Facultad de Economía
Facultad de Economía
Nunca olvidaré el día que puse un pie en la Facultad de Economía, era un ambiente que sólo puedo describir como extraño. Poner nada más un pie dentro me producía una sensación de incomodidad, como una pieza de rompecabezas que no encaja. Por mucho tiempo me pregunté por qué me sentía así, hasta que por casualidad lo descubrí. Un día llevé a una amiga de otra facultad a la mía y me dijo: “Aquí se siente el ambiente bien pesado, como que hay muchos hombres”. Escuchar eso fue un punto sin retorno en mi cabeza.
Todas las piezas del rompecabezas se unieron, cobró sentido del por qué me sentía observada lascivamente cuando pasaba al frente de la clase para resolver un problema en el pizarrón, entendí por qué en los baños hay botones de emergencia, el por qué al hablar en clase tenía que levantar la voz más fuerte que mis compañeros hombres o por qué me llamaban “mandona” sólo por actuar de la misma manera que cualquier “buen estudiante” hombre dentro de la carrera. Las palabras de mi amiga fueron un balde de agua fría, fue abrir los ojos para nunca más cerrarlos.
De las primeras cosas que me dijeron en la facultad fue “La economía es una ciencia lúgubre”, pero nunca pensé cuán lúgubre puede ser para una mujer, inicialmente por el hecho de que ni siquiera estamos contempladas como objeto de estudio en nuestra propia disciplina y las pocas veces que se nos incluye en el razonamiento económico, aparecemos como “seres pasivos”, “consumidoras”, “entes emocionales” o “reproductoras”; pero nunca como“productoras” o “racionales”.
A veces me pregunto qué habrá sentido la primera mujer que estudió economía. No debió ser fácil ser la única en un salón de clases lleno de compañeros, donde todos creen que no deberías estar ahí. No debió ser sencillo soportar la mirada voraz de sus compañeros o cómo se sintió cuando necesitaba ayuda y no tuvo a quién recurrir. ¿Por su cabeza pasó la idea de renunciar?, ¿cuántas veces? Supongo que no las suficientes para rendirse, pues si ella no se hubiera aferrado nosotras no estaríamos aquí.
Hay días en que la desesperación me supera y termino creyendo que estamos bajo una especie de determinismo androcentrista, en el cual siempre seremos “lo otro”, “lo invisible” o en el mejor de los casos, “otra realidad”. Esa desesperación crece lentamente, se alimenta de los comentarios de colegas que nos han dicho a la cara “la economía no es para mujeres”. Ningún gremio está excluido de ejercer violencia, pues si hay algo más grande que sus diferencias políticas, es su pacto patriarcal. Desde aquellos grupos más neoclásicos que bajo su lógica, las mujeres somos seres emocionales y por ello incapaces de tomar decisiones económicamente racionales (lo cual usan a manera de excusa para excluirnos de la dinámica económica), hasta los grupos más heterodoxos, que asumen el fin de la explotación doméstica porque ya existen los electrodomésticos.
Sin embargo, cuando parece que la desesperación está a un paso consumirme en su inmensidad, siempre aparece una compañera con algo qué enseñar. Con un comentario, una crítica, una duda o incluso una queja o anécdota. Me atrevo a decir que la economía, incluso antes que cualquier ciencia social, no se construye únicamente de números, estadísticas, investigaciones ni artículos. También se nutre de las experiencias de quienes habitamos en la realidad, de ahí la importancia de cuestionar, retar, desarmar y volver a armar los conceptos fundamentales de la economía. Al igual que ayer, como lo han señalado mis antecesoras, es momento de repensar y recrear el espacio de las mujeres en la economía.
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