Facultad de Filosofía y Letras
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Komm mal herüber, alter Mistkäfer
Franz Kafka
Una mañana al despertar de sueños intranquilos, X, una cucaracha se encontró en su cama convertida en un monstruoso ser humano. En el presente la nominaremos como “X la cucaracha”, puesto que como sabemos, estos bichos no tienen nombres propios, y como no sabemos, pero ya lo hago de su conocimiento señor lector, no los tienen por considerarlos innecesaria vanidad, “eso es cosa de humanos” se les escucha comentar asqueadas entre sí mientras degustan un buen excremento de algún animal salvaje, doméstico o de granja. Es por tanto, que a nuestra cucaracha la llamaremos X, aunque debe quedar claro a usted que podría ser cualquier otra variable, Y, C, O, E, cualquiera dentro del alfabeto latino o rúnico si se quiere.
Bueno, pero regresando a X, lo primero que hizo al despertar, fue abrir los ojos, uno primero y después el otro, como es costumbre entre los bichos. Se estiró, como todas las mañanas, alargando sus pequeñas patas hacía el frente para desperezarse del sueño y moviendo las mandíbulas en repetidas ocasiones, preparándose para el desayuno. Para su sorpresa de sus patas no existían más que dos superiores y dos inferiores que tenían la forma idéntica a la fisonomía humana, y sus mandíbulas al abrirse y cerrarse emitieron un rechinido que X desconocía: se habían convertido en dientes. “¿Qué me ha sucedido?”, se preguntó y cayó desmayada ante la impresión.
Al despertar, dentro del cuadrangular y gris espacio de la alcantarilla en que vivía, una digna alcantarilla cucarachil, volvió a ver sus manos horrorizada. Se levantó del lecho y corrió a ver su imagen reflejada en un pequeño charco acuoso: No había duda, se había convertido en un feo y monstruoso ser humano. Portaba una corbata negra que le hacía juego con un par de mocasines y un pantalón del mismo color, todo contrastado con una camisa de un blanco impecable cubriendo su nuevo torso. X descubrió los bolsillos del pantalón, introdujo las manos, encontró en estos un pequeño rectángulo de papel, para su sorpresa, esos nuevos ojos con que le había descubierto el amanecer le otorgaron la habilidad de leer. Leyó, eso sí, de forma lenta y tropezada lo que decía aquel pequeño papel: “G-R-E-G-O-R S-A-M-S-A, A-G-E-N-T-E D-E V-E-N-T-AS”. Lo leído le produjo una aversión y una consternación inmensa, para X despertar siendo un espantoso ser humano era una cosa, pero despertar siendo la peor de las expresiones posibles de esta especie, un burócrata de la industria privada era el peor de todos los males. “¿Yo un agente de ventas? ¡Oh Dios! ¡QUÉ DESGRACIA!”, dijo para sus adentros y corrió hacía el muro, con pretensiones de trepar por él y correr con velocidad adherido a las paredes, según dicta la forma cucarachesca de lidiar con el estrés. Su nuevo cuerpo no era apto para tales proezas. Se golpeó con la pared y cayó desmayada.
Al recobrar la conciencia, con pleno conocimiento de que lo que había pasado no era un sueño, se levantó del lecho y no pudo hacer más que gritar. Dijo una sarta de ofensas que no tendría sentido relatar aquí para no ofender el buen gusto del señor lector, pero, tenían relación con el disgusto por terminar convertida en un cobarde sobre explotado dentro de una industria capitalista en decadencia y sin futuro a causa de la rapaz emergencia de los grandes monopolios, claro, de forma evidente, remató con un “¡Que horror!”. En ese momento, descubrió otra de las habilidades propias de su nuevo cuerpo, sus ojos se humedecían, sentía tristeza y se tiró al suelo a sollozar. Solo la despertó de la teatralidad de su dolor un tembloroso rugido que la puso alerta, creyó que era algún depredador, más descubrió que ese temblor emanaba de su propio vientre: tenía hambre. << Nada desearía más que un delicioso pedazo de pan podrido>>, pensó y se dedicó a buscar por su habitación restos de alimento: encontró el pan deseado, corrió a él y trató de engullirlo. Le fue difícil tragar, su cuerpo no toleraba tal alimento, vomitó todo. Volvió a sollozar. Entre sollozos, despertó en ella otra de las habilidades de su nuevo cuerpo: La facultad, más que facultad, un impulso por crear historias: El deseo creador. “¿Qué pasaría si Gregor Samsa despertara convertido en mí un día de estos?”, pensó y dio rienda suelta a su imaginación. “Seguramente señor Samsa, usted tiene una, ¿cómo se llaman?, creo que se les dice “familia”, esos grupos en que andan juntos por las plazas, se sonríen, se reprimen y en el fondo, se odian, los he visto, ellos no me ven, pero yo los he visto. ¿Qué dirían ellos de tu metamorfosis, Gregor? Si un día despertaras convertido en mí, descubrirías la soledad, sí, sí, claro que sí, Gregor Samsa, usted moriría solo”.
La profundidad de su idea, pese al hambre y el frío, no le otorgó tregua hasta que corrió al muro, remojó sus dedos en el fango de la alcantarilla y escribió en él:
“Una mañana, al despertar de sueños intranquilos, Gregor Samsa se encontró en su cama convertido en un hermoso bicho.”
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