Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
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Escuchar canciones de nuestra infancia invita al reconocimiento propio y a descifrar el entorno ideológico que nos rodea. Seguramente, en ocasiones has tenido esa sensación que recorre tu cuerpo, el abrazo casero, amoroso y cálido proveniente de unos brazos fantasmales que se desprenden de una tonada tarareada por ahí. Es un momento breve, fugaz, acompañado de una nostalgia repentina que ocurre de manera inesperada, conectándote con tus momentos más vulnerables. Puede ser una fotografía, un viejo programa que veías a la hora de la comida o una canción…
Si hablamos de los momentos íntimos que definen y acompañan a una persona por el resto de su vida, sin duda debemos remontarnos a la niñez, dice la popular frase, “infancia es destino”. Y siendo así, hay que hablar de la música infantil. En específico una de las canciones de Francisco Gabilondo Soler “Cri-Cri”. El talentoso músico veracruzano, se adueñó de la radio mexicana a mediados del siglo XX, deleitando los pequeños oídos de futuros abuelos y padres que enseñarían las mismas melodías a los más jóvenes. Sin embargo, las letras aparentemente simples de sus canciones siguen vigentes.
“La muñeca fea”, canción datada en 1958, cuenta la historia de una muñeca rota que, bajo el eufemismo de estar “perdida”, fue abandonada en un rincón de la casa, ahí conoce a algunos amigos que le muestran nuevas razones para estar feliz. La canción de la muñeca fea nos sumerge en un sitio lúgubre. Ni la muñeca, ni nosotros, sabemos por qué terminó allí, la única certeza es que no volverá a donde perteneció.
Un bracito ya se le rompió.
Su carita está llena de hollín.
Y al sentirse olvidada lloró
Lagrimitas de aserrín…
¿Quién puede querer a una muñeca fea, vieja y rota? En la valoración de la materialidad sólo importa lo nuevo, lo deseable, aquello que encaja en los estándares de lo que se busca y produce. Cuando un elemento que “sirve para lo que sirve” ya no cumple con su función, se desecha. Si incomoda, debe apartarse. Si esta separación del “mundo” que se rige por la pragmática es dolorosa, no importa:
Muñequita
Le dijo el ratón
Ya no llores tontita
No tienes razón.
Tus amigos
No son los del mundo
Porque te olvidaron
En este rincón.
En aquel espacio invadido por lo extraño habita un ser enigmático, el otro. Una quimera conformada por expresiones corporales, sociales, políticas y culturales distintas a las propias que en muchas ocasiones son hostilizadas. Aquel mundo, en un principio pensado como un todo, una generalidad, se fragmenta en diversas secciones, siendo algunas más oscuras que otras, por ejemplo, los rincones. La muñeca se encuentra con lo que había sido negado y se reconoce en ello.
Nosotros no somos así.
Te quiere la escoba y el recogedor.
Te quiere el plumero y el sacudidor.
Te quiere la araña y el viejo veliz.
También yo te quiero,
Y te quiero feliz.
Por eso, no es sorpresa que algunos personajes similares fueron alejados del “mundo”. Todos ellos, actores involucrados de alguna manera con los desechos, lo que sobra, la basura, los residuos de los que se adueñaron de ese mundo y lo estandarizaron e institucionalizaron. Ahora los incómodos se relegaron a las sombras en una especie de autoexilio hacia un lugar donde encajen mejor. El club de los olvidados del rincón: el recogedor, la escoba, el sacudidor, el ratón, la araña y el veliz, conforman una comunidad que se conduce desde la perspectiva que da vivir al margen.
Ese fue un primer acercamiento de muchos niños a la contracultura. El rechazo y la trascendencia sobre el “sistema” o “mundo” establecido da pie a las nuevas manifestaciones que conducen a la felicidad, descubriéndose en la fealdad aquello que siempre fue bello. Lo diferente, lo que no cumple con los estándares establecidos para ser mostrados en el espacio público es relegado a rincones sociales. Las muñecas feas que hoy están vestidas de punks, jipitecas, cholos, emos, darketos, skaters y más, y se refugian en sus comunidades y lugares seguros donde pueden desplegar ampliamente sus expresiones culturales.
La ropa dice mucho de nosotros, tanto física como mentalmente, reflejan resistencia e identidad que más vale sea reconocida primero por las personas que también se identifican con ello antes que las grandes empresas de la moda saquen tajada con lo que son más que trapos. La pulcritud sin remiendos no va con las muñecas rotas que encontraron en sus deshilachadas nuevas maneras de ser ellas mismas y apropiarse de ese cacho de mundo que se les obsequió en un envoltorio llamado exclusión.
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