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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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MOISÉS PABLO / CUARTOSCURO.COM
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Juan Manuel Campos Coto

Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Vallejo

Soy un escritor, aunque mi credencial diga que soy médico. Me encanta escribir y por eso tengo el sueño de estudiar las letras y declararme como maestro. Mi padre me quería llamar doctor y se lo voy a cumplir, sólo que en otra especialidad.

¿Los franceses hablan náhuatl?

Número 2 / JULIO - SEPTIEMBRE 2021

¿Acaso son más importantes las personas extranjeras que la gente indígena de mi país?

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Juan Manuel Campos Coto

Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Vallejo

Yo tengo un hijo, un hijo que es mío. Sí, es mío. Al principio puse en duda la palabra de mi esposa. Di vueltas y vueltas con la muestra de sangre de aquel que decían que era mi hijo, y después de mucho dudar y de investigar cada proteína de su sangre…no hubo más inseguridades: era mi hijo. No es que desconfíe de mi esposa, es porque entre tanto estudiar, dar consultas y realizar operaciones largas… pues la verdad nunca estoy en casa. Tienen que aceptar que algo de sospechoso sí tenía. Son contadas las veces en que puedo dormir al lado de mi esposa y hacer una pequeña visita a aquel que es mi retoño, que, a decir verdad, ha crecido de muy bonita forma, y no es que quiera dármelas de semental, es que su madre es toda una mujer: bella, inteligente y omnipotente.

Una noche en que estaba a punto de partir al hospital para atender una emergencia, mi hijo, antes de que apagara la tele y me dispusiera a vestirme, me preguntó: “Papá, ¿conoces a algún francés que hable náhuatl?”. Por mi parte entendí que eran preguntas de un niño muy pícaro, y aunque el chamaco tiene ya 17 años le dije, sin brusquedad, que no conocía a ningún francés que hablase náhuatl. “Pero, papá, tú conoces franceses, ¿verdad?”. Yo le respondí que así era, que conocía a los franceses más importantes en el sistema médico de Francia, el mejor sistema de salud pública en todo el universo.

“¿Y en Inglaterra?, tú conoces gente de Inglaterra”, me dijo. Le contesté lo mismo: que no conocía a ningún inglés que hablase náhuatl. “¿Y en Canadá? ¿Y en Suecia? ¿Y en Japón? Tú has ido a muchas conferencias de medicina en esos países, ¿no hay alguien que entienda el náhuatl?”. A lo que le respondí que en ninguna de mis conferencias he conocido gente que lo hablase. “¿Conoces a alguien de México que hable náhuatl?”. “No, hijo, no conozco a nadie”, le respondí. “Pero el náhuatl es aquí de México. ¿Por qué no conoces a nadie que lo hable?”. Me quedé sin respuestas. “Y tú, papá, ¿tú hablas náhuatl?”. “No, hijo, yo no hablo náhuatl…”. En ese momento la llamada que esperaba llegó y salí volando al hospital.

Con mi suéter café que nunca lavo llegué con la enfermera. Juntos nos apresuramos a la sala de cirugía y ella preparó el equipo. Desperté a las dos practicantes que dormían en el piso y las llevé al quirófano. Dos auxiliares nos lavaron las manos, nos colocaron las batas y tomamos el control del lugar, en donde algunos enfermeros novatos luchaban por mantener con vida al herido.

Por suerte, la cirugía fue un éxito. El paciente había recibido un balazo en el abdomen y eso, naturalmente, causó un desastre. Era algo fácil de pronunciar y ver, pero no de vivir. El recién operado descansaba en su camilla con un ojo entreabierto y yo, atendiendo el protocolo de emergencia, me senté a cuidarlo. No había otros pacientes, así que me permití cerrar los ojos. Justo estaba dormitando, al borde del sueño, cuando escuché los gritos incomprensibles de una mujer que entró al hospital y le reclamaba algo en la recepción.

—¡¿kanin ka?! ¡¿kanin ka?! —se desgañitaba la señora, sacudiendo a la recepcionista.

—Señora, señora, ¿qué pasa? —pregunté con calma mientras me acercaba a ayudarla.

—Mi esposo, ¡esposo! —contestó, nerviosa, con la voz quebrada.

—Tranquila, su esposo está bien, está recuperándose. No deberá preocuparse por la cuenta, el gobierno puso estos hospitales para ayudar a las zonas rurales —traté de apaciguarla.

—Debe ayudar, necesito ayuda —respondió.

—¿Está usted enferma? ¿Consumió alguna droga?

La mujer pareció ignorarme, pues empezó a gritar cosas sin sentido mientras, con su mano, imitaba una pistola. La mujer vociferaba hasta que el paciente, su esposo, comenzó a fibrilar. Las practicantes llegaron primero a estabilizarlo, pero parecía no querer vivir.

La señora siguió hablando y fue entonces que capté el problema.

—¿Habla usted náhuatl?

—¡Sí! –gritó la señora y mi piel se erizó.

Corrí por todo el hospital buscando a alguien que hablase náhuatl. Le pregunté a los enfermeros, pero nadie sabía; le pregunté a los doctores y nadie sabía; le pregunté a un guardia… y dijo que sí lo hablaba. Llevé a ese guardia, Tizoc era su nombre, y la muchacha le vomitó todas sus penurias.

—El señor está fibrilado. Pregúntale si su esposo consume algún tipo de droga. No quiero matarlo con los fármacos —le indiqué al guardia mientras las practicantes jugaban con los reanimadores.

El vigilante titubeó, habló con la muchacha y después informó:

—La señora dice… que consume drogas… muy seguido. ¿Eso sirve?

—¿Qué tipo de drogas?

Con las medias palabras que expresó, inferí que se trataba de cocaína, heroína y, quizá, metanfetamina.

En ese momento, ya en fase de desesperación, di media vuelta y le grité a las practicantes.

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—¡Devuélvanlo al quirófano, insertaremos un catéter en el corazón! ¡Ya, ya!

Tras la operación, Tizoc ya había armado la historia y me la contó. La mujer pedía ayuda porque aquel hombre baleado se llamaba Canek, era un campesino de la sierra alta y se dedicaba a la cosecha de marihuana y de amapola debido a que, según palabras de su esposa, los cárteles lo obligaban a ceder sus tierras. En el proceso de cultivo, Canek se volvió adicto y descuidó sus sembradíos. Por supuesto, a los narcos no les agradó esa situación y, como advertencia, le dispararon y luego se llevaron a una de sus hijas.

Al volver a la casa, aún con la bata puesta, irrumpí en el cuarto de mi hijo, sin importar que eran ya las cuatro de la mañana. Me senté al borde de su cama y lo moví levemente para despertarlo.

—Hijo, ¿por qué me preguntaste si conocía a alguien que hablara náhuatl? —le cuestioné de forma casi imperativa.

—¿Papá? —susurró adormilado mientras retiraba las sábanas.

—Perdona si te despierto a esta hora, es sólo que… tengo mucha curiosidad.

Se quedó en silencio un momento, se sentó en el colchón y sacó debajo de su almohada una hoja de papel.

—Bueno… lo que pasó fue que una niña de mi escuela… Bueno… se llama Nellie, me dio esta carta. No tuve tiempo de preguntarle nada porque se fue corriendo, y cuando intenté leerla no entendí nada. Le pregunté a la maestra y ella me dijo que Nellie sabía hablar náhuatl y que probablemente la carta estaba escrita en ese idioma. Y pues, obviamente, no entendí.

—¿Tu maestra no sabía hablar náhuatl?

—No… ella no sabe.

—Bueno, yo la traduciré; conozco a alguien que habla náhuatl.

—Gracias, papá.

Me incorporé, me dirigí a la puerta… y entonces recordé su pregunta inicial.

—Hijo, cuando preguntaste si conocía a alguien que hablase náhuatl, ¿por qué preguntaste específicamente si conocía algún francés que hablase náhuatl? ¿No es eso muy raro e imaginativo?

–Sí, admito que fue algo extraño. Mi lógica fue que conoces a franceses sumamente importantes, y pensé que alguien de tal importancia podría saber náhuatl. Pero al parecer… ni siquiera tú sabes.

Eso, de verdad, me pegó en el orgullo. Buena parte de esa larga noche me senté frente a la computadora. ¿Por qué…? ¿Cómo es eso posible? Sé hablar inglés, francés, italiano, ruso… ¿cómo no sé hablar náhuatl? ¿Acaso son más importantes las personas extranjeras que la gente indígena de mi país? ¿No importa si un paciente muere porque no podemos comunicarnos? Alguien casi muere por mi culpa, porque no sé hablar náhuatl, sólo Tizoc, un hombre que a duras penas sabe contar. Tizoc, un hombre que se gana la vida como guardia, supo hablar náhuatl, y es por él que el paciente vive. Tizoc, un hombre, sólo un hombre, pudo hablar con el paciente; un hombre que convive entre personas doctas, entre enfermeros adoctrinados… sólo él pudo salvarle la vida. Es una lástima que no fuese un francés, un inglés o un estadunidense, porque el presidente saldría en persona a atenderle junto a todo su gabinete.

Me sentí tonto, me sentí falto de ética, me sentí… asqueroso como doctor, como persona, como todo lo que existe. Qué clase de doctor, que trabaja en las sierras, en donde mucha gente habla en lenguas indígenas, no sabe hablar náhuatl. Por todo ello investigué en internet, leí libros, consulté diccionarios y logré descifrar lo que Nellie había escrito para mi hijo. La niña había hecho un poema de amor para mi hijo. Su poema: erótico, directo, agresivo amorosamente… me hizo recordar a mi esposa, pues ella también fue la primera en todo: en los besos, en las cartas, en las citas… como siendo ella la jefa y yo su amante sin más. Le entregaré a mi hijo la traducción y de camino al colegio compraré algo para que se lo entregue. Yo sé que a mi hijo le gusta la niña, a plena vista se puede notar, a mí no me puede engañar, yo que soy su padre. Espero no caer muerto en el automóvil por la falta de sueño, pero todo sea por mi hijo.

A todo esto… hace tiempo no beso a mi esposa. Le escribiré una carta a mi esposa, con la misma intensidad que el poema de esa niña, mi futura nuera. Sólo espero no quedarme dormido mientras la leo:

No tengo flor que decore mi rostro

Ni reflejo

Ni control

Pero en tu cara

tú siempre tienes el espejo de frente

No como yo, tonta tonta.

Faisán, tú que vuelves tan humano

el arte de querer a la gente

quisiera perderte el control,

que me dejases tocarte el plumaje.

De no ser tú tan bello

no tendría estas ganas.

Tú que todo provocas

quisiera que me enseñases a amar

como quiero que me toques.

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¿Los franceses hablan náhuatl?

9 respuestas

  1. Muy buen texto y mensaje. Muchos nos olvidamos con el paso del tiempo de nuestras raíces y costumbres sin darnos cuenta de su importancia

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