a nivel mundial que hacen cada vez más necesaria la organización de los pueblos y los trabajadores: la amenaza a la vida en la Tierra si el capitalismo subsiste, y el horror sistémico que vive la humanidad con la actual organización del trabajo y de la vida” (González, 2016, p. 23). 

  1. Salir del laberinto. La cuestión de las alternativas…

“Nuestra limitación es que estamos metidos en un laberinto,                     un laberinto mágico”

(Aub, 2003, p. 55)

De aquel escritor conceptista, barroco, como ha sido definido el estilo literario de Max Aub, destaca de entre su prosa el proyecto que extrae propiamente de su experiencia autobiográfica, del acontecimiento más decisivo de la historia de España, en el siglo XX, la Guerra Civil y la caída de la Segunda República, de su huida (en la que fue recluido en un campo de concentración en territorio francés) y del exilio, por el que, finalmente, llegó a pasar la mitad de su vida en tierra mexicana. Autor de poesía, teatro y novela, Aub dejó en este último género narrativo, el que quizá sea su trabajo mayor, y que él no por casualidad tituló (al conjunto) El laberinto mágico, porque en su consideración, en primer lugar, “la guerra de España (…) fue una guerra de clases, quien no la vea así no puede comprenderla; guerra del pueblo contra las oligarquías. Por eso aún los que se declaran vencidos no lo están, a lo sumo prisioneros de sí mismos” (Aub, 2003, p. 89) y, en segundo lugar, pero no menos importante, “lo cierto -afirmaba Max Aub- es que el pueblo español fue el único que se alzó, con armas en la mano, contra el fascismo” (Aub, 2003, p. 86), o como lo reiterara en otro pasaje, abogando porque ese gesto no se arrumbara en el olvido, “son lo mejor de España, los únicos que, de verdad, se han alzado, sin nada, con sus manos, contra el fascismo, contra los militares, contra los poderosos, por la sola justicia…” (Aub, 2003, p. 90). 

Y eso era lo que se disputaba con el surgimiento y triunfo del fascismo, con la guerra civil, y el Holocausto, por ello no solo España, ni la misma Europa, tal vez el mundo entero. quedaban encerrados en ese inmenso “laberinto mágico” del que pareciera no haber salida desde entonces, pues fue impuesto como una especie de acto prestidigitador, un hechizo, por el cual, no se resuelve el arcano, y pareciera que no se abren nuevos senderos a nuestra historia. En estrecha correspondencia a esa lectura de Max Aub se proyecta la caracterización que Bolívar Echeverría hace de la vuelta de siglo y las preguntas que plantea “¿Cómo llegamos a este «callejón sin salida»? ¿Qué sucedió en el siglo XX, que nos condujo a semejante situación?” (Echeverría, 2006, p. 81), respuestas que encuentra recurriendo a la argumentación ofrecida por Jean Amery, pues para éste, el Holocausto no fue sino un adelanto del siglo XXI, al que se concurrió en pleno siglo XX. De ser así, la crisis que confrontamos no sería sino la profundización de esas tendencias a que nos acercó el adelanto del siglo XXI, su empalme o aceleración para hacer de ese capitalismo del siglo XX, un artefacto que vehicule y plantease como viables el arco de contradicciones con que nos esperaba el siglo XXI, el de la plena etapa senil del capitalismo, que no le haría fenecer sino desplegar en mayor grado sus cualidades adaptativas, como las de cualquier sistema abierto y autorregulado. En medio de esa historia, las fuerzas dominantes, de los complejos militares-industriales-científicos, lograron articular sinérgicamente:

Las tecnociencias, las biotecnologías y las ciencias de la organización compleja, adaptativa y creadora, para aumentar la fuerza del sistema capitalista, del imperialismo y el colonialismo, y para controlar en su favor las crisis de coyuntura, las crisis hegemónicas, las crisis del sistema mundial de dominación y acumulación de la propiedad y el excedente, todo al tiempo que aumentan la explotación de los trabajadores y de los recursos naturales (González, 2009, p, 321).

No era nada ajena al proyecto intelectual de González Casanova la pregunta sobre el tipo y las dimensiones que se verían involucradas al desatarse o agudizarse la crisis del capitalismo, no en balde vería en éste al sistema de sistemas, a la dialéctica real y profunda que rige al conjunto, era tal la importancia de emprender ese estudio que en algún texto, en una nota al pie, titula del siguiente modo un proyecto que tiene en mente desarrollar: “El fin del sistema: procesos y proyectos (en preparación)” (González, 2006, p. 215). Y aunque quizá ese ensayo no lo haya ciertamente publicado, o sus planteamientos se hayan adelantado en otras obras, puede accederse a algunas de sus valoraciones desde dos fuentes, el discurso y larga entrevista que sostuvo cuando le fue concedido el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Autónoma de Zacatecas (13-15 de octubre de 2011, y de cuyo registro da cuenta el recurso electrónico en formato DVD) y la ponencia que presentó con el título: Crisis terminal del capitalismo o crisis terminal de la humanidad, en el Seminario: El pensamiento crítico frente a la hidra capitalista, texto leído en Oventic, Chiapas, en el encuentro organizado por el EZLN, y que fue publicado en el periódico La Jornada (9 de mayo de 2015, pág. 2); de este documento nos bastará con recoger una de sus proposiciones: más que agotar nuestra atención con críticas a los señores del poder y del dinero, tenemos que preguntarnos cuáles son las salidas posibles de este infierno, y cómo podemos hacer posible lo que ahora parece imposible a nivel mundial y en la mayoría de las naciones: construir y crear la libertad, la justicia y la democracia

Fuera, entonces, del laberinto (como lo pensaba Max Aub) o del infierno, como en tono dantesco, lo señalaba unas líneas más arriba González Casanova, los rastreos de la alternativa se plantean como la búsqueda, la exploración de una salida a tan tormentosa situación. Porque se toma con toda seriedad ese juego dialéctico de movimientos y posiciones, ese arriba y abajo de las correlaciones, ese zigzag de fuerzas contrapuestas, ya desde trabajos anteriores la prospectiva que miraba González Casanova era la de un horizonte en disputa, que no correspondía ni a un determinismo sin alternativas, ni a bifurcaciones que abrieran paso a confianzas desmedidas. En uno de aquellos trabajos de comienzos del milenio lo señalaba en un tono precautorio: 

La expansión del sistema dominante puede derivar en una crisis terminal del sistema; aunque puede también dar pie a nuevas formas de mediatización como las que caracterizaron a la socialdemocracia o al populismo. Es más, puede generar un cambio creador de negociaciones sin cooptaciones que inicie una nueva historia universal de prácticas autónomas y democráticas. Todas esas posibilidades hacen de los movimientos particulares experiencias preciosas en la construcción de alternativas. (González, 2001, p. 16)  

En esta cuestión resulta muy pertinente intentar una lectura de largo plazo, al menos desde el quiebre histórico de la última década del siglo XX. Y ello por la sencilla razón de que, como lo reconoció en varios trabajos, González Casanova no vio dificultad sino virtud en reformular su proyecto intelectual y político a la luz de los procesos de cambio que estaba experimentando el sistema dominante y sus contradicciones; y también sus contradictores (que también experimentaron agudos procesos conflictivos), que, en algunos casos condujeron hasta su disolución, o hacia procesos de reestructuración en los países de socialismo desarrollado (hacía referencia a los países del Este) como en los del socialismo subdesarrollado (esto es, de las periferias de Asia y África) que desataron un ingreso violento de las lógicas de acumulación, privatización y apropiación del capitalismo neoliberal sobre sus economías y Estados nacionales. En ese horizonte incierto de comienzos de los años noventa, en un trabajo divulgado por algunas de las más preciadas revistas de las ciencias sociales, ya González Casanova advertía que, en referencia al universal concreto como alternativa, “en el escenario mundial no aparece un protagonista (…) la historia universal parece cargada de variadísimos protagonistas de los intereses generales” (González, 1994, p. 41).

En otro texto que fue revisado, actualizado y vuelto a publicar a inicios del milenio (González Casanova, 1991 y 2001), ya se concluía que la cuestión de los proyectos de transformación iba en una dirección plural pero se declinaba, en un mundo que se estaba reestructurando, hacia un renovado atractor, y era casi una premonición del tipo de movimiento político que González Casanova abrazaría con tanto empeño en los años y décadas siguientes: 

Lo nuevo universal tendrá que salir en buena parte de esas organizaciones particularistas que se encuentran en los pueblos, etnias y tribus. De allí y de los barrios y centros de trabajo urbanos tendrán que aparecer organizaciones nuevas en su estructura y su pensamiento. Es muy probable que de sus combinaciones surjan fenómenos de creación histórica. (González, 1994, p. 44).

En la primera mitad de los años noventa el horizonte de las utopías aparecía alumbrado por dos procesos con los cuales (hasta la fecha) González Casanova ha establecido una vinculación militante y una afinidad política indeclinable, a) la Cuba sobreviviente a la caída del socialismo real y a los rigores del período especial, como lo sigue siendo a un bloqueo de ya tantas décadas, procesos que han obligado a una reestructuración que aún continúa; b) la lucha de los y las zapatistas de la selva lacandona en Chiapas. Respecto al primer proceso, en aquellos años, su apreciación no era menor, contempla ahí la configuración de una “isla de neguentropía”:

Cuba adquirió las características de un país-complejo-empresarial y de un gobierno-pueblo. En forma sorprendente pareció convertirse en un sistema abierto, autorregulado, adaptativo y creador con una democracia que decide sobre el uso del excedente dando prioridad a los objetivos sociales (González, 2009, p. 232). 

En cuanto a la lucha de los zapatistas, y en general de los pueblos indios, ve en ella nada menos que la primera revolución del siglo XXI

Un nuevo paradigma histórico de democracia universal no excluyente, con connotaciones morales y prácticas, humanistas y científicas, utópicas y políticas; con reestructuraciones de los intereses particulares y de los intereses generales; con mediaciones e interacciones propios de un sistema de sistemas o red de redes autodirigidos y autocreadores, que se comuniquen desde varias civilizaciones y con ellas. (González, 2009, p. 219)

De aquel trabajo actualizado para su publicación una década después de haber sido escrito originalmente, interesa destacar su planteamiento de cierre, pues ya apunta hacia un elemento de interdefinición para una diversidad de movimientos, el objetivo enfatiza “la libre autodeterminación de los pueblos, la única alternativa para la sobrevivencia del mundo” (González, 2001). Luego del alzamiento zapatista, en un conjunto de trabajos puestos a la discusión en foros internacionales o desde una serie de revistas pertenecientes a la familia de la izquierda mexicana (Dialéctica o Memoria) o latinoamericana (Casa de las Américas, Cuadernos de Nuestra América), se va dando forma a la nueva enunciación de la teoría y práctica alternativas, y es caracterizada como “un movimiento universal de democracia no excluyente y plural que comprendiera la variedad y unidad de quienes habitan el planeta” (González Casanova, 1998). Esto es, una apuesta consecuente con dos de las más creativas consignas de los indios insurrectos: un mundo en el que quepan muchos mundos y que se rija por el mandar obedeciendo, una perspectiva democrática de la política que la despliega como gobierno de todo el pueblo, en las antípodas de la captura semántica de la democracia bajo un sentido oligárquico y elitista, y que encuentra en el motivo de la dignidad (en el respeto a la persona, por serlo, y porque la imposición del neoliberalismo ha conllevado un trato indigno para los pobres y condenados de la tierra), una base moral indisputable. 

En un documento leído en ocasión de recibir el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de La Habana, apuntaba lo nuevo de aquel movimiento nacido de los más pobres entre los pobres, e identificaba en tres de sus actores relevantes los procesos teóricos y prácticos en que a su modo repensaban la revolución y reestructuraban su concepto, los indios, en su diversidad, los sacerdotes, diáconos y la pastoral de la Iglesia, y los revolucionarios que se instalaron en la Selva, juntos, en ese rehacerse colectivamente, contaban con estar escribiendo una nueva historia y descubriendo una nueva alternativa, cuyos propósitos no dejan de ser vigentes: 

Que tal vez se llame democracia universal, la cual tomará los movimientos anteriores por la liberación y el socialismo, las experiencias anteriores de mediatización, de corrupción, de represión y autoritarismo para que no se den en la nueva alternativa, en la nueva democracia con dignidad, justicia, independencia. (González, 1995, p. 171).

Si ya desde aquel trabajo escrito a inicio de los noventa y actualizado al ser publicado a comienzo de los 2000, se postulaba que:

Esa lucha por el socialismo, la liberación y la democracia tiene que estudiarse más allá del eurocentrismo clásico o del aldeanismo tercermundista, como proyecto realmente mundial, lo que exige el esfuerzo de entenderlo desde el Sur y de rechazar cualquier idea implícita de una democracia colonial o de un socialismo con colonias, es decir de rechazar el tipo de ideas que muchas veces no explicitó el pensamiento socialdemócrata, socialista y comunista. (González, 2009, p. 237).

De los planteamientos iniciales de este apartado sobre la redefinición del protagonista; de estos que rechazan el universalismo abstracto, y promueven una visión anti-eurocéntrica o desde el Sur; y de la experiencia que desprende del movimiento zapatista, González Casanova extrae una propuesta política multidimensional, y multiescalar, la que define en el planteamiento de “una democracia con poder, (…) un poder con autonomías, y (…) una política con dignidad” (González, 1998, p. 27). Continuará esa reflexión con el análisis de cómo se recompone dicho proyecto, en un par de trabajos ya pertenecientes al momento de escritura de su obra mayor, la de la primera década del siglo XXI. Se ocupará, así, en un texto que dedica a su gran amigo Samir Amin, de dilucidar sobre lo que denomina la dialéctica de las alternativas, y una enseñanza ineludible va en dirección a señalar que si el sistema se ha recompuesto del mismo modo lo debe hacer la nueva alternativa hecha de muchas alternativas, y para ello se revela “necesario integrar las nuevas ciencias y la lógica de las tecnociencias al pensamiento crítico y alternativo” (González, 2009, p. 325). 

En su acción y pensamiento, lo alternativo y alterativo del orden establecido del capitalismo/imperialismo/colonialismo se compone y construye, se confirma o disconfirma como universal concreto en sus palabras/actos, en su congruencia o consecuencia entre lo que se dice y lo que se hace. El tema será continuado en el otro texto que hemos mencionado, el capítulo 4 de su Opus magnae, de ahí nos interesa destacar un breve, pero muy importante planteamiento, dirigido a los actores en quienes encarna la lucha. Es cierto que el sistema se ha recompuesto, se ha revelado con mayores capacidades de adaptación, derivando en un “capitalismo organizado que entraña el orden y el desorden a que todos los sistemas complejos están sujetos” (González, 2009, p. 325), pero esto no lo hace ni invencible ni eterno; pero tampoco la nueva alternativa, con sólo incorporar los nuevos planteamientos, los nuevos enfoques de las ciencias y humanidades (que combinan lo bueno de lo viejo con lo virtuoso de los nuevo), tiene asegurado el paso o trecho alcanzado hacia el sistema alternativo, el horizonte vislumbrado o el triunfo anhelado, se obrará sin garantías, o con la única garantía que es la lucha (como lo pensaba Gramsci), y habrá tropiezos:

La alternativa al sistema mundial dominante, hecha de múltiples luchas con simpatías y diferencias internas, repite necesariamente parte de lo que quiere destruir, y lo repite en sus construcciones, en sus represiones y en sus mediaciones. El hecho no ha sido suficientemente reconocido en la historia anterior de la creación de alternativas; pero hoy reclama una atención especial para transitar hacia la nueva civilización necesaria y hacia la nueva pedagogía liberadora que no pierda la esperanza ni caiga en el conformismo al ver que no se cumplen de inmediato los ideales insensatos de una alternativa sin contradicciones. (González, 2004, pp. 265-266).

Finalmente, y para concluir, no todo se mueve al amparo de la contingencia, ni siquiera del caos determinista, pues como se apunta en unos de los breves aforismos de Max Aub “Determino en contra del determinismo…” (Aub, 2003, p. 58); nos queda, pues, la certeza de nuestra acción o inacción, pues como lo señaló el mismo Aub, en su momento; y que no fue fácil: “si solo sospechas la posibilidad de un mundo mejor, debes obligar a tu propia razón a emprender el camino para buscarlo” (Aub, 2003, p. 57). O para decirlo en los términos de nuestro sociólogo crítico, en estos tiempos que en el presente están ya construyendo su futuro precisamos “no pensar (…) ni sólo en términos de determinismo, de sobredeterminación o de subdeterminación ni sólo en términos de lo probable o lo posible, sino también en términos de que lo imposible se vuelve posible” (González, 2004, p. 310).

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