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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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Joey Saldaña/Pexels
Verenice Enríquez Ventura

Verenice Enríquez Ventura

Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Oriente

Piececito descalzo

Número 2 / JULIO - SEPTIEMBRE 2021

Sólo se escuchaban murmullos, el niño yacía en el suelo, lastimado y sin poder moverse

Verenice Enríquez Ventura

Verenice Enríquez Ventura

Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Oriente

Era de mañana. Un pequeño estaba sentado en la acera de una calle concurrida. El niño jugaba con unas piedras que recogió del suelo, estaba descalzo de un pie y sus ropas lucían un tanto rasgadas y sucias. Una mujer que iba pasando se percató del estado del muchacho y se acercó para decirle:

―Hola, jovencito. ¿Dónde está tu mami? ―la señora miró compasiva al pequeño.

―Yo no tengo mamá ni papá ―y continuó jugando con las piedras sin mirar a la mujer, quien, al no saber qué decir, siguió su camino.

Por la tarde, el niño se encontraba en una jardinera cortando hojas. Un señor que iba pasando por allí lo miró y se acercó a él para decirle:

―Hola, jovencito, ¿no tienes hambre? ¿Quieres comer? ―el pequeño observó con detenimiento a aquel señor.

―No debo aceptar comida de extraños. Además, yo sólo quiero un zapatito para poder irme caminando de aquí―. El señor miró con indulgencia al niño, pero, al no saber qué decir, continuó su camino.

Por la noche, el niño caminaba de regreso a una casa solitaria que, hasta ahora, era su hogar. Cuando llegó, se percató de que una silueta de un adulto estaba dentro de la vivienda.

―¡Largo de mi casa, niño vago! ―gritó aquel hombre, que abrió una de las cortinas sucias de las ventanas y puso el cerrojo a su puerta.

El pequeño se sintió triste al ya no tener un refugio para dormir, sin embargo, se decidió a encontrar una nueva casa. Después de caminar casi toda la noche, se sentía muy cansado por lo que, mientras cruzaba una avenida, no se percató de que un auto venía aproximándose hacia él.

Después de un rato sólo se escuchaban murmullos, el niño yacía en el suelo, lastimado y sin poder moverse. A la mañana siguiente, la primera plana de algún periódico informaba: “Niño indigente muere atropellado”.

Al entrevistar a las personas que residían allí, la mayoría coincidían:

―Yo intenté ayudar varias veces al pequeño, pero él no me dejaba.

Solamente uno de ellos se acercó discretamente a los medios para decir:

―Yo sólo lo vi una vez y lo corrí de mi casa―el hombre comenzó a llorar― y me arrepiento de haberlo hecho; aún estaría aquí de no ser por mí.

Después del accidente, el niño despertó en un lugar desconocido; mientras iba caminando, una voz cálida le decía:

―Bienvenido, pequeño, entra. Yo te daré lo que deseas.

―¿Otro zapatito para irme de aquí? ―No, pequeño, te daré un hogar.

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