Poeta y ensayista. Nació en Dinamita, Durango, el 26 de abril. Realizó la licenciatura en Letras Hispánicas en la UAP; una maestría en Letras en la UNAM y es doctor en Letras por El Colegio de México, presentando una tesis sobre la poesía de César Moro. Se ha desempeñado como catedrático de la Escuela de Filosofía y Letras de la UAS, donde además coordinó un taller literario. También ha sido instructor en el Departamento de Lenguas Romances y Literatura de la Universidad de Harvard.
Isidore Lucien Ducasse falleció «por causas desconocidas» en el hotel Faubourg. Dupuis, hotelero y Milleret, camarero, dieron fe. El acta no dice de qué murió «ese loco infeliz». Millaret ocultó en su bolsillo el frasco de láudano de ese joven bello como el encuentro de un albatros y un piano bajo un cielo ruinoso.
Gérard de Nerval se colgó, «al alba», del único farol de la calle de la Vieja Linterna. Murió místicamente. Lo que sentía por Jenny Colón «no era amor, sino religión». La calle ha desaparecido. En su lugar brotó una amplia plaza que confluye entre el olvido y la Torre Eiffel.
«Márqueme, doctor, el sitio exacto del corazón». Con ese clavel dibujado, José Asunción Silva se propuso ordenar el caos. La velada, casi prerrafaelita: un salón de rostros de fuego, un piano alegre como un vals. No podía faltar el ramo de rosas para Carmen (pagado con un cheque sin fondos). Y la bala del Smith & Wesson exacta, para imponer el silencio, a la hora del adiós.
Arthur Cravan, en frágil media nuez navega una tormenta por el Golfo de Quetzalcóatl. «La vida es atroz» fue su último mensaje para Mina Loy. Así se desvaneció del cubo real el marinero del Havre, el cortador de naranjas de California, el sobrino de Oscar Wilde, el boxeador que retó a Alabastro en Barcelona, el pacifista desertor que no quiso portar uniforme alguno en la carnicería montada por gobiernos. Lo suyo era la poesía, también el boxeo, el combate personal, a puño limpio con la vida.
Vladimir Mayakovski tuvo una extraña visión: «una nube en pantalones». Ninguna revolución triunfante ha podido convivir con la imaginación hasta ahora. El corazón del burócrata es cuadrado, el del poeta con alas. Aunque tenía un cielo promisorio: musa y popularidad -dos formas del amor-, una noche de luna estalinista apuntó una bala al corazón. La vida cual vuelo de gaviotas pasa. Tomar la noche como puerta siempre será un misterio.
Césare Pavese murió de desamparo. Esa sensación de otredad que tienes con tu estrella, con tu sombra, con tu rostro amado. Pierina tal vez fue la última palabra que salió de sus labios. En el cuarto de hotel apuró el frasco de somníferos. Hizo una llamada y nadie contestó. Aunque Pavesse, en la niebla de la incertidumbre, tenía una única certeza: «Vendrá la muerte y tendrá tus ojos».
Sylvia Plath vivió su infancia en Boston, en una casa amarilla a la orilla del mar. Ella deseaba vivir en una selva mexicana o en el lado izquierdo de París. Un día de febrero, frío como la nostalgia -atrás quedaban los veranos en Londres, su matrimonio con Ted Hugues, los tulipanes de sus poemas-, dio de desayunar «pan con mantequilla y leche” a sus pequeños, Frida y Nick, y se encerró en la cocina, abrió el gas y con la cabeza en el horno de la estufa inició su sueño eterno. «Morir es un arte, como todo».
Jorge Cuesta tenía 38 años cuando se acuchilló los genitales. Y «Porque me pareció poco suicidarme una sola vez. Una sola vez no era, no ha sido suficiente», con las sábanas de hospital se ahorcó un día de agosto y luna mineral.