Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
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A Carla la despierta un grito, el mismo de siempre.
Solo ha dormido tres horas, son las cuatro de la mañana. Carla se siente mareada y cuando se levanta de la cama, tropieza con un zapato y cae al suelo de bruces. Su novio, Daniel, ya despertó y tiene hambre y sed, le grita que se apure “¡Calla a esa pinche niña!” Sofía empieza a llorar en su cuna, extiende los brazos hacía su madre y Carla se levanta del suelo para tomarla en brazos.
Afuera ladra un perro y suena el silbato de la basura. No ha salido el sol. No queda mucho tiempo. Limpia, cocina el desayuno, viste a Sofía, lava los trastes, dobla la ropa, prepara el desayuno para su novio, si no está justo como a él le gusta habrá problemas después. Daniel es un buen hombre, piensa Carla, aunque le grite, y se enoje seguido, se hace cargo de su hija ¿Menos mal no?
Los gritos continúan, “¿Y mi café?” “¿Por qué te tardas tanto?” “¡Si no anduvieras de pendeja en esa escuela me atenderías bien!”
A las cinco de la mañana todo está listo, Carla ya se tiene que ir, tarda dos horas en llegar a su universidad desde el Estado de México. Daniel se sienta en el comedor mientras come su desayuno recién hecho, su ropa limpia y planchada cuelga del sillón, esperando a que se la ponga. Carla ve el huevo con chorizo que se come Daniel, no ha probado bocado, tiene hambre. No le da tiempo de arreglarse antes de salir, Sofía esta peinada y vestida con su batita de la guardería. Madre e hija salen al frio abrasador de la mañana, no hay ni un rayo de sol.
Del otro lado de la ciudad, Alejandro se levanta con el sonido de su alarma, se lava la cara y baja al comedor. Le espera un desayuno completo preparado por Marí, la señora de la limpieza que lo atiende desde que tiene memoria. Alejandro no sabe cocinar, es más, si le preguntarán donde se guardan los sartenes, este no sabría la respuesta. Cuando termina de desayunar son las cinco y media de la mañana, se baña, se viste y se arregla, tiene tiempo.
Sale de su casa a las seis de la mañana, sube a su automóvil, su papá se lo regaló en su cumpleaños. Pone la música al volumen que le gusta y se dirige a la universidad.
En el metro los cuerpos se juntan, se funden, respiran al unísono en un solo aliento. Algunas de las mujeres sentadas maquillan sus largas pestañas, las que están paradas se pierden en las pantallas de sus celulares. Cuando el tren pasa por la estación de Tacuba entra más gente, los cuerpos se contraen hasta que parece que sus bordes se difuminan, algunos celulares se guardan, no hay espacio para ellos.
El tren avanza y entra más gente en cada estación, algunas salen, pero siempre entran más. El aire parece disminuir en el vagón, las ventanas están cerradas y el aire acondicionado está apagado. Los cuerpos sudan, parecen querer evaporarse y escapar del vagón. Entra más y más gente hasta que en la ventana del vagón se muestran brazos, y hombros apretujados.
Sofía no puede ver el suelo, no existe un centímetro cuadrado que se asome entre el mar de zapatos. Desde su altura solo puede ver a su madre, que la protege con su cuerpo de los codazos, los puntapiés y los empujones. El calor se acumula en el vagón, algunos vidrios comienzan a empañarse.
Carla piensa en el infierno, ardiente, subterráneo, sin salida. Cuando el tren llega a la terminal las puertas se abren y el mar de gente empuja a Carla y a Sofia hacia la salida. El estómago de Carla protesta, tiene mucha hambre, pero no tiene ni tiempo ni dinero para gastarlo en un desayuno. Corren hacía la guardería, Carla pierde otros diez minutos despidiéndose de Sofía, para cuando por fin sale de ahí hacia la universidad, son las seis de la mañana.
Alejandro llega a la facultad antes de tiempo, se fuma un cigarro en lo que comienza la clase, compra un café grande y toma un buen asiento en su salón. La noche anterior tuvo tiempo de leer para la clase. Ha entregado todos los trabajos. Su única preocupación son las calificaciones, la liguilla y emborracharse los fines de semana con sus amigos.
Carla entra a la facultad justamente a las siete de la mañana, corre y salta para llegar a su primera clase. Su estómago se siente vacío, revuelto. Le duelen las piernas por haber pasado tanto tiempo parada y tiene mucho sueño. Carla trabaja por las tardes, sale del jale a las diez de la noche y llega a su casa a cocinar, limpiar y trapear. Se siente culpable cuando piensa en Sofía, casi no le da tiempo de estar con su hija, su suegra tiene dos palabras para eso, “mala madre”. No leyó nada para la clase, no ha entregado los primeros trabajos parciales. Entra quince minutos tarde a su clase.
Una muchacha entra tarde al salón, es Carla, como siempre. Alejandro la observa, se ve desaliñada, el cabello revuelto, la ropa holgada, grandes ojeras. Cuando el profesor le hace una pregunta sobre la lectura la muchacha no consigue responder, para el final de la clase parece estar dormitando. Mientras tanto Alejandro no para de participar, levanta la mano cada que puede, el profesor parece estar fascinado con cada comentario que hace.
Al final de la clase todos los alumnos se aproximan a la puerta, Carla camina lentamente y no se fija cuando Alejandro se dispone a pasar frente a ella. Ambos chocan y el café de Alejandro se derrama sobre la sudadera de Carla, él se disculpa y ella no dice nada, está enojada. Un amigo de Alejandro se aproxima, ve a Carla empapada con el café y abre la boca para decir algo, pero ella sale del salón antes de que pueda pronunciar palabra.
Ambos ríen.
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