Escuela Nacional Preparatoria No. 9
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En las historias que consumimos buscamos constantemente refugio, inspiración y respuestas y, a menudo, encontramos en ellas visiones que se proyectan como relatos novedosos, crónicas de vida o, incluso, recuerdos de experiencias propias. El cine, en su esencia más pura, no es solo un medio de entretenimiento, es una hoguera donde arden nuestros sueños frustrados, en su resplandor vemos reflejadas nuestras vivencias más profundas, es un espejo que a veces refleja con claridad los aspectos que ocultamos y otras distorsiona nuestra imagen, mostrándonos una versión idealizada de lo que somos. El cine tiene el poder de hacernos entender cosas sobre nosotros mismos que no sabíamos, de ofrecer respuestas a situaciones que nos desvelan, o de servir como refugio cuando el mundo exterior parece demasiado frío. Somos capaces de vernos a través de los ojos de otros, de conectar con los más antiguos anhelos de la humanidad y de encontrar el consuelo que necesitamos.
En este vasto universo de historias Mujercitas se alza como un faro que ilumina los matices de la vida femenina. La obra de Louisa May Alcott, tanto en su forma literaria como en sus múltiples adaptaciones cinematográficas, no solo ofrece un retrato de la lucha por la independencia, sino también una exploración profunda de las emociones, los sueños y las aspiraciones que definen a las mujeres en todas sus formas y colores.
En 1868 Louisa May Alcott escribió más que una simple novela, sus palabras nacieron del corazón mismo de su experiencia e inquietudes. Con Mujercitas nos ofreció la historia de cuatro hermanas que buscan un lugar en un mundo que intenta limitarlas, con cada página Alcott inspiró a generaciones de mujeres que ansiaban algo más allá de lo que la sociedad esperaba de ellas, algo fuera de los roles preestablecidos.
A través de las hermanas March, especialmente de Jo, una joven rebelde y creativa, Alcott nos dio un retrato vibrante de almas que quieren libertad, independencia y la posibilidad de ser dueñas de su destino. La historia de Jo, tan arrolladora como un río indomable, refleja la lucha por la identidad en un mundo que busca encasillarla. Mujercitas no solo es una crítica a la sociedad que intentó reducir a la mujer a un papel secundario; también explora los vestigios y la calidez de la infancia, los lazos invisibles que forman la familia y las emociones que definen nuestra humanidad. La familia March se presenta como un refugio, un microcosmos caótico de las luchas y alegrías que conforman la vida humana con todos sus altibajos.
Cada adaptación de Mujercitas ha sido un eco de su tiempo, un reflejo de las inquietudes, los avances y los retos de las mujeres en cada época. La primera versión cinematográfica de 1933 capturó el despertar de las mujeres hacia un nuevo siglo, mientras que la adaptación de 1949, aunque más conservadora, también consiguió tocar los corazones de muchas. La versión de 1994 se inserta en el contexto de los años noventa, abrazando con fuerza el empoderamiento femenino que comenzaba a tomar relevancia en la conversación pública. Pero fue en 2019 cuando Greta Gerwig, con una sensibilidad única, revitalizó la obra, dándole una nueva vida. Gerwig no solo capturó la independencia de las chicas, sino que iluminó las complejidades de los lazos familiares, esos hilos invisibles que unen a las hermanas y que, a pesar de todo, las hacen fuertes. La narrativa no lineal en la versión de Gerwig no es un capricho estilístico, sino una declaración de amor a la memoria y al tiempo. Es un poema en movimiento donde el pasado y el presente se entrelazan como hilos en una manta que abriga nuestras emociones más profundas y despierta en nosotros la más intensa de las nostalgias.
Cada hermana es un matiz del alma femenina, un reflejo de las distintas posibilidades que existen en el ser mujer. Desde la ambición creativa de Jo, que no puede dejar de luchar por ser quien es, hasta la pragmática dulzura de Meg, que encuentra en el hogar su propósito; adentrándose en el genio temperamental de Amy, que busca grandeza sin pedir disculpas, y explorando la bondad etérea de Beth, cuya presencia ilumina incluso, en su silencio.
Jo March, la escritora apasionada, la soñadora incansable que teme perderse en un mundo que quiere definirla, habla con una brutal honestidad que resuena profundamente: “Las mujeres tienen mente y tienen alma, no solo corazón, tienen ambición y tienen talento, no solo belleza; estoy harta de que la gente diga que una mujer solo sirve para el amor, estoy harta de eso, pero estoy tan, tan sola.” Esta frase es un parteaguas, un momento de revelación para las mujeres ambiciosas, deseosas de alcanzar la autorrealización, y al mismo tiempo con la necesidad de sentirnos amadas, se comprende esa lucha. Gracias al filme, se entiende que la independencia no es la ausencia de afecto, sino la capacidad de crear y amar bajo nuestros propios términos. La independencia, esa palabra tan cargada de significados, no se refiere a la soledad, sino a la fortaleza de poder ser quienes somos sin rendirnos ante las expectativas ajenas.
Amy, a menudo percibida como la hermana caprichosa, emerge, en esta adaptación, como una mujer que busca grandeza sin pedir perdón. Gerwig logra, con sutileza, rescatarla de la etiqueta de la hermana superficial y la presenta como una mujer compleja, capaz de redibujar sus propios sueños. Amy no es solo una niña mimada, es una mujer que sabe lo que quiere, que lucha por su lugar en el mundo y que, a través de sus propios sacrificios, se forja una identidad única. La evolución de Amy es una de las más hermosas transformaciones de la historia.
Meg, la hermana mayor, podría parecer la excepción a la rebelión de las otras, pero en su deseo de construir una familia tradicional hay una lección importante: “Solo porque mis sueños son diferentes a los tuyos, no significa que sean menos importantes”, esta frase resuena con fuerza en el personaje. El amor no tiene una única forma, su sueño de ser madre y formar una familia es tan válido como el de las demás. La elección personal, libre de juicios ajenos, es el verdadero acto de empoderamiento. Y en este pequeño gran acto de rebeldía personal, Meg nos enseña que la verdadera libertad reside en la capacidad de decidir sobre nuestro propio destino, sin importar que el mundo nos diga lo contrario.
Finalmente, Beth, la menor de las hermanas, simboliza el eco de la inocencia y la pureza que aún queda en el mundo. Como una presencia silenciosa, pero profundamente transformadora, Beth representa la generosidad de quienes, sin buscar reconocimiento, entregan su ser a los demás. “El mundo está lleno de mujeres como Beth, tímidas y tranquilas, que aguardan sentadas en un rincón hasta que alguien las necesita, que se entregan a los demás con tanta alegría que nadie ve su sacrificio hasta que el pequeño grillo del hogar cesa de chirriar, y la dulce y soleada presencia desaparece para dejar tras de sí silencio y oscuridad.” Pero incluso en su silencio Beth es un pilar fundamental, la fuente de la estabilidad emocional de la familia, y aunque su sacrificio pasa desapercibido para muchos, en ella reside una fuerza que no se extingue.
El cine, como herramienta poderosa, tiene un doble filo: puede ser un espejo que ilumina, pero también un cristal que distorsiona. En una era sobrecargada de contenido, Mujercitas nos recuerda el poder de las historias para despertar nuestra sensibilidad, para conectar con emociones que trascienden generaciones. No es una obra que impone su verdad, sino que invita, que susurra y nos motiva a cuestionar; nos educa para distinguir entre lo superficial y lo esencial; para elegir conscientemente las historias que alimentan nuestras almas; las narraciones que decidimos abrazar moldean no sólo nuestras mentes, sino también nuestros corazones.
Mujercitas no es solo un grito de independencia femenina, es una canción que celebra la calidez de las relaciones humanas, la sensibilidad que nos define y la grandeza que buscamos en nosotros mismos. En cada línea de la novela, en cada fotograma de la película, encontramos un recordatorio de que ser mujer no es solo luchar por nuestros sueños, sino también abrazar nuestra capacidad de amar, transformar y ser transformadas. Porque, como las hermanas March, todos llevamos dentro un anhelo de libertad, acompañado por la calidez de quienes nos sostienen en él.
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