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Esta ventana es para mirar dentro de nosotrxs a través del arte y la creatividad.
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CREDITO: Aline Lizbeth Rodríguez / Facultad de Artes y Diseño
Picture of Jorge Gael Luevanos Colunga

Jorge Gael Luevanos Colunga

Facultad de Estudios Superiores (FES) Aragón

Soy estudiante de periodismo en la FES Aragon con aspiraciones al mundo del cine.

Mictlán

Número 12 / ENERO - MARZO 2024

Un extraño intercambio podría enmendar los errores del pasado, ¿te atreves?

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Jorge Gael Luevanos Colunga

Facultad de Estudios Superiores (FES) Aragón

–¿Qué darías por regresar al pasado?

Es lo que aquel extraño individuo de apariencia siniestra envuelto en una túnica negra te dice al sentarte en su mesa, escaneas la habitación cuidadosamente, está envuelta en tiniebla y humo, iluminada tenuemente por una pequeña ventana traslúcida a tu derecha y las llamas de las velas e inciensos encendidos, tu mirada finalmente cae sobre las plumas preciosas de quetzal en la mesa detrás del tétrico hombre y un grabado colgado a sus espaldas de una diosa prehispánica.

Antes de contestar su pregunta lo cuestionas acerca de este grabado.

–¡Oh! Habla de la gran madre Coatlicue, la dadora y cegadora, de donde venimos y hacia donde vamos, el ciclo sin fin; sabe, es curioso su interés, puesto que la necesitaremos para su pedido.

La respuesta te incomoda, pero qué se le va a hacer, qué puedes esperar de un lugar anunciado afuera de la estación Tacubaya, aún recuerdas ese enigmático anuncio: “Se solucionan todo tipo de problemas de corazón, pérdidas o lo que sea que le esté aquejando. ¡NO SE PIERDA ESTA OPORTUNIDAD!”, publicidad que hubieras ignorado normalmente, pero ni la terapia ni el alcohol te han aliviado, ¿por qué no probar un método alternativo que haga algún tipo de terapia experimental o tal vez un viaje de drogas y no la bizarrada en la que te encuentras?

–Y bueno, ¿qué es lo que daría por regresar al pasado? –vuelve a preguntar la figura en frente tuya de manera más inquisitiva, como si pudiera ver tus dudas al respecto. Le contestas que lo que sea, a lo que se ríe de una manera inhumana, se agacha debajo de su mesa y saca una caja de cartón blanca con un olor nauseabundo y manchada por lo que parece grasa, la abre y saca un cuchillo y una pequeña figura de la dichosa Coatlicue, a lo que instintivamente entras en modo correr o huir; como si él te pudiera leer, te detiene con un gesto con su mano.

–No se preocupe, no le haré nada, lo que usted sufre es una pérdida, ¿no es así?

Contestas afirmativamente, él sonríe dejando entrever su pútrida dentadura.

–Pues bueno, no hay más qué decir, y usted la quiere volver a ver… bueno, ponga especial atención a mis indicaciones, usted tomará la línea 12 del metro a las 11:11 pm, donde se bajará hasta Mixcoac, una vez ahí con este cuchillo se hará una cortada en la palma derecha, y con la sangre que brote de su mano entintará la figura de la madre Coatlicue.

Tienes muchas reservas al respecto, pero ya estás aquí, una mala decisión más, ¿qué se le va a hacer?

Tomas el cuchillo ceremonial y la pequeña figura, los guardas en un morral que te provee la extraña figura, le preguntas cuánto será por la “consulta”, a lo que te pincha con una pluma el dedo índice y te da un papel, no sabes lo que está sucediendo, pero la inseguridad de la zona y su risa siniestra al llevar a cabo la lúgubre acción hace que te pienses dos veces tu reacción.

–No se preocupe, solo no veo los contenidos del papel hasta que esté en la propia Mixcoac preparado para realizar nuestro pequeño ritual.

Te retiras con una terrible sensación en el cuerpo, pides un Uber una vez afuera del nefasto recinto, tienes que ir a una entrevista de trabajo que te consiguió un amigo, no lo quieres decepcionar. El conductor trata de hacerte plática, pero claramente tu mente está en otro plano, recordando lo que pudo haber sido. Finalmente llegas a tu destino, uno de los grandes rascacielos intercambiables en Reforma, entras y dices que tienes una cita a nombre de Rafael a la desinteresada secretaria, te indica el camino a seguir y ahí está Rafa, con su estúpido optimismo te saluda.

–¡Hola! Muchas gracias por venir, yo sé lo difícil que debió ser para ti por tu situación, verás cómo esto es lo mejor.

Entras a una habitación con una gran ventana y un individuo vestido de manera bastante pulcra te da la bienvenida con un enérgico apretón de manos, por alguna razón te da rabia la situación.

–Rafael me ha contado mucho de usted, y creo que alguien con sus habilidades y cualidades le sería de mucho bien a la empresa, tome asiento, por favor.

Es una entrevista normal, no hay mucho que resaltar más allá de cómo te deslumbra la iluminación en la que se encuentra inundado el cuarto; todo normal hasta que te preguntan acerca de tu futuro y tus aspiraciones, te congelas y comienzas a sudar, tiene rato que no piensas en eso.

–¿Disculpe, todo bien? –te pregunta al ver tu inusual reacción, le dices que sí, sólo que querías pensar bien la respuesta y le sueltas labia genérica sin creer en absolutamente nada de lo que dices. 

–Bueno eso sería todo, un gusto hablar con usted y nos mantendremos en contacto.

Te fue bien, sabes que te fue bien pero no estás muy interesado en aceptar el trabajo, no estás muy interesado en nada, para ser honesto.

–¡¿Y cómo te fue?! –te recibe un Rafa expectante con cierto brillo en sus ojos, le dices que bien, le das las gracias, pero no hay mucha felicidad en tu voz, obviamente se da cuenta.

–Estás pensando en Alma aún, ¿verdad? ¿Te parece si lo discutimos por aquí? Conozco un buen restaurante, yo invito.

Rechazas la oferta, no hay nada de lo que hablar.

–Obviamente no ibas a aceptar, no eres ese tipo de persona, nunca lo has sido, sabes que no fue tu culpa, ¿verdad?

Te despides cortándole el rollo, no tienes interés en hablar acerca del tema.

Tomas el Metrobús de Línea 7 dirección Indios Verdes, te bajas en Hidalgo para luego hacer transbordo en Guerrero y finalmente desalojas el transporte en Romero Rubio para llegar a tu bloque departamental, abres la puerta y ves el desastre que tienes, libros, papeles, ropa y demás pertenencias tiradas por doquier, ha sido un mal día, semana, mes, año.

Te lavas la cara, tratas de arreglar tu cabello y te preparas una Maruchan, pasas la tarde rememorando los buenos tiempos antes del incidente, Rafael qué va a saber de tu responsabilidad y papel en aquel fatídico día de marzo; ves el morral, sí, lo vas a hacer, no es como que tengas mejores cosas que hacer con la noche.

Te preparas para salir, te cambias de tu disfraz de ser funcional de la sociedad y te quitas el traje, lo tiras por ahí y te pones un conjunto casual que tenías en tu cama, es hora de salir a hacer una estupidez.

Vas a Mixcoac donde te dijo la criatura con la que hablaste el día de hoy, apenas son las 10:15, te pones audífonos para pasar el tiempo, ves un mensaje de Rafa en tu celular: “Felicidades, wey, te quieren aquí el siguiente lunes, por favor, márcame lo antes posible”. Lo ignoras y guardas el dispositivo, a quién le importa, la verdad.

Recuerdas el papel que te dio esa cosa, lo lees al fin y tus ojos no lo pueden creer.

–Una última nota, no vayas a aceptar nada que te den de comer a menos que quieras permanencia, salúdame a Alma.

Rompes el papelucho al momento, estás temblando, nunca la mencionaste, cómo carajos sabe su nombre, qué está pasando, es muy tarde para echarse para atrás.

Son las 11, porque el metro se comienza a vaciar, es hora de ir preparando lo que sea que vas a hacer, sacas el cuchillo con cuidado y tomas a Coatlicue con un temor inexplicable, finalmente llegó la hora, te cortas la palma, la sangre te pinta completamente la mano con una asquerosa sensación cálida, tomas a Coatlicue empapándola en tu esencia, sientes un aire frío recorrer el recinto, das un pequeño grito ante el cambio de atmósfera, ante el miedo de que te vean feo te volteas rápidamente y… no hay nadie, ni personal del metro, algo muy raro está sucediendo, llega un tren y al abrirse sientes una rara sensación, como si te estuviera llamando, como si este momento estuviera ya escrito.

Te subes al aparentemente vacío vagón, se cierran las puertas detrás tuyo y la ves, está ahí sentada.

–Hola, perdido, ha pasado un tiempo, ¿no es así?

Te rompes, tu llanto es incontrolable, cómo es posible.

–Extrañaba lo efusivo que podías llegar a ser.

La abrazas, te sientas junto a ella, hablan de todo lo que no habías podido hablar y recorren toda la línea sin hacer paradas.

–¿Por qué estás aquí? –te pregunta de la nada, solo puedes ser sincero y contarle acerca de tus desesperadas y patéticas patadas de ahogado–. Prometiste que ibas a seguir con tu vida, ¿qué pasó?

Cómo ibas a seguir si su partida fue tu culpa, si tal vez… si sólo tal vez no hubieras sido mezquino ese día y la hubieras llevado en coche, sólo tal vez ese camión no hubiera acabado nuestro tiempo juntos.

–No sabías que iba a pasar eso.

Trata de consolarte, pero sabes bien que mereces lo peor, de lo peor, de lo peor por tu transgresión.

–Esta será la última vez que nos veamos, eres consciente, ¿verdad? ¿Qué harás después? Ya no puedes seguir así y lo sabes.

¿Es que acaso no hay nada que puedas hacer bien? Pensaste que regresar a un tiempo pasado te iba a liberar, pero no es el caso.

–Hay una alternativa, pero eso te mantendría aquí. Come. ¿Te acuerdas de los churros que vendían por mi casa? Traigo algunos, por qué no comes y te quedas aquí, una solución permanente.

Sientes que tus súplicas han sido al fin respondidas, lo tomas y cuando estás a punto de devorarlo lo entiendes, este no es el camino, no te puedes hacer esto, no te puedes encarcelar en este momento.

–Veo que al fin lo entiendes.

Dejas caer el churro y te sientas, ya no a su lado sino enfrente, la realidad te está pegando, finalmente llegan a la estación donde abordaste, las puertas se abren, la ves por última vez y sales al fin, no hay nada más que decir.

El sol de la mañana asalta tus sentidos y el tren simplemente ya no está, sales de la estación a caminar en la despertante ciudad y vuelves a ver el mensaje de Rafa, finalmente le marcas.

–¿Qué pasó? Perdón, me acabo de levantar, ¿ya lo consideraste mejor?

–Estoy de regreso.

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