Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
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Corrijo la nostalgia de la misma manera en que me afianzo de ella, me prenso desde la piel procurando el tacto y con soberano detenimiento me desbordo en la textura, siento el retorno del calor desde los finos pliegues hasta su correlato calloso, pero al callar mi cuerpo, no es el silencio lo que me habla, sino el roce de un cuerpo ajeno comprendido dentro un vagón del metro. Cuerpos fatigados atrincherados en la velocidad de la metrópoli, que a pesar de la cínica proximidad se sugieren lejanos.
El calor se convierte en flamantes zarandeos y empujones estacionarios para finalmente inspirar un infierno que se desplaza, que viene y que va, que se adentra bajo la superficie y de vez en cuando, emerge del concreto. He viajado durante años por todas las estaciones del metro y sin embargo, no conozco la ciudad, me es ajena y reificada en coloridos íconos que indican transbordos, encuentros y despedidas.
Mis estudios son Copilco, mi niñez es Santa Marta, mi ignorancia es Coyoacán, mis manifestaciones son Insurgentes, mis vacaciones son el Zócalo, la crueldad es La Paz, Hidalgo es reflexión y Chabacano mi última lágrima.
Ciertamente, mis experiencias son abismalmente compartidas, pues si el metro implica la articulación en cuanto venas y arterias que conectan la ciudad, también son desconexiones de cuerpos menores que como nómadas, migran en sintonía con los espacios imposibilitados en cartografías desdibujadas.
NOTA
La intención de este escrito es mostrar a grandes rasgos el acontecer del metro de la CDMX desde mi experiencia y generar reflexiones sobre nuestras vivencias espaciales con respecto al desplazamiento y la producción de significados para ubicarnos y colocarnos dentro del devenir diario de los lugares en constante contradicción.
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