En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
En estas trincheras nuestras armas son palabras convertidas en argumentos y contra argumentos.
Ariadne Manríquez Baeza | Facultad de Estudios Superiores Acatlán
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Luis Santiago Yáñez

Facultad de Estudios Superiores (FES) Iztacala

Soy un joven estudiante de 21 años que le interesan bastantes temas y bastantes actividades, una de mis pasiones es escribir y si bien mi curiosidad me va a llevar a explorar otros campos y ámbitos, la escritura siempre será una parte vital de mi.

Los monstruos que somos

Número 16 / ENERO - MARZO 2025

El miedo en el cine mexicano no se basa en lo sobrenatural, sino en el monstruo que reside en cada unx de nosotrxs

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Luis Santiago Yáñez

Facultad de Estudios Superiores (FES) Iztacala

“Si voy a hablar de un México que está produciendo muertos, me parece inevitable hablar de que estamos produciendo fantasmas. Y estamos produciendo fantasmas que no se van a quedar en paz, y que están pidiendo que los veamos y los reconozcamos. Y que vienen detrás de nosotros.”                                                                                                                                                              Issa López

 

La cinematografía mexicana ha hecho uso del terror desde diferentes perspectivas; nos ha mostrado eso que se oculta y lo expone ante nosotros, enseñándonos el miedo de lo que se nos acerca o ya reside en nuestro interior. Este género hace que nos confrontemos de manera directa a aquello que tanto tememos. Tiene diferentes matices, rostros y verdades que nos negamos a aceptar. Es un espejo y un antecedente de nuestra historia, las sombras de aquello que cargamos, nuestras creencias que sirven como refugio de nuestros actos y los traumas colectivos a los que nos enfrentamos como individuos y sociedad. El terror mexicano es diferente y único, ya que contiene una rica tradición sobre nosotros, nuestra cultura, el misticismo y folclore del país.

Estas adaptaciones no solo buscan asustar, también nos llevan en un camino sobre cómo confrontamos esos dilemas, situaciones que rebasan el límite existencial, como lo pueden ser la muerte, la culpa, el arrepentimiento y el duelo. Tal es el caso de La Llorona (1933), que fue el primer filme mexicano en adentrarse en este género. Nos narra la historia que ya tantas veces hemos oído desde que tomamos conciencia: el de una mujer sumergida en su miseria clamando por misericordia y perdón, mientras que en cada lamento se encarna el dolor de su pérdida y la culpa. ¿Puede ser tanto el dolor de aquello que arrastramos que nos persiga aun después del fin de nuestra existencia?

Y es en estos casos donde nosotros, como especie, indagamos y profundizamos en lo que puede ser probablemente el misterio más intrigante de nuestra vida: la muerte. Nuestro país tiene otro enfoque en este tema, más que temerle, se le analiza, se le venera y se le respeta, como se puede ver en obras como Macario (1960), que no se limita a mostrarla como una antagonista, sino como una compañera. Nos hace preguntarnos cuál es nuestra relación con nuestro inevitable deceso, la dualidad entre lo material y lo espiritual y cómo aquello que fuimos e hicimos desaparece ante nuestra propia mortalidad. El cuestionarnos qué hay ahí, y el caer en la inevitable insania de eso que rebasa nuestro entendimiento, puede llevarnos a un campo que escapa del plano terrestre. El Escapulario (1968) sirve como un puente entre el reino de lo espiritual y lo mundanal, donde todo aquel que lo posee se ve obligado a encarar los dilemas que los hacen dudar de sí mismos, de su fe, de su destino, y no puede evitar el debatirse: ¿el escapulario salva a los personajes o simplemente retrasa lo inevitable? Pero el fin de su vida no es más que una simple transición a algo superior.

Nuestras acciones repercuten en nuestra vida; la doble moralidad e hipocresía en busca de aquello que amamos distorsiona nuestra alma y, con el miedo de encarar nuestros actos, buscamos la redención en alguna persona, ideología, tarea o, como se muestra en Dos monjes (1934), una creencia que funge como refugio de nuestros pecados y se reza por la expiación de los mismos, ignorando aquel fantasma que nos persigue.

En México, donde la religiosidad y la fe se han tornado en un asilo en el que se puede descansar y librar todos los pecados, se nos ha impuesto la idea de un dios todopoderoso y misericordioso que nos acogerá en los momentos de incertidumbre y desesperación. Pero, ¿y si no fuese así? ¿Si la fe no es suficiente? Belzebuth (2017) muestra al personaje de Emmanuel, un detective que perdió a su hijo y se refugió en su religión y que, tras enfrentarse a un mal que parece imparable, pone en duda su creencia, que más que una liberación, parece una condena.

Pero esta misma devoción también puede caer en un castigo si no se respeta de la manera en la que se dicta, esta fe contradice aquello que proclama con el miedo infundado a algo mayor a nosotros, el famoso y mal llamado “temor a Dios”. Santa sangre (1989) representa este fanatismo como un arma de control y sometimiento. Esto mismo nos hace preguntarnos dónde se separa el espíritu de lo mundano: ¿es nuestro miedo al castigo divino mayor que nuestro miedo a enfrentar nuestras propias pasiones y deseos? La Iglesia ha ejercido una opresión sobre el pueblo, donde reprime la naturaleza humana bajo la amenaza de la condena eterna, pero, sin conocerlo, este mismo control puede llevar al caos y la tragedia. En Alucarda (1977), esta institución busca frenar las fuerzas del deseo y la libertad, representando lo profano bajo los valores de lo sagrado que esta misma ha impuesto en nuestra sociedad y cultura.

Sin embargo, en esa misma cultura reside una parte burlesca, donde se hace uso de la gracia y la comedia. Los mexicanos siempre hemos usado este género como representación del contexto social del momento, satirizando y ridiculizando estos temas como medio de difusión y concientización. “El hombre, por instinto, teme a lo inexplicable y, cuando ese temor se hace colectivo, en ocasiones mueve a la risa, ya que el mundo en que vivimos es tan absurdo que, si buscan bien, encontrarán a muchas personas —tal vez ustedes mismos— que tienen también su ‘monstruo en el clóset’”. Este es un fragmento de una serie llamada La Puerta y la Mujer del Carnicero (1968), donde lo que en un inicio genera pánico e incertidumbre, se torna en un espectáculo cómico y entretenido al conocer lo desconocido.

Estos largometrajes abren una ventana hacia las preocupaciones colectivas, aligeran esa histeria y ansiedad, y nos demuestran que problemáticas del día a día, como unas horribles vacaciones familiares o el inocente miedo de un niño hacia los monstruos y fantasmas, no forman parte del más allá, sino del más acá. Películas como Vacaciones del terror (1989) o Chabelo y Pepito contra los monstruos (1973) nos brindan una visión más hilarante de este género, jugando con los clichés e introduciendo a los personajes en situaciones absurdas.

Otro gran ejemplo, pero sin tanto humor, fue la introducción de quienes, en aquellos años, fueron los superhéroes de nuestro México: los luchadores. El Santo, El Cavernario, Blue Demon y el Bulldog, entre otros, fueron quienes, aparte de su vida en el ring, se adentraron en el mundo de la actuación, protagonizando películas como Arañas infernales (1966), El Santo contra las momias de Guanajuato (1972) y Santo y Blue Demon contra los monstruos (1969). No solo fungen como luchadores, sino como la representación de la justicia, las máscaras contra el mal. Sus victorias no eran solo sobre el villano en turno, sino también sobre las inseguridades y miedos de una sociedad en la que la desigualdad, la violencia y las crisis ejercían un yugo en su público, donde estas películas lograban reflejar ese triunfo sobre esos monstruosos problemas.

Puede que estas aventuras simbolicen bastante bien la eterna lucha del mexicano contra problemas que son más grandes que uno mismo. Nos demuestran que, a través de carcajadas o combates épicos, se define la resistencia de nuestro pueblo y el humor se convierte en un mecanismo de defensa contra el terror. Y, pese a que el miedo es inevitable, con la perspectiva correcta, siempre hay una forma de enfrentarlo, ya sea con una risa, un golpe bien dado o una máscara que no se quita. A veces, el reírnos es la mejor forma de enfrentarnos a nuestros miedos.

Aunque, en ocasiones, este género nos hace confrontarnos con algo que nosotros mismos nos imponemos: las expectativas, el fracaso, la inconexión y la soledad. Temas que ya son tabúes y, mientras se fomenta una salud emocional, mental y psicológica, es donde la sociedad y nuestro entorno se vuelve más exigente y no tolera los errores. Desaparecer por completo (2022) nos demuestra que podemos perdernos a nosotros mismos en búsqueda de algo que ni conocemos ni queremos.

Pero esa presión no se limita a los allegados o terceros; también pueden ser nuestros más cercanos que, con puño de hierro, dictan la sentencia sin piedad ni misericordia y, si no cumples tu única función o eso por lo que te aprecian, te pueden castigar. Hay momentos en los que nuestra familia son nuestros peores demonios y uno no sabe cómo huir y, si no se tiene cuidado, nos pueden perseguir y transmitirse hasta a quienes uno más ama. Una muestra de esto es la película La tía Alejandra (1980), que ejemplifica cómo basta una sola persona para terminar con todo una familia.

Sólo que, más allá de lo sobrenatural y lo diabólico, hay una cruda verdad que nos sirve como retrato de lo verdaderamente maligno, por más que se desea y se plasma en relatos, la realidad supera a la ficción. Aquellos fantasmas que nos acechan no son creación de la psique humana, son nuestro error, y ese verdadero pavor que sentimos no es a los muertos, sino a los vivos. En un país en el que los problemas a los que nos enfrentamos suponen el verdadero terror, lamentablemente, la violencia se torna en un instinto primitivo de supervivencia. Vuelven (2017) nos evidencia la dura verdad de la pérdida de la inocencia de las víctimas más vulnerables y vulneradas en estos entornos hostiles: los niños. Los marginados, ahuyentados y excluidos que ruegan por justicia, y una figura de autoridad omisa, cruel y cobarde que permite la impunidad de los verdaderos esperpentos, sólo son un fiel reflejo de todo a lo que malamente nos hemos acostumbrado. Los aparecidos no son más que una ruta de escape de la realidad y claman por una voz, ya que la suya fue arrebatada.

Pero esa oscuridad no se limita a lo otro: nosotros también somos aquello. Escondemos eso que nos aterra de nosotros mismos, negándonos a aceptar que también podemos llegar a ser espantosos. Sin embargo, un día saldrá y estará esperándonos: el miedo que uno se tiene a uno mismo. Puede que a nuestro alrededor todo esté bien y se refleje un falso bienestar acompañado con aires de superioridad. En Las Vírgenes Locas (1972) se demuestra eso, que uno escoge ignorar lo más despreciable de nuestro ser y mentirnos de nuestra verdadera naturaleza. Pero lo temible sigue ahí, manifestándose de maneras sutiles, anunciando que tarde o temprano caerá la máscara y revelará la verdadera bestia que somos.

Hay ocasiones en que, en lo más profundo de nuestro inconsciente, reside eso que nos aterra y no sabemos qué hacer con él. ¿Hasta qué punto nuestros conflictos internos son nuestros? ¿Cuáles son nuestros traumas? Y, como tal, ¿quiénes somos? Las marcas de nuestra identidad son lo que nos define y lo que nos acompañará, dictaminará nuestro camino y, si no lo aceptamos, puede llevarnos a convertirnos en una figura temida e incomprensible. El hombre sin rostro (1950) se vuelve una forma de explicarnos cómo afrontar aquello que reside en nosotros. Un hombre que ha quedado marcado tanto externa como internamente y, en su viaje de introspección y redención, nos muestra cómo reconciliarnos y perdonar a nuestra sombra, teniendo en el proceso una oportunidad de reinventarnos, cambiar aquello que nos aterra y demostrarnos que las cicatrices seguirán ahí, pero ya no son lo que eran, porque nosotros ya no somos lo que fuimos.

Y, al final, todo se oscurece. Esto no fue más que una invitación para adentrarse en algo que sobrepasa lo visto. Es algo tangible, palpable y ya antes visto, porque a todos, como pueblo, nos ha pasado. Una representación de lo humano y el misterio que residen en cada uno y en la sociedad, por un momento estos relatos no se limitan a ser sólo un cuento, son la realidad que nos persigue, nuestra realidad, y nos está pidiendo que lo veamos. No son más que una fiel personificación de nuestro propio infierno. Aquel terror tan conocido no es a lo sobrenatural, es a lo que hemos observado y, cuando uno ve por mucho tiempo al abismo, el abismo te devuelve la mirada. Pero todo esto tiene nombre, se ha llevado a un plano más allá de lo trascendental y podemos actuar. Las historias obligan al personaje a cuestionar su entorno, su historia, su fe, su verdad y a ellos mismos y, por consiguiente, al espectador. Nos regalan la oportunidad de concientizar lo inconsciente, de enfrentarnos no solo a nuestro miedo, sino a todo lo que pensábamos que era inamovible, ya que, ¿cómo uno puede reconocer la luz si no ha estado en la oscuridad? Es inevitable y nos acompañará en todo momento, pero uno designa el camino que va a tomar: el de continuar ignorando a nuestros fantasmas o el de mirar hacia lo profundo y aceptar los monstruos que somos.

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