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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Juan Manuel Campos Coto

Facultad de Medicina

Soy un escritor, aunque mi credencial diga que soy médico. Me encanta escribir y por eso tengo el sueño de estudiar las letras y declararme como maestro. Mi padre me quería llamar doctor y se lo voy a cumplir, sólo que en otra especialidad.

Una sociedad astronauta

Número 4 / ENERO - MARZO 2022

De astronautas y cambios; metafóricos pensamientos sobre el futuro que nos dejará la pandemia

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Juan Manuel Campos Coto

Facultad de Medicina

Hacer cambios para mejorar el futuro; vivirlos, palparlos, y… ¿producirlos?

Cambiar de material las latas es un gran cambio, también modificar las tramas de la música es un gran cambio. ¡La ropa! Hacer otra ropa usando los mismos moldes y los mismos colores sacados del mortero y las flores: eso es un verdadero cambio. Pero, ¿qué cambios pueden crearse entre las calles de tierra y pasto, entre las calles de pavimento negro con alcantarillado enterrado y entre aquellas que son grises tatemadas por el sol?

Los valles y humedales originarios fueron sepultados hace ya muchos muchos siglos. Sobre ellos, yacen pisos firmes de tierra que han ido cambiando, aunque bajo de lo moderno aún existe lo perpetuo. Algunos de estos suelos tienen pasos manchados de verdura aplastada, que por más que es lavada, se resiste a difuminar las pecas negras entre su grisáceo natural. Algunos otros, son sepia, como si de herrumbre se tratase; no porque siempre sean caminados, sino por la diversidad de los pasos. Existen unos que continúan siendo de tierra, sólo que ahora han desistido en hacer crecer pasto en ese pasillo de tierra pisada, y que ahora, a la fuerza, pero con mucha belleza, hacen crecer mala hierba en sus bordes, cuyos pinchos nacen ojitos de parpadeo color violeta  y que construyen las paredes de las casas a la intemperie.

Piso adornado, pero,  al fin y al cabo, está hecho de tierra. Suelo que se resiste a cambiar y a morir. Sólo las calles de enterrado alcantarillado, veredas que siegan por su novedad, que no te hace tropezar, sólo esas calles pueden cambiar, porque ahí caminan astronautas. Astronautas que no pisan si el piso no es negro, nuevo y depurado de toxinas. Astronautas, sí, astronautas.

Ellos que, con su cara un hule, caminan sin empañar al aire; que con trapos se cubren las sonrisas, aunque su piel tiemble y sude. Con guantes y largas faldas, saludan con moroso gesto; ellos son nuestros astronautas que caminan desinfectando todo lo que desean tocar. Es bello verlos pasar y entrar, verlos salir es casi igual. Ronronean en un tapete de hule mojado que tallan con sus pies, después pisan un trapo clorado, para nuevamente ser mojados por agua opaca, que termina de quemar los colores adquiridos en el camino de tierra y purifican la luz de su blanco uniforme de cosmonauta.

¿Qué cambios se dan entonces en estas tierras si es que no se conectan con las otras? ¿Cómo conocerán los animales a los astronautas? ¿Cómo conocerán las montañas los astronautas? Ellos no nos conocen, conocen a aquellos astronautas que los han visitado. Pero si no nos conocen a nosotros entonces, ¿cómo los conocemos nosotros?

He aquí la gran respuesta. No es la oralidad, no es lo escrito. No lo es por completo, sino aquello intangible que nos conecta. En la teoría suena perfecto, pero en la práctica tiene sus fallas.

Es decir: ¿en qué tiempos se acuñó el término ciencia como la palabra divina? Dudamos de todo y aunque esa sea nuestra naturaleza, acudimos a ella, a la tan fría y objetiva ciencia para responder nuestra inquietud, nuestra humanidad. No pisamos sin tener pavimento. ¿Es malo ser astronautas?

¿Pensar es malo?, ¿buscar conocimiento bruto y tajante es pecado? Aceptar eso sería desvirtuar mi oficio, mi vida entera.

No. El error de aquellos impecables cosmonautas es que quieren tomar el mismo trayecto para ir a todos lados. Piensan que se manchan, que se contagian y aguantan la respiración. No abren su casco, piensan bajo la misma tela vidriada, sin dar valor a buenos olores que empapan los sentidos. Se puede ser astronauta a medias; aquel que le gusta sudar con trapos en la boca, porque le encanta pensar. Después, se pregunta todo lo , se cuestionan e intercambian miradas. El piso está manchado y el cielo está nublado; a estos no les importa ensuciar el uniforme de las miradas en esos pisos de tierra calva, se atreven a pisar veredas sin pavimento y encontrar en ella conocimientos que no se tenían. Son cosmonautas terrenales, hombres de pico y pala, pero con los beneficios de lo cósmico e interestelar.

Esa es entonces la respuesta: no olvidar para qué es que nos hemos conectado.

Las personas se conectan para distinguir entre virtuosos y aquellos que sólo escuchan. Esto es para compartir experiencias, conocimientos y crear cambios como en ningún otro tiempo. Allá puede ser una teoría, acá puede estar su sustento y más por ahí puede estar el ejemplo. Hay que ser astronautas completos. Significa ser sabio y comprender que todos tenemos una labor. No es sólo escuchar una ponencia, es leerla y dudar de ella, es experimentarla, ponerla a prueba.

No hay que quedarse con el cristal del casco, destaparse un rato y vivir allá donde hay más caminos. No hay manera de que ese no sea el camino.

Se palpa, es el cambio. Algún día todos tendrán uniformes. Todos se comunicarán. Y todos, sin embargo, no dejarán de recorrer las calles que tanta forma tienen de nosotros.

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