Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia
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“Llamamos paz a los recesos de nuestra interminable violencia”
Ricardo Arévalo
Mientras en la juventud mexicana está de moda el debate –aunque no con la seriedad que desearía– sobre si en México se vive una tendencia belicosa o no por la viralización de cantos y ritmos banales, en nuestro país los males se libran sin resentir el peso de las críticas de quienes los sufren. Pero ahora no pretendo escrutar sobre las causas de las desgracias nacionales y la carente voluntad del pueblo para combatirlas. Pongo mi atención en los asuntos internacionales que nos tienen en jaque a todos, enfocándome en una serie de noticias que anuncian la realización de simulaciones de guerra entre Estados Unidos y China, conflicto latente que merece un análisis paralelo al vigente entre Rusia y Ucrania. Una de las más relevantes fue la simulación realizada por un comité del Congreso de Estados Unidos, que arrojó resultados poco esperanzadores para los suyos. El resultado principal de ese juego de guerra fue que, en caso de estallar un conflicto por invadir China la isla de Taiwán, Estados Unidos no tendría capacidad para abastecer a Taiwán desde territorio estadounidense. Por tal motivo, el comité selecto sobre la competencia estratégica entre Estados Unidos y el Partido Comunista Chino de la Cámara de Representantes, dirigido por el republicano Mike Gallagher, declaró que Estados Unidos, en prevención de tal escenario, debía “armar hasta los dientes” al régimen taiwanés para que pueda resistir a los “invasores” chinos.
Seguramente los resultados de las simulaciones lleven a los estrategas estadounidenses a evaluar el panorama al que se enfrentarían sus fuerzas armadas en una guerra con China, especialmente sus fuerzas navales, pues dada la barrera natural acuosa que separa a ambas naciones, el océano sería el campo de batalla por excelencia. Para darnos una idea de lo que posiblemente contemplen los analistas, veamos: un buque destructor tarda, en promedio, cuatro años en estar operativo. Cuatro años. La Segunda Guerra Mundial duró cinco. Si hablamos de la plataforma marina más imponente –los portaaviones–, el tiempo que requieren varía según tamaño y propósitos, pero oscila entre los ocho y los once años. Tomando como base el USS Gerald Ford –que era el primer portaaviones diseñado por Estados Unidos en “más de 40 años”, según la propia Marina de dicho país– su construcción se inició oficialmente en noviembre de 2009 y fue entregado a la Marina en 2017. Sin embargo, la nave nunca funcionó como estaba previsto y en 2020 seguía fallando el funcionamiento de sus elevadores de armas. Los problemas llegaron a ser de tal magnitud que, en 2021, el Departamento de Defensa informó que el Gerald Ford no estaba en condiciones de combate. Citaba, entre los problemas, el sistema electromagnético de lanzamiento de aviones (EMALS), diseñado para hacer 4 mil166 lanzamientos de aeronaves, cifra que quedó reducida a 181 lanzamientos. El portaaviones volvió a astilleros y no fue hasta 2022 que hizo su primera exhibición de guerra. De 2009 a 2022 pasaron 13 años.
Hablemos de dinero. El Gerald Ford costó 13 mil millones de dólares, que se lee rápido y se dice fácil. Sumemos el costo general que no es sólo la construcción, sino el mantenimiento, la modernización, el combustible, el pago del personal, entre otros; y entenderemos por qué, en todo el mundo, la fuerza naval es el arma más reducida de los países. Todo lo que la rodea es ruinoso y aporta poco peso militar.
¿Por qué China ha construido y sigue construyendo la mayor flota militar del mundo pese a los inconvenientes de su manufactura? Para responder, invito a los lectores a una rápida revisión de la geografía china… China es territorialmente enorme, pero, marítimamente, es un país encajonado y rodeado de bases de Estados Unidos. China necesita una marina poderosa para neutralizar su inferioridad geográfica y enfrentar y destruir la marina de Estados Unidos, de ser posible en aguas lejos de China. Cuando la primera guerra del opio (1836-1842), por la que el Imperio Británico atacó a China para proteger a sus narcotraficantes, los modernos buques británicos hundieron, como si de barcos de papel se tratara, a la pobre flota china formada por barcos de junco. Sin una moderna y poderosa fuerza naval, las costas chinas quedarían a merced de los buques estadounidenses, teniendo que pelear China en sus propias aguas y su propio territorio. Disponer de ella le permitirá a China alejar a la marina gringa de sus costas y llevar la guerra a alta mar e, incluso, alcanzar las propias bases militares de Estados Unidos en el Pacífico, incluyendo Hawái. Los chinos emprendieron un plan para mermar la debilidad de su defensa, sabiendo que sus adversarios abusarían de ésta.
El caso de Estados Unidos es diferente. Es un estado isla, repasando su geografía, marítimamente colinda con los océanos Atlántico y Pacífico. Está, de media, a 7 mil kilómetros de Europa, a 12 mil kilómetros de China y a 14 mil de la India. Es decir, está lejos del mundo; a excepción de Latinoamérica y el Caribe –por desgracia–. Sin poder naval, es nada, porque, separado por dos océanos del resto de los continentes, casi toda su potencia debe descansar en una poderosa fuerza naval. Sin poder naval no tiene forma alguna de proyectar su poder militar. Este aislamiento geográfico fue causa fundamental de su conversión en superpotencia, pues estaba lejos de todos los escenarios bélicos, de forma que podía participar en ellos sin sufrir daño alguno, aunque podía beneficiarse hasta el límite de las guerras, vendiendo todo y desarrollando su potencia industrial. En el presente, sin embargo, a causa de los modernos desarrollos de armamentos, esa ventaja geográfica se ha convertido en su mayor debilidad. Las clases dirigentes gringas se están dando cuenta de que el muro oceánico que les protegía ahora es una muralla atroz que les separa del mundo. Y, peor aún, les hace carne de cañón para sus adversarios.
Un buque destructor de la clase Zumwalt de Estados Unidos cuesta unos 8 mil millones de dólares, según un informe de 2018 de la Oficina de Responsabilidad Gubernamental (GAO) al Congreso. A lo anterior debe sumarse el tiempo de fabricación y certificación para el combate y tendremos la explicación de por qué la simulación de guerra presentada al Congreso de Estados Unidos provocó la reacción que provocó. La próxima incorporación al arsenal ruso del dron submarino Poseidón –“el arma del fin del mundo”–, hará todavía más precarias las posibilidades militares de la Armada de Estados Unidos, por lo que la afirmación del congresista republicano Mike Gallagher, de que Estados Unidos debía “armar hasta los dientes” al régimen taiwanés, atiende al meollo del asunto. Más les vale estar preparados, pues una vez estalle el conflicto, a Estados Unidos le será un gran desafío mover armamentos, municiones, vituallas y repuestos, y sus lentos buques y aviones serían blanco fácil para el arsenal de misiles de China. Lo que no se entregue antes costará más después –material y humanos–. Esto explica por qué en Washington andan de cizañosos presionando desesperadamente a sus aliados europeos y asiáticos, instando a que adquieran todo el armamento estadounidense posible y multipliquen el número de tropas gringas en sus territorios. Prueba de ello fue la firma de un acuerdo de defensa entre Estados Unidos y Filipinas este febrero, en el cual se estipula que el primero poseerá cuatro nuevas bases militares en territorio filipino. Parece que a los filipinos les urge un recordatorio de las usanzas de sus zalameros amigos que habitan al otro lado del charco.
Únicamente Filipinas respalda la iniciativa de Estados Unidos de ir a la guerra con China. Los caciques del mundo han querido involucrar a Vietnam, Singapur, Indonesia, Malasia, Tailandia e India en una suerte de OTAN del Pacífico, pero se toparon con el desinterés de estas naciones de irritar al gigante asiático. Resulta obvio, ¿no?, pues el comercio que tienen con los dos grandes detractores de los ideales occidentales –Rusia y China– se ha visto fortalecido ahora más que nunca.
Para dar una visión de lo que probablemente pasaría entre Estados Unidos y China –en condiciones actuales–, hago una reminiscencia histórica: en 1415, Enrique IV de Inglaterra y pretendiente al trono de Francia, desembarcó en Normandía con un poderoso ejército, dispuesto a hacer realidad su derecho al trono de Francia. La batalla definitiva se dio en Azincourt, donde se enfrentaron los dos ejércitos. El inglés, ligero y basado en un enorme número de arqueros, y el francés, a la vieja usanza, de fieros caballeros de relucientes armaduras. Lo de caballero y armadura suena épico y estaba bien cuando ambos ejércitos iban de lo mismo. En Azincourt no era el caso. Se enfrentaban una nueva visión de la guerra, basada en la movilidad y la ligereza con fundamento en los arqueros, y la antigua, sobre el modelo medieval de caballería. Lo que pocos saben, pues Hollywood no suele dar pesos y medidas, es que aquellas armaduras podían pesar hasta 40 kilos, lo que implicaba que los caballos debían cargar con un peso medio de cien kilos –pobres animales–. El peso determinaba que los movimientos fueran lentos y la maniobrabilidad difícil. El día de la batalla, el terreno estaba lodoso y encharcado por la lluvia, el movimiento de la caballería era casi imposible. Y pasó lo que pasó. Los arqueros ingleses apabullaron con flechas a la caballería francesa, que se vio diezmada en cuestión de horas. Atrapados en el lodo, caballos y caballeros caían y los arqueros los remataban en el piso. Francia fue completamente derrotada y Azincourt puso fin a los ejércitos formados de aquellos pesados armatostes llamados armaduras.
El estado en que están las cosas en Asia-Pacífico, nos dejan en claro que van a todo o nada. Podría ser diferente, sí, pero sólo en un escenario donde la diplomacia se ejecute con base en la razón y no en una base militar. El presidente Putin dijo que Rusia estaba produciendo más misiles que todo el resto del mundo junto. China no para de producir buques de guerra año tras año, además de hacer cuantiosas inversiones en misiles. Estados Unidos y sus súbditos fondean con creces sus planes de fortalecimiento militar. Las tres grandes potencias lo tienen claro. Yo también. Mi amada me ha estado insistiendo en que la respuesta a todo mal es una cabaña en Tepoztlán con gallinas y hortalizas, no le seguía el rollo, pues sólo tomaba su expresión como una simple invitación a la evasión de lo que nos aqueja. Sus palabras me hacen eco ahora y, pensándolo bien, quizá ese plan será nuestra panacea.
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