Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
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Gramsci advertía que la cultura era un terreno en disputa; es decir, en y a través de la cultura podemos implementar mensajes, ideas y todo aquello que pueda servir a los intereses de quienes emanan estos productos culturales, como les llaman los teatreros. Mucho después, cuando Fukuyama decretó el fin de la historia, asumimos que no había más peleas por un mundo mejor, por caminos distintos, que todo era como es y como estaba dado. “Abandonad toda esperanza el que ose entrar”, se leía en el dantesco retablo de bienvenida al siglo XXI.
Fukuyama veía en 1992 el fin de la historia por la caída del bloque socialista en el mundo; transitar políticamente a un mundo unipolar, dominado por el capitalismo y el capricho imperialista del mismo, llevó a Francis a aseverar que no había más opciones, que a partir de ahí estábamos condenados. La resistencia ha caído.
Sin embargo, a la distancia de Fukuyama encontramos algo distinto, no es que el capitalismo no sea aplastantemente el sistema hegemónico y dominante (sería cuando menos ingenuo negarlo) pero aún podemos acompañar a Gramsci en su análisis por los productos culturales. Si el capitalismo ha borrado todo tipo de resistencia y es el único y gran vencedor, ¿contra quién pelea culturalmente? La industria cinematográfica de Hollywood ha transitado por momentos distintos en su desarrollo como instrumento ideológico.
De la condena de las dictaduras con Chaplin, al esplendor y la felicidad del capitalismo en la guerra fría, pasando por las épicas militaristas que buscaban reclutar jóvenes para la guerra, hasta el periodo del absurdo en los 90´s cuando todos hacían comedias vacías sobre la increíble vida de consumo, la felicidad de los niños y el desarrollo empresarial. ¿Cómo pasamos de ese esplendor de los 90’s a asumir la inevitabilidad de las distopías? ¿En qué momento es que la industria supo que había entrado de nuevo en disputa?
La respuesta más certera sería 2008, cuando la burbuja inmobiliaria hizo crack y cimbró no solo la bolsa de valores estadounidense sino la economía global completa. Por unos momentos vimos los riesgos de una economía globalizada y dependiente en su totalidad de un solo rector global. Desde 2008 y este movimiento que los economistas llaman “natural”, hemos visto en el mundo resurgir resistencias anticapitalistas. Solo dos años después del estallido de la burbuja se produjo la primavera árabe, una serie de revoluciones sociales que buscaban una alternativa a la profunda desigualdad y a los problemas financieros.
La avanzada de gobiernos progresistas en Latinoamérica estaba en su auge para el punto de tensión, las posibilidades de apostar por un Estado de bienestar que buscaba reformar los medios del capitalismo y con ello darle paso a una posibilidad, a futuro, distinta al capital y su acumulación. Toda esta convulsión, demostró que Fukuyama había errado el análisis, la historia estaba más viva que nunca y la lucha entre visiones era irrenunciable.
Estos estallidos tuvieron periodos bastante breves de esplendor y después, por la razón o por la fuerza fueron transitando a formas menos incómodas para el poder hegemónico, pero el daño ya estaba hecho, el camino se mostró y las mechas de la historia arden aún cuando parezcan apaciguadas. Los grandes capitales y los Estados dominantes lo saben. Es por eso que necesitaron hacer uso de su propaganda y sus medios de comunicación (y control) masivos para apagar el fuego aunque costara mucho tiempo.
¿Cómo borramos la esperanza de cambio de las personas? Bueno, desde entonces la respuesta pareció muy lógica: “quitémosles toda esperanza”. Si una persona no tiene el más mínimo resquicio de posibilidades a futuro es muy probable que no esté interesada en formar un cambio, ¿de qué serviría si igual no va a haber futuro? Y entonces, por ahí de 2012 comenzamos a ver con más fuerza las películas catastrofistas sobre la inevitabilidad de un futuro distópico. Aprovechando a su vez para responsabilizarnos como individuos de que esto suceda, porque si además de quitarnos la esperanza nos implantan culpa, ¿quién va a hacer la revolución?
Todas estas series sobre zombies, explosiones nucleares, enfermedades incontrolables y muertes súbitas son una forma de recordarnos que intentar cambiar algo es absurdo, que el colapso ambiental es inevitable y que uno mismo es el responsable de todo eso y de lo que surja porque como uno es mal consumidor, uno obliga a las pobres empresas a ser depredadoras.
Puede que sea utópico creer que podemos hacerlo distinto, puede que uno se ponga a soñar muy arriba cuando escucha cómo ya en el 94, desde el sur de Chiapas se emanaba que “otro mundo es posible”, un mundo en donde quepan muchos mundos, una manera distinta de hacer y de ser. La vida digna y en armonía es posible, claro que lo es pero no siguiendo la narrativa de acumulación del capital. No estamos condenados al apocalipsis pero quizá el capitalismo sabe que él sí está condenado a una inevitable muerte a manos de quienes no estamos dispuestos a inmovilizarnos hasta morir de pena y congoja.
Resistir al derrotismo ideológico es, probablemente, uno de los pasos más difíciles en la batalla por la vida. Resistir al derrotismo ideológico es, al mismo tiempo, pelear contra todo lo que de afuera nos ataca como con todo lo que ya hemos llevado dentro de nuestra cabeza, es rompernos en mil pedazos para con ello imaginar y tratar de materializar algo distinto. Les invito a pensar el futuro no como una inevitable catástrofe sino como un anhelado triunfo de la vida y la dignidad.
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