Facultad de Filosofía y Letras
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Cada vez el cine se ha vuelto más masivo y más reproducible mecánicamente, al año se producen miles de películas alrededor del mundo, tantas que hoy se necesitaría tener a la eternidad a disposición para terminar de verlas. Lo anterior no considera las películas del pasado, si hablamos de eso acumulamos sobre nosotros millones de producciones cinematográficas. Curiosamente, en tiempos recientes, se habla de ser cinéfilo (tal vez sea una lucha contra tal eternidad). Se trata de una forma de ser y no de saber, el propio título de la Número 16 de ¡Goooya! es un síntoma de lo anterior. Ser cinéfilo, como toda identidad frágil, tiene memes, entre ellos el decir “en efecto, es cine”, acompañado de un buen cigarro y un buen vino.
El cine nace como una innovación tecnológica, antes que nada. Ya desde las primeras proyecciones se empieza a producir un espacio dedicado para ver. Desde su emergencia, el cine tenía su carácter colectivo que aún conserva hoy y el cual está en riesgo de desaparecer. Walter Benjamin nos alertaba de algo terrible en la primera mitad del siglo XX: el empobrecimiento constante y cada vez mayor de la experiencia en favor de la razón instrumental del sistema capitalista. El autor veía en la novela una causa de ello, debido a que uno leía en solitario y para sí mismo, escindiéndose de las dinámicas colectivas. Pero también lo encontraba en el desastre con el que se había iniciado el siglo en 1914 con la Gran Guerra.
La sala de cine es un espacio de encanto para quienes hemos encontrado en ella el asombro al conocer una experiencia que mueve nuestras fibras más sensibles y genera reacciones fisiológicas como hormigueo en la piel o cosquilleo en la nuca. El problema no radica en que se pueda hacer una producción masiva de cine, sino que dicha producción tiene su destino actual en el silencio y el olvido. Miles de producciones al año pasan desapercibidas e incluso en las plataformas de streaming son ignoradas. Nuestras varas de saber qué y cuánto se produce son ineficientes e incluso inexistentes, si bien, cada país cuantifica sus películas. El caso mexicano es ejemplar, cuenta las películas que se hacen al año, pero muchas de ellas no llegan a la mayor cantidad de salas y mucho menos a plataformas digitales. Es decir, no solo importa lo cuantitativo, también debemos ver lo cualitativo. La sala de cine es ese espacio que nos permite significar, saliendo uno vuelve constantemente a la película, si va acompañado el silencio se vuelve necesario, pues no debería decirse nada a la ligera; mucho menos, reducir a un me gustó o no me gustó. Es necesario el reposo para la significación, después se puede dialogar admitiendo que la experiencia no puede generalizarse. Así, la sala de cine es espacio producido desde las lógicas estructurales, pero quienes asisten a ella pueden escindir de ellas la lógica de visualización instrumental, buscando la significación de la experiencia, antes que su mera vivencia.
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El streaming es un gran peligro para las salas de cine, la lógica instrumental parece imponerse constantemente. Pagar para tener a disposición un gran catálogo, sin embargo, el tiempo tan carcomido y abrevado en una ciudad hace que sea preferible ver una película en casa que ir al cine. El espacio se vuelve íntimo y privado, a la par que solitario. ¿Cuántas películas vistas en casa son dialogadas? Solo algunas se salvan al ser recomendadas, pero, ni siquiera una recomendación salva la experiencia, pues decir “esta película me gustó, deberías verla”, puede ser una frase totalmente impersonal y que no tiene una significación de lo que se vio y el impacto de ello.
Cine y experiencia están en riesgo constante de ser absorbidos por un sistema terrible como el capitalismo, W. Benjamin veía en ello la reproducibilidad técnica. Hoy más que nunca resulta necesario hacer ejercicios de introspección, saber por qué nos gustó o no lo que vimos (más allá de una absurda posición crítica y objetiva que se acostumbra constantemente). Hecho el ejercicio, uno puede señalar lo saliente en uno mismo de ciertas películas y contestar, tal vez, ¿qué películas te han impactado?, y ¿por qué? Necesitamos volver a nuestro interior, no como ejercicio que nos aísle, sino como condición de posibilidad para dialogar con otros.
Los cambios tecnológicos a partir de la década de los noventa del siglo pasado hoy son preocupantes, tal vez, porque empezamos a ver sus consecuencias de forma clara. Teléfonos inteligentes que anulan nuestra autonomía y atrapan nuestra atención de forma absoluta, haciendo imposible la concentración; aunado a la anterior, la emergencia de los videos rápidos y cortos llevan la focalización de la atención a un abismo que tiene un término en inglés (brainrot, “cerebro podrido”) que toma con humor algo que debería ser una preocupación gigante por lo que implica; las redes sociales que impactan la interacción entre personas, en el caso del cine Letterboxd resulta paradigmática, en cinco estrellas y en unas cuantas palabras se reduce la experiencia volviéndose una experiencia pasiva, que se vuelve sinónimo de vivir solamente.
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Al leerme se puede preguntar por qué importa lo anterior en el cine, quisiera concentrarme brevemente en dos ejemplos que hoy tienen importancia en la “conversación digital” (si a las interacciones en redes sociales se le puede decir así). Antes de adentrarme en mi último tema, debe señalarse que el cine tiene una dimensión epistemológica, es decir, construye conocimientos y tiene métodos para presentarnos algo como verdaderos o, en todo caso, como verosímiles. Pero va más allá de un discurso construido por la producción, pues también impacta en el conocimiento que construyen los espectadores. Estoy reconociendo que el cine tiene relevancia en el mundo, porque al ser visto y no visto (al mismo tiempo) impacta en la mente de las personas.
Por el espacio me gustaría señalar algunos ejemplos claros de lo que estoy diciendo. Los primeros dos tienen que ver con aquello que llamamos “recreaciones históricas”, las cuales suponen, a partir de la experiencia, generar un conocimiento histórico. Considerando lo que he dicho, la experiencia se empobrece en las lógicas instrumentales tan extremas y tan implícitas en la actualidad. Simultáneamente, la experiencia empobrecida se vuelve fundamento para acercarse a una recreación. De ahí que directores como Ridley Scott en sus producciones recientes como Gladiador II (2024) o Napoleón (2023) cuando los historiadores profesionales señalan errores y omisiones importantes, siempre diga: “¿acaso los historiadores estuvieron ahí?”. Scott está reconociendo los fundamentos y los límites del conocimiento histórico en sus películas, un conocimiento histórico que no se puede comprobar, al mismo tiempo que un conocimiento que solo tiene validez en lo recreado. No debe creerse que estoy diciendo que la recreación histórica debería ser literal, lo cual es incluso imposible en las investigaciones históricas, solo decir que el conocimiento histórico como apocalipsis revelado debe reconocer siempre el evangelio libertario. Es decir, no debemos dejarnos llevar por autoridades y debemos poder decir algo nosotros, con responsabilidad ética y estética, lo cual no cumple Ridley Scott.
Otro caso interesante sobre el tema es Pedro Páramo (2024) de Rodrigo Prieto. Siempre que se hace una adaptación cinematográfica de una obra literaria, se dice: “en el libro no pasó así”, “eso no pasa en el libro”, “les faltó poner tal…”. Se parte del hecho de que una adaptación es una copia del libro, se busca un esencialismo en la película que nunca se va a encontrar (principalmente, porque la literatura siempre es imaginaba por su lector, a pesar de que se compartan certezas), Cuando se dice que no es así, se está queriendo que se vuelva a escribir el libro, lo cual es imposible según Pierre Menard, quien intentó escribir de nuevo El Quijote. El esencialismo recorre nuestra realidad en muchos ámbitos. Cuando uno ve Pedro Páramo (2024) no es lo mismo a leer Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo, pues entre una y otra hay muchísimos años de diferencia y el propio acercamiento es diferente. Si uno ha leído la novela, encontrará en la película dirigida por Prieto una lectura de la novela (a menos que crea que la lectura es unívoca). Quienes señalan que es una mala película porque no se parece al libro están anulando su libertad y autonomía como lectores al constreñir la libertad de quienes hicieron la película. La lectura es una censura que impone una serie de condiciones, incluso en las novelas más llanas sucede esto. Debería preocupar más las adaptaciones que pierden aquello que buscaban los autores, como el carácter antibelicista en el caso de Sin novedad en el frente (1928) de Erich Maria Remarque y la reciente adaptación belicista de 2022 dirigida por Edward Berger.
Nuestros conceptos para acercarnos a la realidad cada vez pierden más sus significados, por eso debemos ser responsables con nuestra expresión. Recreación histórica se toma desde lo literal y como experiencia vivida, alejándose de la reflexión y el conocimiento; mientras que adaptación se vuelve una búsqueda esencialista que no reconoce el ejercicio de interpretación para trasladar una novela a un medio audiovisual. Lo más preocupante de todo lo expuesto es, tal vez, el peligro que coacciona cada vez más la autonomía de las personas y, por tanto, la falta de libertad que, sin embargo, encuentra su representación con humor y compasión a través de las redes sociales (lo cual, anula todo carácter urgente y necesario). El cine es un gran índice y factor de hacia dónde vamos. Hoy caminamos en la neblina sin brújula, pero parece que con el tiempo esta condición se ha vuelto aceptable, incluso deseable.
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