Facultad de Estudios Superiores Acatlán
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Tal vez pude evitar esa bala perdida al moverme unos centímetros a la izquierda, dejar que pasara a un lado de mí, pero para mí ya no existía tiempo, el último grano de arena del reloj había caído, solo que me quedaba recibir ese impacto, sentir cómo esa bala penetraba mi pecho. El dolor apareció al instante, dejando dormido el resto de mi cuerpo, sentía calor recorrer mi torso, era el sangrado que no tenía fin, litros y litros perdidos a causa del orificio cerca de mi corazón, estaba perdiendo mi vida, lo que parecía ser mi vida.
Ni el dolor, ni la sangre era lo más me importaba en esos últimos segundos, fue ese desapego de la realidad, como si mi conciencia saliera disparada de mi cuerpo, cada uno actuando por su cuenta, al estar al borde de mi muerte, en dónde inició una visión de una vida, tal vez la vida que me esperaba. Una vida que pude vivir, llena de dulzura, de risas y de muchos sueños que tenía que cumplir, solo quería seguir viviéndola a pesar de esa herida mortal, cada suspiro era un segundo menos de vida.
Saber que ese era mi destino, con esa bala clavada en mi pecho, generando un gran dolor y a la vez una extraña satisfacción. Tan complicada de explicar, solo quedaría tirado en el suelo, lo denominaría ser alguien suertudo. Ya no existía otro camino diferente el cual tomar, o alguno por el cual dar media vuelta y regresar, solo me quedaba aceptar mi destino. Perder litros de sangre a manera de cascada, con las pupilas dilatadas y una sonrisa involuntaria, a los pies de que la chica que jaló el gatillo, con la primera que me dedicó.
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