Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
¡Dedos que no toquen mi piel!
Gritos, arañazos y las torceduras en mis dedos al tratar de escribir mi caso.
Se me ha silenciado para que las palabras no salgan de mi,
para que permanezca callado,
sin expresión,
para simplemente ser objeto del cerdo que me mantiene.
Con el vientre reventado y con el corazon a punto del estallo,
parezco no simular un dolor,
se me pinto la cara,
la piel, los ojos,
para parecer de papel
y servirle a aquel que profana mi piel.
Me encuentro al rincón de la habitación,
con las cadenas en mis muñecas y pies,
con la noción pérdida
y una migraña que choca por todo mi cuerpo.
Mi ropa está rasgada y una sombra frente a mí se ríe,
se burla de mi aspecto sin menor preocupación
el tiempo parece lento,
no puedo escuchar ni mis propios lamentos.
Con el tiempo que parece estar en contra mía,
siento poco a poco mi corazón detenerse,
a mi cabeza llegan pensamientos de mi niñez,
las risas de mis amigos,
el día perfecto para sentir mi libertad se alejo de mis dedos.
Me encuentro otra vez en el rincón, deseando que esas manos no me toquen.
Lágrima al loto
Llegaste muy temprano a decirme las cosas que me matarían,
que me quitaran la hombría.
Fuerte no fui,
me deje llevar por mi sentir y evadi tus palabras,
palabras que me apuñalan el corazón,
estabas en el altar, siempre te tuve ahí.
Tú carácter me enseño a ser buena persona, a la mala,
sin mentes quebradas ni manos inquietas,
sentado en sillas y grilletes.
Crecí con el temor entre las plantas de mi pies,
se quemaban ante cualquier ruido que te molestase,
me convertí en el maestro del sigilo,
con mis herramientas te creaba historias, ahí,
donde afirmaban querer a ese niño.
En las alegorías de mi mente te mantuviste presente,
únicamente en ese lugar;
Hacia escenarios que morían,
ninguno logró llegar a tu impresión.
Ahora, me miras pidiendo piedad,
que de mi salgan ríos,
son mares en sequía, con un corazon partidos,
lamentos silenciosos que no reconozco,
fue así que nunca me diste un abrazo puro.
De mi corazón ahora nace tratar de querer que estés aquí, que por lo menos quede tu desprecio.
Okupa
A lo lejos de mi vista, observé tus piernas, cubiertas por telas rojas que me hacían pensar en las consecuencias de andar.
De mí persona nacieron las palabras precisas para obtener un ramo de tu labia y un obsequio de lo fortuito.
En la caminada de los 300 pilares, te ubique al costado de las puertas de la normativa, con los del alto vestido y los pómulos incrementados, de camisas blancas y aromas que te imponen un papel en la sociedad, de esos que el odio remite en su interés.
Al acercarme, las bases de mis piernas se tambalean, se construyeron por la soltura de mis huesos, con estas patas flacas que no controlo, cante la música de las bocinas retorcidas. En el lugar de resistencia, de los años póstumos de la opresión, en la que guarda la experiencia viva de la rebelión ante las grandes masas de los pómulos blancos, nos ubicamos en maderas y sillas recogidas.
Con el mirar de tus ojos, hechos del sensible trato de lo divino, enmarcados en líquidos que resaltan su vivez, me postre y sucumbí ante ellos. Lograste tanto que traías a rienda mi existencia, utilizaste las chingadas tiras de mis brazos, que fueron rayados con la tinta de eucalipto, conteniendo mi cuerpo en realidades distópicas, realizadas por el dominio de lo ajeno.
Bailaba el son de las cumbias rebajadas, moviendote libre, viva y con la sonrisa de poro a poro, cautivado ante lo profano, acerque mis manos a tus hombros, dirigidos estos a mis brazos, conteniendo la virtud y un fuego entre mi corazón el tuyo.
La música en paz, junto con mis palpitares acelerados, combinaron la experiencia del edén, del que pretendía ser parte junto del cacho de mi mísero ser. Sostienes mi corazón, usabas de manivela mis brazos y al trombón me bailabas el cuerpo ajeno, el mío.
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