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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Foto de Jul L. G.
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Carlos Emilio Zavala Rivera

Facultad de Arquitectura

Escritor que en sus tiempos libres estudia Arquitectura.

Realidades

Número 8 / ENERO - MARZO 2023

Narraciones sobre la extinción

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Carlos Emilio Zavala Rivera

Facultad de Arquitectura

Y solo ausencia

Caminas por las Islas, las hojas secas que pateas se vuelven mariposas, vas tarde a clase como otras tantas veces, volteas a ver la Biblioteca Central y, aunque no hay graduados posando frente a ella ni fotógrafos oportunistas, las voces se escuchan como viernes de Bazara. Para ti es fácil ver el humo morado que sale de las piedras y el movimiento del mural, sabes que son engranes esclavizados, productivos hijos de piedras pigmentadas, parte de la fábrica de letras.

Llegas tarde, la ausencia que hay en tu camino se traduce en la ausencia que hay en el aula, alguien dejó solo un mapa de gis mal dibujado, apenas visible, del lugar al que tienes que ir para encontrarte con tu clase. Vuelves al camino, las bicicletas están enfermas de prisa y andan solas, sin gente en sus asientos, se salen del carril, chocan con las paredes, contra el lloriqueo de los árboles que pierden sus colores, la música triste de las olas que luchan por quedarse en la tierra. Las Islas tienen mar y tú lo sabes. Si no fuera porque quieres alcanzar a tus compañeros también te detendrías a ver el mural de medicina, rezarías para que funcionara, pero la salud está ausente, los muros tosen y tú, tú solo quieres ver a tus amigos. Caminas dejando mariposas.

Intentas encontrar al lugar dibujado en el mapa, le preguntas a los libros heridos en el piso, peces de asfalto que se asfixian, sin embargo, ellos no responden, están mudos, en blanco, sus letras fueron a morirse lejos de sus jaulas. Entonces esperas a que el viento traiga a las voces que se vuelven más intensas conforme el sol del sur se vuelve más cercano, crees que está próxima tu clase.  Por fin ves reflejado al mapa de gis en la geografía de tus ojos, algo se mueve en los arbustos, pero descubres que son ardillas flacas, hambrientas ardillas que te dirigen la palabra y te piden pan, o agua o lo que sea que traigas en tus bolsos. Tú tienes miedo a darles nada, por eso solo las ignoras. Llega el viento con más fuerza, evita la tos seca de los muros y el filo de las piedras volcánicas que pisa, te llama por tu nombre.

—¡Ey! ¿Estás bien?— Nunca cerraste los ojos, pero sientes como si hubieras despertado. La voz gruesa de tu maestro te vuelve gritar —Ey, te estoy hablando—.  Las risas de tus compañeros inundan el aula, estás rojo de vergüenza, le pides al profesor que te repita la pregunta. El profesor te exige quitarte el cubrebocas para escucharte mejor. Te quitas el cubrebocas, le vuelves a pedir que te repita la pregunta.

—Para mí estos años se resumen como ausencia. Solo ausencia.— Respondes, sales con tus cosas del aula, pasas al baño, te mojas la cara. Alguien tose, te asustas. Abandonas el edificio, a lo lejos los murales de Biblioteca Central son estáticos, el sol te da en la espalda, es viernes y las voces más que música son ruido. Las personas leen libros, los árboles son verdes y las bicicletas son caballos domados. Respiras profundo, un amigo te espera para irte. Te tranquiliza ver comer a las ardillas, pero no has visto a las mariposas que vuelan a tu espalda.

Grasa de la capital

Estoy harto, no elegí nacer aquí, en un hospital cualquiera, quizá mi madre no es mi madre y quizá, yo debí morir cuando nací. Como todo niño quise ser futbolista, médico o arquitecto y construir una de esas casas grandes donde duermen los multimillonarios. Abajo también hay un arriba, un más abajo, joyas, delincuencia y hambre; en realidad, nos parecemos a las ratas. Estoy lejos de vivir cerca de la gente de televisión, de esos barrios lujosos donde se lavan los muros y la gente es feliz. Hace tiempo que no conozco a un humano alegre, el ultimo murió aplastado por un camión de ratas que iban a la escuela. De este lado todo el mundo ve la televisión para olvidarse del techo, pasan el mundial de ratas, reportajes para evitar la mierda que cae sobre las casas cuando la tormenta invade los caminos.

Siempre he comido lo que dejan las ratas, esa grasa amarillenta y grisácea que baja por los muros de las coladeras. La grasa no es lo más rico que hay en este mundo subterráneo, ellas la desprecian, mas es lo que nos toca a nosotros, los humanos. Muchos estamos gordos, chimuelos, calvos, tenemos rabia, los ojos rojos y ganas de matar a las malditas ratas, quizá por eso, cuando ellas ven a un humano se asustan, nos patean o huyen. En las plazas y parques de la ciudad están las comidas más ricas, pero es más fácil morir; los humanos nos ocultamos en los arbustos de los arbustos, luego nos ven, luego no. Los millonarios pagan para que les consigan su comida. A nadie se le ha ocurrido pensar en salir, invadir las estaciones del metro subterráneo que las ratas construyeron para viajar y reclamar esta parte del universo que también, de cierta manera, nos corresponde. Ellas son muy buenas reproduciéndose, se hacen grandes muy rápido y tienen coito como conejos. Existen métodos anticonceptivos para roedores, lo he visto en la basura que cae por las coladeras, pastillas para no tener bebes rata, sin embargo, nacen millares de ellas en esta ciudad. Apenas hay espacio para nosotros. Ellas crean edificios, monumentos, avenidas, palacios y apologías a su estética. Tienen una cultura inventada sobre historias de más ratas del pasado. También ven televisión, se fascinan viendo cómo viven los humanos, se ríen de nosotros, de hecho, hay una caricatura de un humano que vive como rata; nada más lejos de la realidad. Aun así, nos siguen matando, envenenan los pastelillos y las coca colas, después, colonias enteras de humanos mueren, familias… niños inocentes.

Para ver la luz hay que jugarse la cabeza, lidiar con la basura y no encontrarse con una de esas trampas que las ratas ponen para matar a los humanos. No es bueno quedarse pegado en una trampa, una vez, el grito de una humana desesperada no me dejaba dormir ¡Ayuda! ¡Estoy pegada! ¡Voy a morir! No había nada que hacer, solo esperar a que terminara su delirio.

No sé lo que es ver el sol directamente, de vez en cuando salgo de noche, que es cuando esas bestias hambrientas duermen, salgo, aunque esté prohibido. Vivo, como muchos, debajo de la gran ciudad porque aquí es donde están las oportunidades; aunque para ser cierto, solo hay dos: o vives allá arriba con las ratas, enjaulado, con aserrín en las plantas de los pies o vives libre, intoxicado, entre estas paredes repletas de hollín. Cuando el metro pasa, las paredes de mi vivienda, débil, frágil, apenas en pie, se tambalean. Recuerdo aquella ocasión en que el metro se descarrilo, mi colonia terminó en ruinas, los ricos dijeron que nos ayudarían para volver a tener dónde dormir, promesas tontas. Lo bueno es que en aquella época las ratas todavía soltaban un poco de pelo y pude fabricar una especie de cueva.

Estoy harto, como decía, la grasa de la capital invade las paredes y mi estómago, aun así, a pesar de todas las miserias, la gente se mata. Los humanos no solo morimos por las ratas, tenemos guerras y nada de amor. Mis abuelos me contaban de cuando el humano era erótico, romántico y la gente se guiaba por ideales. Ya no hay nada de eso, las personas se matan porque les satisface, nada más, para saciar su odio y su rabia. No sé si a las ratas les enseñan cómo matar humanos; sin embargo, a los humanos les enseñan cómo matarnos a nosotros mismos. Es inútil hablar de educación, en este espacio solo queda el instinto.

Hay quien cree que las ratas no existen y es un invento de los millonarios, en realidad, es gente que se la pasa viendo hacia abajo, los humanos de hoy en día vamos con la cabeza abajo. Otros creemos que lo mejor es vivir en la resignación, no sé si somos más ratas que humanos o más humanos que ratas. No importa. La comida escasea y todos tienen hambre, la grasa sobra, la capital se queda sin espacio y la indiferencia nos mata. Las ratas bailan, los humanos disparan y la grasa de la capital sobra, nos la comemos.

Funeral

¿Para qué regresé a la ciudad? ¿Para qué me vine, carajo? creo que fue el recuerdo de mi madre barriendo hormigas o el vicio por el smog. ¿Para qué las misas, dios mío? Tan aburridas que son, nunca me gustaron y ahora no puedo huir. Ya desearía yo salir corriendo o de menos dormirme ¿Quién diría que los muertos no duermen? Tan ricos que eran los sueños, tan sabroso se sentía cerrar los ojos para ni siquiera pensar. Todo el patio lleno, la familia llora, los músicos baratos tocan música detestable, de iglesia, de domingo aburrido. De haber sabido no me moría, para estar encerrado me quedaba manco. Y luego las flores, los abrazos, los chismes de otros muertos, las miserables mentiras “era un buen amigo” No, no era bueno ni era tu amigo, de hecho, te detestaba.

Me vine a morir en este sitio de prisa, aunque para ser sinceros no era mi intención; hay gente que llega a un lugar para morirse y hasta lo entierran feliz. Yo, en cambio, como buen vivo, aspiraba a morir después, cuando los síntomas de alguna enfermedad detuvieran el delirio de mi detestable vejez. Es muy fácil desear, pero los fallecidos tampoco cumplen sus deseos, si así fuera, no estuviera aquí encerrado con esta ropa que no usaba, al calor de las velas, con esas bocas sucias besando el cristal que nos separa. En balde los aplausos, ni para ponerme de pie.

Ahí está mi calle, loca, delincuente, vacía, con gente, pero sin alma. Tonto tráfico, hasta para hacerme cenizas llegaré tarde, como tarde era el día que me fui y que juré no regresar. Sobre la muerte poco diré, casi nada, solo que no fue mi culpa. A esta ciudad solo le faltaba que llovieran metros, sin embargo, pasó; uno me cayó encima, grande, naranja, mitológico, con gente en sus entrañas. Apenas me dio tiempo para sentir dolor, para oler el polvo y sentir el calor del metal rompiendo mi carne. Yo solo venía por el recuerdo de mi madre barriendo hormigas o por mi vicio al smog, nada más. ¿Para qué quería más? Ahora, seguro llegaré tarde a la lumbre. Me tengo que conformar con esta ruina fúnebre desesperante.

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